Humanismo en Crisis

Eduardo Carrasco Pirard

El actual proceso que viven las Universidades estatales en Chile debe ubicarse en el marco más amplio del proceso llamado de “modernización” del país, que sigue un cierto camino hasta setiembre de 1973 y que posteriormente fue encauzado por la dictadura militar en un sentido diferente, dirección cuyas consecuencias positivas y negativas estamos viviendo hoy día. Dicho movimiento, en lo que se refiere a los intereses de la cultura y de las humanidades, puede caracterizarse como un proceso de modernidad unilateral, en el cual se han instaurado las bases económicas, legales y administrativas, para el funcionamiento de un sistema neoliberal, pero sin que se hayan elevado los fundamentos de un desarrollo cultural paralelo, que sustente lo que no puede afirmarse por las solas razones del mercado. Esta unilateralidad es connatural a la ideología neoliberal, para la cual lo que no es directamente solicitado por la demanda en el mercado, no tiene muchas razones de ser y debe abandonarse a su propia suerte. Así, en este sistema neoliberal, las Humanidades y la cultura quedan simplemente relegadas a ser y a hacer lo que permita la demanda de una sociedad, que por otra parte, es condicionada por el mismo mercado, para dirigirse hacia valores y formas de consumo masivo, ajenos y hasta en cierto modo hostiles a los propósitos de estas disciplinas.

Las humanidades, en su legalidad interna de desarrollo, no responden a la lógica propia de existencia de la técnica, ni tampoco a la lógica de desarrollo de las ciencias. La técnica es la expresión más clara de una transformación de la práctica, que viene instaurándose en el mundo desde los comienzos de la Epoca Moderna y de la cual forman parte las dos modalidades más relevantes de los avances actuales, la revolución de las comunicaciones y la revolución de la informática. Estas formas de ordenamiento de la acción en las sociedades contemporáneas tienen un alto grado de autonomía en su desarrollo, aunque son funcionales al sistema económico operante en la sociedad. Cada avance técnico se transforma de inmediato en una nueva fuente de ofertas en el mercado, y a la inversa, la constante multiplicación de la demanda exige una respuesta técnica inmediata, que viene a constituirse en un nuevo factor de su expansión.

La ciencia por su parte, también responde a modalidades de existencia y de desarrollo propias, que aunque en general se entrelazan con las de la técnica, no necesariamente, ni en todo, dependen de ella. Su entrelazamiento hace que también la realidad de la ciencia tienda a ser funcional con el desarrollo económico neoliberal. Esto ocurre de manera clara en las sociedades desarrolladas, en las que incluso la investigación llega a transformarse en un producto que se vende y se cotiza en el mercado. En USA o Francia, por ejemplo, existen empresas de investigación que venden sus servicios directamente al Estado o a las empresas productivas. La realidad nuestra es diferente, pues la Empresa Privada en Chile e incluso las empresas del Estado, en su gran mayoría trabajan con tecnologías importadas, lo cual explica el grado de abandono en que se encuentra el desarrollo científico nacional. Es importante observar, sin embargo, que esta situación de postergación no se debe a exigencias que broten de las propias particularidades del trabajo científico, como es el caso de las Humanidades, sino mas bien a la ceguera de nuestros empresarios y políticos, que no se dan cuenta de que la meta de una auténtica prosperidad económica debiera incluir también la independencia en estos aspectos y la posibilidad de una oferta original hacia el resto del mundo, que nos permita verdaderamente acceder a formas de desarrollo autónomo.

