EL ALMA Y EL PODER DE LA PALABRA: EDITH STEIN Y EL DIARIO DE SANTA TERESA DE LOS ANDES

Corina Rosenfeld K. Departamento de Literatura, Universidad de Chile


Introducción.

Los estudiosos pragmáticos de la literatura han desarrollado la idea de que al leer se establece un pacto de lectura, que es diferente para cada género literario. En el diario de Teresa de los Andes, este aspecto es de crucial interés, ya que comienza en realidad con una autobiografía, que establece una situación comunicativa y un pacto de lectura distintos de la del diario de vida que viene después y que está dedicada a una persona real, como también la primera parte (la autobiografía) del diario. Pero la destinataria humana del diario desaparece muy pronto para ser reemplazada por Jesús, Dios y la Virgen María, por lo cual el circuito comunicativo, iniciado en un plano humano, conduce al lector a un plano sobrenatural involucrándolo definitivamente con él. Además de la desaparición de la destinataria real inicial, que va dando paso a la irrupción de los destinatarios divinos, también la dualidad genérica del texto y las reglas del pacto de lectura de la autobiografía y del diario de vida, producen conjuntamente un efecto perlocutivo singular, una fuerza específica de este texto, que consiste en introducir y mantener al lector en un ámbito sobrenatural.

Antes de continuar, veamos en qué consisten los actos ilocutivos y los perlocutivos. Los estudiosos pragmáticos de la literatura señalan que existen tres tipos de actos literarios, los que se producen por el hecho mismo de utilizar el lenguaje, que son: los actos locutivos que consisten en el hecho mismo de decir algo, decir lo que se dice; los actos ilocutivos, en los que, al decir algo, un hablante realiza además otro tipo de actos, como por ejemplo, afirmar, prometer, amenazar, y los actos perlocutivos, en los que por decir lo que se dice, se realiza también un tercer tipo de acto, como por ejemplo, informar, asustar, confundir al interlocutor, que constituyen los efectos de los actos de lenguaje y que, en el caso de la literatura, configuran la fuerza del texto.

En el presente artículo, examinaré lo que sucede con los actos ilocutivos en el Diario de Santa Teresa de Los Andes con el fin de examinar más de cerca la aludida traslación al ámbito sobrenatural. La propia Teresa abre el camino a esta perspectiva escribiendo: "Mi mamá y la Rebeca me lo han pedido [el Diario], pero son cosas tan íntimas del alma que a nadie, a ninguna criatura, le es permitido penetrar. Sólo Jesús lo puede leer" (S. Teresa, 100). Es esta declaración de Teresa la que me permitirá ir ahora al tema del presente estudio: la vida del alma en Teresa, según ella misma la manifiesta en palabras en su Diario. Con esto entraré al mismo tiempo en los "actos ilocutivos" y su contenido, es decir, en aquellos actos en los que, a la vez que hacemos uso del lenguaje, realizamos ciertos actos lingüísticos, los cuales revierten sobre la vida real.

Los actos ilocutivos de este Diario son de índole muy especial, pues en su casi totalidad constan de actos que Teresa ejerce sobre sí misma y que constituyen su vida interior, en la que el Diario se concentra. Para dar cuenta de la naturaleza de estos actos he recurrido a la concepción del alma de Edith Stein, quien, además de ser su hermana en la Orden, fue una gran filósofa. En su monumental obra Ser finito e infinito expone una teoría del alma que me hará posible abordar este Diario desde una perspectiva "homogénea" a lo que él es y desde "adentro", mostrando de qué modo "operó" el alma de Teresa en su proyecto de vida. En esta teoría del alma, Edith Stein construye un vasto tejido conceptual que sintetiza conceptos básicamente aristotélicos y tomistas, trabajados en la forma profunda y exhaustiva de la fenomenología, en el que, además, integra muchos conceptos fenomenológicos propios y de otros fenomenólogos contemporáneos. Dada su enorme complejidad, me remitiré sólo a una parte mínima de esas ideas y a unas pocas más que les están estrechamente vinculadas para mis propósitos.

