Rol de las Humanidades

Claustro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile en Toma 1997

I. El Contexto País

Referirnos al Chile actual nos posiciona de inmediato frente a los discursos que pretenden definir la condición tanto económica como política y cultural del país desde perspectivas encontradas que, lentamente - luego de un gran vacío en la generación de crítica - tienden a confrontarse como lecturas de una misma realidad.

El discurso oficial - situado en la perspectiva del discurso dominante - ha constituido el contexto político sobre la generación de un marco de estabilidad basado en la idea de una concertación social que asegure la necesaria tranquilidad del país. Este escenario de gobernabilidad debe posibilitar la inserción de Chile en el proceso de globalización mundial, facilitando la inversión extranjera y exportando bienes que tengan mayor valor agregado que las materias primas,  como lo son por ejemplo, los productos manufacturados. Este contexto caracterizado por las cifras macroeconómicas y por los éxitos desplegados por la ingeniería política de transición, ha condicionado una visión asimismo exitista acerca del “nuevo” Chile que se está construyendo. Ante un sector político dominante constituido, con un discurso claro y perspectivas de desarrollo para el futuro de la nación, se encuentran hoy amplios sectores que no poseen aún la capacidad de articular una perspectiva propia, independiente, crítica y sólida frente a esta realidad. Entonces ¿desde dónde se genera hoy la crítica? ¿Cómo se constituye esta ‘otra’ visión de la que hablamos? Los niveles de respuesta y de voz crítica son aún básicos y carecen de un sitial definido desde donde ejercer y hacer valer su producción, sea ésta parte de la práctica cotidiana de amplios sectores o del trabajo intelectual, por lo que este proceso de reconstitución de opiniones y de roles no sólo atraviesa a los sujetos, sino que también, y en nuestro caso específico, a nuestras universidades y disciplinas. ¿Cuál es el rol nuestras de nuestras universidades? ¿Debemos generar un conocimiento crítico?

La actual tendencia a la disminución del rol social del Estado - como parte fundamental de la política del modelo neoliberal - se ha expresado en diversas áreas, dejando al mercado y a la empresa privada la regulación de éstas, pero asumiendo, eso sí, que no todo es regulable por el mercado y que existen problemáticas que contienen un marcado carácter social como lo es la pobreza. A pesar de esto último, la disminución del gasto público social es una realidad innegable expresada con claridad en la disminución de los diferentes subsidios que asignaba el Estado, en el tema de la salud y más cercanamente, en el tema educacional donde la contracción de los recursos para la enseñanza superior se realizó para favorecer relativamente a la educación básica y prebásica.

El rol dado actualmente a la educación superior puede ser concretamente definido en tres segmentos: los centros de formación técnica, los institutos profesionales y las universidades. Los centros de formación profesional y los institutos profesionales cumplen el rol de calificar mano de obra competitiva para el proceso de apertura del país. Por otra parte, en las universidades podemos identificar como proyecto estratégico dos roles: el de generación de ciencia y tecnología de punta (para el mismo concepto de competitividad global) y el de constitución de un segmento de cuadros intelectuales y políticos tanto para la administración de las políticas estatales como para la generación de líderes.

En este contexto se intenta dar respuesta básicamente al rol que le compete a nuestra facultad en las condiciones del actual modelo. Frente a esto hemos logrado definir que el ámbito donde se inserta el rol de nuestras disciplinas y del cual nuestra facultad debiera hacerse cargo es del “desarrollo cultural” del país, tomando en cuenta, además, que a nivel de política gubernamental existe claramente una fisura en éste ámbito, donde damos cuenta de vacíos e indeterminaciones producto de la atención al cumplimiento de una “meta-agenda) cuyos objetivos centrales son los referidos a los logros a nivel de la macroeconomía. Esta fisura es la que instala a nuestra facultad en un escenario propicio para asumir un rol central en el ámbito del desarrollo cultural. Dentro de éste identificamos dos ejes: el dado por el espacio de la educación en sus distintos niveles y el espacio más amplio referido a las manifestaciones culturales en general.

