DESCENTRALIZACIÓN Y SINERGÍA HISTÓRICA LOCAL: FRACASOS Y DESAFÍOS

Gabriel Salazar V. Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile.


I

"Todo lo tangible, todas las entidades visibles han quedado sumergidas en procesos invisibles, y degradadas a funciones de un proceso global"


La aplicación mundial de estrategias de descentralización ha provocado el surgimiento de múltiples 'situaciones inéditas' a nivel de redes sociales y comunidades locales que, rápidamente, se han transformado en problemas complejos y desafiantes. En parte, esas situaciones han derivado del brusco aterrizaje que, desde lo macro a lo micro-estructural, en cadena, perpetraron los gobiernos de todas partes desde fines de los '70, como 'único' modo de sortear la ya inaguantable tendencia inflacionaria del fordismo, keynesianismo, desarrollismo y socialismo (perpetración que, a su vez, produjo el colapso de los "grandes relatos"). Y en parte, también, esas situaciones derivan de la inesperada resistencia que 'lo local' está oponiendo a los intentos de someterlo a una estrecha gobernabilidad científica y política externa a su propia especificidad. Al parecer, los diversos centralismos, longevamente embotellados en su elevada macroscopía, no acumularon suficiente sapiencia ni manejo histórico sobre los planos microscópicos de la sociedad. De este modo, al aterrizar bruscamente sobre ellos, expulsados por los vicios macro-estructurales más bien que atraídos por las virtudes de la especificidad local, los gobiernos neo-liberales se han entrampado en un conflicto con su propia ignorancia. Pues, por décadas y aun siglos de endémicos centralismos, acumularon ceguera y descuido respecto a lo micro-social ante el cual, por tanto, se hallan hoy tecnológicamente desarmados.

El contraste entre la escala macroscópica del viraje asumido (salto al vacío de lo micro-estructural) y la escala microscópica de la expertise disponible para moverse con eficiencia en el nuevo terreno escogido, es lo que hace de esta situación un 'conflicto' de inéditas proyecciones estratégicas.

La naturaleza específica de esa diferencia ha emergido con nitidez, sobre todo, en las "evaluaciones de impacto" que se han aplicado a las políticas focalizadas y a los proyectos de desarrollo local. En Chile, la diferencia ha sido identificada bajo diversas formas o tipos de impacto: como 'rebote de proyectos', como generación de 'procesos divergentes' o como 'rebasamiento de objetivos'.

Dentro del primer tipo, cabe citar los diversos proyectos de desarrollo local aplicados a la localidad de San Juan de la Costa; o los proyectos de educación para niños de extrema pobreza basados en la metodología Feuerstein; o bien los proyectos de desarrollo o capacitación canalizados a través de los programas del Instituto Nacional de la Juventud o de Chile Joven. En todos estos casos, los proyectos no lograron insertarse en el torrente sanguíneo de los procesos y redes sociales locales. Concluido su 'tiempo administrativo', no quedó más huella de esos proyectos que el informe de los ejecutores acerca del cumplimiento de los "objetivos de cobertura", dado que el proceso local no registró ninguna modificación significativa. El 'rebote' de todos estos proyectos indica, de una parte, que la lógica de descentralización, aunque remarca una definida opción por 'lo local', sigue configurada como una lógica externa; y de otra parte, que lo local contiene tal especificidad en su dinámica de acción, que resulta hermético o rebotante para toda lógica que no respete el contenido de esa especificidad, o que no dimane de ella misma.

Dentro del segundo tipo de resultado cabe citar el caso del programa Todos Juntos, que, según se cree, es hasta ahora el más "participativo" de los programas destinados a capacitar jóvenes y adultos para la autogestión del desarrollo local. Diversas evaluaciones cualitativas (basadas en el testimonio de los propios "beneficiarios") revelan que, en muchos lugares, este programa ha gatillado el desarrollo de procesos locales distintos a los previstos; basados, a menudo, en el desarrollo de reacciones críticas al mismo programa, e irónicamente, utilizando para ello lo que se consideró útil de él. Es obvio que este tipo de resultado, junto con poner de relieve el hermetismo rebotante de las especificidades locales, revela la autonomía con que las redes sociales locales utilizan o canalizan históricamente el impacto o los productos de su encuentro con las políticas 'externas' de desarrollo local.

