EL ANDARIEGO

"...hasta que de pronto se ve llegar a todo galope,
con una velocidad de vértigo,
al último sol,
al primer hombre,
al caballo negro y sobre él
un hombre desnudo,
absolutamente desnudo
y virgen"

-A. Artaud-

Camina a tientas ascendiendo. Siempre camina de noche. Se viste de arlequín zurcido. Se ríe de la tierra en su garganta. Y cree que busca.

El andariego echa raíces de día. Imita a los árboles, se esconde en el bosque. Cuando el sol llega al cenit, se desviste. Huele agua hasta encontrarla. Se mira en el fondo del río. Se acerca un poco, se aleja. Antes de las tres se encoge adolorido, de rodillas. Se humedece los labios en un beso. No es de traición, no de abandono. Luego vuelve al bosque a tramar raíces. Raíces aéreas: brazos que extendiéndose lo abrazan.

La suerte de un andariego es rozar lo que habrá de tomar, beber sin conocer la sed, entender justo antes de olvidar. La suerte de un andariego está marcada a polvo en su garganta. Junto con Caín habrá de reírse por los caminos, presa de la marca y el exilio, de la caricia seca que el río no calma.

Cuando se viene la noche el andariego vuelve al camino. Dicen que no sabe amar. Que besa su propia imagen, que la sed de su abrazo no se sacia, que siempre parte ambicioso a buscar trozos de espejo y piedra para su traje de fiesta.

Y él camina a tientas, siempre de noche, sabiendo que se viste a trozos por ofrendar cada pérdida, que levanta los brazos para no ensuciar con tierra el recuerdo de los cuerpos, que lo que besa en el agua no es lo que ve, sino la imagen que robó tras los párpados de los amantes. Y no abandona, no traiciona. Y con partir, se va partiendo.

Constanza Martínez G.