ISIDORA

Antes que la Isidora llegara al barrio, yo siempre estaba sola. Las muchachas del colegio sólo me buscaban cuando había alguna tarea y las niñas vecinas se reían de mi ropa cuando pasaba a comprar el pan. La Isidora fue mi salvación ese verano...me enseñó a pintarme los ojos y a hacer collares con pepas de sandía. Me sacaba muy temprano de la cama y me traía pepinos para tomar desayuno. Pasabamos tardes enteras juntas y jamás nos aburríamos la una de la otra. Con la Isidora nada era rutina, nos cambiabamos el nombre y conversabamos en rima. Ibamos juntas a la feria y despulgabamos a los perros flacos del camino. La Isidora cantaba en el coro de las iglesias y le sonreía a la luna para que le borrara las pecas. Ella también era algo bruja, hacía sahumerios todos los martes y los viernes, pues "los malos espíritus siempre rondan las casas, siempre rondan los huertos y no dejan que las "alverjas" crezcan", decía.

Tenía el cabello muy rojo y siempre lo llevaba corto... Se ponía flores detrás de las orejas y se pintaba las uñas de los pies. Respetaba el sueño de los gorriones y jamás tendía ropa por las noches. Usaba fundas como faldas y regalaba besos a los más feos que pasaban... "La vida exige sacrificios", decía... y tal vez para ella era un sacrificio estar conmigo. Yo quería a la Isadora... aunque confieso que le tenía algo de envidia, nunca pude ser tan hermosa como ella, ni tan ocurrente... Y a veces, algunas veces...cuando comparaba sus generosas pechugas con las mías, se me derretían los ojos y el cariño se me volvía también plano, como una tabla. Fueron tres los veranos entretenidos, tres los veranos en que hablabamos el mismo idioma. Poco tiempo después llegó el Basilio y la Isidora ya no tuvo tiempo para despulgar a los perros, sólo había tiempo para colgarse de su brazo y escuchar con atención su voz mansa.

Aunque la Isidora nunca me abandonó del todo, mis oidos abandonaron sus palabras y se perdieron en dos fraces que repetía obsesivamente: "Lo amo como a nada en el mundo"..."Lo amo más que a mi vida".

Ella siguió visitándome y llevándome pepinos, pero ya era muy mujer para ser mi amiga.

Aprendí a pintarme sola los ojos y aprendí a querer a otras muchachas...seguí disfrutando con mis fantasmas y seguí extrañando a la antigua Isidora.

Hoy...le cosí un ojo al oso verde que ella me regaló...y me pregunté si su bebé tendría el pelo rojo como el suyo.

Un día de estos iré a visitarla...y espero que sus "alverjas" hayan crecido.


Paula Labra. Tomado de LICANTROPÍA IV.