Dentro del tercer tipo de resultado cabe citar el caso de los programas de construcción de viviendas básicas con participación o colaboración directa de los comités de vivienda involucrados. Específicamente en la comuna de Pudahuel se observó que las metas y objetivos de los planes de construcción (que incluían costos fijos y cronogramas precisos) fueron significativamente rebasados al introducir la variable 'colaboración de la comunidad'. De hecho, al planificar, se subestimó notoriamente el rendimiento potencial de esa eventual colaboración. Los resultados (record) obtenidos, revelaron, en este caso, que la intervención de la comunidad en el proceso de construcción puso en juego un factor sinérgico sorprendente e imponderable: ¿cómo era posible que de ese conglomerado de carencias y necesidades que caracterizaba a los asociados en el comité de vivienda surgiera tal quantum de organizada energía constructiva? ¿Y por qué esa energía se desplegó para este caso y no para otros programas? [1].

Existen, pues, núcleos micro-sociales duros que resisten, sortean o reciclan la intervención de los poderes externos, aun cuando esa intervención se realice apuntando al 'beneficio' de tales núcleos. Cabe destacar el hecho de que, en todos los casos, la resistencia no ha provenido de organizaciones funcionales (políticas) expresamente fundadas para resistir, sino de las redes sociales propias de la vida local. Esta situación desafía y pone en duda no sólo la 'eficacia' del poder institucional, sino también los 'fundamentos' y la naturaleza de sus relaciones con las comunidades locales. Es preciso determinar hasta qué punto el problema es sólo una cuestión de eficiencia, o en qué medida es una cuestión de legitimidad. En cualquier caso, el problema no es menor, pues involucra tanto el éxito o fracaso simple de las políticas neo-liberales (focalizadas) de desarrollo social, como la validez profunda del modelo neo-liberal conjunto. La seguidilla de cumbres mundiales que, con indisimulada urgencia, se convocaron en 1995 (Copenhague) y 1996 (Davos e Istanbul), indican que la colisión entre lo macro y lo micro es mucho mayor de lo que parece a primera vista.

Se ha hecho pues evidente que la naturaleza social, cultural e histórica de 'lo local' es, por el momento, en medida apreciable, una incógnita teórica y política. Un indócil fantasma que parece obedecer sólo a su inherencia. Y que, fantasmalmente, amaga diversas áreas de la sociedad, produciendo, aquí, apatía política; allá, barras bravas; acá, tribus culturales irreductibles; acullá, mantención de relaciones pre-modernas, etc. Porque no es un núcleo rígido, petrificado en el fondo de lo local, sino un plasma cultural vivo, enraizado como hiedra en el pasado y circulante como polen en el presente, fertilizado de un lugar a otro por densas redes de transmisión oral directa. Como indicando que, en el hemisferio inferior y microscópico de la sociedad civil, la vida social es más activa que la ley, y menos mecánica que el poder central.

El fantasma de lo local y de las redes sociales ha sido detectado, en parte - como se dijo -, en las evaluaciones de impacto de las políticas públicas, y en este ámbito se le define sobre todo como una dificultad tecnocrática, que será superada mediante afinamientos igualmente tecnocráticos. Pero en parte, en los 'trabajos de terreno', también se le ha detectado como una realidad producida por, e inherente a, los mismos sujetos sociales; detección que ha llevado a definirlos como auto-proyecciones legítimas obstaculizadas por poderes externos. Esta doble percepción ha provocado la emergencia de procesos bifurcantes y contrapuestos de investigación (uno tecnocrático y otro histórico-social) que, sin embargo, comulgan en una misma realidad: la red social local. Así, de un lado, el Banco Mundial - que ha liderado el diseño, aplicación y financiamiento de las políticas de desarrollo social focalizado - ha debido iniciar investigaciones reforzadas sobre los núcleos duros y la especificidad interior de, por ejemplo: sujetos en condición de extrema pobreza, comunidades premodernas, juventud marginal, etc., a efectos de afinar la capacidad inyectiva de las políticas públicas y de descifrar la cartografía inyectable de la "pobreza local". Es obvio que los recientes esfuerzos científicos del Banco Mundial - y del racimo de 'fondos de inversión social' que pende de él, aunque implican un cambio radical respecto a su clásica epistemología macroscópica, no apuntan a cambiar la estrategia política (neo-liberal) que los engloba, sino a reforzarla [2]. De otro lado, dirigentes de base, trabajadores sociales e intelectuales insertos en los procesos de desarrollo local, se esfuerzan, a su vez, por conseguir el pleno desenvolvimiento de la dinámica específica que han detectado en los sujetos, actores y redes sociales que operan en el espacio local; lo que ha implicado también un cambio epistemológico significativo con respecto a los paradigmas clásicos de la ciencia social; sólo que, en este caso, no conduce a consolidar el modelo neo-liberal sino a fortalecer las tendencias trans-liberales que hoy despuntan en él [3].

