Un ruido
de galope sobre arena mojada logró desconcentrarme aquella noche.
La luz de la lámpara sólo alumbraba mi amarillento cuaderno
de planes inconclusos. Esa noche trataba de escribirte, quería fotografiarte
con transparentes palabras y dejarte quieto, luminoso, dormido como aquella
vez, pero el ruido era cada vez más fuerte y comencé a buscar
su procedencia. En un primer momento creí que era ese viejo reloj
descompuesto que encontré tirado en el desierto. Entonces aún
no te conocía y dedicaba mis días a escaparme en el silencio
del desierto. Supongo que tampoco entonces podría haber imaginado
que ese reloj misterioso marcaría un nuevo tiempo en mi vida...
Claro, no hice más que recoger y guardarlo cuando todo en mí
estaba apuntándote: Tres días después del hallazgo
apareces junto a mí en el mostrador de esa pequeña joyería
aparentando conocer fielmente el origen de ese reloj sólo para terminar
hablándome de lo brillante y hermoso que lucía mi pelo con
los rayos del sol. Es un extraño comienzo para una historia de amor
que aún no está escrita... Debe ser porque ese objeto guarda
tanto de mí y nosotros en su esfera quebrada, que le atribuí
ese sonido inquietante; pero era en realidad demasiado grande para acunar
un ruido tan pequeño. Busqué en los cajones y sólo
encontré más papeles amarillentos. Noté que tu cuerpo
irradiaba una tranquilidad inmensa pero que tu pelo luchaba por salir volando
para alcanzar tu sueño... ¿Y qué le diría tu
sueño a ese animal anclado y oscuro que quería alcanzarlo?.
Por largo rato traté de imaginarme qué decía tu sueño,
qué ordenaba a tu cuerpo quedarse así desnudo, relajado y
húmedo, como recién salido de ese mar que tú y yo
conocemos. No pude seguir imaginando nada porque en alguna parte volvió
a sonar ese ruido de patas, cuatro puntos negros que sonaban uno tras otro
desafiándome. Reanudé la búsqueda, esta vez más
concentrada en escuchar que en observar ese estrecho cuarto arrendado que
en invierno nos obligaba a dormirnos abrasados. Cerré los ojos y
traté de escuchar sólo aquellos cuatro clavos en el aire,
pero un rumor de pájaros volando me obligó a abrirlos rápidamente.
Frente a mi nariz rechoncha y pecosa decenas de pájaros diminutos
volaban apegados a la piel de tu cuerpo. Pájaros que volaban con
las alas unidas, volaban en una sola mancha oscura que se deslizaba sobre
tu pecho para beber tu humedad... Era tu pelo la bandada de pájaros
que huían de esos cuatro martillos que sonaban. Fue entonces que
descubrí que el ruido estaba atrapado en la cama. Me acerqué
con cuidado para no despertar el sueño que estabas devorando. Observé
bajo la cama, sobre las sábanas, entre los cojines y nada. Me desesperé.
Pensé que era producto del cansancio y que con un momento de quietud
pasaría todo. Me recosté a tu lado cerrando los ojos. En
mi oscuridad el sonido se fue haciendo más y más fuerte y
mi corazón inquieto y loco reanudó la búsqueda. Entonces
ocurrió algo sorprendente: Sobre tu vientre un pequeño caballo
corría dando vueltas y brincos inexplicables. Corría libre
por todo tu cuerpo asustando a los pájaros quienes, en medio de
la revuelta, dejaban escapar un aroma dulzón de sus alas gritando
melodías que pocas veces he escuchado. Y tú soñando
quién sabe qué...
Me quedé
mirando ese fabuloso espectáculo que me regalabas. Tu cuerpo era
el escenario para esta hermosa fiesta y yo la niña que gozaba de
ella. Quise acariciar al caballo mágico, pero él decidió
escaparse cada vez que mi mano se le acercaba. Fueron muchos los intentos
y cuando creí que lo atraparía, tu sueño te había
abandonado y estabamos unidos en un mismo mar. Ese mar que tú y
yo conocemos.
Al día
siguiente no pude borrarme las marcas de pequeñas herraduras que
tenía en el vientre.
Elisa Castillo