Roberto Díaz Muñoz

ENCONTRADO EN LA ARENA
(para entregar a Jerry Smith)
 

Querido Jerry:

Como es casi seguro que me maten a mí también antes de que pase mucho tiempo, te dejo estas líneas con la esperanza de que lleguen a tus manos y se conozca lo que ha pasado en esta playa.

Desembarcamos el 21 en el lugar más apropiado, que es éste en que estamos. Después todos se creyeron con derecho a discutir ese punto, pero hasta un ignorante comprende que se hizo la mejor elección posible: una franja de arena delante de un muro grueso en forma de medio círculo cuyos extremos, descendentes, se internan en el mar. En su parte superior el muro tiene unos cinco pies de altura y como el suelo por el lado de afuera es mucho más elevado que por el de adentro, viene a ser un refugio bastante bueno.

Ya ni siquiera existe, a causa de los bombardeos de los últimos días, la casa que se encontraba unos cincuenta pasos más adelante. El sitio en que estuvo la casa quedó tan despejado con las explosiones que no estorba para nada la visibilidad.
Más nos hubiera valido, a pesar de todos estas ventajas, haber desembarcado en cualquier otro lugar, pues a unos sesenta metros de distancia se encuentra una loma, que no es propiamente loma sino una insignificante protuberancia de roca completamente despreciable desde el punto de vista táctico. Contra toda lógica, el enemigo basó allí su resistencia.

En primer término, no debería haber ningún enemigo. Ya tendrás ocasión de ver cómo hemos removido y calcinado el terreno. Miras y no puedes descubrir nada vivo, igual que si estuvieras parado en una parcela de la luna. Pero en cuanto terminamos de colocar los equipos me mataron los dos primeros hombres que se habían sentado en el muro para observar con los prismáticos los efectos del ablandamiento. Comuniqué por radio con el capitán Brown, que estaba en ese momento a mi izquierda, y él me dijo que sólo se trataba de un grupito de sobrevivientes. No le dio mayor importancia al asunto. Me ordenó arrollarlos y reunírmele enseguida pues él se iba para adentro de todos modos con el material pesado.

Entonces me dediqué, durante casi una hora, a demoler la loma con todo lo que tengo hasta que la reduje más o menos a la mitad de su tamaño original. Todavía bajo un fuego muy denso, para impedir que el enemigo pudiera reponerse (si es que quedaba alguno vivo), envié quince hombres a tomar en una carrera la posición, mientras el resto apoyaba manteniendo la barrera. Pues bien, ahí perdí otros siete hombres que cayeron como en sueños. Los demás echaron cuerpo a tierra y en lo sucesivo sólo fue posible la comunicación con ellos a través de los radios individuales. Con todo, ese fue nuestro mejor asalto, si se lo puede calificar así, por el hecho de que llegamos a casi diez metros del contacto.

Repetí esa misma operación, con diversas variantes, otras veces, machacando siempre primero. De la loma no quedó más que la base, pero no pudimos desalojar al enemigo y lo peor fue que perdimos diecinueve hombres en los cuatro ataques. Le conté de nuevo a Brown lo que me estaba pasando, pero tampoco esta vez recibí ayuda de su parte pues, al parecer, él mismo tenía algún problema en el sitio en que estaba y lo que hizo fue ordenarme que me le reuniera inmediatamente.

¿Me creerás si te digo que a esta altura los muchachos empezaron a sopesar mis órdenes y no pude, por esto, organizar un nuevo asalto? Te pondré un ejemplo para que veas hasta qué extremos son capaces de llegar los hombres en ciertas circunstancias. El sargento Morris, como tú bien sabes, era mi amigo desde hace años y la única persona en quien confiaba de veras. Él tuvo la idea de mandar simultáneamente varias parejas de soldados, dos de las cuales debían dar un rodeo para alcanzar la loma desde los flancos. Eso era factible y debió habérseme ocurrido antes ya que explotaba la inferioridad numérica del enemigo. Este plan, desgraciadamente, no pudo ponerse en práctica. Morris resultó herido en condiciones que no puedo explicarme todavía aunque sospecho de Joe y de Ralph Ellis, dos tipos de Maine, que murieron un poco después cuando intentaban escaparse por el mar sin haber tenido en cuenta que el agua en esta playa no llega más arriba de los tobillos en un tramo demasiado largo como para que la aventura no resulte mortal.

Después de esto, el enemigo afinó la puntería en un alarde de virtuosismo. Sin ir más lejos, te diré que un soldado, con las precauciones del caso, asomó el casco y menos de dos pulgadas de su rostro por encima del muro como hasta entonces veníamos haciéndolo. Pero antes de que pasara un instante por esa misma abertura penetró un proyectil. Luego el cabo Elton recibió un impacto en el brazo derecho al tratar de lanzar una granada para lo cual tuvo que sacar el maldito brazo. Para mayor desgracia, la granada, activada ya, cayó de nuestra parte matando a Elton y causando heridas de consideración a varios soldados que estaban cerca. Lo peor de todo es que el enemigo se encuentra objetivamente fuera del alcance de una mierda de granada.

Por el cielo pasan nuestros aviones y en el mar se ven nuestros barcos. La tierra no ha dejado de temblar con las explosiones. Quizás ésta sea una guerra difíci1. Llamé a Brown y nadie contesta. Mis hombres han sido muertos o heridos de todas las maneras posibles: en ataques, huyendo hacia el mar o por los lados de la playa y hasta, según me atrevo a afirmar, a manos de sus propios compañeros como el caso de Morris. Estamos aptos para combatir Ernie Simpson y yo sin contar los dos que quedan vivos de los ocho que se tiraron al suelo a pocos metros de la loma.

Aquí tengo que decirte algo que no comuniqué antes a nadie porque me pareció demasiado ridículo: el enemigo consta de un solo combatiente, cuando más de dos, aunque se ha dado maña en disimularlo. Creo que soy el único que ha podido verlo. Usa un uniforme de dos colores que observé un breve instante en los primeros momentos, lo que me llevó a decir a Brown que estaba ante los restos de alguna élite.

Ahora viene lo más bochornoso de todo: el enemigo es una mujer. Tiene una cara parecida a la de Jane Fonda en la Jaula del amor, o por lo menos eso me pareció desde lejos. De modo que llevo horas pensando en esa mujer y temiendo el momento en que tenga que enfrentarme con ella.

Haz lo que te parezca con esta estúpida historia. Siempre has sabido mejor que yo cómo se debe actuar en cada caso.

Te dice adiós tu hermano,

John 

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Cyber Humanitatis N°5