Desde los lados opuestos de una misma 'situación inédita' se han iniciado, pues, dos procesos contrapuestos de producción cognitiva que, ante el requerimiento de un mismo problema estratégico, están planteando un nuevo y trascendental desafío para el conjunto de las ciencias sociales. Si este desafío implica la necesidad o la posibilidad de consumar una revolución completa de los paradigmas científico-sociales, es una cuestión a debatir. Es evidente, sin embargo, que tanto para el movimiento tecnocrático como para el histórico-social el imperativo de cambio epistemológico se plantea no tanto en la teoría pura, sino, más bien, en la 'producción de impactos'. Es decir, se trata de actuar con eficiencia más en el proceso histórico que en la academia. Y esto, si no es revolucionario, es históricamente trascendental.

El desafío que está planteando el 'fantasma' de lo local exige, pues, reflexionar no sólo respecto a las dudas que arroja sobre el futuro del modelo neo-liberal, sino también acerca de cómo ajustar las ciencias sociales (la ciencia histórica incluida) a las nuevas necesidades abiertas por el ajuste de los paradigmas cognitivos al requerimiento general de 'producir impactos'.


II

Robert D. Putnam, sociólogo norteamericano especializado en el estudio de redes sociales, publicó en 1993 un libro de gran importancia en ese campo. Combinando métodos históricos, antropológicos, sociológicos y politológicos, R. D. Putnam examinó la historia y estructura de las comunidades locales italianas. Su objetivo era determinar en qué grado y forma esos 'fantasmas' influyeron en el éxito o fracaso de las políticas de descentralización implementadas por el gobierno italiano desde la década de 1970. Esto lo llevó a concentrarse en el estudio de la composición y dinámica específicas de 'lo local'.

Concluyó que las comunidades, históricamente, tendían a constituir "tradiciones cívicas". Estas tradiciones operaban en la práctica como "capital social"; esto es: como articulación de redes y asociaciones locales, y como circulación horizontal de información, recursos y capacidades. La unidad interna y el potencial de acción de todo ese conjunto configuraba, al mismo tiempo, una fuerte identidad local, dimensionada en el plano cultural tanto como en el político. De hecho latía allí un poder sinérgico, con potencialidad de despliegue en diversas direcciones. R. D. Putnam pudo comprobar que, donde las tradiciones cívicas (horizontales) tenían un significativo nivel de desarrollo y donde las políticas de descentralización se acoplaron en línea con ellas, el resultado de esas políticas fue invariablemente exitoso. En cambio, donde predominaban localmente relaciones verticales de dominación: clientelismo, patronazgo o cualquiera otra forma de desintegración comunitaria, y donde las políticas públicas no se alinearon con las tradiciones cívicas locales, el resultado era el fracaso. Su conclusión general es importante:

"Aunque nosotros estamos acostumbrados a pensar que el Estado y el Mercado son los mecanismos únicos y alternativos para resolver los problemas sociales, la historia sugiere que ambos, tanto estados como mercados, sólo operan con eficiencia óptima en sociedades cívicamente desarrolladas" [4].

Si lo planteado por R. D. Putnam para el caso de Italia es válido como conclusión general, entonces cabe plantear una serie de cuestiones de gran relevancia. Por ejemplo: ¿quién desarrolla y consolida las "tradiciones cívicas" de una sociedad? ¿El mismo Estado y el mismo Mercado, que las necesitan para sus respectivos 'éxitos'? ¿O, autónomamente, los propios ciudadanos, dentro de sus respectivas comunidades? Si esto último es lo único real y factible ¿obstaculizan el desarrollo de la Sociedad Civil las estrategias macroscópicas auto-referentes del Estado y del Mercado? ¿Implica, por tanto, que las políticas neoliberales de descentralización son incapaces de suyo para producir desarrollo cívico dado que, según lo anterior, lo necesitan como pre-condición de éxito más bien que como objetivo de éxito?

