Estos animales, a pesar de ser mamíferos, poseen ciertas características biológicas que los harían más capacitados para sobrellevar la falta de oxígeno que se da a más de 3 mil metros de altitud, por lo que son investigados en el Centro de Estudios Andinos, con el fin de adaptar al hombre a la altura.
Ninguna especie animal asciende más allá de lo que le permite su capacidad tanto genética como de resistencia que le ha dado la naturaleza. Sin embargo, para el hombre la altura siempre ha sido un reto; y por ello trata de derribar todos los obstáculos que ella le presenta. Uno de los factores más limitantes a este desafío es la hipoxia, donde el organismo es puesto a prueba poniendo en juego diversos mecanismos para proporcionar el oxígeno suficiente a los tejidos.
De ahí que el Prof. Dr. Aníbal Llanos, Presidente del Directorio del Centro Internacional de Estudios Andinos (INCAS) de la Universidad de Chile, realiza una investigación para descubrir las respuesta de los mamíferos a la hipoxia y su posible prevención. Para ello eligió a fetos de llamas debido a que este animal ha vivido durante millones de años en el altiplano con una baja disponibilidad de oxígeno, “En ellos hemos encontrado una respuesta extraordinariamente diferente pese a ser mamíferos y tener un conjunto de genes compartido con otras especies de tierras bajas; sin embargo, al estar en la altura expresan mecanismos muy distintos para sobrevivir en ella”, relata el académico.
Estos camélidos ante una baja presión de oxígeno son capaces de saturar o retener mucho oxígeno en la hemoglobina de sus glóbulos rojos. Por otra parte, aprietan sus vasos sanguíneos de tal manera que disminuyen considerablemente el flujo sanguíneo hacia órganos como riñón, intestino, músculo, piel y huesos, produciéndose en ellos un hipometabolismo o disminución de la velocidad metabólica. Lo sorprendente de esta respuesta es que también se aprecia en el cerebro del feto de llama, sin aparente daño de las células nerviosas. Hasta el momento, sólo se tenía conocimiento de esta capacidad de respuesta en algunos peces y tortugas, quienes al estar en el agua reducen el consumo de energía de su sistema nervioso y organismo al bajar su temperatura corporal. La explicación estaría dada en que probablemente estos fetos habrían seleccionado algunos genes que expresan mecanismos muy eficientes para tolerar la hipoxia. Entre las hipótesis para explicar este fenómeno de hipometabolismo, el académico señala la posible disminución de la actividad de una enzima, que consume aproximadamente el 50% del oxígeno de las neuronas además de la probable reducción de la permeabilidad de las membranas de las células para que no pasen los iones desde el interior hacia el exterior de estas y viceversa.
Por el contrario, en animales de tierras bajas (entre ellos los humanos), con la falta crónica de oxígeno se tiende a aumentar la cantidad de glóbulos rojos, aumentando la viscosidad de la sangre y el trabajo cardíaco. En algunos de ellos aumenta la presión en la arteria pulmonar, provocando una insuficiencia cardíaca, exacerbando así el déficit de oxígeno pudiendo incluso provocar la muerte. Esta dolencia es conocida como la Enfermedad de Monge o Mal Crónico de Altura.
No obstante, han existido culturas que han habitado en la altitud como la inca y aymara, pero son poblaciones con sólo quince mil años de exposición a la altura y sin suficiente aislamiento geográfico para adquirir la capacidad de los animales adaptados. “No se ha demostrado en los seres humanos un cambio genético en su hemoglobina que les permita ante una menor presión de oxígeno tener una importante saturación de este gas en la hemoglobina”, explica el Prof. Dr. Llanos, quien además es Subdirector del Programa de Fisiopatología, del Instituto de Ciencias. Biomédicas de la Facultad de Medicina.
Según sostiene, ese el motivo para que actualmente se encuentre en un nuevo estudio, esta vez enfocado a determinar cuáles son los dispositivos por los que estos animales conservan su sistema nervioso y otros órganos, como el riñón con la falta de aire: “Si descubrimos algunos de estos mecanismos, eventualmente estos podrían ser inducidos en un futuro en especies intolerantes al déficit de oxígeno, para lograr una mejor respuesta a la hipoxia. Además, podría también tener aplicaciones en la conservación de células y de órganos por mucho más tiempo”, explica el académico.
Partidos de fútbol a gran altura
A diferencia de especies como llamas, vicuñas y guanacos, los seres humanos son animales de tierras bajas, que no cuentan con adaptaciones biológicas específicas para vivir a cotas de más de 3000 mil metros. Sin embargo, en nuestro país en la actualidad hay más de 20.000 mineros que trabajan en la altura. Lo que obliga a nuestro país a destinar fondos para estudiar la hipoxia crónica e intermitente debido a la particularidad geográfica de Chile y al cada día mayor número de personas expuestas a la altitud intermitente.
“Estos hombres trabajan en minas ubicadas a gran altura, pero cada semana deben, bajar a las grandes ciudades para descansar; este es un modelo único en el mundo, porque en ninguna otra parte tienen una geografía tan loca como la nuestra donde se da la cercanía entre el mar y las altas cumbres”, señala el Prof. Dr. Claus Behn, especialista en Fisiología y Medicina del Deporte y miembro del Directorio del INCAS de la Universidad de Chile.
Como resultado a la exposición crónica en la altura, algunos mineros sufren alteraciones debido tanto a la sobreexigencia de oxígeno en su organismo como también a que llevan una vida sedentaria con un alto consumo de grasas, alcohol y cigarrillos.
De ahí que se buscara un método que les ayudara a sobrellevar la altura. Por ese motivo se les realizó un programa de ejercicio con un deporte de acuerdo a su idiosincrasia: partidos de fútbol a más de 4000 metros de altitud.
Hasta el momento la experiencia ha sido exitosa porque estas personas estarían desarrollando mayores capacidades para transportar oxígeno y habrían aumentado la capacidad aeróbica de los músculos ante una baja de presión, lo que les permitiría un mejor rendimiento laboral y estándar de vida.
Similares beneficios se obtendrían en el rendimiento deportivo a nivel nacional. Al entrenar en la altura, se disminuye el roce del aire lográndose mayores velocidades y un mejor desarrollo psicomotor del atleta.
“Podríamos tener logros deportivos notables si involucramos nuestras condiciones naturales en la optimización del deporte. Hasta el momento nuestras autoridades no se han dado cuenta de las grandes cualidades que tiene la altura para mejorar la calidad de nuestros deportistas”, sostiene el Prof. Dr. Behn.