En nuestra Universidad, conmocionada por los avatares de esta modernización unilateral, encontramos las tres disciplinas anteriormente citadas: la formación e investigación en disciplinas eminentemente técnicas, que tienen que ver con la finalidad profesional de ciertas enseñanzas, la formación e investigación en las ciencias y la formación e investigación en las humanidades. Desde su fundación, y siguiendo una tradición que venía desde el origen mismo de las universidades, fueron las Humanidades quienes aseguraron la integración y la unidad de la institución. Pero a partir del nuevo proceso de modernización, ellas fueron desplazadas, sin que la ciencia, ni la técnica hayan podido salvaguardar verdaderamente la unidad del saber. Precisamente porque esta modernización tiene este carácter unilateral es que las tres disciplinas han tenido muy diferente trato en las actuales preocupaciones de quienes han dirigido nuestra universidad en los últimos tiempos. Como es lógico las disciplinas más funcionales con el sistema económico han sido las más beneficiadas y las mejor comprendidas por los planificadores. Así, las humanidades que fueron la cabeza de la Universidad durante toda su historia, desde su fundación hasta los años sesenta han sufrido un proceso de deflagración que nos lleva a la actual situación de crisis y de deterioro. La razón de esta dramática situación está  en el hecho de que a partir de que la Universidad de Chile ha sido dirigida con criterios estrictamente tecnocráticos y pragmáticos, las Humanidades se fueron transformando en los parientes pobres de estos procesos en los que en verdad poco tenían que aportar. Atropellados por direcciones ciegas hemos, llegado al punto en que hay tanta incomprensión con respecto a nuestro quehacer específico de parte de las autoridades de gobierno, o de nuestra propias autoridades centrales, que se diría que existimos más por una especie de superstición de que no se nos puede simplemente borrar, que por una verdadera conciencia de la importancia de nuestras disciplinas. En todo caso, si el proceso sigue el curso que hasta ahora ha tenido, no sería de extrañar que en algún tiempo mas, comiencen a aparecer públicamente las opiniones - que sin duda ya existen en algunas cabezas - de que las Humanidades son una carga para la Universidad y de que más valdría que las universidades privadas que se interesen se hagan cargo de ellas.

Por este motivo el proceso de rediscusión que vive actualmente la Universidad de Chile, si es importante para las demás Facultades, para nosotros es vital, puesto que es la oportunidad para que podamos hacer valer nuestra especificidad y un momento privilegiado para elaborar políticas de desarrollo que no están planificadas dentro de los estrechos marcos del autofinanciamiento o de la eficiencia económica.

A diferencia de la técnica y de la ciencia, que en sus modalidades actuales tienen su origen en la época moderna, las humanidades nacen en la antigüedad y han atravesado épocas y siglos diferentes, sin que hayan cambiado sus rasgos esenciales. La historia, la literatura y la filosofía antigua no han perdido su vitalidad con el paso del tiempo. Seguimos leyendo a Sófocles, a Heródoto o a Platón con la misma pasión con la que fueron leídos en su tiempo, y tiene tan poco sentido decir que Shakespeare es un avance con respecto a Eurípides, como decir que Kant sea un avance con respecto a Sócrates, o Momsen con respecto a Tucídides. Nuestro tiempo es otro y nuestra relación con el tiempo es también otra.

Las Humanidades se asientan en la tradición de ellas mismas, que traslada a través de los siglos los valores que hicieron en un momento dado, del bárbaro un hombre verdadero, capaz de comprenderse a si mismo, de comprender a los demás, de abordar los grandes enigmas, de emprender las grandes aventuras de la creación y de la imaginación. No somos fanáticos del progreso y miramos con un cierto escepticismo las utopías que nos prometen cada vez comenzar de nuevo, para encontrar la felicidad en un recodo todavía no transitado de los tiempos. Somos más bien respetuosos y amantes del pasado y si miramos hacia delante, intentamos hacerlo con la sabiduría del que sabe que en la historia humana, son mas las cosas que se repiten, que las cosas que verdaderamente nos renuevan. La modernidad no nos entusiasma, al menos en el modo como nos la presenta la sociedad de consumo neoliberal. Ponemos el acento en cosas mas profundas, menos perecederas, menos ostensibles, no confiamos en los fuegos artificiales de la política contingente, ni en las estadísticas, ni en la publicidad, ni en la prosperidad de los supermercados, ni en los nacionalismos fáciles.

Buscamos mas darle curso a un amor, que ganarnos la vida con una profesión. Si hubiéramos hecho cálculos al decidir  seguir este camino, lo más probable es que nos hubiéramos apartado de él, entrando en los negocios, en los beneficios de una profesión liberal o habríamos hecho política o intentado una carrera militar, que en los últimos tiempos ha dado buenos dividendos.

