En la presentación de Ser y Tiempo

Jorge Eduardo Rivera Cruchaga
Editorial Universitaria. Santiago de 1997

 

¡Gracias!

Gracias, en primer lugar, a la Universidad de Chile por acogernos en este Salón de Honor. Gracias al Gerente General de la Editorial Universitaria por sus palabras iniciales y por haber hecho posible la publicación de la obra que estamos presentando. Gracias muy especiales al Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica de Chile, D. Juan de Dios Vial Larraín, por sus palabras como siempre tan luminosas, bellas y verdaderas. Gracias, sobre todo, al Prof. Pablo Oyarzún, amigo muy querido, que ha tenido a bien, en medio de un trabajo muy absorbente, realizar la espléndida presentación que le hemos escuchado. Por último, gracias a todos los presentes por su acompañamiento en este momento tan importante de mi vida filosófica.

Se preguntarán quizás algunos: ¿por qué una nueva traducción española de Ser y Tiempo? La traducción de esta obra me ha enseñado lo difícil que es traducir un texto filosófico de la hondura de éste que ahora tenemos entre manos. La dificultad no proviene tanto de lo arduo que es entender lo dicho en el idioma desde el cual se traduce, sino más bien la dificultad radica en decir eso mismo en el idioma al cual se lo traduce. O sea - en nuestro caso -, la dificultad no está en el alemán, sino en el español.

Y ésta fue precisamente la razón que me llevó a hacer una nueva traducción de una obra que ya estaba traducida a nuestro idioma por el filósofo español José Gaos. Cuando empecé a leer, hace ya muchísimos años, el libro de Heidegger, lo leía en español. Yo entonces no sabía alemán. El texto de Heidegger sonaba para mí extrañísimo, como erizado de puntas, hirsuto. Y no es que fuera enteramente incomprensible. Con un poco de buena voluntad y otro tanto de trabajo, uno podía ir desenredando su sentido, y este sentido se revelaba esclarecedor para las cuestiones tratadas. La extrañeza era, más bien, de carácter casi musical: me molestaba el español de Gaos. Esto no era propiamente una lengua...

Para mi gran sorpresa, cuando pude leer el texto alemán, me di cuenta de que la obra de Heidegger era límpida y clara. Por supuesto que seguía siendo un pensamiento difícil de seguir, como el de cualquier obra filosófica, pero no era difícil de leer.

¿Qué es lo que me molestaba en la traducción de Gaos? ¿Por qué el texto alemán era tan lleno y transparente y por qué no lo era el texto español? Lo que me chocaba en éste no era, ciertamente, la invención de neologismos, pues ésta se da también - y abundantemente - en el texto alemán. Un neologismo en español no me resulta molesto cuando es necesario. Y la filosofía vive creando nuevas palabras, ya que la "cosa" de la que habla está muchas veces muy alejada de las cosas para las cuales se han hecho las palabras.

La molestia ante el texto de Gaos no provenía de la "novedad" del lenguaje, sino más bien de su falta de transparencia. Para poner un solo ejemplo, la palabra alemana corriente "vorhanden", que significa el carácter existente, el estar-ahí de una cosa, es traducida por Gaos con la expresión "que es ante los ojos". Pero, ¿qué resonancias semánticas tiene esta expresión para nosotros hispanohablantes? ¿Por qué "ante los ojos"? Es cierto que se le puede dar a este decir un sentido que corresponde en parte al de la palabra alemana, pero 1° sólo corresponde a ella en parte, y 2° ese sentido nos es "extraño", no tiene raíces en nuestra lengua: ser "ante los ojos" y ser real, existente, son dos cosas que no se identifican en absoluto.

¿Importa tanto esta carencia de raíces? Creo que sí. Porque pienso que lo que carece de raíces en un idioma, tampoco tiene suelo nutricio en él. Y es que las palabras no sólo "significan", sino que, además, resuenan. La re-sonancia es algo bastante sutil y difícil de aclarar teóricamente, pero es algo fundamental en toda lengua, es decir, en un hablar vivo. Cuando algo re-suena, hace vibrar y sonar otras cosas, esto es, muestra su comunidad o comunión con la totalidad del idioma. Y eso es lo que permite comprenderlo en un nivel más hondo que el meramente "racional".