El modelo no sólo ha sido capaz de establecerse hegemónicamente en el plano de la economía sino que además, y con tanta o más fuerza, se ha depositado en el plano de la ideología caracterizando culturalmente a la sociedad por medio de la construcción de imaginarios colectivos que determinan las formas de relación entre los sujetos: el pragmatismo y la libertad individual por sobre los intereses colectivos son partes fundamentales de la instalación de este sentido común. Estos criterios instalados a nivel de la ideología, son los que determinan el concepto de cultura manejado desde las esferas de poder, concepto parte ya desde una determinación (dada por los intereses del mercado) de cuáles son las manifestaciones culturales que allí caben. Esta determinación margina y desconoce a los sectores que producen cultura no rentable, no pragmática, no útil y que ejercen la crítica a la sociedad. La cultura dominante es entonces una cultura que carece de sentido crítico y cuyo norte estratégico es el sustento ideológico del modelo económico y la aceptación social-subjetiva del mismo. Bajo iguales parámetros es que se determina cuál es el conocimiento necesario para nuestra sociedad, cuál es el rol de éste, cuáles son las áreas de conocimiento que deben ser potenciadas, acerca de qué debemos conocer y producir conocimiento, y para qué debemos conocer.

A nivel del espacio cultural formal dado por la educación, podemos constatar deficiencias y la necesidad de transformación que hoy requiere el sistema educativo. El gobierno ha dado como respuesta aquí la propuesta de reforma para la educación básica y media en marcha, pero sin todavía definir claramente - por lo menos hacia toda la comunidad - el punto sustantivo: para qué formamos hoy, cuál es el futuro que aseguramos a los educandos de hoy. Por otro lado, las movilizaciones actuales de los estudiantes de la educación superior, han puesto al descubierto la profunda crisis que concierne al modelo educacional en sus diferentes niveles, que va mucho más allá de sus aspectos formales y que apunta al proyecto que rige dicho sistema educativo actualmente.

La actual pérdida del característico rol de formadores de la clase media que mantenían los liceos subvencionados ha sido producida por un desplazamiento de este sector social hacia la educación privada. La formación de los liceos, en su gran mayoría, está dirigida a entregar herramientas de trabajo a los jóvenes de escasos recursos que hoy llenan las aulas; si este hecho puede ser calificado como una política positiva por parte del Estado, cabe consignar que la absorción de estos jóvenes en el mercado del trabajo no ha sido hasta el momento satisfactoria. Así la educación, vista desde la perspectiva de la actual reforma, ha sido perfilada como una de las formas de superación de la pobreza por medio de un cambio de orientación desde una educación científico-humanista hacia una técnico-profesional. Si bien esta política manifiesta un interés por el tema de la superación de la extrema pobreza, debemos entender que sólo un proyecto de desarrollo nacional podrá dar respuesta a un problema como éste, que tiene que ver con causas estructurales que superan el tema de la educación.

El problema actual no radica solamente en la calidad de la educación, sino que también en temas tales como la orientación o el enfoque que ésta debe tener. Si bien la actual reforma tiene como objetivo responder al problema de trabajo, debemos mencionar que en la actualidad, dentro de la enseñanza técnico profesional, no se proyecta más que un 30% de la población escolar con posibilidades de trabajo concreto.

Definidos ya algunos elementos del rol oficial de la cultura, del cambio de eje de la educación desde lo científico-humanista hacia lo técnico y considerando el contexto económico, es que resulta oportuno referirnos a la particularidad de las humanidades.