Es preciso introducir todavía otros elementos al análisis. En este sentido, es de interés recordar la caracterización de 'poder social' que propuso Hannah Arendt. Como se sabe, para ella, todo poder social legítimo, sin excepción, surge del fenómeno típicamente humano del "estar juntos", y realiza su legitimidad y sentido si y sólo si retorna y se reproduce en ese mismo "estar juntos" [5]. De ser esto así, cabría afirmar categóricamente la legítima primacía histórica del civismo social por sobre los civismos puramente instrumentales promovidos por la política y la economía; cuando menos en el ámbito de los significados y las legitimidades del poder. Sin embargo, con ser y todo atrayente, ésta no puede ser una afirmación 'de principio' y puramente apriorística: necesita probarse a sí misma en el estudio como en la producción de los hechos históricos.

Tanto el estudio de R. D. Putnam sobre las "tradiciones cívicas" como las propuestas teóricas de H. Arendt acerca del fundamento social del "poder" (así como muchos otros trabajos) subrayan el enorme potencial histórico que contienen dentro de sí y proyectan fuera de sí los procesos específicos contenidos en 'lo local'. Es evidente la fuerte presencia que tiene, en esos procesos, la historicidad. Por ello, el desafío que lo local presenta a las ciencias sociales, aunque exige una respuesta multidisciplinaria, implica, por la centralidad que en él tiene esa historicidad, un desafío particular a ciencia histórica.


III

Es evidente que en 'lo local' se articulan - dentro de una densidad social relativamente alta- corpúsculos institucionales simples, redes sociales chatas pero extensas y procesos históricos lentos, de data remota. El conjunto tiene un considerable espesor cultural, de textura orgánica, de funcionamiento fluido y de energía auto-gravitante.

El polo magnético de todo eso radica, al parecer, en la intersección entre las redes sociales chatas y el proceso histórico lento (que produce y consolida la consistencia orgánica y la suficiencia funcional de aquéllas). De este modo, lo que la comunidad 'es', es tanto como su modo de 'llegar a ser'; pues normalmente percibe lo que ella es como producto de su propio esfuerzo. Aquí está implicado un proceso predominantemente auto-productivo (o de auto-modernización), en el que la intervención de factores externos, o ha sido nula, o negativa, o heterogénea (deslocalizada) o mínimamente 'coadyuvante'. La lógica de la auto-producción social (típica de las comunidades locales fuertes) incluye consustancialmente una memoria colectiva que 'recuerda' los esfuerzos realizados en conjunto: las luchas, las invenciones, aprendizajes y adaptaciones, los múltiples ensayos y errores, las respuestas 'exitosas' frente a los cambiantes y sucesivos desafíos a la vida, la seguridad y la supervivencia; no menos que las festividades celebradas para consagrar todo eso. Por esto, las comunidades locales fuertes conservan una memoria viva del pasado; ya que éste, al 'producir' el presente, pervive como parte de éste, y también, por tanto, como parte de su proyección futura. La 'fortaleza' de las comunidades fuertes consiste en que contienen en sí mismas el vínculo indisoluble de la legitimidad, cuya matriz única es, precisamente, la 'auto-producción social'. Por esto, en esas comunidades, los esfuerzos pretéritos no se retienen como meros recuerdos o simples efemérides, sino como conductas arquetípicas (exitosas), normativas (la eficiencia 'debe' ser reproducida), valóricas (implicaron humanización) y estructurantes (definieron roles técnicos y niveles de prestigio, fijando deberes y responsabilidades). En suma, el prestigio de las conductas pretéricas es el cordón umbilical de las "tradiciones cívicas" descubiertas por R. D. Putnam en las comunidades italianas (que cruzan raudas desde el pasado hasta el futuro), y por cierto, también de la resistente ética ciudadana que cohesiona por dentro esas tradiciones.

