Hace más de 150 años que asumió la presidencia del Conservatorio de Música la figura de una de las más
importantes impulsoras de la cultura, hoy se le recuerda con una beca para alumnos que quieran estudiar en la Facultad de Artes y con una muestra de 70 fotografías que se exhibió en la Casa Central. Pero, ¿quién es Isidora Zegers?, nos lo cuenta el Prof. Luis Merino, Decano de la Facultad de Arte y musicólogo.
Prof. Luis Merino.
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Hace 150 años, cuando aún
prevalecía la figura masculina
en los ámbitos públicos,
una mujer de baja estatura venida de
Europa se erigió como un hito en la
cultura musical de nuestro país y asumió
la presidencia del Conservatorio
Nacional de Música. El nombre de
Isidora Zegers se coronó con este cargo,
luego de ya haberse convertido
en un ícono de la música y la
intelectualidad nacional, que la ha
llevado a traspasar los años y la centuria.
El Prof. Luis Merino, Decano de la
Facultad de Artes y musicólogo, sostiene
que con admirable prudencia y
equilibrio, Isidora Zegers combinó tareas
como madre y esposa con una intensa
labor artística como cantante y
compositora de música pianística y
vocal.
El Prof. Merino relata que don Andrés
Bello, quien entre sus múltiples
logro es fundador de la crítica musical
chilena, manifestó una admiración
genuina por su arte. Sobre ella escribió
en el periódico El Araucano, por
él fundado, que en un concierto realizado
en 1835 “fue oída con el entusiasmo
que siempre excita su melodioso,
expresivo y brillante estilo
de canto”.
Hoy su imagen prevalece por su legado
al arte y por su herencia personal
plasmada en un sinnúmero de
descendientes.
“De su primer matrimonio realizado
el 3 de septiembre de 1826 con el coronel
inglés Vic Tupper y de su segundo
matrimonio celebrado el 1 de
enero de 1835 con Jorge Huneeus
Lippman, surgió una numerosa familia
que en conjunto ascendía a dieciséis
hijos y cuya descendencia se prolonga
hasta nuestros días”, explica el
académico, quien añade que uno de
sus miembros, don Jorge Huneeus,
fue el cuarto Rector de la Universidad
de Chile entre los años 1883 y
1888.
Nacida en Madrid, el 1 de enero de
1807, de ascendencia francesa y flamenca,
descendiente de nobles (su
propio abuelo fue Conde) se educó en
Francia, país donde su familia emigró
luego de la derrota de José
Bonaparte, convirtiéndose en una
gran soprano ligera, admiradora por
sobre todo de Gioacchino Rossini.
Aclamada por su voz, de Isidora
Zegers se dijo que “son pocas las cantatrices,
aún las más famosas como
Malibrán, Pasta y Demoreau, que hayan
podido recorrer como ella un diapasón
de tres octavas justas, pudiendo
dar con facilidad y de un modo lleno
y sonoro el sol sobreagudo (...)
Agréguese a esto una exquisita dulzura,
una afinación completa, oportuna
energía, expresión, sentimiento
y una vocalización eximia”.
Pero fue hasta 1823 que por traslado
de su familia Isidora Zegers no pisaría
suelo chileno (en plena abdicación
de Bernardo O’Higgins). Un período
donde el país fue testigo de la llegada
de músicos extranjeros. Fue allí también
donde esta “mujer extraordinariamente
pequeña” como se definía
ella misma en relación a su estatura arribó,
trayendo consigo no sólo su
voz, sino también algunas partituras
bajo su brazo. Hasta su estadía en
París de donde viajaría a Chile para
comenzar su larga aventura publicó
algunas obras, como fueron sus ejercicios
de composición Figure de la
Trenis; sus doce contradanzas para
piano, todas manuscritas, y su Valse
para Massimino. De ellas se escribió:
“La producción de doña Isidora no es
abundante, empero, ni son obras de
gran significación y consistencia, pero
son siempre finas, sobrias y compuestas
con bastante corrección de escritura”.
Imbuida casi de inmediato en el ambiente
artístico y en las tertulias que
caracterizaba nuestra sociedad Isidora
Zegers contagió en las reuniones que
llegó a organizar en su propio hogar
para cultivar el arte a sus congéneres
por su amor por Rossini, convirtiendo
al autor italiano en el favorito de
la época. No en vano, el propio José
Zapiola escribiría: “Llegó a esta ciudad
la señorita Isidora Zegers, y este
acontecimiento efectuó una verdadera
revolución en la música vocal. La
señorita Zegers no venía sola, traería
consigo otra novedad: las óperas de
Rossini. Su vocalización brillante y
atrevida, su afinación irreprochable y
una voz que, sin ser de gran volumen
en las notas graves, alcanzaba hasta
el fa agudísimo con toda franqueza...”.