II. Las Humanidades y Nuestra Facultad

No tiene nada de novedoso decir que en la actualidad las humanidades no son protagonistas del quehacer nacional. Difícilmente se las considera en olas grandes decisiones gubernamentales, especialmente cuando hay en juego factores económicos, pues éstos suelen terminar siendo el único criterio válido para resolver los temas importantes. Lo que goza de mayor estima es lo que favorece a la economía - y particularmente a la economía de libre mercado - , cuestión que se puede apreciar cuando constatamos que lo que de hecho opera son máximas como “todo lo que posea altos índices de eficiencia y de productividad es valioso”. Existen, por cierto, ámbitos del conocimiento que resultan compatibles con lo que esta máxima exige. Hay ciencias que, en la medida en que sus estudios deriven en tecnología, están cumpliendo con ser productivas (en el sentido en que la lógica de mercado entiende el término producto, es decir, fundamentalmente como producto “vendible”). Pero en este panorama es donde surge la gran interrogante que nos involucra: ¿Qué pasa entonces con los otros ámbitos del conocimiento? ¿Dónde caben todas aquellas disciplinas que no dicen relación con la administración, la ciencia y la tecnología? ¿Dónde caben las humanidades, las ciencias sociales, las artes? Hay, de hecho, espacios físicos que albergarían estas áreas, y que corresponden a facultades de la universidad. Pero claramente no se les reconoce una importancia comparable con las facultades de donde salen productos transables en el mercado. ¿Tenemos cómo sostener la validez de nuestras humanidades, prescindiendo de palabras como productividad y utilidad? En definitiva, ¿estamos convencidos de que la existencia de la Facultad de Filosofía y Humanidades se justifica por la importancia de las disciplinas que aquí se desarrollan? ¿O nos sumamos a criterios ajenos, considerando que su justificación ha de estar dada por la utilidad que puedan prestar estas disciplinas, por ejemplo, al desarrollo tecnológico del país? La profesora Patricia Bonzi, perteneciente al Departamento de filosofía de esta Facultad, en un documento titulado “La Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile”, se refiere a las que a su juicio son “las tres instancias principales que se anudan en nuestro quehacer y lo definen”: memoria, reflexión e imaginación. Su texto concluye así: “Pero recordar, reflexionar, imaginar, hablar, son funciones humanas, demasiado humanas, tan viejas como el ser humano mismo que - decíamos - parecen, no tener cabida en nuestra Universidad moderna, modernísima, autofinanciada de desear, de un país moderno, modernísmimo, eficiente de desear. La Facultad de Filosofía y Humanidades, lugar a la vez de recogimiento y acogida, dos gestos humanos nada modernos ni autofinanciables, ¿la quiere hoy en día la Universidad de Chile? ¿La quieren el Estado y la sociedad chilena hoy?” [páginas 135-136 en esta edición].

Cuando queremos justificar no sólo la existencia de nuestra facultad, sino también la importancia que para el país reviste, aparece el tema del rol que le ha de corresponder a nuestro quehacer. Ante el tema del rol de las humanidades parece conveniente preguntarse ante todo si cabe hablar de un rol y, frente a las posturas que podamos hallar al respecto, evaluar si adherimos a alguna y en qué medida. Es sólo a partir de esa reflexión que lograremos situarnos frente a cuestiones como la de si hay un por qué o un para qué de esta facultad. Resulta necesario aclarar, previo a cualquier análisis al respecto, que el por qué y el para qué no han de ser necesariamente homologables, es decir, que ambas preguntas apuntan a cuestiones distintas: El por que pregunta por un fundamento y el para qué pregunta por una utilidad. Ahora bien, que algo se fundamente a partir de la utilidad no es en absoluto una cuestión evidente de suyo, sino una mera postura al respecto. Tan sólo después de una acabada discusión podremos concluir si adherimos a ella o no.

A. Importancia de las Humanidades
a partir del Actual Modelo Económico

La justificación de las humanidades desde un para qué es, tal vez, una de las opiniones más extendidas respecto de nuestras disciplinas. Si bien es cierto que el para qué abarca un espectro muy amplio de posibilidades, suele restringírsele al ámbito laboral y, más exactamente, al ámbito económico. Es el caso del empresario norteamericano Vernor Anderson, quien, en su conferencia en un seminario sobre educación superior organizado por el Centro de Estudios Públicos, defiende la necesidad del estudio de las humanidades en función de los requerimientos de la era de la tecnología. Le parece fundamental que dentro de la educación superior se incluyan las “artes liberales”, término con el cual designa a las humanidades, las artes y las ciencias puras. Su pregunta es “¿Cumple la educación liberal una función importante en la era de la tecnología?” Anderson se contesta inmediatamente “Brevemente. Mi respuesta es un enfático y asertivo sí. Hablo en mi calidad de empresario en una tarea de alta tecnología y me refiero a dos puntos:

·        Educación en artes liberales para líderes tecnológicos.

·        Educación en artes liberales ampliadas para el comercio internacional y la tecnología”.