Parafrasearé en lo que sigue el pensamiento sobre el alma de Edith Stein, que se encuentra principalmente entre las páginas 229 a la 408 de su obra. E. Stein señala que los seres vivos pertenecen a tres clases: plantas, animales y hombres, todos los cuales tienen alma. El alma es la vida no visible que configura la entidad material que llamamos cuerpo, el cual no es sólo físico, puesto que recibe su carácter peculiar del hecho de estar habitado por un alma. El hombre es un ser personal, espíritu-alma-cuerpo, que reúne en su individualidad peculiar los tres reinos: el espiritual, el corporal y el anímico. Su alma es su centro en tanto ser vivo y su principal característica consiste en tener el poder de configurar el cuerpo; como entidad espiritual, el alma también tiene el poder de configurarse a sí misma. Este concepto tiene tal fuerza en su pensamiento, que E. Stein dice que el hombre tendrá poder sobre su cuerpo en la medida en que lo tenga sobre su alma. Esta configuración se realiza por medio del libre actuar humano, pues el hombre como persona es libre ante su alma y ante su cuerpo. El actuar del alma comienza ya con la percepción sensorial, que cuando llega a ser consciente se constituye en conocimiento, concebido como actividad espiritual en su mayor parte libremente asumida.

Tenemos, entonces, que la vida interior del hombre consiste en ser "consciente", y su yo es un yo despierto, alerta, que puede mirar libremente tanto hacia su interior como hacia el mundo que lo rodea y percibirlos, recibiendo desde sus sentidos y desde su interior comprensivamente lo que le llega y respondiendo libre y personalmente a ello. A causa de esta libertad de acción y de ser capaz de salir de sí mismo permaneciendo a pesar de ello en sí mismo, el hombre es un ser espiritual portador de su vida. Su alma es su "centro", un espacio entre la espiritualidad del hombre y su corporalidad, que están mutua e íntimamente entrelazadas. El ser humano percibe su cuerpo desde adentro por medio de sus sentidos, pero no puede salir de él para observarlo desde afuera. Ve que es suyo, que vive en él, que todo lo que le sucede a su cuerpo le sucede también a él mismo. El cuerpo es su casa, nacida con él. La percepción sensorial se transforma en vida personal en tanto el hombre hace lo que hace libremente y consciente de su sentido. Dar un paso, tomarse un café, ir de paseo, son actos en los que co-opera el cuerpo, que es percibido en su co-operación. Así, el cuerpo deviene herramienta de sus actos y pertenece a la unidad de su persona. La percepción consciente ya constituye vida interior y puede darse como tarea conocer el cuerpo o dirigirse a su interior. Así, puede atender libremente y desarrollar un pensamiento que surge o desecharlo, y realizar actos como prometer, decidir, permitir, seguir un impulso después de surgido y evaluado; todos ellos son actos del yo en los que éste determina su ser, creando su propia vida al comprometerse en un camino determinado y entregándose a ciertos contenidos vitales. Estos actos corresponden a la asunción de los contenidos que se le ofrecen al alma a modo de estímulos provenientes desde el mundo exterior y desde su propio interior. Aseí, el alma como ser espiritual puede subir por encima de sí misma e involucrarse con el mundo exterior de acontecimientos y personas, con los que se relaciona comprensivamente, sin dejar de habitar en su yo personal donde se toma posición ante todo lo que llega, constituyendo un sí mismo "cerrado" en cuanto definido y personal.