Nuestras manera de hacer y, por tanto, de ser, también son otras. Dependemos fundamentalmente de potencias creadoras individuales, mas que de ese trabajo de hormigas, que por ejemplo, caracteriza el trabajo científico. No hay en las humanidades investigaciones de punta, que tengan que ser defendidas de la competencia, aquí nadie está  tratando de robarle sus ideas a nadie, y no existen avances que vayan a ser medidos por disminuciones de costos o mayor productividad o aplicaciones mediatas o inmediatas. Ciertas obras sientan un precedente que jamás ser  rebasado, transformándose en hitos fundamentales de nuestro desarrollo. Nada de lo grande queda definitivamente desterrado, se transforma en tradición, en punto de partida interminable para nuevas reflexiones. No damos nada por definitivamente despachado, todo sigue en discusión, el gran misterio es el fuerte que nos atrae y cuyas puertas siguen abiertas antes y después de nuestros asaltos.

No necesitamos la unanimidad. Preferimos la dispersión, la multiplicidad, la constante revisión de lo ya afirmado. Vivimos de la libertad mas que de las ataduras a sistemas, o a ideologías. No podríamos trabajar a gusto bajo la tutela de instituciones que nos estrechen los marcos de nuestra reflexión. Queremos estar sometidos a las solas exigencias que surjan de la fidelidad a nuestro trabajo, y ese, queremos hacerlo bien, con seriedad y con profundidad, porque sabemos que de otra manera este pierde todo sentido. Nuestro rigor no es la exactitud, no somos capaces de reducir lo que hacemos a términos matemáticos y si alguna vez lo intentamos, quedan cabos sueltos, o nudos que no se pueden desamarrar.

Trabajamos con profundas convicciones y con la confianza de que si se nos ignora, incluso si quien lo hace es una ciudad, un país o una época, pierde lo más hondo de la vida, porque confiamos en la acción operante del pensamiento y porque sabemos que en las humanidades se deciden cosas tan decisivas para el ser humano como su identidad, el significado de su mundo, la lengua que nombra todas sus cosas, su memoria, todas cosas en las que late el futuro con mucho mayor fuerza de la que es capaz de darle el cálculo económico, la utopía política o el sueño de la técnica. Las épocas en las que se ha apagado nuestra luz, la luz del pensamiento, son las más terribles, las mas desesperanzadas, las más crueles.

Estas características nuestras son difíciles de comprender en una época en que lo que predomina es la preocupación por los resultados inmediatos, el contingentontismo, el éxito publicitario, las simplezas de lo cuantitativo, la eficacia a toda prueba, lo contante y sonante. Por eso toda esta situación de crisis y de incomprensión de nuestro quehacer se traduce en distorsiones con respecto a las humanidades que en lo práctico inciden en dos ordenes de cosas: en primer lugar, en la no existencia de una política económica diferenciada, que asuma derechamente que estas disciplinas no son autofinanciables y no tienen demanda de mercado que pueda permitir su financiamiento por vías privadas. En segundo lugar, la no existencia de una política diferenciada en el terreno académico, que respete la especificidad del trabajo de las humanidades y de sus propias modalidades de desarrollo.

Con respecto a estas cuestiones me permito proponer los siguientes principios de lo que creo debería ser nuestra política en este momento de crisis:

·        En primer lugar, habría que exigir que las políticas de desarrollo de nuestra universidad sean diferenciadas, una para las facultades técnico profesionales, otra para las facultades e institutos científicos y otra para las humanidades. Estas políticas debieran partir del reconocimiento de la especificidad de las disciplinas a que se aplican, y hacer propuestas que vayan en el sentido del desarrollo natural de ellas, sin pretender darles marcos que no se ajustan a sus modalidades de existencia. Para esto debieran hacerse cambios profundos en el actual sistema, que tiende a considerar en bloque con criterios científicos, o profesionalistas, todas las actividades de la Universidad.

·        En segundo lugar, la política específica para el desarrollo de las humanidades debiera partir de una revalorización de éstas, que signifique volver a recuperar la comprensión profunda de su rol en la formación de una cultura y de una identidad nacionales. Una verdadera política hacia las humanidades debe asumir en forma renovada el  hecho de que la libertad de pensamiento y de creación, el fortalecimiento de la democracia, el respeto de los derechos humanos, la solidaridad y todas las grandes metas que configuran un verdadero horizonte histórico para Chile, dependen del desarrollo de los valores humanistas, y no únicamente de la consecución de un proceso unilateral de modernización.