Anderson dedica gran parte de su conferencia a dar ejemplos de personas que, habiendo recibido educación en artes liberales, han llegado a ser connotados y exitosos empresarios, o expertos en gestión administrativa en el campo de la alta tecnología, o bien han llegado a ocupar puestos de liderazgo. Es, por ejemplo, el caso de De Zschau: “El Dr. De Zschau estudió filosofía como estudiante de pregrado en Princeton. Más tarde, fue cofundador y presidente de una empresa que fabrica memorias de disco para computadores. Posteriormente, se dedicó a la política como miembro del Congreso estadounidense. En la actualidad, es el gerente general de memorias de disco en IBM, y continúa ejerciendo en Silicon Valley un papel de liderazgo en asuntos políticos y económicos. “He ahí, entonces, la importancia de considerar las humanidades en la educación: Se lograría, gracias a su colaboración, obtener un exitoso hombre de empresas.

Debemos reconocer que en nuestra facultad estamos lejos aún de escuchar discursos de ese tipo. ¿Pero podemos estar tan seguros de que tales consideraciones sobre las humanidades se hallen por completo ausentes en el resto de la Universidad de Chile? Más osado sería, por cierto, apostar a que dentro de las políticas gubernamentales no se encuentren visiones como la del estadounidense anteriormente citado. Es difícil creer que nuestros tecnócratas amigos dejen persistir en el tiempo estas disciplinas universitarias por una cuestión de “tradición”, es decir, que acepten tener espacios que les son inútiles por el sólo hecho de que “la universidad no es tal sin filosofía” u otras razones que no les sean funcionales...  No, están muy lejos de tener esos escrúpulos.

Frente a ello no podemos sino sentir la necesidad imperiosa de, ante todo, plantearnos entre nosotros interrogantes como ¿cuál es el sentido de los centros universitarios de estudios en áreas como las humanidades o las ciencias sociales ? Soslayando las diferencias disciplinarias particulares, frente a este problema - aunque hay muchos que querrían cerrarlo de una vez con la eliminación a corto plazo de estos espacios - , en general, no se han encontrado aún todas las respuestas, por lo cual es una cuestión latente y aún abierta. En el caso específico de esta facultad, diremos que aquí la cosa se hace más oscura aún más que para las carreras de ciencias sociales. La pregunta deberíamos hacerla a los propios actores universitarios de la facultad: ¿Qué es lo que se espera de nuestras disciplinas a largo plazo? ¿Es que tal vez se pone la fe en la posibilidad de sobrevivencia a partir de un “no hacer mal a nadie” o de un “ser pobre pero honrado”? Podría pensarse que debemos mantenernos al margen porque, en general, estamos en una época en la que no corren buenos tiempos para las humanidades. ¿Pero qué hacemos en ese caso con las pretenciones de nuestras disciplinas, que insisten en declararse ligadas al mundo social? ¿Cómo insertamos en ese mundo?

Tal vez los más osados se “atrevan” con el mercado y propicien una salida por allí, y tal vez tengan suerte, y la facultad opte por rendirse a la empresa privada, y las humanidades se modernicen y acepten convertirse en las administradoras del ocio neoliberal, y en su bufonesco papel logren sustituir a El Mercurio en la creación de generaciones literarias ‘virtuales’, de inventados superartistas del futuro. Todo ello para no tener que reconocer que nuestra producción cultural e intelectual es un absoluto bluf.

La circunstancia antes reseñada se ha ido materializando en la práctica en la falta de un proyecto claro de facultad que señale cuál es el rol y los rumbos estratégicos de nuestras disciplinas en el contexto actual. De hecho, aún no existe frente a esto propuesta alguna que convenza a académicos o a estudiantes.

B. Importancia de las Humanidades
a partir de la Tradición

En la dirección trazada a partir de la pregunta por el sentido de nuestra Facultad de Filosofía y Humanidades, nuevamente nos sumergimos en la búsqueda de una justificación, de un por qué. El considerar a las humanidades como al servicio de la tecnología - es decir, sobre la base de criterios provenientes de la economía imperante - y defender su existencia a partir de dicha utilidad, es reducir el por qué a un para qué, pero no a cualquier para qué sino a uno bien determinado: el mercado. Pero no es ésa la única visión que al respecto existe. Las humanidades no siempre han sido estimadas por la utilidad que puedan prestar a otras áreas del quehacer humano. En efecto, durante mucho tiempo se las valoró - oh, sorpresa - por lo que son en sí mismas. En una época en que no existía la división de las ciencias y saberes que hay hoy día. Aristóteles planteó el valor de la sabiduría por sobre las ciencias que prestan utilidades prácticas. En el caso de la sabiduría, ésta se perseguiría como un fin en sí mismo y no como un medio para suplir tal o cual le otorgaría, en definitiva, mayor valor que el que puedan tener las ciencias productivas. En su Metafísica, Aristóteles señala, refiriéndose a la sabiduría: “Que no se trata de una ciencia productiva, es evidente ya por los primeros filosofaron ... De suerte que, si filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad”.

