NOTAS SOBRE SAINT-JOHN PERSE, PREMIO NOBEL DE LITERATURA DE 1960

 

I

Saint-John Perse: en el principio un nombre extraño, de otra época. Propio de alguien que vive rodeado de grandes lluvias, olas de anchas caderas, vientos incansables. Nombre que con muchos intervalos, desde hace cincuenta años, aparecía en la cubierta de libros con títulos de una sola palabra, antigua como semilla de trigo en las tumbas de Menfis o las cóncavas naves negras de los aqueos frente a Troya: Eloges, Anabase; Exil; Vents; Amers; Chronique. Libros compuestos de versículos amplios, pronunciados por alguien con el rigor y la fe de quien tiene por reino la palabra, y crea mitos y liturgias propios.

Saint-John Perse: nombre pronunciado con veneración por los poetas de todo el mundo. Traducido al inglés por T. S. Eliot y Archibald Me Leish, al italiano por Ungaretti, al alemán por Hugo von Hofmannsthal. Celebrado por voces tan disímiles como las de André Gide, André Breton, Claudel, René Char, Supervielle, Stephen Spender, Simion Kirsanov, Juan Ramón Jiménez. Hay, sin duda, pocos casos en la historia de un poeta tan ampliamente reconocidos por sus semejantes. Pero después de muchos años, sus libros alcanzaban a un tiraje de 10.000 ejemplares (Exil). (No está de más señalar que Toi et moi de Géraldy ha llegado a los 900.000 ejemplares). De pronto, el nombre de Saint-John Perse invade las primeras páginas de todos los periódicos del mundo, y aparece junto al de un campeón de fútbol, al de una actriz que se va a casar o divorciar, al de un político que ha pronunciado su último efímero discurso. Es el Premio Nobel de Literatura que fugazmente señala a la curiosidad pública como héroe de actualidad a un poeta. Y por curiosa paradoja, al más hermético de los poetas, al más enemigo de la publicidad, al que más ha aspirado al anonimato (hasta el punto de que su "alter ego", el diplomático Alexis Léger prohibió cualquier edición de sus libros desde 1924 a 1945). Así Alexis Léger, en calidad de Saint-John Perse abandonó su residencia de Washington (donde, según Alain Bosquet "ve pasar como en Asia las migraciones invernales de las ocas, y en el verano recibe la vida del pájaro mosca") para llegar a Estocolmo a recibir el Premio inventado –también paradójicamente– por un tardío filántropo.

 

II

Por desgracia, los poetas difícilmente se equivocan cuando ven el futuro. En nuestra sociedad, hallamos cada vez más acentuado los rasgos de la sociedad que describe Baudelaire en un de sus Cohetes (1860): "Llegará el día en que los jóvenes soñarán con huir de su casa, no para encerrase en una buhardilla a escribir versos inmortales, sino para competir en innobles comercios con sus padres". En una sociedad como la actual, el lugar reservado al poeta parece cada vez más restringido. Se llega a creer que la poesía es un artículo de lujo, no una forma de enriquecer la condición humana o de transformar la vida. Por eso, el Premio Nobel ha sido otorgado con justicia al poeta que se revela contra nuestra época (incluso en su manera de vivir), y que ha creado una obra que es "una sola larga frase sin censura, ininteligible para siempre". Que ha construido, para quien quiera habitarla, una patria hipnótica, por medio de la palabra.

Cuando escribimos estas deshilvanadas líneas, pensamos concretamente en algunas actitudes que en nuestro país se pueden tomar al acercarse a la poesía de Saint-John Perse: la de admirarla sin leerla, o leyéndola a simple título de información, "para estar al día"; o la mucho más peligrosa de rechazarla por ser "hermética". "El racionalismo es el gran enemigo de la poesía", ha declarado recientemente Alexis Léger. No se puede querer "entender" la poesía por medio de la lógica convencional, o pidiéndole una servil sumisión a la llamada realidad. Un poema puede ser un problema que resolver, y las facultades que debemos poner en juego para hallar esa solución no son las mismas que se necesitan para resolver un problema de aritmética. Hay que confiar en que la palabra del poeta ilumine zonas ocultas del ser, aquellas que –parafraseando al poeta– "como el sol no se nombran, pero cuyo poder está en nosotros".

 

¿Para qué querer explicarse, por ejemplo, los dos primeros versos de Exil?:

"Portes ouvertes sur les sables, portes ouvertes sur l’exil.

"Les clés aux gens du phare, et l’astre roué vif sur le pierre du seuil".

