EL REGRESO

Sobre la cara, los labios se apoyan apenas, en una mezcla de incredulidad y ternura. Unas lágrimas tibias se deslizan sin apuro. Con suavidad, las yemas acarician la frente, rozan una mejilla hasta el mentón y siguen deslizándose en su intento de grabar las facciones en la memoria. Cree reconocer la dueña de esas manos, de esa voz. Su rostro le es familiar. Claro, se parece a..., no logra identificarla. Pero la conoce, desde mucho, desde siempre. hace un rato le cerró los ojos. Luego la lavó y acomodó en una sábana. No se puede quejar, la cuida muy bien. Por eso mismo, es a quien más echará de menos. ¿Por qué echar de menos, justo ahora que acaba de llegar? De nuevo esa sensación de partir, de irse lejos. Lástima, recién empezaba a disfrutar su regreso. Una alegría remota la inundó al desandar aquella distancia enorme, construída durante meses a su alrededor. No sabe dónde ha estado. Ahora ya no interesa. Sólo importa estar de vuelta, aquí, junto a ella, que no las separen. Algo sucede: la vienen a buscar. ¿Dónde la llevan? No puede preguntar. Le gustaría oponerse, aunque fuera un poco. Pero se deja ir. De a poco se acercan al sendero que baja y se pierde en la tupida ladera. La levantan, alcanza a ver sus pies arriba y comienza el descenso. Ya no cabe duda: las van a separar. Y ella estaba tan bien ahí dentro, cuidada y protegida. De alguna forma sabe que el paso siguiente es duro. Esta es la única vía de acceso a la cima. La pendiente es fuerte y casi no hay escalones, sólo unos troncos en las partes más complicadas. Apenas se ve el cielo. Con dificultad, avanzan por el camino verde y angosto. A ratos, entre las hojas, se filtran unos hilos de luz. Sus hombros se atascan en una rama. Las manos tiran. Con dificultad logra cubrir un nuevo trecho. Los últimos rayos del crepúsculo inundan el bosque. A un ritmo lento, su cuerpo avanza por el pasillo enrojecido. Lucha con desesperación, dándose impulso contra las paredes húmedas. Una mano le toma la cabeza. Ahora la fuerza viene del interior. El túnel púrpura se contrae una y otra vez. Le falta oxígeno, se ahoga. La presión es inaguantable. Fuerza, fuerza, más fuerza. Desde el fondo, un crujido intenso la expulsa. Inhala y sus pulmones se hinchan de llanto. Una manos enormes la levantan y otra vez siente el refugio de sus brazos. Sobre la cara, los labios se apoyan a penas, en una mezcla de incredulidad y ternura. Unas lágrimas tibias se deslizan sin apuro. Con suavidad, las yemas acarician la frente, rozan una mejilla hasta el mentón y siguen deslizándose en su intento de grabar las facciones en la memoria. Cree reconocer la dueña de esas manos, de esa voz. Su rostro le es familiar. Claro, se parece a..., no logra identificarla. Pero la conoce, desde mucho, desde siempre.

Valerie Reilly.