El alma no es un espacio vacío y no puede vivir sin recibir; necesita alimento, al igual que el cuerpo, y este alimento son los contenidos que vive espiritualmente. Muchos de sus procesos son inconscientes, análogamente a los del cuerpo, que no es consciente, por ejemplo, de su propio crecimiento; de este modo, una emoción que creemos olvidada, irrumpe sin que lo queramos inesperadamente tiempo después. Pero la vida alerta y despierta del yo es el camino de acceso al alma y a su vida escondida. "Todo lo que vivo viene de mi alma, es encuentro de mi alma con algo que la impresiona" (Stein, 346). Es en la percepción consciente donde el alma se conoce a sí misma, pero, además de conocerse, puede dar un paso más y reflexionar sobre lo percibido, transformándolo en "objeto", viéndose y encontrándose a sí misma en este acto reflexivo. Es en la vida del yo donde aflora la vida escondida del alma hacia la claridad de la vida consciente, donde el yo se abarca en cuerpo y alma como persona. Es en ella donde se produce también la configuración de sentido, que ocurre cuando la persona aborda una realidad vivencial como contenido y la dota de "sentido". Vivimos configurando y dando sentido a las vivencias, y en esto consiste la vida espiritual. A todo le damos sentido, no sólo a lo que viene del cuerpo y de la interioridad, y así lo configuramos: nuestro cuerpo (cuánto y cuándo dormimos, descansamos, etc.) pero sobre todo nuestra alma como espíritu, a través de la libre actividad de la persona (vivencias, decisiones, resoluciones, etc.). La capacidad de autoconfiguración del alma proviene de que puede llegar a ser consciente de la vida de su yo y de que su conducta es libre, aunque su libertad no sea absoluta.

Por supuesto, su conducta dejará huellas en el alma, las que le darán su carácter peculiar. Para que esta configuración sea lo más libre posible, el alma necesita "saber" de sí misma y tomar posición, llegando a sí misma en una doble tarea: conocerse y llegar a ser lo que puede y debe ser. La actividad de conocerse el alma es un proceso de naturaleza espiritual. El paso más primario es la consciencia que acompaña la vida del yo. Vivimos nuestros actos vitales como surgidos de una profundidad mayor o menor - el alma - que irrumpe en la vida del yo a la luz de la consciencia. Esta alma y su yo personal pueden ser progresivamente abarcados por el autoconocimiento libremente emprendido, pues la consciencia espontánea puede ser transformada en libre actividad de conocimiento. Si uno atiende a un sentimiento, este atender ya es algo nuevo, es otra vivencia. Puedo volver la mirada hacia una profundidad hasta ahora escondida de mi alma e iluminarla. Por ejemplo, si desaprensivamente dije algo que ofendió a una persona, me doy cuenta de la clase de persona que soy y de lo que tengo que hacer para mejorar: no hablar sin antes pensar lo que digo. Pero este darme cuenta no impide que siga siendo la misma persona que era antes: no he llegado al fondo de mi alma ni a una auténtica configuración de ella, puesto que la experiencia descrita es solamente intelectual y por lo tanto, no toca la profundidad del alma. Sólo una vivencia primaria (un sentimiento auténtico) devela algo del ser del alma que vive en la vivencia y en ella surge a la luz. Y sólo un proceso vital o vivencial primario posibilita una real configuración del ser del alma humana. Es lo que sucede si a causa de esta ofensa a otra persona percibo el mal que hice: ahí me doy cuenta de lo que es y de lo que sucede con la ofensa, me desespero por las graves consecuencias de mi conducta y me odio viéndome a mí mismo tal como soy, arrepintiéndome de mi comportamiento. Se produce entonces un auténtico sentimiento, la contrición, que hace posible la renovación interior del alma, un cambio en ella. Hay muchas vivencias que pueden renovar el alma alimentándola, incluso si las "olvidamos": un paisaje hermoso, alegres risas infantiles, una palabra de aliento; todos ellos elementos que vienen del mundo exterior pero que son accesible a través de la vida del yo. Muchas veces ni siquiera sabemos cuánto nos afectan. Pero todo lo que viene de los sentidos es asumido por el alma como expresión de algo espiritual, a causa del sentido del que lo investimos, y en lo más interior del alma estos contenidos asumidos son trabajados, transformándose en fuerzas generadoras de vida. Este proceso de elaboración (que podemos llamar introspección)lleva su tiempo y está asociado con una toma de posición e incluso con acciones derivadas de este proceso. Los sentidos que el alma da a los estímulos constituyen la vida espiritual-anímica del alma, articulada en un gran contexto de sentido, el que a la vez trasciende hacia un contexto de acción: los cambios que deseamos operar en nuestro proyecto de vida.