En las comunidades fuertes, por lo tanto, el presente se identifica, en cada momento, con el pasado, y éste, a cada paso, con el presente:

"Es frecuente encontrar en el discurso de los actores del desarrollo local referencias relevantes al pasado. Cuando se explica un proceso, aparecen nombres de personas, de asociaciones o de instituciones que ya no existen pero son consideradas piezas claves de toda tentativa explicativa. No recuerdan los hechos para archivarlos... no se buscan vestigios del pasado como lo haría un historiador, tampoco se trata de un retorno nostálgico a las raíces. En estas referencias, el pasado aparece estrechamente ligado al presente. Las personas o instituciones que se mencionan están 'vivas' hoy en el mismo proceso que contribuyeron a generar. El pasado, el presente y el proyecto no forman más que una sola realidad de desarrollo" [6].

La preponderancia que el tiempo presente tiene en la racionalidad localista se explica, aparentemente, por el nivel de suficiencia (una definición cultural, no-económica, de la eficiencia) que la red o comunidad local ha alcanzado respecto a resolver por sí misma, en un mínimo aceptable (o con un mínimo de ayuda externa), el problema de sus necesidades básicas. Es claro que esa 'suficiencia' puede no traducirse en ciclos de desarrollo material a tasas modernas, con generación de excedentes acumulativos; tales que, a la larga, provoquen el cambio estructural de las identidades locales. Lo más probable es que las comunidades locales resuelvan los problemas ajustándose razonablemente bien al 'ritmo de la vida'; el cual, como se sabe, no se exige a sí mismo compases tan frenéticos como los del 'crecimiento moderno'. Los valores que lo acompasan, aunque no se pentagraman en 'precios', pueden pesar o significar tanto o más que éstos. Por ello, de algún modo, el ritmo de la vida es autocomplaciente y auto-indulgente, y si es tal, su fuerza auto-gravitante atrapa, de una parte, el pasado (al que no olvida, pues contiene su causa eficiente), y de otra, el futuro (que, por implicar las mismas valoraciones del pasado, no es distinto de éste). La categoría central y absorbente de la historicidad local es, por tanto, un presente compuesto, inclusivo, heterogéneo; en cuya clave (o crisol) se funden y galvanizan diversos procesos convergentes. De aquí su auto-centrismo, su densidad interior y las dificultades que ofrece a quienes intentan descifrarlo desde fuera.

Los estudiosos de lo local han tomado conciencia de ello:
"Debemos avanzar en definir qué buscamos designar por espacio y realidad locales, en reconstituirlos en su materialidad interna, en sus flujos, en sus componentes, en sus subjetividades y en sus historias ...para entender los procesos constituyentes de su dinámica" [7].

Se comprende que, sobre tal conglomerado histórico-social, las 'instituciones' no podrán prosperar, a menos que hayan sido 'criadas' por esa misma matriz conglomeral. La consanguinidad social y cultural (histórica) que se exige localmente a las instituciones es, pues, alta. Pero si de hecho, en esa matriz, son consanguíneamente criados uno o varios 'corpúsculos institucionales' (por ejemplo: cooperativas, clubes de fútbol o de rayuela, juntas de vecinos, etc.), entonces se observa que, en ellos, impera la simplicidad funcional, y no las complejidades burocráticas o tecnocráticas de la "diferenciación funcional" propia de las metrópolis modernas. El 'orden institucional' es, en lo local, un sistema débil o secundario, pues, o es subproducto (criatura) de la 'organicidad histórico-social' típica de lo local, o es una prótesis externa sin raíces locales (no consanguínea: exangüe). Al parecer, el ritmo de la vida no necesita ni exige más institucionalidad o complejidad funcional que esa 'suficiente' dependencia.

