ESTUDIOS DE GÉNERO: SABERES, POLÍTICAS, DOMINIOS

Kemy Oyarzún, Departamento de Literatura.


"Las pulsiones centralizadoras no pasan siempre por Estados (pues puede incluso ocurrir y cabe esperarlo prudentemente, que en ciertos casos las viejas estructuras estatales nos ayuden a luchar contra imperios privados y transnacionales).

-Derrida-


Hubo épocas en que bastaba con el sello académico para validar y autorizar un cuerpo de saberes. Esa autorización se efectuaba en y desde la universidad -centro y sustento de la academia, espacio privilegiado por las políticas culturales hegemónicas para la producción y circulación discursiva. La autorización era recíproca: la academia se legitimaba merced a la autoridad de los saberes que propiciaba y los saberes que en ella se insertaban eran, a su vez, legitimados por circular en ella.

La presencia de los estudios de género en las universidades chilenas coincide con la crisis finisecular de los universales en las prácticas de discurso y potencia, y a su vez, con una revisión de los marcos del "universo" de la universidad y la academia. Más importante tal vez, la inestable inserción de los estudios de género en la academia me insta a realizar un diagnóstico crítico de las "pulsiones centralizadoras", marginalizadoras y segmentadoras en la nueva cartografía de poderes de la educación superior en la era posdictatorial.

Lo que aquí me interesa discutir no atañe simplemente a problemas de legitimización o consolidación disciplinaria. Más bien, me importa reflexionar sobre las condiciones de producción y circulación de los saberes convocados por los estudios de género, desbrozar sus interrogantes, merodear los desplazamientos, deslices y alteraciones que ellos son o no son capaces de movilizar, atisbar sus bloqueos y puntos de fuga -todo ello precisamente "antes" de consolidarse o institucionalizarse la disciplina. ¿Qué agentes propician los saberes y qué agentes los impugnan? ¿Qué condiciones van posibilitando nuevas miradas? ¿Qué campos quedan encubiertos y qué campos nuevos van siendo configurados? ¿Qué dominios son emplazados por esos saberes? ¿Cuáles son sus límites externos y cuáles sus límites auto-impuestos? Así, más que interesarnos por la solidez de un cuerpo de saber, intentamos develar las fuerzas potenciadas y bloqueadas, los campos y dominios intersectados, los agentes interpelados en ese proceso de producción de saberes -la microfísica de las prácticas discursivas con perspectivas de género. Creemos que es más fecunda la amplia gama de actividades y estadios de elaboración involucrados en un quehacer científico-crítico que sus resultados finales.

En América Latina, la letra -en la larga trayectoria que culmina con la institucionalización académica propia de las repúblicas- penetró primero las comarcas orales prehispánicas como una forma de conquista o conversión, "letra civilizadora". En la medida en que la letra penetraba sociedades ágrafas, ésta se convertiría en fetiche, marca de estatus y de poder, derrumbe de glifos y códices prehispánicos, desvalorización de saberes no europeos. Según un diccionario etimológico, el vocablo academia, del griego Akademos, designa el "lugar donde enseñaba Platón". Hablar a Platón y no a Atahualpa: "ni me habla a mí el dicho libro", dice este último acerca de la Biblia en el conocido diálogo de Catamarca. Con la agudeza que lo caracterizaba, Angel Rama describió este fetichismo del saber como una "sacralización" o "religión secundaria" que se produjo dentro de la "tendencia gramatológica constituyente de la cultura europea".

La Reforma de 1968 empezó a producir trizaduras en la noción de la academia como zona privilegiada de propiedad y apropiación del conocimiento. Se iniciaba así un largo ciclo de descentramientos de las prácticas discursivas, ciclo que desemboca hoy en diversos modelos tendientes a segmentar, privatizar y desarticular las viejas máquinas (universitarias) estatales. En los años sesenta era frecuente exigir que los saberes rebasaran las fronteras de los claustros y se instalaran en centros impensados hasta entonces: minas, fábricas, poblaciones. Los límites entre lo "académico" y lo "no académico" se empezaban a tornar cada vez más inciertos y difusos, tendencia que habría de acentuarse, paradójicamente, durante la dictadura. Digo paradójicamente, si pensamos que las privatizaciones (sobre el soporte de políticas represivas por parte del Estado) produjeron diásporas obligadas en la cultura: éxodos y exoneraciones, insólitas reubicaciones, modificaciones de campos.

