Sergio Carumán

14. HISTORIA XIII

hola ani eso dije hola pero no había nadie yo pensé que estabas detrás de la puerta como cuando te pregunté qué pasaba cuando uno se moría y tú me dijiste que no sabías y yo te pregunté qué pasaba con el alma y tú me respondiste que ese era un misterio entonces la vida no es tan bonita como parece te dije yo y tú me miraste raro como si hubiera dicho algo malo salvador dijiste no pienses en eso pero en tus ojos había algo así como una sombra de tristeza amarilla ya la había visto antes en otras personas parece que no se dan cuenta que yo observo a la gente y la miro por dentro y sé qué les pasa cuando conmigo hablan y me miran como si yo fuera una piedra un muro una silla un espejo soy y ellos se ven en mí por eso me rehuyen porque se ven como son en realidad y la realidad no les gusta prefieren el sueño y no saben que el sueño es malo no sirve crea más sueño y así sueñan todo el tiempo creyéndose despiertos pero no y por eso yo me escondo también me dan susto y en cambio un árbol no me da susto y yo con él puedo conversar de igual a igual como cuando hablé con las hormigas y me dijeron que me fuera de la casa que no me querían en mi casa que mi mamá no me quería que mi papá de mí estaba avergonzado las hormigas saben todas estas cosas porque andan sobre los árboles y los árboles están llenos de pájaros que volando todas las conversaciones escuchan y no tienen miedo como yo ahora que no sé adónde ir la ani no está en la casa al menos ella me diría qué hacer a lo mejor las hormigas se equivocaron pero no yo vi esa agitación en alfonso y también vi esa opresión en amelia y vi su sufrimiento pero yo soy alegría por qué sufren por mí si yo quiero estar en el patio y jugar con tierra y hacer caminos en las caídas hojas de los árboles que son mis amigos y me cuentan historias para que me quede dormido y también me gusta tomar chocolate con leche es tan rico en las mañanas cuando el sol recién está saliendo y los colores se pasean por las cosas y las cosas se quedan quietecitas porque si se mueven los colores se asustan y se van así como se fueron de la tía luchita y la dejaron tan sola que la pobre se murió de la pena y yo también lloré harto porque ella me quería y cuando me miraba yo sentía una luz aquí adentro y un calor dulce la ani también me mira así a veces y algunos niños los grandes no ellos no saben que llevan la muerte escrita en sus caras y la muerte me saluda y me da mucha pena porque ella me conoce y mi amiga quiere ser pero yo no quiero jugar con ella yo quiero jugar con el sol y hacer un castillo de luz y ganarme un premio así todos me querrían y me darían dulces serrano son tan ricas las calugas que sería capaz de contarles todo lo que pienso si me dieran más pero nunca saben lo que me pasa ellos andan muy preocupados dicen que tienen que trabajar para ganar dinero y yo no sé para qué trabajan tanto si nunca les alcanza lo que tienen y a veces se mueren y no saben para qué tanto vivir preocupado no como la tía luchita que ella nunca estaba triste siempre cantaba canciones antiguas parece y hasta me contaba cuentos muchos a lo mejor si me contaran más cuentos yo me moriría tranquilo para dónde se va el alma.
 

