LOS TEMAS DE LA MUERTE Y DE LA POBREZA EN LAS DÉCIMAS DE VIOLETA PARRA.

Susana Munich. Universidad de Chile.

a.INTRODUCCION:

En los medios intelectuales existe hoy día una gran desesperanza respecto de las posibilidades que tienen los sujetos históricos de transformar el mundo en que viven. Incluso la idea de sujeto está puesta entre paréntesis. Con ella también las de verdadera libertad, justicia social, fraternidad, etc, porque combatieron pueblos y murieron miles de hombres. Los más escépticos se preguntan ¿para qué toda esa sangre, todas esas muertes, si al final siempre se vuelve a lo mismo, a la explotación de los débiles por los poderosos? ¿Acaso para cualquiera no es evidente que desde los inicios de la cultura cristiana la fuerza que ha dominado es la voluntad de poder? El supuesto de esas creencias es el eterno retorno del abuso, de lo negativo, del mal. Incluso los más optimistas no logramos escapar de este sentir general y sucumbimos a estados depresivos en que para el futuro sólo logramos visualizar catástrofes. Hace un par de años finalicé una investigación sobre el pensamiento de Nietzsche, en que estudié, entre otros temas, lo que se pensaba a fines del siglo diecinueve sobre lo que activa los cambios históricos. Creo que de todos los pensadores políticos del siglo pasado, uno de los más escépticos fue Nietzsche. Me parece ahora increíble, que este precursor del postmodernismo, enemigo de las teorías evolutivas darwinistas, haya tenido mayor esperanza en el futuro de la humanidad que nosotros, intelectuales de este otro fin de siglo. Recuerdo con especial entusiasmo su visión positiva del eterno retorno de lo mismo. Dijo que le producía cierta esperanza ver que en la historia de los pueblos lo afirmativo siempre vuelve y que hay un eterno retorno de la dicha y la creación. Que Nietzsche, el filósofo político reaccionario, el campeón de las teorías políticas aristocratizantes, haya tenido mayor fe en el futuro que nosotros, es significativo de que algo muy grave está pasando en el mundo de hoy, y que la desesperanza mencionada responde a ciertas condiciones objetivas que vale la pena examinar.

Michel Foucault inició hace un par de décadas un examen histórico-filosófico de los sistemas de vigilancia y de castigo de los que se sirve el aparato de poder para desactivar toda posibilidad de cambio en el sistema. Creía Foucault que el poder es una realidad invisible, no localizable, que envuelve todo lo que existe, y que domina a las propias instituciones que ejercen la autoridad. Uno de los espacios en que los dispositivos de poder extremaron un tiempo su vigilancia fue el de la reflexión libre. Ahora ni siquiera hace falta que estos dispositivos distraigan su tiempo en nosotros, puesto que nada se puede temer de intelectuales que creen que la reflexión es un lujo que se realiza en los bordes del sistema, y que se auto regula para permanecer allí, donde es completamente inofensiva. Es decir, diría Foucault, la red de poder opera hoy dentro del propio pensamiento.

En este contexto no están de moda ciertos temas que fueron fundamentales en los años sesenta. Cuando se menciona hoy la pobreza es para destacar que nunca ha habido menos desigualdad que ahora, y que jamás los pobres habían estado tan cerca de dejar de serlo. A los que manifiestan escepticismo respecto de esta creciente democracia mundial, se les argumenta que quizá es verdad que hay muchos pobres en el mundo, que es posible también que mucha gente se muera de hambre y que también es concebible que la miseria sea hoy mayor de lo que nunca fue, pero que nadie en su sano juicio podría negar la triste verdad de que siempre las cosas han sido aproximadamente así.

El fracaso de los socialismos reales, la caída del muro de Berlín, el término de la guerra fría, han despojado de su suelo a la izquierda política tradicional y han puesto en cuestión sus fundamentos teóricos. Proliferan los discursos que celebran el supuesto espíritu democrático de la época, bajo cuya advocación pueden coexistir pacíficamente las más diversas concepciones. Se critican los textos de la izquierda tradicional, porque se les estima autoritarios, dogmáticos, en suma, poco amantes del perspectivismo y de la relatividad de la verdad.

A este panorama se le ha agregado un componente político. Es el concepto de "modernidad", asociado a una doctrina económica, el neoliberalismo. Esto permite señalarle otro pecado a la izquierda tradicional: ha venido a ser antimoderna, porque sigue creyendo en necias expectativas utópicas. De esta pareja triunfante (modernidad y neoliberalismo) nacen otras afirmaciones, ya no tan evidentes, pero sostenidas de todos modos como inherentes al sistema. Hay que disminuir al máximo el tamaño y el poder del Estado. Hay que privatizar, por tanto, los bienes y las empresas estatales. Un nuevo Dios se encarga de la conducción de esta realidad social nueva, el mercado, y se juzga anatema la posibilidad de intervenir su movimiento natural. Las palabras claves de este discurso son eficiencia, productividad, desarrollo.

Esta modernidad estima un derroche indefinidamente postergable la inversión del Estado en salud y cultura. Nuestros políticos, los mismos que hace apenas un par de décadas atrás lucharon por un sistema de vida más justo, de menor desigualdad social, de mayor educación, hoy critican ásperamente las huelgas y los movimientos populares, porque detectan en ellas una traición vil a los postulados de productividad y eficiencia neoliberales o en atentado contra la estabilidad del sistema. Una pregunta que muchos no pueden evitar es: ¿adónde van a parar los beneficios de tanta eficiencia y productividad laborales?

Me pregunto qué diría Violeta Parra si por una fatalidad divina se viese obligada a regresar al Chile de hoy. Creo que no se sentiría feliz. Esta gran folklorista, heredera de los ideales de la Ilustración de libertad, igualdad, solidaridad, justicia social, razón social, se acomodaría muy mal en este nuevo orden nacional, pensaría que los chilenos hemos perdido completamente la razón, y que finalmente se impuso sin contrapeso el modelo totalitario de economía capitalista que ella rechazó con tanta aspereza. Me imagino que se horrorizaría de los paseos dominicales familiares a los Shopping, al ritmo de músicas importadas.

Evocamos con verdadera nostalgia los años sesenta en que la humanidad pensó seriamente en la posibilidad de cambiar el mundo. No se nos ocultan las debilidades múltiples de esas izquierdas con que simpatizábamos: su incapacidad de adoptar un proyecto común, sus ambigüedades estratégicas, su inclinación disimulada al capitalismo, su resentimiento social, su vacilación entre totalitarismo y democracia, etc.

Las Décimas de Violeta Parra, texto del que nos ocuparemos ahora, aunque un poco anterior a esos tiempos, recoge el sentir de una época que creyó, y que no tuvo vergüenza de soñar. La hablante de este texto describe el mundo de la pobreza, y en lo narrado hay sufrimiento, inseguridad, temor. Creo que el texto de las Décimas está estructurado sobre la oposición pobres/ricos, y que la hablante de este texto se identifica, por razones de pertenencia, pero también de ideología, con el lado pobre.

Desde el comienzo la hablante de esta autobiografía da a entender muy claramente el propósito que la guiará en la escritura de su texto. Cuenta que :

"Muda, triste y pensativa/ ayer me dejó mi hermano/ cuando me habló de un fulano/ muy famoso en poesía./ Fue grande sorpresa mía/ cuando me dijo: Violeta/ ya que conocís la treta/ de la vers'á popular,/ princípiame a relatar/ tus penurias 'a lo pueta'"(II, Décimas, pp.25-26).

Es significativo que en vez de sentirse alabada por su hermano, a quien ella dice después admirar tanto, que se entristezca en vez de alegrarse de que la compare con grandes poetas. Se trata ciertamente de una respuesta extraña e inesperada. Luego razona que tiene demasiado trabajo desenterrando folklore. Además las canciones que descubre son muy tristes y la hacen padecer. Y por último apenas le alcanza el dinero para mantener a su familia. Traduzco su respuesta a esta otra: Soy pobre, me siento identificada con los pobres, quiero seguir recogiendo estas canciones populares, como lo he hecho hasta este momento, y no tengo tiempo para poesía culta, de salón. Pero después de pensarlo un poco, vuelve sobre la sugerencia del hermano y decide seguir sus consejos. ¿Se trataba entonces de falsa modestia? ¿De estrategia femenina? Es sabido que en algún momento histórico, las mujeres han escogido utilizar formas literarias parecidas para dar comienzo a sus empresas narrativas. Sabiendo que las consideran inméritas, por ser la escritura campo de varones, se disculpan con modestia por atreverse a tareas literarias de las que la cultura oficial las ha marginado. A pesar de que esta posibilidad de interpretación es perfectamente plausible, prefiero creer que se trata de otra cosa. Me parece que ella vuelve sobre su decisión, y hace caso de la sugerencia del hermano, cuando descubre que no hay demasiada diferencia entre su trabajo de desenterradora de folklore, y la de escribir su autobiografía. Ambas actividades tienen la finalidad de representar las costumbres y la vida de la clase popular. El centro de esta representación creemos que es el sufrimiento del pobre.

Cabe preguntarse si no estamos exagerando la importancia del dolor y de la pobreza en el texto de las Décimas. ¿No es Violeta Parra la autora de Gracias a la vida, canción agradecida de todos los dones que recibe un ser humano? Hay además muchas otras canciones alegres o humorísticas de la tradición popular, que Violeta Parra amaba y gustaba cantar. Mi respuesta es la siguiente: he hecho un trabajo de fichaje de las Décimas, y las palabras que tienen mayor ocurrencia en este texto son taitita, madre, y sufrimiento. Las palabras alegría, placer, felicidad, gozo, ocurren excepcionalmente, y por lo general aparecen vinculadas a la soledad, a la contemplación de la naturaleza y a festividades campesinas. El examen de las Décimas revela que incluso experiencias que la crítica ha estimado alegres, como los juegos en el jardín de la patrona, o el despojo que la hablante y sus hermanos hacen de las coronas de flores en el funeral de un hombre rico, están llenas de resentimiento y de crítica social. La hablante de las Décimas entiende la vida del pobre, que es la suya, como una dura prueba, en que el sufrimiento es la regla, y en que los momentos de alegría son la excepción. Creo que las Décimas es un texto sufriente, y me parece extraño que la crítica insista en negar lo que está a la vista.

La verdad es que mi asombro es menor de lo que he declarado recior én. Todos conocemos un seudo folklore que canta las gracias de la "china" y su enamorado, el "huaso", que celebran en una cueca interminable una inacabable fiesta. Que promete al viajero las delicias de un "pueblito que se llama Las Condes". En suma, el viejo tópico del "lugar ameno" se ha adueñado de la vida chilena campesina. En otro terreno (por ejemplo, en la devoción culta y rica por Chiloé) la necesidad de cooperación que impone una durísima pobreza, se mira bucólicamente y se entiende que allí, entre los pobres, reina la más desinteresada generosidad. También se supone que la vida en el campo es más saludable y más plena que la de las grandes urbes, sin tomar en cuenta que los daños de salud por intoxicaciones con desechos industriales o venenos agrícolas, son peores en el agro que en las ciudades. Uno de los muchos méritos de las Décimas es mostrar una perspectiva realista de la vida campesina pobre.

No ha sido fácil elegir de este conjunto de décimas las que serían más probatorias de lo que estamos diciendo. Todas son hermosas, casi todas revelan el mismo y repetido hecho del sufrimiento que acompaña a la pobreza. Me he decidido por las que refieren a la muerte, porque me parecen de las más significativas.


b. LA MUERTE Y LA POBREZA

La muerte es uno de los temas centrales de las Décimas. La hablante, una mujer madura en las Décimas, era apenas una niña cuando su hermano y su padre fallecieron. Mucho le significaron esas muertes, mucho construyó sobre ellas, cuando las consigna con tanto detalle. Se acuerda de pormenores que el tiempo termina siempre por borrar, porque todos preferimos la alegría al dolor. La hablante lee su historia desde sus valoraciones, y su aflicción deja traslucir un resentimiento social que importa a nuestra ponencia. Pienso que pone la muerte del hermano y del padre en relación a la pobreza, y que la frase que sostiene su discurso es: ellos tuvieron que morir porque eran pobres. La pobreza es entendida entonces como una condición de vida mayormente negativa a la que corresponden enfermedades, deterioros anímicos, alcoholismo, rencillas familiares, debilidades masculinas, etc.


b.1.LA MUERTE DEL PADRE DIVIDE LA AUTOBIOGRAFÍA EN DOS PARTES.

El poema en que la hablante recuerda la muerte del padre está en la mitad de su autobiografía (pp.113-114). Es bastante sugerente que ella haya decidido ponerlo allí. Da la impresión que de esta manera estuviese dividiendo su vida en dos. El temple desde el que cuenta la primera mitad es menos triste que el de la segunda parte. A pesar de que en la primera abundan los detalles sobre el alcoholismo paterno, y el mal entendimiento que causaba este vicio entre sus progenitores, también hay evocaciones infantiles luminosas y felices. Por ejemplo, aquellas en que se divertía con sus hermanos cometiendo todo tipo de travesuras, o aquellas otras en que disfrutaba de los placeres de la naturaleza (pp.99-100, pp.105-106). Hay también relatos nostálgicos, en que recuerda la alegría de compartir labores campesinas (pp.109-110), y festividades religiosas (pp.91-92). La segunda parte está narrada desde una conciencia mucho más madura. Se terminan las evocaciones alegres y comienza un tiempo duro en que dominan los relatos de protesta por las diversas injusticias sociales que le tocó ver. Después de la muerte del padre se vió obligada a realizar diferentes oficios para ayudar a la economía de la familia. "No existe empleo ni oficio/ que yo no lo haya ensayao,/ después que mi taita amao/ termina su sacrificio" (.pp.133-134). Se ve a sí misma ayudando a su madre en la costura hasta avanzadas horas de la noche, maldiciendo la pobreza en que viven. Poco tiempo después abandona el hogar, acepta la invitación de su hermano, para ir a estudiar a Santiago (pp.135-136). Lo que cuenta de este viaje a la capital tampoco es alegre. Al llegar a la estación Mapocho se siente desterrada de las cosas que ama. Le molesta el ruido y la locura de esta vida moderna. Nadie la va a buscar a la estación y termina durmiendo en la comisaría( pp.141-142). Peores son sus evocaciones laborales de Santiago. Se sintió maltratada por aquellos que podían emplearla: "ayer buscando trabajo,/ llamé a una puerta de fierro,/ como si yo fuera un perro/ me miran de arrib' abajo" (p.145). Y mucho peor lo que recuerda de su trabajo en el Restaurán El Tordo Azul. Sus recuerdos de este lugar "perverso" son de niños muy pequeños alcoholizados (pp.150-152) y también está el de una mujer de vida fácil que fue violada y muerta (pp.153-154). No son más alegres sus evocaciones laborales en los medios radiales. Se felicita de ser fea, y de no haber sufrido como las bonitas, los acosos sexuales de los mandones de la radio (pp.157-158). Por último, sus recuerdos del viaje a Europa, salvo escasas excepciones, que siempre tienen que ver con convicciones ideológicas, son un recuento de penurias.

Creemos entonces que hay un cambio en su discurso socio-político después de la muerte del padre. A pesar de que desde el comienzo de la autobiografía ella hace notar la diferencia de clases que hay en su comunidad, y de las injusticias sociales que sufren los pobres, su posición presenta cierta ambigüedad. En la primera parte ella no sabe bien a quién culpar por las dificultades económicas que sufre su familia. Hay décimas en que claramente se pone en contra del gobierno (pp.103-104, pp.75-76), y lo enjuicia por mantener a su padre desempleado, pero también hay otras en que responsabiliza al padre del infierno en que viven (pp. 93-94, pp. 101-102,. Después de la muerte del padre la lectura se esclarece, y lo convierte en un sacrificado. Esta ambigüedad primera se explica si tomamos en cuenta que la perspectiva de lo narrado es infantil. A pesar de que desde muy temprano ella entiende la articulación que existe entre los males de su familia y la estructura social de su país, su conciencia de niña le exige esperar del padre lo que la sociedad supone que ellos deben dar a sus hijos: protección, cuidado, alimentación, estabilidad familiar.

Me parece un gran logro de este texto, que haya conseguido recuperar los recuerdos primeros desde esta óptica infantil y ambigua. La ambigüedad enriquece estos recuerdos familiares, al evocarlos en sus asperezas múltiples. Después de la muerte del padre, ella se ve obligada a ayudar al sustento de la familia, comienza a trabajar, y entiende las dificultades reales de la pobreza. Entonces disculpa al padre, interpreta la vida de él como un sacrificio y se decide por una interpretación sociológica.


b.2. LA MUERTE DE POLITO.

Hay varias décimas que tienen por tema a la muerte. Se pueden clasificar en dos grupos: 1) las que narran la muerte de algún ser querido y 2) las reflexiones personales de la hablante en relación a la experiencia de la muerte (pp.115-118). Las segundas tienen por intertexto algunos motivos de la literatura española del siglo de oro, y también temas de tragedias cultas, como por ejemplo el Hamlet de Shakespeare. Por razones de tiempo, y por no incidir directamente en el tema de la pobreza dejaremos a las segundas de lado, salvo una, que examinaremos al final y que nos parece probatoria de la tesis central de nuestra ponencia.

Las muertes del hermano menor y del padre son sentidas por la hablante de manera muy diferente. Se observa en la segunda una tensión, un dolor, una confusión mucho mayor de la que encontramos en la primera. Pienso que una de las funciones más importantes del poema de la muerte del hermano es la de contar la desgracia de la madre, mientras que la evocación de la enfermedad del padre es catártica, en ella la hablante saca hacia fuera su propia pena.

En la narración de la enfermedad del hermano (pp.77-78) la hablante evoca a su madre desesperada, "la ve amanecer tal cual se acostara", cuidándolo noche y día. El amor que tiene por su madre obsesiona a la hablante por "entrar en su pena", "para poderla entender", pero ella misma discierne que es demasiado niña, y que carece de la madurez necesaria para saber la gravedad de lo que está ocurriendo. Cuando el niño muere la madre enloquecida de dolor maldice a Dios por "destinarle este mal", y a continuación maldice al presidente Ibáñez, acusándolos a ambos de ser culpables de esta pérdida. La narradora le pide a la madre que le permita tomar al niño, pero esta última se lo prohibe. Los últimos versos del poema dejan ver lo que la hablante aprendió de esta experiencia traumática. Aclara que a esta edad temprana se dio cuenta que su madre, supuestamente libre, vivía en cruel cautiverio.

¿Qué es lo que implica la hablante con esto último? Pienso que señala sin ambigüedad alguna a la pobreza como causa de la esclavitud materna. La desgracia de la muerte del hermano tiene una causa concreta, precisa, visible. El abuso y el mal vienen de Dios y del gobierno. De Dios, por haber destinado a la familia a la fatalidad de la pobreza, y del gobierno, porque el encargado de velar por el bienestar de sus gobernados es un animal, sin conciencia, que oficia de presidente.

La décima que sigue al poema de la muerte de Polito narra el deterioro del padre, su galopante caída en el alcoholismo, y las repercusiones traumáticas que produce esta tomatina en el hogar.


b.3. LA MUERTE DE MI TAITITA:

Como dijimos poco antes, la muerte del padre divide el texto de las Décimas en dos partes, y en estas dos la percepción que la hablante tiene de su padre es muy diferente. En la primera, en que narra su vida de niña, la hablante recuerda con mucho cariño al padre, mientras que en otras le critica su carácter débil, su apego a la bebida, la influencia que sus compañeros de farra ejercen sobre él, el abandono que hace de la familia, la falta de entereza que exhibe cuando es exonerado de su trabajo y el dispendio que hace de las tierras que heredó de su padre rico. La hablante recuerda esto último con particular tristeza. Mientras la familia gozó de la posesión de estas tierras, a ella le parecía que vivían en el Paraíso (pp.81-82). El padre dilapidó en el juego y la bebida esta gloria, y les obligó a la pobreza. Pero su responsabilidad es sólo parcial, ya que por razones políticas había sido previamente exonerado de su empleo de profesor, lo que explicaría su alcoholismo. En suma, el texto es vacilante en lo que respecta a la estimación del padre. Fluctúa entre el rechazo de sus debilidades, y la comprensión aceptativa de las mismas. Después de muerto, el padre se convierte en un sacrificado. La hablante señala como culpables de su desgracia a la pobreza y al gobierno de turno. Juzga a su padre como una víctima del sistema, y el resto del texto emprende la denuncia de esta injusticia.

Esta ambigüedad es muy sugerente, y creo que refleja la visión que las mujeres pobres tienen de los varones de su clase. Critican en sus compañeros lo que consideran debilidad de carácter. La mitad de la cultura en que viven las condiciona a esperar fortaleza, firmeza, dureza de sus padres y enamorados. Pero la otra mitad hace a la mujer pobre conocer y entender la estructura de la realidad en que vive, sabe que su compañero es muchas veces víctima de un sistema injusto, y por ello lo compadece.

Para terminar deseo examinar una de las dos décimas con que la hablante cierra el relato del fallecimiento del padre. En ella manifiesta la tristeza y el alivio que le suscitan su muerte:


En este poema la vida es representada como una guerra, también como ciento veinte mil disgustos, como las penas de San Jobundo, además de atribuírsele el calificativo de "perra". La vida amarra con "compromisos, deudas, (el subrayado es mío) juramentos, sentimientos". Estas palabras, en especial deuda pueden referir a problemas económicos. El vivo, en vez de darse cuenta de lo provechoso que es dejar esta "vida perra", "llora dolido la muerte de su difunto", en tanto el muerto se complace en su nuevo estado, sonriendo calladamente en su sueño mortal. Este muerto, desde su beatitud reclama "que no entiende la maula de no haberlo enjaulado antes". Tampoco entiende los muchos hipos y sollozos de los vivos que sufren porque ha cesado de estar junto a ellos. El poema supone que la dificultad y lo tragedioso de la vida corresponde también a un defecto de los vivientes, al hecho de tener alma, o conciencia. Esta conciencia molestosa perturba con protestas, confusiones y ambigüedades de toda índole. Por ello es sumamente inquietante la perspectiva de que esta conciencia siguiese existiendo después que el vivo hubiese dejado de serlo. En caso de que se cumpliera el modelo cristiano de una vida consciente después de la muerte, sólo podríamos esperar de ello problemas y sinsabores continuos. Probablemente la hablante supone que si la conciencia pervive, pervivirá como conciencia del mismo mal central que la aquejó en la tierra, es decir, para los pobres, como conciencia de la pobreza.

Me parece muy triste que la hablante concluya con esta décima las evocaciones de la muerte de su padre. La madre que hay en ella se siente aliviada de que los padecimientos del padre hayan terminado, aunque sea a costa de su vida. Estima un bien que a su pobre padre no lo turben en su sueño de muerto esos remordimientos de conciencia que lo desgarraban mientras estuvo vivo, y que tenían por fundamento la vergüenza de no poder corresponder al proyecto ideal que sus hijos y mujer habían imaginado para él. ¿Cómo no comprender y justificar a estas mujeres pobres que sienten alivio cuando mueren sus hombres?