Quien viva en la superficie tendrá poco que hacer consigo mismo, con su alma. Quien viva recogido en la profundidad de su interior está en camino de la plenitud de su ser, pues conoce y dispone de sus fuerzas libremente. Vive una vida plena y alcanza las máximas posibilidades de su ser. Quien sepa del sentido de su ser podrá trabajar esas fuerzas e incluso sentirá la necesidad de hacerlo. Este saber trae consigo la irrupción de lo profundo hacia la luz a través de los acontecimientos significativamente vivenciados de la propia vida. Cuando está en su interior, el alma se abre hacia sí misma, sintiendo lo que es y en qué estado está; advierte el significado y alcance de lo que le llega. Pero no se trata de un conocimiento racional-conceptual expresable en palabras, sino de un sentir espiritual en que lo que surge es la voz de la conciencia, que guía al alma hacia lo correcto, la detiene ante lo incorrecto y juzga sus hechos y los estados en que queda el alma después de los hechos. La conciencia manifiesta cómo los hechos están enraizados en lo profundo del alma y muestra los lazos del yo con esa profundidad. Esta voz de lo profundo llama al alma una y otra vez hacia el lugar al que pertenece para dar cuenta de sus actos y para constatar los efectos que han producido. La vida consciente del alma sólo es posible cuando ha despertado a la razón. Su tendencia natural es la de interactuar con el mundo exterior, pero para penetrar en sí misma debe haber sido atraída hacia allí a través de las exigencias que le llegan y por la voz de la conciencia.

El alma sólo puede permanecer en este ámbito interior si éste está lleno de otra cosa que ejerza una mayor atracción que lo externo: Dios. Quien busque a Dios se retirará a la soledad de su propio interior para permanecer allí amorosamente en oscura fe ante Él, quien, aunque velado, está ahí. Esta es la experiencia que tan bien conocen los místicos, y también en el Diario de Teresa: lo que hay ahí son más que nada los "actos" de su alma. Teresa no se queda solamente en la superficie de los hechos de su vida cotidiana, sino en los actos interiores, en las operaciones que ella realiza en el interior de su alma y que nos muestran tanto su camino a la autoconsciencia, su desarrollo y dimensión, como su trascendencia hacia el exterior. Nos muestran también el modo en que los hechos de su vida diaria fueron llenándose de significados distintos a medida que iba reinterpretándolos según su maduración personal. Lo que le importaba de su vida transcurrió en su interior, sin que esto quiera decir que los sucesos de su vida familiar y social no la afectaran: todo lo contrario. Los asumió sintiéndolos plenamente y los llenó de contenido más allá de su mero significado externo: la muerte del abuelo, el empobrecimiento gradual de la familia, los veraneos en el campo, sus problemas de salud, estar interna en el colegio, su relación con los padres, los hermanos, las amigas, las profesoras y las hermanas del monasterio. A la luz de todo lo dicho por E. Stein, quiero destacar que desde el principio de su Diario, Teresa está consciente de lo que hay en él. La dedicatoria nos sitúa respecto de todo lo que sigue: "La historia que Ud. va a leer no es la historia de mi vida, sino la vida íntima de una pobre alma..." (S. Teresa, 27). Está consciente de que esta historia comienza en un punto específico: "Aquí tiene mi historia desde que me di cuenta de todo, es decir, los seis años o antes" (S. Teresa, 27). Usa insistentemente el término "alma", y, desde este "darse cuenta de todo" asume desde el principio una mirada crítica ante sí misma, que proviene, de acuerdo con lo anteriormente expuesto, de su conciencia: se mira a sí misma, juzga sus actos y toma decisiones con respecto de lo que tiene que "trabajar" en ellos para mejorar.