Mi incomodidad ante la traducción de Gaos provenía principalmente de que esa traducción no es una traducción al verdadero y real español. Uno se siente extraño en ella. No se siente como en casa. Y de esto se trata, precisamente, al traducir: de trasponer a la propia casa lo otro, lo ajeno. Para eso, lo ajeno tiene que dejar de sernos extraño. Lo ajeno, aunque siga siendo ajeno, debe hablar en el idioma propio, hacerse plenamente nuestro. Y esto es lo difícil en la traducción. Para que la traducción de un texto filosófico alemán sea una auténtica traducción al español, tiene que hablar en verdadero español. Lo que en alemán se dice en una determinada forma, tiene que ser dicho en otra forma. "Otra forma" no significa aquí solamente "con otras palabras", es decir, con palabras españolas en vez de palabras alemanas, sino "con otros giros", con otros recursos lingüísticos, recursos que suelen ser muy diversos en las diversas lenguas.

Ahora bien, éste no es tan sólo un problema lingüístico, un problema "técnico", por así decirlo, sino que es un auténtico problema filosófico. Porque de lo que se trata es de pensar en español lo que está pensado en alemán. Pero, ¿qué significa esto: "pensar en español" "pensar en alemán"? ¿Es el pensar algo que se modaliza según el idioma? ¿No es precisamente el pensar una cosa que se cierne por encima de las diferencias idiomáticas? ¿No es el lenguaje del pensar un lenguaje universal más allá de las diferencias de las distintas lenguas?

Sin duda el pensar está en alguna forma "por encima" de las diferencias idiomáticas. Si no fuera así, sería imposible la traducción. Pero, ¿cómo se ha de entender este "por encima de..."? ¿Es el pensar algo "neutro", en el sentido de que no quedaría en absoluto afectado por las diferencias idiomáticas? Pienso que no.

Para comprenderlo, preguntémonos qué es traducir.

Todo el mundo sabe - o cree saber - lo que es traducir. Se trata, aparentemente, de la cosa más conocida del mundo. Traducir es pasar lo dicho en un idioma a otro idioma. Esto supone, naturalmente, que se entiende perfectamente bien qué es lo que el primer idioma dice, y que luego se lo traspasa fielmente al idioma de la traducción. La fidelidad de este traspaso quedaría garantizada por la justa elección del término adecuado en el idioma de la traducción. Pero, ¿son las cosas tan sencillas? ¿Sabemos siquiera alguna vez en forma plena y acabada lo que "dice" una palabra? ¿Sabemos, por ejemplo, lo que dice la palabra "palabra"? Que en alguna forma lo sabemos es evidente, pues de otra manera no nos estaríamos entendiendo. Para los efectos de la traducción corriente, es decir, de la traducción del lenguaje coloquial, este vago saber es suficiente para la justa elección de la palabra que dice algo vagamente semejante en el otro idioma.

Pero aquí estamos hablando de textos filosóficos, y lo mismo valdría mutatis mutandis de los textos poéticos. Un texto filosófico piensa la realidad en sus estructuras de ser, es decir, piensa el ser. Y lo piensa moviéndose para ello en el lenguaje. El lenguaje es aquí el médium del pensar, no en el sentido del instrumento para la comunicación de lo pensado, sino en el sentido del elemento en el que el pensar se despliega. Y por esto la cabal apropiación de lo dicho por el lenguaje es esencial al proceso de la traducción.

Ahora bien, aquí es donde se vuelve decisiva la pregunta si sabemos alguna vez en forma plena y cabal lo que dice una palabra. Y, más grave aun: lo que dice una frase, un discurso, un decir que intenta pensar el ser de los entes.

a) Se piensa usualmente que la traducción no tiene más función que "reproducir" el original en otro idioma. El ideal - teóricamente hablando - sería que no fuera necesario traducir el texto original. El ideal sería que todo el mundo pudiera leerlo en su idioma original. En este sentido, la traducción sería un "mal necesario", una necesidad provocada por la diversidad de lenguas y por la ignorancia del idioma original por parte de las personas que hablan otros idiomas.

La consecuencia de esta concepción es que se piensa la traducción como una simple ayuda para ir en lo posible al original mismo. La traducción debería desaparecer delante del original, conducir a él y, una vez conseguido esto, se volvería innecesaria. Una traducción sería tanto mejor cuanto menos tuviera que decir por su cuenta, cuanto más dejara hablar solamente al original.

