ABANDONO

Una mañana de invierno, las voces dejaron de escucharse en su cabeza. Cuando se despertó, simplemente ya no estaban allí. Pero él no se dio cuenta hasta el mediodía de que estaba solo. Toda la mañana hizo lo que siempre, y al llegar el mediodía se percató de que todo lo había hecho él, sin recibir órdenes o comentarios del grupo. Almorzó algo ligero sin pensar en ello y, después del postre, se sentó en el sofá, frente al televisor con la pantalla destrozada, a meditar sobre el asunto, buscando alguna razón, por extraña que pareciera, que explicara el silencio en su cabeza. Se sentía extraño. Había vivido los pasados quince años de su vida en la compañía del grupo y cuando éste dejó de hacerse sentir, tuvo miedo de tener que volver a vivir solo. Mejor dicho, tuvo miedo de empezar a vivir solo, porque antes del grupo los recuerdos eran demasiado brumosos como para formar la imagen de una vida que hubiera sido vivida o que valiera la pena retomar. Le entró pánico con el silencio. Gritó. Recorrió la casa cuarto por cuarto, buscando. Pero, ¿buscando qué?. El grupo ya no estaba y no había rastro alguno, una pista, por pequeña que ésta fuera, de dónde se habrían ido. Leyó todos los rayados que el Killer hizo con spray en las paredes. Revisó todos los recortes de Juancho, por si faltaba alguno. Vio en los mapas de Tea si había alguna ciudad o algún lugar marcado. Desarmó el abrigo de Pepeer, buscando alguna nota (después se dio cuenta de que no se lo había llevado). No había carta, mensaje, aviso, nada. Las tizas de Anita estaban en la caja, no faltaba ninguna y ninguna estaba gastada, porque Anita no le dibujó ninguna flecha en el piso y ninguna raya en la pared, como siempre lo hacía (para no perderse). Desistió de la búsqueda. Volvió al sofá y se puso a recordar el día anterior. María se despertó temprano, como siempre; ordenó los trastos de la cocina e hizo el aseo de la casa. Juancho discutió con ella y Tea se puso del lado de María (como siempre), el Killer gritó que las minas no servían pa' na', Anita se puso a llorar y Pepeer trató de calmar los ánimos. El resto del día fue normal. María terminó sus quehaceres y se retiró, Tea ordenó nuevamente su biblioteca, el Killer escuchó eso que escuchaba y que decía que era música, y Anita jugó un rato en el patio. Por la tarde, mientras el grupo descansaba, él vio un programa en la televisión, pero el Killer apareció de repente y dijo que ya no daba más. Reventó la pantalla del aparato con un cenicero de cemento que Anita había hecho, con su mano impresa en el centro. Por la noche, después de que todos se retiraron, él pudo leer algo. Pepeer le susurró unas palabras. Él le dijo que era tiempo de tomar vacaciones y que irían a la playa. Pepeer le respondió que no era de eso de lo que hablaba, y se fue. Un poco más tarde, él se retiró también, pero le costó conciliar el sueño. Las palabras de Pepeer giraban en su mente: "hay que salir, o nos destruiremos unos a otros". Sentado en el sofá, se puso a llorar. Todos se fueron, lo abandonaron. Al día siguiente tampoco aparecieron, ni en los días que siguieron, ni en las semanas. Fue en invierno cuando lo abandonaron, y el invierno es mala época para estar solo.

Francisco Conejera G.