y el día me da un pétalo para matar a un ángel.
Tengo sed
y el día me da un filo para herirme los labios.
Tengo sed
y la noche promete otro ángel que arde.
Lapidados por la luna
los muchachos de los montes conocen con sus ojos de piedra las grandes alas del amanecer
y frente a los libros de sardónice devoran las espinas de oro
y oyen el largo bramido del otoño como un lobo amarillo.
Lapidados
por los sellos que oyen crepitar mientras la música arde,
mientras la única arena de las arpas se derrama en el odre de la noche
y fluye por la voz de los pastores muertos
y largamente hiere la piel de las camadas con punzones de hierro.
Lapidados
los muchachos escuchan el frío dialecto de la lluvia
y beben en la víspera del mármol el laúd donde la sangre de los príncipes gorjea como el vientre de un niño.
Lapidados por la luna
los muchachos se devoran los labios como si fueran de nieve
mientras la leche de los tiempos se deshace sobre el vientre del bosque y entera fosforece
y helada se levanta, blanca como el fuego que prometió los cánticos.
No nací con
belleza, pero tuve unos ojos capaces de la muerte de un buey.
Bajo su frío cabello latieron las hojas de octubre
y mis manos desde entonces conocen las bayas enfermas del veneno.
Yo quiero que mi corazón llegue a los ríos.
Cuando sufre la
nieve, en octubre,
bajo las letras de la salamandra supuraba el marfil
para que yo bebiera
y mis manos degolladas colgaron del silencio con grandes ojos y copas.
Como los ciervos
que llevan algodón en la garganta,
como los viejos que cuelgan sus arpas de los sauces
amé sólo lo herido
y yo quiero que mi corazón llegue a los ríos.
No nací
con belleza, pero me guié por la lluvia salvaje
y contemplé el cuchillo blanco de las ruinas,
las láminas calladas del invierno,
oh que lenta la muerte de mis manos.
No nací
con belleza, pero tampoco nací para los labios helados,
la luz anciana de una muchacha anciana.
Yo quiero que mi corazón llegue a los ríos.
Bajo la lengua
lenta de mis manos,
bajo la menta enferma de mis ojos
los bueyes mueren asesinados en octubre,
pero yo quiero que mi corazón llegue a los ríos y con los
ríos
llegue al mar.
Yo no veo llover.
Yo no he visto llover.
Yo nunca he visto llover ni subir desde el vaho del aire un filamento de fuego.
No he perseguido el pájaro ni la piedra del frío en la cabeza del llamo.
Un iris frente al mar, una sola moneda es la muerte.
Lo que no dice nada, lo que no dice nada en la fauce del monstruo el cadáver del cielo y la espiga de estiércol de la crucifixión.
Nada ocurre de noche.
Mis labios dan la fiebre, la bestia que se encarna en mi espalda da su polen y orina una leche que insulta
Una piedra de humo, eso he visto. Unos hombres que gimen de lamerse en el sol.
Oigo las baladas muertas de los concertantes que huyen.
Una sola moneda es la muerte.
En tu pecho las rosas
van y vienen del alcohol a la noche, heladas sobre el bosque como alas
o muérdagos, cuernos que hay en los pajares condenados al frío.
Y tú ardes, manchados los aceites nocturnos, los espejos como bestias que saldrán de su entraña, oscuramente ebrios ante el alba y la nieve.
La noche está vacía como el orfeón de los muertos.
No hay más que esas heridas que giran alrededor del corazón.
Nubes entre los lechos y los ángeles muertos, cielos condenados a una orbita de humo.
La noche está vacía como el olor de los que cantan y se destruyen sin pavor ante la boca del fuego.
Helado nido el corazón al llegar a la muerte, helado como fieras o jade.
Helado como cuando orinabas el mar, su antigua bestia blanca.
Así me he encendido.
Vacío como tus ojos cuando miras mis manos, vacíos como la nieve y la turquesa, vacíos como los célibes que giran y que aúllan, vacío como los soles enterrados.
Así me destruyo.
Amarillo entre las yedras que sorben las aldeanas del vientre de los dioses.
En tu pecho las rosas van y vienen del alcohol a la noche.
Si duermes y oyes
la caída de un ala en la noche,
si duermes
y vas lloviendo y vas callando y vas cayendo y lento
escuchas derramarse el árbol de la lluvia,
su plumaje de luciérnagas blancas que entran al oído,
su plumaje en el bosque
y escucho esa misma ala caer perseguida por un ruido de paños,
por un ángel muy blando
y en un arca de yedra nos hundimos oyéndonos,
nos oímos hundiendo en el sonido un golpeteo muy tibio,
hundiendo en el oído unos dedos,
en el bosque unos dedos,
unas gotas hilvanadas en una cuerda herida,
un rosario de lágrimas leves,
unas yemas mojadas,
un rocío que viene de tus ojos y danza
y se hace hoguera en el fondo del pecho
y es río, agua blanca en tu vientre,
en el fondo del bosque,
agua en el bosque,
agua que cae en el bosque,
agua que susurra en el bosque,
agua que se vierte despacio en los dedos del bosque,
en los dedos que hundimos,
ave negra en el bosque cuando el sueño levantas regalado de estrellas
y dormido tu lento olor se duerme otra vez como dentro de un jarro al oírte
y resbalas a un pozo,
ave en el fondo de un pozo
ave que lates al fondo de un bosque dormido,
lates con labios que al sonar causan trino,
que al arder causan trino
y en el mismo hilo de su elogio goteas una piedra como pájaro muerto,
esa piel que escuchamos o que escucho o que escuchas,
ese plumaje
junto a ti, junto a mí congregado en un ala,
ave dormida que se sabe gemela a tus labios,
ave tus labios que se besan apoderados de una misma copa,
de una misma amenaza,
un mismo hilo de saliva que comete el deseo en tus labios,
que comete el silencio que escucho cuando oigo tu sueño,
cuando escucho los pasos de un pensamiento blanco,
cuando apenas escucho,
apenas escucho esa noche que en tu vientre se enciende,
el pelaje mojado que tiembla y te otea y me otea y husmea un pasillo de
leche,
esa ave que calla dormida en mi oído,
esa agua que canta en el bosque,
oír, oír tu sueño,
oírte cantar en el bosque del frío,
oír el frío,
oírte despacio dormir en el agua de un bosque,
en el agua que canta en el bosque,
en el agua que duerme en el bosque,
porque oírte dormir es un ramo agitado al oído,
unos dedos que tiemblan,
que se van mojando con miedo en el mar,
una piel que se moja en el mar,
una piel que se acerca tatuada de gotas y dedos,
regada de un agua que calla,
regada de un agua que canta,
de un plumaje,
de un ave,
una mano,
unos dedos,
oírte,
oír si duermes
y oyes la caída de una ala en la noche.