Teresa se describe a sí misma: de pequeña no era rabiosa, pero sí regalona, tímida, sensible, tenía grandes deseos de comulgar y no podía por su edad, la más bonita de sus hermanos, vanidosa. Más adelante se vuelve rabiosa, iracunda, llorona y echa de menos no ser la regalona, sobre todo en presencia de una prima. Preparándose para su Primera Comunión, se esfuerza por cambiar su carácter y lo logra: obedecer, no pelear, reprimir palabras iracundas. Pero también comienza a estar consciente de un llamado especial: ya a los 10 años "la tierra no tenía atractivos para mí" y "Jesús, desde este primer abrazo, no me soltó y me tomó para sí" (S. Teresa, 33), a lo que hay que agregar que oye su voz después de comulgar llamándola hacia Sí, pero que no hacía caso de este llamado, hasta que al enfermar de apendicitis a los 14 años, oyó y aceptó su voz querida "que me llamaba para hacerme esposa más tarde en el Carmelo" (S. Teresa, 34).

Al cumplir 15 años, se da cuenta de que ha recibido la vida dos veces al sobrevivir a una operación de apendicitis y le da un sentido especial a este hecho, sabiendo que hay una razón: Jesús la llama al Carmelo, vocación que ahora decide asumir plenamente. Ya ha tomado decisiones profundas, como la de asemejarse lo más posible a Jesús, para cuyo cumplimiento le pide ayuda, escribiendo: "Condúceme siempre, Jesús mío, por el camino de la Cruz. Y levantará vuelo el alma mía, donde se encuentra el aire que vivifica y la quietud" (S. Teresa, 39). Ha decidido desear la Cruz por amor a Jesús, porque en ella Él dio su vida por amor a los hombres. Desear esto es algo que va en contra de la naturaleza humana y del sentido común, pero al darse cuenta del significado místico de esta acción, emprende resueltamente este camino. En esta etapa entra como interna a su colegio, situación que la hace sufrir muchísimo. Piensa que jamás se acostumbrará. Pero a pesar del sufrimiento, se consuela y hasta se alegra: tiene algo que agradecer, la oportunidad de prepararse para vivir más adelante lejos de su familia. Decide hacer pequeños sacrificios: no come dulces, sufre valerosamente un dolor de muelas. Busca cumplir la voluntad de Dios aceptando la pena por la incertidumbre sobre su salud, y siente que esta pena consuela a Jesús porque le quita la Cruz, pensamiento que la consuela a su vez a ella. De este modo, vemos que ella ha emprendido cierto camino, realizando sobre sí misma acciones que ha decidido ejecutar puesto que le dan rumbo a su vida, rumbo que Dios le inspira y que ella decide aceptar. Estas acciones aumentan su dominio de sí misma, lo que le importa sobre todo en cuanto sus acciones repercuten positivamente en los demás. Hay momentos en los que siente pena y no sabe por qué, y a tal punto, que en una oportunidad se puso a llorar, pero al ver que su hermana menor la imitaba llorando, entiende que debe serenarse para que la pequeña también lo hiciera, y así fue. A veces siente deseos inexplicables de rabiar, llorar, gritar, pero no hace más que consignarlos por escrito, sin dar curso a estos sentimientos que la perturban.