Los proyectos de desarrollo provenientes de los poderes centrales (Estado y Mercado), generalmente, no están estructurados conforme al ritmo de la vida local, sino conforme a patrones de vida sometidos, de una parte, al acelerado ritmo de las dinámicas de acumulación, y de otro, a la no menos acelerada tendencia a 'cambiar' los modos de vida. Es decir: por avenida doble, organizan la historicidad desconectando el pasado y subsumiendo el presente en un futuro hipotético. Reemplazando la auto-indulgente suficiencia por una acicateante eficiencia. Es claro que esta clave organizativa (externa) descomprime los espesores culturales en todas partes, deshuesa las tradiciones cívicas y el equilibrio orgánico de las comunidades locales, puesto que desplaza el eje histórico desde sus posiciones auto-complacientes (afincadas en un presente equilibrado desde el pasado) hacia posiciones inestables (donde el presente, desconectado del pasado, se desequilibra por la aleatoriedad del futuro). Los proyectos neo-liberales de desarrollo local, uno tras otro, obsesivamente, focalizan el futuro, desperfilando los demás componentes temporales de la historicidad. Sin duda, todo esto implica alejarse de la racionalidad social derivada de la auto-producción del presente, y aventurarse en una desconocida (y peligrosa) tierra de nadie (o de otros).

Las comunidades locales de fuerte definición auto-productiva tienen, por tanto, raíces históricas profundas, que nutren la auto-complacencia vital de su presente, y constituyen sus valores, normas, roles y tradiciones. El "capital social", por ello, al igual que los alerces del sur de Chile, es un recurso histórico espontáneo, de construcción lenta, ardua y costosa. Consiguientemente, es de muy difícil sustitución o reposición. Las políticas externas de desarrollo local, que normalmente intentan extender y universalizar la racionalidad y la institucionalidad típicamente modernas, tienden, a menudo, simplemente, a talar y sustituir ese capital social. El talaje simple es una operación viable que incluso tiene un costo de oportunidad menor que otras soluciones de transacción. Estaría por verse, sin embargo, su costo histórico de mediano o largo plazo: el impacto retardado de la erosión social y cultural que ese talaje provocaría en la humanidad, y el éxito también retardado que en el ámbito local pudiera tener un sustituto 'globalizado'. Es cierto que las políticas externas de desarrollo local intentan, también, inyectarse en la dinámica interior de las comunidades locales, para 'reforestarlas'. Variante que, sin duda, implica transacción. En este caso, estaría por verse cómo esas inyecciones podrían acompasarse a la densidad y ritmo del tiempo lento, que es propio de las las lógicas auto-productivas e identitarias de una real comunidad local.

R. D. Putnam fue categórico en este sentido:
"Dos décadas puede ser tiempo suficiente para detectar el impacto de alguna reforma institucional sobre las conductas políticas, pero no para rastrear sus efectos sobre los patrones más profundos de la cultura y la estructura sociales... Construir capital social no será fácil, pero es la clave para el éxito real de la democracia..." [8].


IV

Asumir el pasado en tanto que pasado no es lo mismo, sin duda, que asumir el pasado como categoría del presente; como tampoco es lo mismo asumir el pasado local como partícula del pasado nacional o global, que asumirlo como totalidad auto-propulsante. Estas diferencias, que tienen importantes implicaciones epistemológicas, metodológicas y éticas, constituyen, para la ciencia histórica de perfil clásico, un desafío de importancia trascendental.

Todos los estudiosos del tema concuerdan en que, para descifrar y propulsar las claves dinámicas de 'lo local' es indispensable el concurso activo de la Historia. Lo demandan, en primer lugar, los propios actores locales, que gustan y necesitan reencontrarse con su pasado y relanzar periódicamente sus tradiciones cívicas. La coyuntura actual, tensionada por las estrategias de descentralización y focalización, insta a esos actores a reconsiderar su pasado y sus tradiciones, en parte, compulsados por su identidad, para 'resistir', y en parte, atendiendo posibles conveniencias de adaptación, para 'integrar' (o no) las ofertas de la focalización. En segundo lugar, la Historia es también invocada por los mismos diseñadores y ejecutores de tales estrategias, precisamente porque necesitan descifrar las claves profundas de aquello que hace rebotar o bifurcar sus impactos modernizantes. Y no es menos significativo (en tercer lugar) el llamado a la Historia que formulan los analistas y activistas que, habiendo constatado los fracasos locales y contradicciones globales de aquellas estrategias, plantean la necesidad de integrarse a lo social y a lo local, a objeto de reproyectar, ahora con base en las comunidades cívicas, los (olvidados) procesos productores de Sociedad, Estado y Mercado.

