MELONES BAJO LA CAMA

Llegué a tu vida cuando estabas cansada y muda... cuando no tenías sábanas, ni almohada donde vaciar tu memoria. Llegué... enredada en faldas vaporosas... vestí tu cama de rojo, mordiste lo mullido de mi boca... y me quedé. Porque olías a los cientos de melones que mamá guardaba bajo la cama, porque en cada sueño te abrías olorosa y dulce, dejando las pepitas suavemente en cada pesadilla. Porque la panza de mamá creció soberana y lustrosa... y tus ojos azules también crecieron dentro de mí.

Me quedé... porque toda tu habitación satisfacía los antojos de mamá... porque toda tú prometías nacer bella y furiosa... rubia e inocente; porque te comprometiste a mi vida con cada sortija que coronaba tu cabeza.

Y naciste... limpia, diferente... sin olores de vidas pasadas, sin el rugido feroz del tigre herido; dando a mis pezones la forma perfecta de tu boca.

Y te amé... te amé enseguida, incluso antes que nacieras; y tú también me amaste... y elegiste mi cuerpo para nacer en él, para crecer en él.

Y creciste... y caminaste sola antes del año... y te alimenté de mi corazón pulposo cada noche y trencé tus gemidos con mis dedos inexpertos... y trencé tu memoria a cada capítulo de mi vida. Y aprendiste a leer antes que a hablar... y comenzaste a elegir tus propios vestidos... a escribir tus propias historias... y fuiste un cascabel sedoso para muchos cachorros no deseados... y ya no necesité a mamá para volver a los duendes, no necesité ser buena para ser perfecta... y no necesité dejar de crecer para sentirme delicada.

Y a los tres años ya eras una novia adolescente y yo... una madre adolescente y hablábamos en secreto de todos los melones que guardábamos bajo la cama, de la vergüenza encendida que se bordó en tus calzones un día y de mi huida de casa panza invisible.

Invisible... invisible... y las diferencias entre nosotras se hicieron invisibles de repente... y ya no quisiste tener una madre tan joven... ni tampoco quisiste merendar siempre lo mismo.

Invisibles se hicieron mis gestos, mis tacones entumecidos y los colores tristes que besaban mis uñas.

Invisible mi cumpleaños y mi espera insistente en la puerta del colegio. Invisible mi locura... mis preguntas y el buzón cómplice que guardaba todas nuestras promesas.

Y te fuiste... invisible y crecida... llevándote un melón jugoso cada noche, mis sombreros de fiesta en cada salida... y un pedazo de mi vida en cada silencio de tu boca.


Paula Labra