Narra también en su Diario sus veraneos, los cuales, en vez de dedicarlos a descansar, pasear y divertirse, los utiliza para misionar en los alrededores del lugar donde se encuentra.. Narra sus paseos y distracciones durante el año: andar a caballo, encumbrar volantines, visitar amigas, lo que interrumpe pasajeramente su gran pena: estar interna y no ver a su mamá, que a veces no la visita en el internado. Pero en todo este tiempo va sintiendo y siguiendo el llamado y configurando su vida de acuerdo a él: en 1915 hace voto transitorio de virginidad, con la intención de hacerlo permanente más adelante, y cada vez va deseando más vivir para Dios, volcada a la adoración de la presencia divina en el fondo de su alma mientras realiza sus actividades diarias. Del retiro de 1916 anota algunas resoluciones y reafirma su decisión de asemejarse en todo a Jesús y no ofenderle. Percibe cómo se va conociendo a sí misma en la meditación y cómo Jesús la ayuda dándole instrucciones sobre la unión con Él, a pesar de sentir que es una "nada criminal". Busca y logra ser humilde, pasar desapercibida, olvidarse de sí misma, no hablar de sí misma, labrar la felicidad de los demás, sacar buenas notas, todo lo cual le cuesta mucho esfuerzo. En 1917 anota nuevas resoluciones, que se resumen en la de vivir "con Jesús en el fondo de mi alma, que ha de ser su casita donde Él pueda descansar" (S. Teresa, 55). Ya ese año siente que es esposa de Jesús y que le pertenece. Pero igualmente su inclinación natural la impulsa a sentir deseos de ser estimada por los demás, a insultar a las compañeras que se portan mal en la mesa, a enojarse con las que la embroman, pues no le gustan las bromas pesadas, a sufrir porque su mamá no fue la primera en felicitarla para el día de su santo y porque cuando sale con sus amigas, éstas se dedican más a su hermana mayor, la cual a su vez, prefiere a la menor; de todos estos meros deseos e inclinaciones naturales se arrepiente después, al pensar en cómo habría actuado Jesús si estuviera en lugar de ella, y le pide perdón cada vez que puede. De otro retiro escribe que quiere ser indiferente a todo menos a Dios y a su alma. Desea "que mi inteligencia no conozca sino a Él; que mi voluntad no se incline sino a Él, que mi corazón y todo mi ser no pertenezcan sino a Él" (S. Teresa, 65). De este modo, va viendo su alma cada más claramente: se horroriza de verse tan pecadora y teme estar separada de Jesús, pero se alegra de comprobar cómo logra vencerse a sí misma para no rabiar, no ser curiosa, no hablar de sí misma, ser humilde amando a Jesús. Se da cuenta de la necesidad de superar la tristeza y abatimiento que a veces la embargan inexplicablemente, de luchar contra su orgullo y su vanidad, tratando de no darse gustos, de no disculparse y de ser pobre, todo lo cual lo hace solamente por agradar a Dios y por vivir de acuerdo con el camino que ha aceptado y decidido seguir. Ya en julio de 1917 escribe que quiere ser santa, tema que aparece varias veces de ahí en adelante. En septiembre escribe que se encuentra feliz de volver al colegio después de las vacaciones del 18, porque ahí está cerca de Jesús, aludiendo al hecho de que en el Colegio hay una capilla. A veces pasaba hambre, y confiesa que una vez comió todos los caramelos que pudo y los que más le gustaban, lo que después le da pena. Es éste el año en el que se advierte la afirmación de su camino: se ofrece como víctima en su vida y en su muerte, siente que Jesús se apodera de ella, no desea sentir fervor ni no sentirlo sino que se abandona a Él, queriendo sólo que se cumpla Su voluntad, viviendo recogida con Él en la intimidad de su alma, donde percibe claramente su presencia, lo que la llena de felicidad y gozo. Jesús le pide que sea santa y ella se lo promete, pero junto con las mayores elevaciones sigue viviendo en la tierra plenamente consciente de las inclinaciones naturales: siente rabia con una profesora, es vanidosa en el vestir y presumida por su rostro, le gusta caer bien, a veces tiene ganas de portarse mal y de llorar, tira un dulce que le dieron porque era chico y no quiso recibir otro, se apena al saber que quizás no habrá veraneo ese año, porque una profesora no le habla y porque a veces se siente rara. Pero interpreta los desencuentros con las personas como una señal de que Dios la ama y la quiere sólo para Él, pensamiento que la consuela. Decide comer lo que no le gusta, aceptar dolores físicos y espirituales ofreciéndolos a Dios sin quejarse, y ofrecer el peor de todos, salirse del colegio inesperada y prematuramente, sin derramar lágrimas, afrontando consciente y deliberadamente el riesgo de ser malinterpretada por compañeras y profesoras.