La Reforma sustentaba un proyecto no tradicional de diseminación de saberes; la validez de las universidades estatales se traducía en un alto financiamiento fiscal. Allí, la idea de descentramiento no iba unida a la de privatización, al menos en el ámbito de los dominios. Durante la dictadura, en cambio, se produjo una drástica y violenta privatización del "capital saber": aquí, la devaluación de las universidades estatales estuvo acompañada de drásticos descensos en el financiamiento fiscal de esas instituciones (en 1970, éste equivalía al 1.7% del PGB, comparable con un 0.5% para 1990; para 1992, este apenas había aumentado a 0.6%). El proceso conllevó serias trizaduras en la comunidad universitaria, así como en las relaciones (reales y virtuales) entre los centros estatales y la sociedad civil.

Las privatizaciones operaron en la dirección de un descentramiento forzado de los saberes. Al no poder seguir contando con el apoyo del Estado Benefactor, los intelectuales se vieron "liberados" a los vaivenes del mercado. Esta aparente paradoja ha llevado a ciertos estudiosos a afirmar que la sociedad civil -lejos de debilitarse- se habría refortalecido por los efectos de esa dispersión. Al independizarse del Estado y de los partidos políticos, autores y autoras, críticas y críticos debieron involucrarse no sólo como creadores aislados de "textos", sino como sujetos activos de una producción intelectual cada vez más globalmente concebida. Así, no es de extrañar que ellos participaran más directamente en la batalla por la circulación de sus textos, pugnando por abrir más amplios y mayores espacios de difusión, imprenta y medios alternativos de comunicación. Para algunos, estas nuevas condiciones de producción favorecieron la "calidad" de la creación cultural: los trabajos artístico-literarios, por ejemplo, se tornaron menos retóricos, más audaces frente a las formas y a los códigos establecidos, más independientes de las viejas máquinas partidarias. Este fenómeno coincidía con las desarticulaciones y fragmentaciones del pensamiento filosófico moderno, las cuales eran capaces de hacer tambalear las coordenadas del modelo académico del saber, sobre todo en lo que guarda relación con la pretendida "universalidad" del quehacer universitario. Los estudios de J.J. Brunner, entre otros, demuestran en qué medida tal dispersión de los tradicionales centros de conocimiento fue productivizada por los sectores marginados del proyecto dictatorial: FLACSO, CENECA, Taller 666, CEDEM; TAV, Galería Sur, Espacio Cal; el movimiento A.C.U. (Agrupación Cultural Universitaria), constituyen destacados ejemplos.

Ciertamente, los estudios de género requieren de una reterritorialización del campo tradicional de la academia. Como programas escasamente "legitimados", esos estudios ponen en evidencia -tanto en los tipos de discurso que movilizan, cuanto en las condiciones concretas que esos discursos requieren- que el hecho mismo de la dispersión no es ni "inocente" ni tan favorable a la desconstrucción. Las dispersiones de los centros de saber producidas en dictadura y ampliamente reafirmadas en la era posdictatorial, si bien pueden y deben ser productivizadas por las marginalidades, constituyen cambios profundos en las estrategias de dominio. Develar la nueva economía política de los saberes en la era del descentramiento académico, es una tarea tanto pendiente como urgente para la crítica cultural actual.

Es importante distinguir entre autonomía de los saberes -aspecto constitutivo de las disciplinas frente al Estado en la modernidad- y autonomía de los dominios desde los cuales se ejercen las prácticas de saber, sobre todo teniendo en cuenta que en Chile y en otros países periféricos, la autonomía universitaria es permanente blanco de los aparatos represivos del poder. Escasamente un mes atrás (Viernes 29 de Marzo, durante una ocupación pacífica por parte de estudiantes), fuerzas policiales irrumpieron violentamente en el recinto del Campus Juan Gómez Milla -de la Universidad de Chile, en Santiago-, desconociendo a las autoridades del decanato de la Facultad de Filosofía. En el mismo contexto, el atropello (y no uso aquí el término sólo figurativamente) a la decana de esta Facultad, Lucía Invernizzi, fue justificado por carabineros, aduciéndose que en caso de dejación del cumplimiento del ejercicio del poder por parte de las autoridades universitarias, las autoridades policiales no requerirían de ninguna autorización para intervenir en defensa del orden público, así se tratase de un recinto privado.