Ahora bien, cabe preguntarse frente a esto que relación ha de tener la universidad con saberes que no se resignan a ser considerados como meramente útiles, es decir, que se resisten a que la valoración que se les asigna se aloje fuera de ellos mismo, en aquello para lo cual habrían de servir. Karl Jaspers, a partir de la premisa de lo que la voluntad básica del hombre apunta a la limitada búsqueda de la verdad, considera que es necesario un espacio para que esa tendencia del ser humano se desarrolle. Tal espacio no es otro que la universidad: “Allí pueden reunirse hombres que en calidad de docentes y alumnos, tienen la única misión de aprehender la verdad. Porque el que en algún lado tenga lugar una incondicional indagación de la verdad constituye un derecho del como hombre”.

No es necesario decir - pues es algo evidente para todos nosotros - que la universidad no se aboca exclusivamente al conocimiento desinteresado, a la búsqueda de la verdad, al desarrollo de la curiosidad o admiración humanas. Gran parte de la universidad, y de esta universidad en particular, está abocada a las ciencias prácticas, a la aplicación de los conocimientos que puedan adquirirse. Pero la cuestión aquí es si queda espacio para las humanidades, para las ciencias puras, para las arte. Resulta imprescindible, por tanto, que las mismas facultades de esas especialidades se pronuncien al respecto, y que nosotros, en nuestra reflexión, consideremos visiones que en otros contextos se han dado sobre tema. Analizando la idea de universidad en Alemania, en un escrito de 1808 Friedrich Schleiermacher hace incapié en las diferencias entre la facultad de filosofía y las demás facultades dentro de la universidad. De acuerdo a su versión, las otras facultades “basan su unidad no inmediatamente en el conocimiento, sino  en un asunto exterior y de las distintas disciplinas, vinculan lo que es requerido para el mismo. Esta facultad representa, por tanto, lo que la asociación científica habría fundado para si como universidad; aquellas tres, en cambio, lo que ha surgido por necesidad de otro tipo, ante la cual la orientación puramente científica queda exteriormente subordinada”.

Los párrafos anteriores aclaran cómo se ha llevado acabo la defensa de la importancia del conocimiento por el conocimiento, lo cual conduce a considerar a las humanidades no como solucionadoras de problemas que les vienen dados desde fuera, sino como fines en sí. Sin bien es cierto que esa “pureza” de las humanidades es fundamental para justificar su importancia prescindiendo de la productividad, no se crea que se trata de una cuestión incompatible con la necesidad de una cierta concretud de nuestras disciplinas, expresada en una apertura al mundo social. No podemos considerar que la relación de nuestras disciplinas con el entorno social sea algo extrínseco a lo que son ellas mismas, puesto que simplemente dejan de existir en el momento en que decidan prescindir de aquello otro a lo que están referidas y que, en definitiva, constituye su contenido. Tal prescindencia supondría una pura autorreferencia, lo cual volvería vacíos nuestros saberes, pues ¿sobre qué versaría nuestra filosofía, nuestra historia, nuestra literatura? Ahora bien, afirmar la necesidad de lo que se encuentra “fuera” de esta facultad como algo indispensable justamente para lo que se encuentra aquí, no es sino el primer paso para lo que podría ser nuestra inserción en el mundo social. Lo que sigue es adentramos en la cuestión de si nos cabe como facultad, un rol respecto de eso que hemos llamado entorno social.

A partir de las discusiones que hemos desarrollado en torno al tema, nos parece indispensable aclarar que nuestra propuesta relativa al rol de las humanidades se basa, fundamentalmente, en la asunción de dos necesidades que a nuestro juicio no pueden ser entendidas como contradictorias o como incompatibles entre sí:

·        La reflexión teórica al más alto nivel sobre las grandes cuestiones que históricamente se han revelado como humanas y que continúan interpelándonos hoy, reflexión que ha de ser abordada desde las perspectivas que ofrecen las distintas disciplinas que se reúnen en nuestra facultad.