El desafío a la Historia desde lo local está planteado. Más aún: es un desafío unánime y entrecruzado, que proviene de todos los sectores comprometidos en el problema. La cuestión deriva, así, al análisis de qué es lo que implica ese triple desafío para la Historia como Historia, y qué puede hacer ésta, factiblemente, a ese respecto.

En primer lugar, es evidente que el desafío pone a la Historia en la disyuntiva de, o bien adaptarse a las cambiantes, pero urgentes demandas que reclaman hoy los procesos históricos contemporáneos (intensificando su vigencia social), o bien mantenerse adherida a los patrones permanentes de la ciencia pura (debilitando su vigencia social). La disyuntiva pone en juego el grado de validez de su tradicional y cómodo locus epistemológico: las definiciones supra-históricas de ciencia pura que, desde la fase neo-kantiana del positivismo (hace ya más de un siglo) le han reconocido un lugar en las altas bóvedas de la ciencia y una distanciada inmunidad o frialdad frente a los gritos de auxilio científico que brotan del convulso presente de la 'historicidad'. Convivir en una misma calle temporal con los eventos y sujetos que estudia, nunca ha sido para la Historia - posesionada de su majestad positivista - una ecología epistémicamente digna. De aquí su indisimulada propensión a establecer una distancia metodológicamente fría respecto de los procesos históricos vivos, y a concentrar su mirada en las alturas del poder estructural. ¿Le ha llegado a la Historia el tiempo para que, como otras ciencias sociales, se lance al agitado mar de las demandas y urgencias cognitivas?. Al parecer, el 'desarrollo local', al transformarse hoy en una condición necesaria y suficiente para asegurar la eficiencia y éxito de las estrategias que se juegan por el 'desarrollo global', indica, al menos, que ese tiempo ha llegado.

En segundo lugar, adaptarse a las demandas cognitivas de nuestro tiempo le significa a la Historia asumir el pasado ya no como una realidad objetivada (muerta), sino como una realidad en permanente subjetivación (viva). Este cambio presupone asumir la historicidad de un modo distinto: no por su estática sedimentante (hacia atrás), sino por su dinámica constructiva y morfologizante (hacia adelante). Le implica, pues, ocupar toda la longitud temporal de la historicidad social, y no sólo la latitud pretérita. Y ello sobre la base de asumir el proceso histórico como producción de vida y no como subproducto de ésta; centrándose, por tanto, en la capacidad de los actores para auto-construirse en hechos, y no en la capacidad de los hechos para significar a los actores. En suma, le implica reevaluar, con respecto a los sujetos sociales, el rol histórico y epistemológico del futuro.

En tercer lugar, le implica privilegiar otro tipo de fuentes: ya no las fuentes escritas a nivel del Estado o del Gran Capital o de otras instituciones nacionales de igual rango (Iglesia, por ejemplo), sino las fuentes más directamente ligadas a la vida y a los sujetos simples que construyen y viven su comunidad local. Por ejemplo: la memoria colectiva, los relatos (orales) de vida individual o grupal, familiar o comunal; los documentos privados; los objetos y espacios sobre los que se despliegan las redes barriales, comunitarias o vecinales, etc. Es decir, las fuentes que testimonian lo social, lo privado, lo comunal, y, en general, el movimiento de la sociedad civil; fuentes que, hasta ahora, por el predominio abrumador de los materiales escritos sedimentados por la actividad funcional del 'espacio público' (estatal), han sido lanzadas a los vertederos periféricos donde van a morir - así al menos se cree - los caudalosos circuitos orales del conocimiento social.