·        En tercer lugar debe reconocerse en las universidades estatales y en primer lugar en la Universidad de Chile, el lugar privilegiado de las disciplinas humanistas. La razón de ello radica en el carácter estatal de estas universidades, que son el fundamento de la laicidad, de la independencia ideológica y de la multiplicidad de tendencias, requisitos indispensables para su existencia. La función específica de la Universidad de Chile, en cuanto entidad estatal, radica en que en su seno se han albergado históricamente estas disciplinas, lo cual permite el reconocimiento de una tradición todavía vigente, que es fundamento y condición de este desarrollo. Las disciplinas humanistas no podrían tener la misma libertad en instituciones privadas, sin correr el riesgo de sufrir presiones y distorsiones que de hecho hoy día mismo se producen y que alteran su evolución independiente. Esta vocación especial le da a la Universidad de Chile y a nuestra Facultad una importancia vital en el desarrollo de la cultura del país y fundamenta y justifica con creces su rol de Universidad nacional.

·        En cuarto lugar, debe reconocerse sin complejos los límites del autofinanciamiento en las disciplinas humanistas, estableciendo claramente que para ellas, por su carácter disfuncional con el sistema de mercado, el financiamiento deber  provenir del Estado. La asunción de esta modalidad, no debiera significar un menoscabo frente a otras disciplinas que puedan lograr metas de autofinanciamiento, para lo cual sería deseable que en los presupuestos de financiamiento estatal de la Universidad, los ítems que se refieren a estas disciplinas estuvieran  claramente diferenciados de los aportes globales a la institución. Es importante que el Estado asuma explícitamente su rol subsidiario en estas  tareas.

·        En quinto lugar, este financiamiento deber  tener como uno de sus objetivos principales el de terminar con las insuficiencias de salario de los Académicos, que generan las actuales distorsiones de la vida universitaria, produciendo los dobles empleos o la dispersión de nuestra fuerza académica hacia las universidades privadas. En este sentido, tener un cuerpo de profesores con dedicación exclusiva, debe ser una de las reivindicaciones principales de la Facultad.

El financiamiento, además, deber  ser pensado no sólo a partir de las necesidades mínimas de funcionamiento de la vida académica, como ocurre hoy día, sino incorporando las exigencias normales para poner las bibliotecas al día, para financiar investigaciones, publicaciones, y muy importante, para formar ayudantes que preserven la continuidad del trabajo docente. Hacer posible que pueda existir una verdadera carrera académica, como ocurrió en el pasado, debe ser una legítima aspiración de nuestra Facultad.

·        En sexto lugar, en las Humanidades, en la medida en que tenga sentido hablar de “investigación”, cosa que debe discutirse en profundidad, no debiera separarse ésta de la docencia. Una correcta política de las Humanidades exige una constante interdependencia entre ambos aspectos. Precisamente para asegurar esta integración, debieran instaurarse sistemas de evaluación adecuados y específicos de las Humanidades, que resguarden y favorezcan la originalidad y la autenticidad del trabajo creador, su difusión y su enseñanza.

·        En séptimo lugar, en relación con la “investigación”, debieran revisarse en forma radical las actuales modalidades de financiamiento a través de concursos, con el objeto de adecuar estos últimos a la especificidad de las disciplinas humanísticas. Se hace urgente y necesario que nuestra Facultad proponga sistemas nuevos de presentación de proyectos y formas adecuadas de evaluación que no sean el simple traspaso de las formas de la investigación científica a nuestras disciplinas, para que Fondecyt u otras instituciones puedan transformarse en factores serios de impulso a las humanidades y al arte.

·        En octavo lugar, cualquiera que sean los cambios propuestos para nuestra Facultad, ellos no deben alterar en lo más mínimo lo que debe constituirse siempre en su política, esto es, el resguardo del pluralismo, la autonomía con respecto a posiciones políticas, ideológicas o religiosas, y el respeto mutuo de los que en ella trabajan. Por último, cualquiera que sean las formas de participación estamental propuestas, los académicos no debiéramos renunciar a nuestro papel protagónico en la fijación de los destinos de nuestra Universidad y de nuestra Facultad, ello no por un cálculo de poder, ni por defender mezquindades frente a otras mezquindades, sino por la convicción profunda de nuestra responsabilidad de educadores, frente a las jóvenes generaciones, que esperan recibir de nuestras manos la misma antorcha que nuestros maestros pusieron en las nuestras.