Urge, por lo tanto, contextualizar la tendencia a la fragmentación de los universales en el saber (crisis contemporánea de ciertos postulados de la modernidad) en la periferia. Contrariamente a los países metropolitanos, en los países latinoamericanos dicha fragmentación suele ir ligada a la fractura de la comunidad universitaria, fractura que, a su vez, expresa clivajes aún mayores en la sociedad civil. Es evidente que la descentralización estatal -tanto en la dictadura como en la posdictadura- afecta sólo a algunos aspectos de la relación entre universidad y Estado, en particular, al financiamiento fiscal. Por el contrario -como lo han venido demostrado los hechos- el debilitamiento de la comunidad universitaria y la consiguiente precariedad de la autonomía de su dominio, emerge como condición necesaria para el más flagrante intervencionismo de la universidad por parte de los aparatos represivos del Estado. Y es precisamente sobre el soporte de este tipo de dispositivos intervencionistas, que las nuevas políticas segmentarizadoras del neoliberalismo postdictatorial preparan el terreno para un burdo anexamiento de ciertos fragmentos privilegiados de la universidad a las empresas y al sector privado, propiciando el desarrollismo parcelado y tecnocrático del capital saber. El ideal de este modelo es avanzar sólo en aquellas parcelas de saber -y en la dirección de aquellas miradas- que armonicen con los intereses de fuentes cada vez más directas, privadas y transnacionales de financiamiento. Así, las nuevas políticas hegemónicas de dispersión de los "poderes centrales", rediseñan nuevas articulaciones entre el Estado, los poderes económicos y los saberes.


SABERES Y TERRITORIALIDAD

"Digo que el capital de nuestra cultura está en peligro"

-Valéry-


En la sintaxis discursiva occidental y moderna, saber se conjuga con desincardinación -procedimiento mediante el cual las marcas del sexo y la muerte, la clase y la raza, lo concreto y lo local deberían someterse a parámetros abstractos. Este imperativo desincardinador se ha venido conviertiendo en blanco de la crítica contemporánea en los países centrales (postestructuralismo, desconstruccionismo, feminismos y marxismos). Paralelamente, en América Latina se advierte una larga y diversa trayectoria de pensamiento heterogéneo, tendiente a acentuar la hibridación, autogestión y polifonía discursivas, dado que lo que quedaba negado, abstraído o reprimido por la desincardinación eran precisamente las marcas de la diferencia (de género, sexo, etnia), de lo concreto y de lo local. El discurso de la diferencia genérico-sexual se inserta en esta corriente.

Los discursos críticos latinoamericanos habían intentado enmarcarse en la modernidad desde distintos parámetros, pero generalmente en relación a un modelo transnacional o transatlántico que opera sigilosa, insidiosamente, como "dios oculto" tras las bambalinas de la neutralidad de la ciencia y del conocimiento. Cuando Valéry advierte contra los peligros del capital cultural, ciertamente no está pensando en nuestro "capital". Aquí me hago cargo de otra reflexión de Angel Rama: al culto (fascinación e idolatría) de lo metropolitano, contrapone la idea de transculturación, apropiación iconoclasta de los modelos externos a partir de los "propios" deseos, necesidades, intereses y voluntades. Se entiende que "propio" aquí implica un movimiento contrario a los universales abstractos propiciados por la cultura occidental -por el capital universal de esa cultura. En el epígrafe citado más arriba, Valéry presiente la amenaza al "capital de nuestra cultura", y ese capital es siempre un "capital ideal" -la esencia del hombre europeo.

Así, el modelo (neo)colonialista opera en la dirección de un doble fetichismo de los saberes; en primer lugar, inscribiendo el proceso cognitivo en un sometimiento a modelos cuyo sustento, validez y eficacia son dados a priori y rara vez confrontados con los desafíos de las condiciones concretas y "locales". La propia identidad -frecuentemente, lo reprimido- se inscribe como aquello para lo cual no hay nombre. Saber se identifica con imitación: que todos los nombres se confundan con el Nombre del Padre. Siendo "fiel" al modelo, la diferencia queda suspendida y el diálogo se resuelve en monólogo: que el modelo hable por mí. En segundo lugar, mientras más avanza el desarrollo, más se articulan los saberes en el circuito del capital: el saber como mercancía, culto a la "solidez" del corpus y a la "jurisdicción inalienable" de la disciplina. Más que aventurar y abrir horizontes, "sentar plaza", dictar cátedra, decir con "impacto y resonancia", con-solidar discurso, delimitar campo y fronteras -toda una cartografía del conocimiento reificado. He aquí el Edipo cognitivo: reestructurar, recodificar y cooptar los saberes huachos.

