Bernardo Subercaseaux: Chile, ¿un país moderno?. Santiago, Ediciones B, 1997. 205 pp. ISBN: 956-7510-06-7

(Reseña escrita por Rodrigo Pinto, aparecida en Revista CARAS de abril de 1997)

El iceberg de la Expo Sevilla, en un primer momento, quiso connotar aun país moderno, frío y eficiente: "europeo" más que latinoamericano. Las voces discordantes ante este discurso que hablaba de "reposicionar la imagen del país" obligaron a bajar el tono. Sin embargo, el chauvinismo local aún hace de las suyas. Los extremos de hoy tienen como máxima expresión a los celulares de plástico utilizados en la avenida Costanera. Subercaseaux, en un libro notable por poner un dedo en la llaga, examina cuidadosamente el tránsito de Chile hacia su presunta modernidad. Si hay algo innegable respecto de la historia de la última década es que el país ha cambiado muchísimo. Las transformaciones físicas son ovbiamente perceptibles. Lo que el autor pesquisa no va por el lado de los edificios o autopistas, sino por el lado de la cultura criolla. La censura, los marginados, el triunfalismo, el chauvinismo, los discursos excluidos, las políticas de fomento de la cultura, la creciente influencia de la televisión en la constitución de la agenda pública, son algunos de los hitos del análisis, que poco a poco va descubriendo el mapa de un territorio mucho menos homogéneo y más tensionado en sus valores de lo que suele reconocer el punto de vista oficial -no necesariamente gobiernista- sobre el tema. En esencia, Subercaseaux plantea la pregunta sobre la modernidad que queremos: si es un medio al servicio de las personas, y por lo tanto, con la obligación de ser inclusiva respecto de todos los beneficios del crecimiento, o un fin en sí misma, en cuyo caso sólo corresponde medirla por indicadores estadísticos que en algún momento señalarán el cruce de la frontera entre subdesarrollo y desarrollo pleno. La respuesta, a la luz de su texto, no es tan nítida como podría fluir de las declaraciones oficiales. No sólo por la tendencia a minimizar los retrasos relativos, sino más bien, y con más fuerza, por la persistencia de rasgos culturales fuertemente autoritarios y conservadores que llevan a eludir el debate, más que a abrirlo hacia las nuevas zonas que demandan los cambios -universales y nacionales- de la última década. El libro, en definitiva, representa un excelente aporte a un debate que, aparentemente, recién comienza, y que encuentra -de la mano de la "democracia electrónica"- nuevos hitos en las recientes polémicas por la censura y autocensura.