·        La asunción de la responsabilidad que nos cabe, como pensadores de la sociedad, para con ese mundo social, en términos de responder desde nuestras disciplinas a las necesidades que éste presenta fundamentalmente en la línea de la cultura y de la educación.

En nuestro interés por abrir al mundo social  las disciplinas que se agrupan en esta facultad, queremos apuntar a dos aspectos:

·        Es necesario mejorar la labor de extensión que le compete a nuestra facultad, en el sentido de mostrar nuestro quehacer a quienes, sin pertenecer a la comunidad universitaria, pueden interesarse por la filosofía, la historia, la literatura y la lingüística.

·        Es necesario que, en la interacción con el mundo social, incorporamos también la cultura que allí encontramos a nuestra propias disciplinas. Esto, en el entendido de que no hay razón alguna para considerar a la “cultura oficial” (presente con gran preponderancia en nuestras carreras) como la única válida.

Rol de la Facultad de Filosofia y Humanidades
desde nuestra perspectiva
Las Humanidades hacia Adelante

A partir del diagnóstico antes presentado, creemos que es tarea ineludible hoy en día para la comunidad universitaria de la facultad el perfilar un proceso de discusión profundo sobre las orientaciones de largo plazo que tanto las humanidades en la Universidad de Chile como las disciplinas aquí desarrolladas deberían darse en el contexto-país y el contexto-universidad actual.

Nuestra visión acerca de la situación arroja la necesidad de propiciar en conjunto una propuesta de carácter ‘refundacional’ con respecto a las humanidades y a nuestra facultad. Refundacional porque consideramos que si bien en estos últimos años ha habido avances importantes con respecto al reposicionamiento de nuestra facultad dentro del mundo universitario y en las esferas de generación de conocimiento, estas iniciativas podrían aparecer de carácter conyuntural y estar muy en dependencia de los intereses particulares de académicos, e incluso de quienes detenten la autoridad máxima de la facultad en un determinado período en la medida en que no se hayan parte de un proyecto estratégico que haya sido explícita y coherentemente concordado por la comunidad universitaria de la facultad.

Dándonos por enterados de la voluntad del Decanato de la facultad y del cuerpo académico para iniciar este profundo debate, queremos a continuación presentar nuestras visiones y propuestas que frente a este sentido tema hemos acordado como estamento a partir de la reunión de nuestro Claustro.

Concordamos en que el gran problema de fondo que cruza nuestra facultad está directamente relacionado con la minimización general que los estudios de humanidades sufren en el contexto de las orientaciones estratégicas de desarrollo en curso para nuestro país. Claramente hoy en día las orientaciones de gobierno apuntan a enfocar todas las áreas de desarrollo individual y social en pos de las macropolíticas (el posicionamiento “favorable” de Chile en los mercados internacionales, sus consecuencias mediatas como la apertura de mercados, la constitución de un fuerte liderazgo chileno a nivel regional, e inmediatas como la desvinculación del patrimonio estatal de empresas y entidades que antes fueran centrales para el desarrollo nacional, la desregulación del mercado del trabajo, etc.) y es patente que estos objetivos generales no dan respuestas ‘satisfactorias’ para el desarrollo de nuestras disciplinas. Decimos ‘satisfactorias’ porque la respuesta aquí parece ser muy obvia: “¡Modernícense!, nos dicen, ¡bajen del Olimpo!, pero al bajar tengan claro los límites: hoy cada área se las debe buscar por la suyas y ustedes no son excepción”. Obviamente de esta respuesta se desprende la necesidad del autofinanciamiento a nuestros estudios y la consecuente determinación de ellos por las lógicas de mercado.

Queda claro que la modernización que el modelo exige a nuestros estudios tienden a desvirtuar el sentido social que ellos debieran tener; ni hablemos aquí de cuestiones tan ‘añejas’ como ser la ‘conciencia crítica de la sociedad’: “Cuándo van a entender - se nos dice - los tiempos ya no están para ‘sentimentalismos’ como esos”.