Pero también albergó a grandes intelectuales
y mostró sus nuevas creaciones.
De éstas últimas, sin embargo,
pocos son los análisis que de ella
se han hecho. Quien más se abocó a
ella fue Jorge Urrutia Blondel quien
consideró, en primer lugar, sus 14 piezas
breves para piano llamadas contradanzas
y cada una con títulos referentes
a figuras de la cuadrilla francesa,
“de sencilla factura y corte bastante
regular (...), pero en su contenido
musical, aunque sin ambiciones,
revela el propósito de sustraerse a la
exclusiva y frívola finalidad de proveer
ritmos de danza”.
En segundo término, señaló Urrutia
Blondel, dada la gran influencia
operística en ella, “felizmente” no
tuvo este género una gran influencia
en sus obras para canto. Según el autor,
sus composiciones vocales la
mayoría con textos en francés eran
medidas y sobrias, de “formas escuetas
y regulares”, poseían una
“melódica contenida, fórmulas
instrumentales simples, ámbitos cómodos
y normales para la voz, siempre
en tessitura alta y adecuada para
soprano”. Características generales,
añadió, que retomó en sus piezas para
piano solo, “ajenas a brillantes
ornamentaciones y a cualquier libertad
rapsódica o a fantasías normales.
La escritura para el instrumento es
modesta, pero de acertadas disposiciones
gráficas, si bien podría
objetarse lo reiterado y simple de las
figuraciones empleadas y el predominio
excesivo de ciertas fórmulas. Esta
escritura presenta un ligero mayor interés
cuando el piano sirve de acompañamiento
a las canciones”. Temas
que en cuanto a estilo, agregó el autor,
se encuentran dentro de “una transición
entre el clasicismo y el romanticismo”.
Rasgos humanos
Pero detrás de esta mujer había otra
historia. La humana. Aquella de un ser
que no sólo tenía una voz maravillosa,
sino también una gran inteligencia,
un espíritu público, deseos de progreso
y de servicio, un gran dinamismo,
y un gran sentido por la familia.
Al llegar a Chile Isidora Zegers, lo
hizo también su padre, Juan Francisco
Zegers, quien, estando en Londres,
se contactó con la diplomacia
guatemalteca para terminar, finalmente,
siendo contratado por el Ministerio
de Relaciones Exteriores de Chile.
Aquí llegó a convertirse en Oficial
Mayor de la Cancillería en reemplazo
del abate Camilo Henríquez. Con
ello a cuestas, y aunque todos sus hijos tres hombre y una mujer- nacieron
en Europa, se les reconoció la ciudadanía
“activa, con derecho a sufragio,
sin haber pedido ni obtenido jamás
carta de naturalización”.
Pese a todo, la familia Zegers se sumergió
en un país turbulento. No sólo
por la abdicación de O’Higgins, sino
también por innumerables hechos que
fueron sucediéndose y que alguna forma
a veces directa y a veces indirectamente
influyeron en la vida de esta
joven mujer: erráticos intentos de
Constituciones, luchas entre pipiolos
y pelucones hasta llegar a la batalla
de Lircay.
En noviembre de 1826, Isidora Zegers
contrajo matrimonio con Guillermo
Vic Tupper, proveniente de la Isla de
Guernsey, Canal de la Mancha. Ella
misma escribió: “Dos meses después
de nuestra llegada a Chile, tuve la felicidad
de conocerlo. Vernos y amarnos
fue cuestión de un instante. Mi
padre que tenía en vista otros partidos
más ricos para mí, sabiendo que
Tupper no tenía fortuna y además no
deseaba un militar por yerno y temiendo
con razón, que su bella figura, su
juventud y múltiples atractivos pudiesen
hacer demasiada impresión sobre
mi corazón lo trató con frialdad. El
orgullo de Vic fue herido a tal punto
que los dos se pelearon y mi padre le
advirtió que no volviera a la casa (...)
Durante dos años y medio hice los
más grandes esfuerzos para desterrar
la imagen que me ocupaba sin cesar
(...) A pesar de mis reflexiones nada
me pudo hacer olvidar a Vic: durante
todo este tiempo él se distinguió de
manera que poco a poco mi padre se
ablandó viendo en mí una ternura invencible
y en el objeto de ella un hombre
honrado y muy enamorado (...) La
Divina Providencia realizó nuestros
votos y nuestra constancia”. Los padrinos
de matrimonio fueron nada
menos que el Presidente de la República
Ramón Freire, que por ese entonces
era Director Supremo y un ya
convencido o resignado Juan Francisco
Zegers. “Todos los ministros, los Jefes
civiles y militares, como asimismo
los principales comerciantes asistieron.