Con Octavio Paz, el milagro de la modernidad discursiva se produce por fin. En lugar de problematizar las relaciones entre las representaciones, sus objetos, sus dispositivos, efectos y estratagemas, evidenciar las crisis de referente y propiciar críticas radicales a las relaciones entre representación y prácticas culturales, con Octavio Paz el objeto del discurso deviene una "realidad autónoma y autosuficiente", el discurso carente de referencia exterior; el "mundo pierde su realidad y se convierte en una figura del lenguaje", las palabras se vuelven inexplicables- excepto por sí mismas.

El simulacro, gran montaje pansígnico, encubre la crisis del referente, colonizando su potencial crítico para y desde el discurso: la sociedad es imaginada como teatro clásico o laberinto sígnico; preferible montar discursos desmovilizadores sobre las pobrezas (de estómago o de pasión), que movilizar en su contra. Homólogamente, en el ámbito de las ciencias humanas, surge la tendencia pansemiológica a autonomizar y analizar las estructuras lingüísticas como una realidad en sí, reducir el sujeto del habla al nivel abstracto de sujeto de la lengua (sujeto desincardinado), o a la noción de que cada disciplina inventa ab nihilo los objetos recortados y nombrados. Así, resulta "disciplinado" y moderno impulsar un proyecto cultural que preconice la tiranía del signo, la autonomía y hasta la autorreferencialidad más absoluta de la reflexión no sólo frente al Estado, sino frente a la sociedad civil (proyecto muy neoliberal, por cierto). En última instancia, el signo (Nombre del Padre) se verá convertido en límite de exterioridad, en una elíptica prohibición de no imaginar más mundo que el nombrado: la única certidumbre es la incertidumbre del signo, y el relativismo, el único excedente permitido de absolutismo. Con mucho más facilidad, se optará por una autonomía absoluta de los saberes frente a lo concreto, antes de tan siquiera insinuar la posiblidad de la autodeterminación y autogestión del pensamiento crítico latinoamericano frente a paradigmas cada vez más ocultos e ideales de la (pos)modernidad metropolitana.


LIBRE MERCADO VS. LIBRE INTERPRETACIÓN

"¿Por qué usar una palabra tan poco usual al referirse a los sexos? ¿Será por introducir ...la noción de que éstos no son sólo dos, ni tajantes, sino varios,de límites difusos e inciertos?"

-Gonzalo Vial Correa-
(citado por María Angélica Cristi, ante la Cámara de Diputados)


El mayor desafío a las tesis que sostienen autonomías absolutistas del signo lo constituyeron las polémicas en torno a este vocablo. Rara vez un concepto ha desatado tales suspicacias: las preparaciones para la Cuarta Conferencia de la Mujer en Beijing constituyeron verdaderas clases públicas de semiótica en torno al vocablo, el cual gatilló no pocas alteraciones en los mapas culturales de la posmodernidad. Asistimos a significativos re-encuentros globales y locales: el Vaticano y el Mundo Musulmán, el centro y la derecha en nuestro país. También fuimos testigos de imprevisibles desencuentros: Menem y Fujimori frente a cuestiones de género, contradicciones entre los proyectos de modernización económica y cultural, tensiones entre las políticas reproductivas del Banco Mundial y las de la Iglesia Católica.

En Argentina, por ejemplo, en Julio del año pasado, presiones de la Iglesia Católica en el Ministerio de Educación, llevaron a la eliminación de toda referencia a la educación sexual y a la sustitución de la palabra "género" por la palabra "sexo" en un importante documento sobre programas escolares. El Obispo Aguer denunciaba que el concepto de género enmascaraba una verdadera "revolución cultural", advirtiendo que, de plegarse al uso del término "género", la Iglesia se convertiría automáticamente en compañera de viaje del "feminismo radical", el cual, a su vez, enmascararía un retorno velado del marxismo.

En Chile, la palabra no sólo remitía a profundos desacuerdos nacionales, sino despertaba viejas sospechas y temores, retornos de ciertas máquinas paranoideas dictatoriales en el seno consensuado de esta transición. El tono de las interrogantes que se planteaba Vial Correa en el epígrafe citado es decidor. Durante gran parte de la discusil ón, la palabra "género" aparecía asociada a truco, enmascaramiento, disfraz, trasvestismos ideológicos y sexuales -en suma, la palabra remitía a la idea de "pasar gato por liebre".