Resulta claro que en esta concepción la traducción es pensada como un trans-porte de algo que ya estaría plenamente acabado en el original. El original diría plena y cabalmente lo que tiene que decir, y eso que el original dice en forma cabal podría y debería ser transportado sin mutaciones, intacto, al idioma de la traducción, el cual, a su vez, tendría - al menos idealmente - la posibilidad de decir lo mismo que el original y con la misma cabalidad. En esta idea de la traducción traducir es una actividad en que, con habilidad y buena voluntad, se puede decir lo que se quiere, y se ha de querer lo que se "debe", o sea, "lo que dice" el original.

b) Debo expresar mi desacuerdo con esta concepción; en efecto, en ella no se toma en cuenta el carácter fáctico y "arrojado" (como diría Heidegger) del lenguaje. ¿Es tan evidente que un discurso, sea él el que fuere, pero máximamente un discurso filosófico, "dice" de tal manera lo que dice, que su decir puede comprenderse plena y cabalmente? Si el hablar brotara cada vez entero del que habla al modo de un producto suyo, si fuese enteramente "puesto" por el que habla, entonces ciertamente lo dicho en él sería, al menos en principio, plenamente comprensible. Pero hablamos palabras que no hemos producido nosotros y giros que ya están hechos, es decir, usamos un lenguaje que no dominamos en forma absoluta, sino que más bien nos domina él, dentro de ciertos límites, y nos conduce en nuestro decir. Lo que las palabras dicen no lo comprende a cabalidad ningún locuente. "No es el hombre -dice Heidegger- el que habla, sino el lenguaje mismo".

Pero, si es así, lo "dicho" en el texto original no es nunca algo que se conozca plena y acabadamente antes de traducir y para poder traducir, sino que se lo conoce, entre otras cosas, en la traducción y por medio de la traducción.

La traducción no es un vehículo para poder llegar al original y dejarnos instalados en él, sino que es un medio para comprender el original. El original habla no sólo en el propio idioma, sino que habla por medio de las traducciones. Y en este sentido las traducciones son necesarias al original. Son parte de él. Son su dimensión universal, es decir, un texto que habla a todos los hombres y en todas las épocas. Y no sólo porque ese texto se hace de esta manera accesible a quienes no hablan el idioma original, sino porque así logra decir más plenamente lo que ha empezado a decir en su propio idioma.

¿En qué consiste el proceso de la traducción? Sin lugar a dudas la comprensión del original es condición sine qua non del proceso de la traducción. Pero esta comprensión no es algo que se tenga de una vez por todas. Es un largo y complicado proceso que en rigor nunca termina. Hay una primera comprensión que hace posible seguir la marcha del discurso que se intenta traducir; es algo así como una comprensión orientadora y aclaradora, en el sentido de que nos hace comprender no sólo lo que el texto dice en sus líneas generales, sino también por qué lo dice en la forma en que lo dice.

Pero esta no es toda la comprensión del texto. No sólo porque en ella misma hay grados, y en este sentido el propio autor del texto lo comprende cada vez mejor cuando vuelve a leerlo, especialmente cuando ya ha pasado algún tiempo desde su composición. Esta comprensión no es toda la comprensión del texto porque, cuando se trata de traducirlo, el idioma al cual se lo intenta traducir tiene posibilidades de decir que muy frecuentemente no coinciden con las del idioma original. Entonces, a partir de estas posibilidades del idioma de la traducción, el texto original es sometido a una especie de interrogatorio que fuerza a que se muestre en una forma nueva lo que está dicho en el idioma original. Ahora bien, este mostrarse de lo "dicho" en el original es posible precisamente porque se lo trata de pensar en un idioma diferente. Y de esta manera la traducción contribuye a la comprensión más plena del original mismo.

Pero no sólo eso. No sólo la traducción contribuye a la comprensión del texto original, sino que ella contribuye también al conocimiento del propio idioma de la traducción. Al traducir nos vemos obligados a atender a las posibilidades del decir que dormitan en las palabras y, sobre todo, en los giros de la lengua de la traducción. El propio idioma del traductor es sometido, a su vez, a un interrogatorio que pregunta por las posibilidades del decir con vistas a lo que dice el texto original.

Este vaivén entre el texto original, interrogado en su decir con vistas a las posibilidades dicentes del idioma de la traducción y el idioma de la traducción, interrogado en sus posibilidades dicentes con vistas a lo dicho en el texto original, se atiene en su decir a las cosas mismas de las que el original habla y que son las que fuerzan el decir tanto del texto original como de la traducción.

