UNA PELÍCULA

Hoy quiero ver una de esas películas muy tristes. Por ejemplo, una de esas en las que alguien vuelve a una ciudad donde le sucedieron las cosas más importantes de su vida.

Ese alguien llega en bus o en tren. Mejor en tren. Luce un abrigo de un color que combina perfectamente con la neblina o la lluvia, y lleva un maletín pequeño, para un viaje corto. Baja el primer escalón y vacila (algo en el modo de agarrarse del pasamanos nos deja saber que vacila). En ese momento, también nosotros nos agarramos un poco de la silla a oscuras; cuando se está triste y sólo, más vale agarrarse de algo... Bueno, siempre se vacila cuando estamos de vuelta y en frente está el pasado. Es como recorrer un círculo perfecto alrededor de algo, donde lo único que queda parecido, sólo parecido, son los recuerdos. Entonces, el alguien baja lentamente, y sabemos que esa lentitud prolonga la idea de huir; de comprar un pasaje a la próxima estación, que calculamos está lejos, lo suficientemente lejos de ahí. Mientras tanto, pensamos que nosotros tampoco tenemos que quedarnos, podemos salir, ir a buscar a alguien, tomar un trago, qué se yo, cualquier cosa. Total, no es una buena noche para ver una película triste. Pero el alguien da otro paso y otro e irremediablemente llega al andén y sentimos que no es una buena idea dejar solo a alguien que lleva abrigo color de lluvia y maletín de viaje corto parado en un andén. Transamos un momento más, y nos decimos que cuando la cosa se ponga dura todavía podremos irnos dejándolo encargado a los otros que también ven la película y tal vez no estén tan tristes.

El de la película camina, ciertamente conoce el lugar. No le pregunta nada a nadie. Va como reconociendo el aire. ¿Olerá distinto?, parece que no ¿Qué siente, entonces, al comprobar que en el aire hay algo que no cambia? Hay algo eterno en el aire de un lugar, lo sabemos. Debe parecerse al olor que yo siento ahora, y el alguien y yo nos distraemos en el miedo de que el olor se nos haya pegado en la piel ¿Será posible? Por supuesto, el aire es así.

Después de caminar mucho se detiene y mira un edificio con ventanas, de esas que nos gustan tanto. Mientras está ahí parado y mirando, tratamos de adivinar si va a entrar o va a seguir hasta perderse al final de la calle. Apostamos a que sí, a que entra, y seguro va al tercer piso. Y apostamos a que está pensando que ya no hay vuelta atrás, y sonreímos porque el alguien, aunque no lo sepa, es en sí mismo, una vuelta atrás, un pliegue del tiempo que no ha terminado de cerrarse, un paralelo de esos que han quedado detenidos y que se suceden de pronto como una lluvia en las ciudades donde llueve y hay estaciones de tren. Nadie puede explicar eso de los pliegues, de sus vueltas, de los paralelos, de los huecos y las detenciones, pero son y suceden, aunque nadie pueda explicarlos.

Este sería un buen momento para irnos; de aquí en adelante seguro la cosa se complica. Pero nos acordamos de la apuesta, y claro, entra y sube la escalera hasta el tercer piso. Qué manía que tienen los de las películas de romperse el corazón con la misma piedra. Aunque éste, estamos seguros, ya no tiene corazón; no le queda más que terminar de romper la maldita piedra. Puede que se salve, pensamos, o que decida ponerse la piedra en el hueco del corazón ¿Por qué no, si es una película? Además, nos gustaría ver algo así; sería la única manera, se me ocurre, de no renunciar a la piedra.

Se mete la mano en el bolsillo del abrigo y saca una llave. Nada de qué extrañarse: los abrigos color de lluvia siempre tienen una llave de una puerta de un departamento en un tercer piso con ventanas de esas que me gustan tanto. Me dan ganas de fumar y pienso que el que está parado frente a la puerta debería fumar también. Un cigarrillo da tiempo de pensar, de decidir que ciertas cosas queden inconclusas y de devolver abrigo y maleta a la lluvia. Pero en las películas siempre hay destino. En eso se parecen a la vida, sobre todo en eso. Y por eso es que mete la llave en la puerta y yo sigo en la silla esperando que algo no pase, que la cerradura de la puerta, por ejemplo, ya no sea la misma y tenga que irse, y yo también pueda irme. A oscuras espero que algo no pase y nos salve a los dos.

Supongo que todo adentro debe estar igual. Las mesas, las sillas en su lugar, los cuadros y el aire, sobre todo el aire. En realidad todo está distinto, pero se dan esos momentos únicos en los que la curvas del tiempo se tocan para permitirte regresar, o lo que es lo mismo, entrar a una película de esas tristes con mi abrigo color de lluvia con una llave en el bolsillo que abrió una puerta de un departamento de esos con ventanas que me gustan, donde todo está igual como lo dejé, y donde había una nota que escribiste, hace tanto tiempo, porque sabías que iba a regresar, en la que me decías que no es que uno lo haya abandonado todo en un momento, es que la vida en un momento lo abandona a uno, pero que además, por esas cosas que tú entendías tan bien, y que te esforzaste tanto por explicarme, después deja regresar a alguien parecido, sólo parecido, pero que trae de vuelta iguales los recuerdos, como en una de esas películas, de esas que te gustaban tanto.

Luz Ángela Martínez.