Sin dudar que la resolución a nuestras problemáticas no pasa por generar una facultad autista frente al Chile actual, porque si hay algo que puede ser positivo - y sobre todo paradójico - de este momento, es que el insistente pragmatismo en el dominante y el recuerdo de una facultad con un sitial reconocido en el desarrollo nacional, nos han convocado hoy a repensarla no ya en términos autorreferentes (con respecto a ella misma o sólo con respecto al mundo intelectual), sino en referencia a ese mundo social y cultural concreto que existe también fuera de ella.

A. Objetivos Generales

El desafío en este momento debería estar centrado en lograr sintetizar la necesaria y urgente apertura de este espacio hacia ese mundo - la recuperación de nuestro rol social - y el ‘sentido’ que le daremos a esa apertura en la medida de resguardar que nuestro aporte vaya enfocado y sea canalizado efectivamente hacia la elevación intelectual y cultural del país y no se convierta o siga siendo considerado ‘puro adorno para grandes discursos’ o ‘entretenimiento para ejecutivos que puedan costearlo’.

Habría que asegurar, por tanto que esa salida no  desvirtúe el sentido más alto de nuestros estudios como es su constitución independiente de intereses particulares y en pos del resguardo de las necesidades reales que el país tenga en las áreas que nos competen.

Hemos dicho anteriormente que el gran tema que convoca a nuestras disciplinas es el del desarrollo cultural de nuestro país y de nuestro medio intelectual. Claramente entonces nuestros esfuerzos deberán estar enfocados a partir de ese requerimiento, el cual se traduce en la necesidad de resituarnos como centro generador debate y conocimiento a los grandes temas que atañen a este campo. Planteamos aquí la necesidad de recuperar el histórico rol de pensadores de la sociedad chilena, y de generadores hoy de conocimiento crítico en una sociedad globalizada, donde el cuestionamiento a los modos de relación imperantes, sigue siendo considerado oficio de marginales.

La reconceptualización de las lógicas culturales de la sociedad actual es un requerimiento urgente. La recuperación de nuestro rol intelectual en la sociedad es su presupuesto. Hoy muchos de los generan conocimiento están en consultoras, las que pagan más y entregan posibilidades ciertas de desarrollo profesional, este conocimiento que vende al mejor postor, no puede seguir reemplazándonos. No se trata, como planteamos antes, de determinar el desarrollo de nuestras disciplinas por la contigencia, ni, por el otro lado, de hacer caso omiso de ella; se trata sí de dotamos de la capacidad para plantearnos problemáticas que, asumiendo dicha contigencia, complejicen y enriquezcan nuestro enfoque frente a ella en tanto hacen parte de problemas culturales y humanos más “permanentes”. En esta perspectiva el documento emanado del Decanato de nuestra facultad, titulado “A propósito de la ley de Universidades Estatales” [página 145 en esta edición]. Enumera una serie de “necesidades sociales y culturalmente irrenunciables que históricamente han sido enfrentadas por el Estado y que es muy difícil, por no decir imposible, que puedan ser asumidas en forma sostenida y permanente por el mercado”. Si bien algunas de estas necesidades no se expresan en términos de demanda - es decir, como necesidades con poder de compra - no por ello dejan de ser necesidades del país. Es el caso, por ejemplo, de la “investigación que a menudo carece de utilidades práctica inmediata pero que resulta altamente relevante en el momento y largo plazo... Junto con la investigación aplicada, vinculada al desarrollo o a problemas coyunturales del país, es necesario hacer preservar un modo de hacer investigación no sujeto a estos problemas, pero importante para la producción de conocimiento y para conformar un pensamiento crítico capaz de interactuar en este plano con la comunidad internacional.”

La práctica teórica que desarrollemos en las áreas que son de nuestra competencia, debe resguardar esta síntesis. Debemos aclarar, sin embargo, que nuestro planteamiento tiene como centralidad la demanda de apertura de la facultad hacia ese mundo social (que ni siquiera es sólo intelectual) y a sus necesidades, porque consideramos que en estos últimos tiempos la perspectiva que ha dominado es el retraimiento intelectual de la facultad hacia sí misma y de las disciplinas también hacia sí, en su presupuesto extremo de considerarse casi autónomas de la realidad, autosuficientes y autorreferentes.

B. Objetivos Específicos

La recuperación de este rol social perdido por las humanidades, para hoy en día por asumir concretamente los desafíos que implica el involucramiento activo en este citado problema del ‘desarrollo cultural’ de nuestro país, cuestión que requiere determinar claramente los niveles de pertinencia de nuestro involucramiento y las labores específicas que debemos desempeñar en este sentido.