Para que se comprenda mejor lo que es el proceso de la traducción, quisiera poner un ejemplo tomado no de la traducción filosófica, sino de la traducción popular de un dicho latino, que puede servir de modelo de lo que he estado diciendo y que es una traducción a mi modo de ver ejemplar. Como se sabe, existe el dicho latino "intelligenti pauca", que quiere decir que para aquel que tiene capacidad para comprender o, si se quiere, "oídos para oír", una leve insinuación es suficiente para que entienda de qué se trata. La forma que este dicho tiene en latín es típica de esta lengua: breve, lacónica, escueta. La frase no tiene siquiera verbo: "Intelligenti pauca" ¿Cómo traducir este dicho al español? ¿Cómo se traduce, este dicho al español? ¿Cómo se traduce, en general, un texto cualquiera? La respuesta inmediata y aparentemente evidente sería que se toma cada una de las palabras y se busca su correspondiente palabra en español, y en seguida se ordenan esas palabras de un modo que sea correcto en la lengua de la traducción.

Pero, ¿es tan claro que esto es el traducir? Veámoslo: intelligenti pauca". Hacemos lo propuesto: "al inteligente..." - ¿cómo traducir "pauca"? En español no hay neutro plural. Nos quedan dos posibilidades; 1° un neutro singular: "poco", que, por lo demás, se parece morfológicamente muchísimo a "pauca", y 2° una circunlocución: "pocas cosas", que es muy normal en español.

El orden, en este caso, es igual al del latín:

"Al inteligente, poco", o bien, "al inteligente, pocas cosas" ¿Se entiende? Con un poco de buena voluntad, uno descubre fácilmente de qué se trata: "al inteligente le basta un poco; él descubre lo demás".

Sin embargo... comparemos esa traducción con la traducción popular existente: "A buen entendedor, pocas palabras". A mi juicio, ésta es una buena, una excelente traducción; en cambio, aquélla no. ¿Por qué?

1° "Intelligens" no es igual (pese a la semejanza morfológica) a "Inteligente". "Inteligente", en español, se opone a "tonto". Es una cualidad permanente. Una persona inteligente, lo es "por naturaleza". En cambio, en latín "intelligens" es escuchado como participio presente en significación verbal, esto es, "intelligens" es el que está inteligiendo, el que está comprendiendo. Y lo que "resuena" por debajo, tácitamente, es que está comprendiendo porque quiere comprender. O sea, exactamente: el "buen entendedor". "Buen entendedor" no es el que lo es siempre, sino el que hic et nunc tiene bien abiertos los oídos del entendimiento.

2° "Pauca", tomado aisladamente y en abstracto, significa "poco" (con significación plural) o "pocas cosas". Pero, lo que le basta al intelligens no son pocas cosas, así en general, sino "pocas palabras". "Intelligenti pauca" se dice cuando el que habla habla cifradamente o en estilo lacónico. O, incluso, cuando las "palabras" que dice no son pronunciadas con la boca, sino "indicadas" con gestos o insinuaciones. No es que en el dicho latino esté "tácita" la palabra "verba" ("Intelligenti pauca verba"). En este dicho no hay nada "tácito". La teoría de lo "tácito" es una construcción intelectual. No. Lo que pasa es que "pauca" tiene en latín una amplitud que en español no posee el vocablo "poco" y, menos aun, "pocas cosas". Es una amplitud semántica o una "fuerza significante" que no deja lugar a "tacitudes", pero que dice las cosas precisamente así: ampliamente. Es justamente el genio de la lengua latina.

¿Cómo lo hizo entonces el traductor español? Ciertamente no tomó cada palabra latina y buscó luego su correspondiente española más cercana. De haber hecho esto, habría traducido "Al inteligente, poco". ¿Qué hizo, pues?

Entendió lo que dice el dicho latino, y lo dijo -eso mismo- en español. Traducir no es pasar (transportar) palabras de un idioma a palabras de otro idioma. Traducir es pasar "lo dicho" (la cosa dicha) en un idioma a otro idioma. Se tra-duce no las palabras, sino las cosas, es decir, aquello de lo que habla el original: lo dicho en el decir.