Emily Dickinson escribió alguna vez que no sabía definir la poesía, pero sabía lo que era poesía, cuando al leer algo sentía como si le volaran la tapa de los sesos.

Creemos que rara vez se ha dado una mejor definición.

 

III

Los poemas de Saint-John Perse podrían ser uno solo, desde sus Imágenes a Crusoe escrito en 1904, a los 17 años, hasta su reciente Chonique. Siempre, como lo señala Alain Bosquet: "un discurso sagrado, rodeado de imágenes, las que, pese a la precisión de los detalles, están fuera del tiempo y del espacio".

Saint-John Perse con sus Eloges (1911) cae como un aerolito en el ordenado parque de la poesía francesa de ese entonces. Trae un hálito no del clima mediterráneo, sino de mundos desaparecidos o en formación, de grandes y desorbitados espacios. Sin sostener tesis alguna de determinismo geográfico pensamos que en esta constante del poeta puede tener influencia su lugar de nacimiento: una isla de las Guadalupes francesas, descubierta por Colón. Les Feuilles, isla como aquella soñada por Rimbaud en Enfance, con "dominio de azul y verduras insolentes... Damas que pasean en las terrazas vecinas al mar: niños y gigantes, soberbios negros en matorrales verde gris... jóvenes madres y hermanas mayores con miradas plenas de peregribajes... pequeñas extranjeras y personas dulcemente desdichadas". O como muestra el propio Saint-John Perse, en Eloges: "Grandes flores voraces que devoran todos mis bellos insectos verdes... grandes bestias taciturnas... mueles con altos navíos".

El joven Alexis Léger estudia en Francia desde los 11 años de edad. Su vocación mayor era la de ser botánico, pero eligió el estudio de leyes como una manera de ingresar a la carrera diplomática que le permitiría viajar. En 1914 entra por concurso al Cuerpo de Diplomático, del cual se separaría en 1940 por enemistad con el Gobierno colaboracionista de Vichy.

Los viajes: recorre las Hébridas, la Patagonia, el desierto de Gobi, las heladas costas del Labrador. En 1922 escribe en un templo taoísta al norte de Pekin una de sus obras capitales, Anábasis, epopeya de migraciones de pueblos en cualquiera época, cuyo héroe es un conquistador con caracteres de poeta y de profeta; y que ha hecho recordar las grandezas de los textos de Jenofonte y Tácito.

Exil, escrito durante la Segunda Guerra, en Long Island –o en un lugar flagrante y nulo como el osario de las estaciones–, es la descripción del destierro que puede sufrir el hombre de cualquier siglo desde Ovidio a nuestros días. Luego viene una cosmogonía: Vents (1946) donde el personaje es el viento, testigo del paso de las civilizaciones, del principio y fin del mundo, desde las formaciones pre-gaseosas hasta las grandes catástrofes geológicas. "Sólo lo fugitivo permanece y dura", podría decir quizá Saint-John Perse, repitiendo el sentir de Quevedo.

 

Después en Amers (1950-1957), el homenaje al mar:

"Mar de Baal, Mar de Mammon –Mar de toda época y de todo nombre.

Oh Mar sin edad ni razón, Oh Mar sin odio ni estación, Mar de Baal y de Dagón –faz primera de nuestros sueños".

"Mar anterior a nuestro canto –Mar ignorancia del futuro".

Finalmente, en 1960 aparece Chonique, que ha llegado a ser comparado con el Libro de los Muertos del antiguo Egipto, y en el que el poeta se enfrenta a la vejez y a la muerte.

Todos estos libros son "un gran poema nacido de la nada, hecho de la nada" en el cual se oye el paso de pueblos, razas, planetas, en un gran desfile cuya única llave tiene el poeta. Es una especie de síntesis de la historia, expresada en un discurso que se dirige a los que fueron y a los que serán.

 

IV

Saint-John Perse en uno de sus poemas ha hecho un inventario de los objetos elegidos en sus viajes por el mundo: "En Londres, en el Museo Británico un cráneo de cristal de la colección precolombina... En Varsovia, una carta principesca escrita en una lámina de oro batido... En Bremen, una colección de imágenes irreales para un fondo de cajetillas de cigarros" ("Un montón de imágenes rotas, como diría T. S. Eliot). Y quizás cuando después de catástrofes o revoluciones se empiece a tratar de rehacer la historia del espíritu en un Nuevo Mundo, los hombres elegirán como material, antes que nada los poemas de Saint-John Perse, esos "jeroglíficos indescifrables escritos en piedra negra, dura y preciosa".

 

En Boletín de la Universidad de Chile, Santiago, Nº17-18 (11-12.1960), pp. 64-66

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile