ni el viento en mi mano.
¿Dónde
quedará su hálito,
si traspasan toda frontera
sin dejar huella?
De mi infancia
no tengo más recuerdos
que el de estar ante puertas cerradas.
Cada una tenía (me dijeron) su propia llave
que las abriría a su debido tiempo.
Cuando llegó
ese momento
no supe que entonces
emprendería vuelo al viento.
Ahora deseo no
haberlas abierto
pero es demasiado tarde:
ya no hay ninguna puerta
ni tampoco puerto alguno.
Te detienes ante
mí por un instante.
Tras tu mirada sorprendida
percibo una silueta,
marioneta de huesos,
tu sombra.
No sé cómo
no sientes
el rumor que levanta
cada uno de tus pasos.
Yo ensordezco
cada vez que levantas una mano.
Cuando todo esté
cumplido
(como estaba predicho)
sentiré la tentación de romper el libro.
Cuando caiga en
ella (como también está predicho)
sólo entonces me daré cuenta
que lo que me alcanza
es el imperio de la palabra dicha.
Controlo el girar
de la tierra
equilibrada en un bastón
y si se entromete siquiera un caracol
habrá temblor de pena.
Ahora tengo tantos
recuerdos:
hipertrofiada memoria soy
en un mundo despoblado.
Me pregunto qué
sentirán mis huesos
cuando les llegue el turno
de poblar otros recuerdos.
No sé que
hacer con las palabras
porque despojan en materia de papel y aire
la densidad de nuestras cosas.
Lo no dicho es un secreto revelado a nadie:
cada cosa sigue siendo la de antes.
Corina Rosenfeld K., de La Noche no se Detiene en mis Párpados
(inédito)