Todo el mundo se alegró de nuestra
unión”, relató la joven desposada.
A pesar de que ese mismo año de su
matrimonio impulsó la creación de la
primera Sociedad Filarmónica chilena,
Isidora Zegers prefirió mantenerse
un tanto alejada de las actividades
artísticas para dedicarse a su hogar y
a sus tres hijos (Flora, Elisa y Fernando).
Pero, sin embargo, comenzó en
su propia casa a albergar a la
intelectualidad chilena. Vinieron, no
obstante, años difíciles para Chile,
entre sublevaciones y revueltas que
desencadenaron en una guerra civil.
Los Tupper Zegers no estuvieron ajenos.
Y el 17 de abril de 1830, en la
batalla de Lircay, el joven coronel
Tupper de tan sólo 30 años y que ya
había levantado animosidades políticas
en su contra murió asesinado. Desolada,
los años difíciles habían terminado.
Su propio padre fue destituido
del Ministerio. La joven cantante
buscó asidero en la enseñanza incluso
ella leía música a primera vista,
mientras su progenitor fundó un colegio
con su nombre donde Isidora
impartió clases de música.
Estuvo retirada. Pero el 1 de enero de
1835 que marcó el comienzo de una nueva vida para ella nuevamente contrajo
matrimonio, esta vez con Jorge
Huneeus Lippmann, representante
comercial de casas inglesas y alemanas,
proveniente de Bremen, a quien
había conocido en las tertulias que
solía hacer en su hogar con Tupper.
Junto a los hijos de su primer matrimonio
más los que vinieron del segundo
completando un total de dieciséis
niños, regresó a su rol de madre
y esposa, y a que su casa volviera a
ser un lugar de encuentro intelectual:
Andrés Bello, José Joaquín Vallejo,
Manuel Antonio Tocornal y
Rugendas, fueron sólo algunas de las
personalidades asiduas a sus tertulias.
Fue allí donde se gestó el Movimiento
Literario de 1842 que daría origen
a la Universidad de Chile.
Con ella se produjo la venida de la
primera compañía de ópera reconocida
que actuó en Chile Rossi-
Pantanelli-, que trajo varias óperas
belcantistas de Bellini, Rossini y
Donizetti. En 1846, Isidora Zegers
compuso su primera y única canción
con texto en castellano del poeta colombiano
José Arboleda. Tres años
después ayudó en la fundación del
Conservatorio nacional de Música,
teniendo como director de la Escuela
de Música al organista francés Adolfo
Desjardins. Luego de algunos avatares,
el 27 de marzo de 1851, el Presidente
Manuel Bulnes la nombró presidenta
honoraria y le otorgó un diploma
“deseando dar testimonio del
alto aprecio que hace el Gobierno de
los talentos, capacidad y amor a las
Bellas Artes que distinguen a doña
Isidora Zegers de Huneeus”. Fue su
coronación definitiva.
Pero ella no paraba. Ese mismo año
junto a José Zapiola, entre otros, contribuyó
a la publicación del Semanario
Musical, en el que también colaboró
con trabajos sobre música, como
fue “Los orígenes de la ópera en Francia”.
Sin embargo se retiró puesto que
el director, el propio Zapiola, destinó
agudas palabras en contra del nuevo
Conservatorio.
A estas actividades sumó además conciertos
de beneficencia y la fundación
de una Sociedad Filarmónica en
Copiapó. Pero ya al correr los años
1862, Isidora Zegers enfermó. El 14
de julio de 1869 murió, dejando detrás
de sí un aura que la convirtió en una
de las figuras más importantes en el
desarrollo cultural de nuestro país.
En homenaje a este gran nombre, en
1920 se dio su nombre al Liceo de Niñas
de Puerto Montt y, en 1973, se bautizó
como Sala Isidora Zegers al teatro
de la Facultad de Artes de la Universidad
de Chile. Y es que su legado
artístico permaneció. No sólo su fama
de sólidos conocimientos técnico-musicales
que se aplicaron en el medio
artístico chileno, o los continuos requerimientos
de consejos de alumnos o
profesionales, sino que se convirtió en
un verdadero árbitro de nuestra cultura
y de su desarrollo y en una figura
que destacó por su profesionalismo y
por su don de dama, señora y madre.