Ya expresamos que consideramos que las áreas centrales que deben preocupar a nuestras disciplinas son las relativas al conocimiento, el arte, los modos de relación, etc. (cultura en el sentido “duro” del término) y al problema de la educación, por otro lado. En términos específicos, los objetivos que debiéramos plantearnos en los distintos niveles atingentes a estas áreas, son:

Cultura

1. La necesidad de reinstalación de la facultad dentro del medio intelectual nacional e internacional - sobre todo nivel Regional Latinoamericano - debería potenciarse sobre todo a partir de medios de publicación como de eventos de intermedio y encuentro entre académicos y estudiantes de diversas universidades.

Esta reinstalación debiera considerar el debate prioritariamente enfocado a temas como:

a) La conceptualización y la crítica de los modos de relación intersubjetivos generados a partir de este nuevo contexto societal instalado (mercantilización de las relaciones humanas, la resituación de diversos actores sociales, etc.)

b) El análisis crítico de los objetivos, las dinámicas y las injerencia de las distintas instrucciones culturales, el Estado, los medios masivos de comunicación, las ONG’s, los movimientos sociales, las organizaciones sociales de base, entre otros, en la generación de sentidos comunes e identidades colectivas.

2. El reposicionamiento académico de nuestra facultad en el concierto de la Universidad de Chile requiere (en un primer paso por lo menos) que las cátedras relacionadas con el tema de las humanidades que se desarrollen en otras unidades sean prioritariamente impartidas por miembros de la comunidad de facultad.

3. La crítica y el aporte propositivo frente a las directrices que desde el Estado emanan a nivel de políticas culturales para el país. Esto requiere no sólo un trabajo en términos teóricos, sino la generación de una fuerte capacidad para plantear propuestas concretas en torno a los problemas que se presenten, cuestión que requiere nuestra inserción directa en el aquellos espacios sociales proyectos desarrollados ‘en terreno’ que formen parte de salidas laborales concretas para los estudiantes y egresados).

4. La generación de una política de extensión que permita resituar a la facultad más allá del mundo académico mismo, como espacio de generación de cultura, esto mediante la convocatoria a sectores sociales ausentes de la universidad.

Educación

1. La discusión teórica acerca del problema educacional replanteado en el actual contexto. En este punto deberíamos ser capaces de tener una visión acabada del sentido y los rumbos ‘estratégicos’ de la actual reforma educacional y dar cuenta propositivamente de aquellos de la misma que aún no están del todo definidas y que son necesarios clarificar, especialmente:

a) Los criterios teóricos que están en la base del tipo de formación que pretende potenciar la actual reforma. ¿Cuál es el sujeto que pretende potenciar?

b) La definición de los modelos curriculares bajo un carácter crítico de la enseñanza que se imparta, considerando las realidades específicas de aquéllos que van a ser educados bajo esta reforma educacional (el “para quiénes”, puesto que la educación debe preparar sólidamente a todos los miembros de la sociedad).

2. La redefinición de lo que deben ser las Pedagogías en pos de que los futuros profesores sean creadores de conocimiento y no meros repetidores de lo que otros investigaron. Para ello resulta necesario, en la formación entregada en las Pedagogías, lo siguiente:

a) Creación de conocimiento que debe conseguirse a través de teorías y métodos de análisis conducentes a profesores-investigadores que entreguen conocimiento actualizado de las distintas disciplinas impartidas bajo los nuevos modelos curriculares.

b) Carácter crítico de la educación que los futuros educadores deben entregar.

c) Definición del perfil educacional de acuerdo a las necesidades concretas que el país requiere, con una connotación crítica de este perfil.

3. La incidencia preponderante en la elaboración de los planes de estudios para enseñanza básica y media, en lo que compete a nuestras disciplinas, teniendo las propuesta que a nivel de facultad serán entregadas en la perspectiva de desarrollo de las disciplinas.

4. La incidencia preponderante en la elaboración de los criterios base y de las pruebas mismas aplicadas a los estudiantes de enseñanza media que optan a la universidad en tanto formas de medición de las capacidades adquiridas durante la formación escolar (P.A.A).