En 1918 comienza a sentir arrobamientos, pero también grandes penas interiores a causa de no tener gusto por la oración y dudar sobre su vocación religiosa. Una vez fuera del colegio, la vida hogareña le permite vivir de acuerdo a un horario y persevera en la oración venciendo el disgusto que está sintiendo por ella. Sigue cultivando amistades alegremente pero realiza poca vida social a causa de la falta de medios económicos para ello(su familia había empobrecido).

Vemos, pues, cómo a lo largo de todo el Diario de Teresa, se configura esta lucha que se ha entablado en su interior y en la cual el campo de batalla es su alma: por un lado siente todas las inclinaciones naturales normales en una niña de su edad, y por otro, siente el llamado de Dios que la invita a vivir una vida que la lleva a ir más allá de estas inclinaciones, las que llevarían su alma a compartir su centro más íntimo, donde habita Dios, con el mundo exterior y con todos los afectos naturales consiguientes. Para llevar una vida de unión absoluta con Dios, Teresa no renuncia a estos afectos legítimos, (principalmente, el cariño por sus padres y hermanos), sino solamente a darles primacía en su vida interior, de modo que estos afectos seguirán presentes, pero sin constituir el centro mismo de la vida de su alma. Podemos examinar los efectos de esta decisión en sus numerosas Cartas. Por otra parte, las inclinaciones naturales de su carácter (vanidad, irascibilidad, deseo de agradar y de ser bien considerada, sentir pena por los fracasos y por el alejamiento de personas queridas, sentir rabia ante las inevitables frustraciones de la diaria convivencia familiar y escolar, etc.) también se convierten en materia de lucha: todas ellas deberán ser aceptadas como debilidades típicas del ser humano y reconocidas como propias, y no sólo deben ser superadas, sino transformadas en ocasión de encuentro con Dios, pues justamente lucha en contra de ellas por amor a Él y por seguir el llamado que Él le ha hecho.

Todo esto que he reseñado está escrito en el diario y tomado de sus propias palabras, en las que desea, ansía, pide, da gracias, toma decisiones, pide perdón, hace votos, se examina y se califica a sí misma, formula y cumple propósitos, vierte sus sentimientos de pena, alegría, frustración, desconcierto y esperanza, se anima a sí misma, evalúa su caminar críticamente y lo rectifica, percibe su libertad y busca usarla según recibe luces, ora, reflexiona, cuenta lo que Jesús le dice y sus esfuerzos por cumplirlo. Es en estas palabras donde vemos a Teresa en acción, luchando sin desfallecer, buscando primero conocer su meta y después, incansablemente, el modo de lograrla, siguiendo su camino a medida que lo va percibiendo. A través de ellas Teresa actuó en su alma, en estas palabras que son a la vez actos y que por ser palabras de su diario, eran sólo para sí misma y para Jesús, producto y reflejo de su trato íntimo con Él. Por ello su intención fue destruirlo, cosa que afortunadamente no sucedió. Siendo su Diario muy explícito en cuanto a narrar con toda franqueza las caídas y victorias de su camino, sus experiencias más profundas y más cruciales, que dicen relación con su permanencia cada vez más prolongada en el interior de su alma atraída por la presencia de Dios, sucedieron sin palabras por eso mismo, porque tuvieron lugar en ese ámbito que está más allá de ellas: Dios en su alma, ante quien puede permanecer amándolo sin palabras. Ella misma lo insinúa refiriéndose a su diario poco antes de entrar al monasterio, como ahora cito in extenso: "Es preciso que, cuando me encierre en el Carmelo, mueran todos estos recuerdos del destierro para no vivir sino la vida escondida en Cristo. Mi mamá y la Rebeca me lo han pedido, pero son cosas tan íntimas del alma que a nadie, a ninguna criatura, le es permitido penetrar. Sólo Jesús lo puede leer. Su mano divina tiene la delicadeza suficiente para tocarme y no herirme. Además, encierran estas páginas tantas miserias, tantas infidelidades, que sólo por ese motivo me gustaría que lo leyesen. Mas, hay favores que Dios hace a las almas escogidas que no se deben saber y que sólo el alma debe recordar" (S. Teresa, 100).


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