En cierta medida, el vocablo había perdido su "inocencia" con la Cuarta Conferencia. Era evidente ahora que el "género" no se había hecho simplemente para vestir o "cubrir" cuerpos biológicos, sino además para encubrir estratagemas de poder investidos sobre los cuerpos sociales. Después de todo, somos cuerpos biológicos intervenidos por "cortes" y "confecciones", sentidos, valores y políticas -cuerpos constituídos humana, social, simbólicamente. Creímos que repensar las identidades sexuales desde la flexibilidad de la tela las relativizaba y pluralizaba ("¿quién quisiera que sus diversas e íntimas identidades se expresaran en uniformes o camisas de fuerza?"). Problematizar las identidades y las normas que pretenden regular esas identidades resulta de particular interés en un país cuyo proyecto de modernización rehusa terminantemente abarcar los ámbitos de lo ético y moral.

Julieta Kirkwood planteó alguna vez que el sistema sexo-género funciona como el último eslabón de castas en el seno de las sociedades modernas. Esta figura de las castas, con la rigidez e inmovilidad social que ella connota en el plano de las estructuras sociales, así como el sello excluyente y monológico que ella conlleva en el campo de la lógica, resulta seminal a la hora de entender por qué este "jaguar", que se precia de estar a la vanguardia latinoamericana de lo moderno, reacciona con tal virulencia a los planteamientos de flexibilización de los géneros sexuales.

El conflicto frente al concepto de "género" en nuestro país revitalizó arcaizantes fundamentalismos valóricos y un recalcitrante sentido xenofóbico. El propio Senado de la República cuestionó los planteamientos del SERNAM ante la Conferencia en Beijing por un singular bloque de mayoría raramente concertado frente a otras temáticas nacionales. Ese bloque reunía a todos los senadores de Renovación Nacional, UDI (Unión Demócrata Independiente), designados e independientes, además de nueve de los trece parlamentarios Demócrata Cristianos y un senador del Partido Por la Democracia (PPD). Para el senador Gabriel Valdés (Demócrata Cristiano), lo que allí estaba en juego era el deber de "preservar los valores esenciales de la tradición nacional". Emergían así como valores "esencialmente chilenos" el rechazo a cualquier "tipo de ambigüedades o de semántica de libre interpretación" frente a conceptos como el sexo y la familia -resquicios que en este modelo de modernización aparecen reñidos con la pluralidad, la reflexión y la crítica. Claramente, libre mercado no debía implicar aquí "libre interpretación".

Los límites internos del continuismo posdictatorial quedaban así nítidamente demarcados: no ir más allá del libre consumo de información, no aventurar en la zona "difusa e incierta" de la hermenéutica. En este orden de cosas, se pretende que la circulación de los sentidos del vocablo género se perfile como una "orden" alocutoria que ni espera ni provoca discusión. Lograr que los múltiples sentidos naufraguen en la ortodoxia, he allí la meta. La libre circulación y producción de sentidos en lo que refiere a las construcciones culturales de los sexos debe ser encauzada al Senado, territorio autorizado y legítimo de la voz del Pater, sitio capaz de contener las paradoxas y las heterodoxias de las voces marginales. Designado desde "antes" (por Tradición o continuismo) para enunciar la Interpretación Verdadera, el Senado de la República neoliberal se encargará entonces de enunciar el único sentido posible, aquel que no admite ser contestado, irónicamente, por ser valórico. El poder ha de ser "tajante" en esta materia: el sexo no sólo es natural; es un asunto patrio. Este sexo tajante, de límites ciertos y no difusos es invocado precisamente para dar certeza en medio de las incertidumbres, para re-ligar opuestos y solidificar lo disperso, es decir, para refundir o refundar unas ligazones nacionales cada vez más inciertas en la era transnacional. Es en el nombre del sexo natural y tajante que la "patria neoliberal" (valga la paradoja) logra el momento más álgido de lo consensual, desbordándose las alianzas de turno hacia la derecha.