El que traduce tiene que entrar en una relación viva con la cosa de la que se habla, tiene que empezar por estar en ella y con ella. Y, en seguida, tiene que oír "lo que se dice" de ella, y oírlo desde ella misma, y no desligadamente de ella, porque en tal caso sólo lo entendería abstractamente y no realmente (es lo que sucede cuando se traduce "al inteligente, poco"). Luego, tiene que repetir en su propio idioma esto "que se dice". El resultado será a veces muy diferente externamente del original, pero dirá lo mismo. Para decir lo mismo, cada lengua tiene formas propias y muchas veces diferentes. Decir lo mismo (das Selbe, diría Heidegger) no es decir lo igual (das Gleiche).

No hay casi problemas cuando aquello de lo que se habla es una cosa real sustantiva: perro - Hund - chien. Traducir "el perro ladra" no ofrece mayor problema: "der Hund bellt", "le chien aboit". Pero cuando se habla de algo que no es un objeto, sino de una situación o de un estado de cosas, todo se complica y se hace más sutil. En efecto, ¿de qué se habla en "intelligenti pauca"?

Pues bien, me parece que entender de qué se habla en este caso y qué se dice de ello es haber traducido ya. Traducir es comprender en el propio idioma. Cuando el traductor español tradujo "A buen entendedor, pocas palabras", comprendió en español de qué se hablaba en el dicho latino y qué se decía en él. Y lo comprendió -esto es lo importante- de una manera distinta de como lo comprende el latino. Lo mismo, de distinta manera. Al traducir, comprendemos lo mismo que está comprendido en el idioma original, pero lo comprendemos en otra forma. No es que al traducir sepamos necesariamente -en forma teórica- de qué se habla y lo que se dice de ello, pero lo comprendemos vitalmente. Y no hay otra forma real de comprender. El problema de la traducción es un problema de comprensión, de existencia. No un problema teórico.

"Cualquier traducción en el campo del pensar -decía Heidegger- es una pretensión arriesgada" (Holzwege, p.338). "¡Cuán osada es toda palabra pensante! - añadía. Pero esta cosa riesgosa no es imposible, puesto que el ser habla siempre y en todas partes a través de todas las lenguas" (loc.cit p.337).

De esta osadía es el fruto la presente traducción. Ella no es obra de uno solo, sino que en ella han colaborado muchísimas personas. Nombrarlas a todas sería largo y engorroso. Pero no puedo dejar de mencionar aquí a algunas, hacia quienes mi gratitud es máxima. Debo mencionar, por lo pronto, al Prof. Friedrich-Wilhelm von Herrmann, de la Universidad de Freiburg i.Br., no sólo por sus atinados consejos durante la elaboración de la segunda versión del texto, sino también por su mediación ante los editores de las Obras Completas de Heidegger y por sus consultas de los textos originales conservados en el archivo de Marbach. También merecen especial mención la Sra. Mariana Kuthe de Viña del Mar y el Prof. Hardy Neumann de la Universidad Católica de Valparaíso, quienes durante largos años y en bellísimas jornadas de trabajo intenso colaboraron en la forma más abnegada a la producción de la tercera versión del texto. Asimismo debo nombrar a la Srta. Carolina Merino por su arduo trabajo de desciframiento de mis originales y de trasposición al computador. Pero no sólo esto, ya que Carolina Merino contribuyó también al texto definitivo proponiendo atinadas modificaciones en el texto mismo de la traducción.

Pero, entre todos debo mencionar en forma especial a D. Braulio Fernández, de la Editorial Universitaria, quien con su obstinada y paciente insistencia logró finalmente obtener la autorización de la editorial Fondo de Cultura Económica para la publicación de esta segunda traducción española. A él debo mis mejores agradecimientos, ya que sin él esta edición que hoy día estamos presentando no habría sido posible.

Por último, vayan mis agradecimientos especiales para el Rector de la Universidad Católica de Valparaíso, D. Bernardo Donoso Riveros por su constante apoyo y por su intervención ante el Rector de la Universidad Autónoma de México para obtener la autorización de Fondo de Cultura Económica. Y gracias también a todos los que no he nombrado y que contribuyeron en una u otra forma a hacer posible el libro que hoy presentamos. Gracias, muchas gracias, Yerka, María Fernanda, Alfonso, Pamela, Raquel; gracias a nombre de quienes van a hacer uso de esta nueva traducción de Ser y Tiempo que hoy sale a la luz.

 

Anales de la Universidad de Chile, Sexta Serie, Nº 6, Diciembre de 1997
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