En cuarto lugar, si asume las fuentes periféricas, la Historia necesitará utilizar premisas generales distintas para sistematizar e interpretar la información allí recogida. En el nivel local, ya no le serán de (tanta) utilidad los parámetros 'globales' de la política nacional, la economía mundial o de la modernidad occidental, porque, aquí, los parámetros significantes no están en lo macro sino en lo micro: son proyectos de vida individuales (subjetivos), grupales o comunitarios (inter-subjetivos), cuyo grado de verdad no está necesariamente garantizado ni por la generalidad ni por la objetividad, sino por la capacidad de los actores locales para realizar sus proyectos, mantener sus tradiciones o producir el tipo de realidad que necesitan (la que puede contener dosis importantes de imaginería, magia, simbolismo e inter-subjetividad). En lo local, lo social y lo privado, los criterios de verdad son diferentes - en una forma y grado que es preciso discernir en cada caso - a los que rigen lo global, lo político y lo público. La verdad, aquí, es un presente vivo, de fuerte magnetismo y potente capacidad auto-proyectiva. Esto determina que se trata de una verdad sujeta a permanente rectificación o reconstrucción; tanto, que la reconstrucción viene a ser la verdadera verdad. Se comprende que, en esta situación, la objetividad - que requiere inmovilidad, detención del tiempo y suicidio del sujeto - queda relativizada. Es evidente, por tanto, que los criterios interpretativos necesitan y deben ser definidos y manejados por los propios sujetos de la investigación histórica. Lo que implica que ésta ya no puede operar, en este campo, como un monopolio profesional sino como una tarea social, compartida entre el historiador y el sujeto histórico real.

Lo anterior lleva a una consecuencia (la quinta) de enorme importancia: la incorporación de la praxis historiográfica al mismo proceso histórico social (local). Esto es: la conversión de las metodologías científicas en un mecanismo interno de los procesos de vida; lo que implica actuar en dos planos a la vez: en las bóvedas asépticas de la ciencia pura y, también, en las calles revueltas del proceso real. Esto obliga a la Historia a establecer una relación distinta consigo misma: no unívoca, sino bi-unívoca; no tautológica (reincidente en las definiciones que la fundaron como tal) sino dialéctica y progresiva. Es obvio que esto la conduce a desarrollar una parte de sí como una 'ciencia de la acción histórica', o como 'ciencia de la historicidad' contemporánea y futura [9]. Semejantes posibles elongaciones le permitirían incrementar en varios grados su (hasta ahora pobre) sociabilidad inter-científica, derribar los 'muros de Berlín' que sus viejas definiciones fundacionales han levantado en torno a ella y, lo que es más relevante, le permitiría integrar su aporte al de las restantes ciencias sociales. Pues, según todo parece indicarlo, la naturaleza de los problemas actuales de la humanidad (o de la sociedad global) requiere de una adecuada integración inter-científica más bien que de una paranoica defensa de lo que cada ciencia ha definido como de su 'propiedad individual'. Los problemas en juego son demasiado importantes como para ignorar la necesidad de cambiar algunas costumbres décimonónicas.

Con todo, es claro que responder positivamente al desafío planteado por lo social, lo privado y lo local, es una acción que depende no tanto del historiador en tanto que tal, como del historiador en cuanto que sujeto social contemporáneo. Participar en la historia como actor y no sólo como observador implica, sin duda, una decisión ética propia del ciudadano. Y la construcción ética de un nuevo tipo de ciudadano es, precisamente, uno de los desafíos implícitos en el 'desarrollo local'.



NOTAS

1.- Estos y otros resultados son los que indujeron al ministro L. Maira a plantear una importante autocrítica a fines de 1995, y a los directivos del FOSIS a buscar redefiniciones metodológicas de su trabajo.

2.- C. Moser: "Confronting Crisis: A Summary of Household Responses to Poverty and Vulnerability in Four Poor Urban Communities", Studies & Monographies Series No.7 (The World Bank, Washington, 1996); también A. M. Ezcurra: "Banco Mundial y Fondos Sociales en América Latina", Ideas D.T. (Buenos Aires, 1996).

3.- S. Vetter: "Movilización de recursos: el desarrollo de base como empresa social", Desarrollo de Base 19:2 (Arlington, 1995); ver también el artículo de Esteban Valenzuela: "El miedo premoderno a los gobiernos comunales", en La Epoca, Lunes 24 de junio de 1996, p.8.

4.- R. D. Putnam: Making Democracy Work. Civic Traditions in Modern Italy (Princeton, N.J., 1993), p.181. Las cursivas son nuestras.

5.- H. Arendt: La condición humana (Barcelona, 1993); pp.222 et seq.

6.- J. Arocena: El desarrollo local: un desafío contemporáneo (Caracas, 1995. CLAEH), p.24.

7.- R. González: Espacio local, sociedad y desarrollo (Santiago, 1994. PET), p.93.

8.- R. D. Putnam, op. cit., pp.184-85).

9.- H. Arendt: De la Historia a la acción (Barcelona, 1995)