En última instancia, se temía que el propio concepto de género actuara como antifaz para "introducir de contrabando" a Chile "aberraciones como considerar familias las formadas por homosexuales" o legitimizar el aborto. Los planteamientos ligaban de tal modo la defensa de la familia monogámica reproductora a la identidad nacional esencial, que abortar, concebir la sexualidad desde el goce o simplemente estar expuesto a un fracaso matrimonial constituirían actos anti-chilenos, en condiciones que sabemos que "uno de cada cinco hogares tiene como jefa a la mujer" (un 25.3 % en 1992), que de "cada tres embarazos uno termina en aborto" y que éste es responsable de "un tercio de las muertes maternas" en nuestro país. Una vez más, la norma de un grupo se erigía como "normalidad" general, metonimia que nos hacía pasar los deseos de unos como cordura y los de los otros(as) como aberración o, en el mejor de los casos, como locura. Así, el Diputado Carlos Bombal (UDI) enviaba en esos días una misiva pública a la Ministra del SERNAM, Josefina Bilbao, instándola a ser "fiel representativa de la gente normal de nuestra patria" (el énfasis es nuestro).

¿Es posible abrir un nuevo campo de saberes ("difusos" e "inciertos") en una universidad estatal como la Universidad de Chile cuando uno de sus ejes semiótico-semánticos (el vocablo género) es deslegitimado por las principales agencias ideológico-políticas de la nación? ¿En qué medida se podrá instalar en un dominio estatal un campo de interrogantes que se propone sistemática y rigurosamente poner en tela de juicio los "juicios" y "prejuicios" más consolidados y absolutos de los aparatos ideológico-morales de ese mismo Estado?

La inserción orgánica y sistemática de las reflexiones en torno al género en las universidades chilenas pone de relieve una serie de contradicciones sistémicas, las que -lejos de obviarse- deberían ser asumidas y productivizadas. Obviamente, ni el Senado ni la Iglesia han podido hacerse cargo de las álgidas y escabrosas aristas movilizadas por las reflexiones suscitadas en torno al sistema sexo-género, al menos, no con la distancia, asonancia y disonancia que esta temática requiere. La propia Universidad de Chile -que en la actualidad acoge a dos Programas de Género- enfrenta una doble encrucijada, si es que va a traducir esa acogida en compromiso concreto y de largo alcance: hacer real la tarea de nivelar el acceso de ambos sexos a la educación superior (durante la dictadura militar se produjo un significativo descenso en la matrícula femenina, de modo que para 1985, ésta había declinado a un nivel similar al de más de tres décadas atrás) y llevar a cabo las transformaciones que permitan que mayores números de mujeres se involucren en los diseños de políticas educacionales.

En estos momentos, se debate acaloradamente en la Universidad de Chile el rol de las universidades estatales dentro de los marcos del proyecto neoliberal actual. Los estudios de género no están al margen de esta discusión. Precisamente, creo que una universidad estatal constituye campo fértil para profundizar contradicciones como las que acabamos de discutir en relación al concepto de género, sobre todo en la medida en que allí puedan germinar, con el rigor y la distancia crítica propios del quehacer científico-teórico, diálogos y debates, nuevas miradas e interrogantes, errores y errancias, cruces de campos, disciplinas y dominios, capaces de expresar el más amplio espectro social de intereses, deseos y voluntades del país. No pretendo aquí que la universidad opere "atópicamente", como un no-sitio, hueco en los deseos o intereses de sus integrantes, punto neutro o mirada "en blanco". No obstante, el distanciamiento que una universidad estatal supone de los intereses parciales, sectoriales o privados, hace posible -al menos teóricamente- que éstos se conjuguen dialógica y pluralmente, con parámetros más críticos que consensuados. Ningún diseño tendiente a la eficiencia segmentada o privada podrá compensar la pérdida de sentido global que algunas de estas viejas máquinas estatales conllevan. No toda totalidad es totalitaria, ni toda fragmentación transgresora. El "control remoto" como figura nos permite imaginar un totalitarismo de los fragmentos -nuevas lógicas de dominio posdictatorial y neocolonial. Introducir parámetros de eficacia y eficiencia no excluye a priori operar con criterios participativos y pluralistas; como tampoco implica dogmatizar contra los aparatos estatales. Antes bien, en el caso de nuestra facultad, los estudios de género (hasta ahora autofinanciados) plantean la necesidad de generar nuevas formas de gestión -audaces, mixtas, híbridas, transversales y plurales -precisamente sobre la base de ciertos soportes de las viejas maquinarias estatales. Por último, hay tal vez un desafío mayor: lograr que el ejercicio de insertar programáticamente saberes desterritorializados como aquéllos convocados en los estudios de género no los haga naufragar en los estrechos horizontes de un programa.