23. HISTORIA XXI

Seguro que no te diste cuenta que venía el auto. No lo viste. Ibas distraída pensando en qué ibas a comprar para hacer el almuerzo. ¿Por qué no miraste antes de cruzar, Amelia? Aquella mañana Salvador había salido temprano y te habías quedado sola. Hubo un momento en que te sentiste cansada y te sentaste unos instantes en la habitación que antes fue la biblioteca. Los estantes estaban vacíos e, inevitablemente, te acordaste de mí, pensaste en Alfonso, tu esposo, muerto hace algunos años antes. Recordaste la tienda "Donde golpea el monito", tu memoria te llevó al minuto exacto en que entraste a comprar un sombrero que habías visto en la vitrina, recordaste el rostro sonriente del dependiente que te atendió, y su inconfundible acento español. No puedes negar que quedaste de inmediato cautivada. Yo no tuve más ojos que para ti. El óvalo perfecto de tu rostro, la suavidad de aquellos ojos castaños, la blancura de tu piel, tu forma de preguntarme por el sombrero, el timbre de tu voz. No se bien qué te respondí. Tú en cambio te mantenías inmutable, como si nada hubiera pasado, pero por dentro sentiste el vínculo que se estaba estableciendo, tal vez en contra de tu voluntad o de la mía. Alguna parte innominada de tu ser comprendió que yo había viajado desde tan lejos sólo para encontrarte, había cruzado el mar, había abandonado la hermosa Andalucía, los plácidos viñedos, las corridas de toros sabatinas, el olivar y sus sombras movedizas, sólo para verte entrar por esa puerta. Lo comprendiste instantáneamente. También yo lo comprendí, y recién entonces cobraron algún sentido mis actos. Alfonso González viaja miles de kilómetros, abandona su casa, deja a sus padres, se instala en la última clase de un barco indecente, sólo para conocer a Amelia Herrera, algunos años después de su llegada a Chile, así aparecería en un periódico si publicáramos el descubrimiento como una noticia para todo el mundo. Ahora tú, sola en la habitación vacía de libros que yo tanto estimaba, ahora sola, recuerdas. Ya has llorado bastante y en lugar de lágrimas no tienes más que una tristeza profunda, una tristeza que es como un cansancio, un desánimo, una sensación de abandonar la lucha diaria, de dejar las cosas sueltas, una sensación de no retener más que lo indispensable, que ya no es lo material. Piensas en Salvador. Sabes que cuando mueras él va a quedar solo en el mundo, sin nadie que lo cuide, posiblemente despreciado por toda la familia. Quizás lo único que aún te mantiene con vida es él. Recuerdas cuando decidimos adoptarlo, luego de aquellas largas discusiones cuando supimos que no podríamos tener hijos. Recuerdas la felicidad que te embargó cuando llegamos con él a casa la primera vez. Era tan hermoso, con su pelo ensortijado, su aspecto de indefensión total, sus manitas moviéndose en busca de un apoyo, en busca de tu apoyo, del calor de tu piel. También recuerdas los primeros síntomas de que algo no iba bien, y nuestra tremenda decepción y pena cuando supimos de su retardo. Pero nunca lo dejamos. Nunca lo dejaste. Y yo, que tenía tantas esperanzas en él fundadas. Que pensaba mostrarle las glorias literarias de España, la biblioteca iba a ser suya cuando creciera, y fuera abogado, escritor, historiador, pero nada de eso resultó, la vida siempre te lleva por su propia senda inescrutable. Como a ti esa mañana infausta. Ibas cruzando la Gran Avenida, distraída, y cuando viste el auto con el rabillo del ojo ya era muy tarde y no podías esquivar el golpe, apenas unos cuantos metros te separaban del impacto, y yo lo había visto todo ya en innúmeras ocasiones, pero nada podía hacer por impedirlo, y me dolía toda esta presencia sin nombre que es mi cuerpo desvaneciéndose y desgajándose de la vida que aún me queda retenida en este humo blancuzco de lo que soy, de lo que me queda por ser antes de diluirme en lo Otro, toda mi presencia me dolía, como te dolía a ti cuando supiste que morirías en escasos segundos más, el auto te golpeó de lado, y tu sentiste cada dolor uno por uno, como si fueran independientes y no uno solo y el mismo siempre, los huesos del brazo fracturándose, las costillas quebradas perforando el pulmón derecho, y tu volando mientras pensabas que te morías, y te caías y rodabas por el asfalto y tu rostro se fisuraba por la fricción, y tu cráneo se quebraba y tu sangre se te iba, se te iba, politraumatismo dijeron los doctores en el certificado de defunción, pero no sabían lo que habías vivido en tu muerte, el cerebro todavía registrando información, el corazón colapsado ya no te latía, los pulmones no se movían, te faltaba el aire y no te importaba, sólo el cerebro seguía trabajando en contra de tu voluntad que ya no quería sentir nada más y dejarse ir, abandonarse, pero el cerebro aún registró ese dolor final cuando se te salía el alma del cuerpo, registró ese desgarro que era como si te despellejaran y quisiste gritar pero no tenías boca con qué hacerlo, no tenías aire que expulsar, ese dolor, retorcido, como ningún otro, quedó grabado en tu memoria, como si te partieran en dos, que era lo que ocurría, tu cuerpo se sentía abandonado, qué terror el del cuerpo en soledad, y tu alma no quería desprenderse de él, qué espanto el del alma que se escabulle, pero todos cedemos y nos vamos, nos vamos, y tu te quedaste dando unas vueltas por ahí, viendo si podías entrar de nuevo, sin convencerte de lo sucedido, sin creer que ya no estabas donde estuviste, hasta que te hablé y te dije, no tengas miedo, aquí estoy para cuidarte, mira, estoy contigo nuevamente, dame tu mano y déjame llevarte, mi amor, déjame llevarte, que ya nada te va a pasar, ya la muerte no te alcanza, ya el tiempo no te atraviesa, ya el dolor no te toca, ya la sangre no te arrastra, ya la angustia no te hiere, ya la muerte no te muere, Amelia, ya la muerte no te alcanza.
 

27. HISTORIA XXII

parece que se murió mi mamá eso me dijeron que había pasado un auto la atropelló y yo ni siquiera he almorzado y con el hambre que tengo nadie se ha cuenta dado todavía voy a pedirle a alguien que me dé un poco de pan tengo tanta hambre y sigue llegando más gente y todos me hablan y salvador me dicen lo lamento mucho o si no mis condolencias o si no mi más sentido pésame y algunos hasta lloran y yo me cansé de llorar se me acabaron las lágrimas y ahora no sé quién me va a cuidar más cómo será estar solo sin mamá por el mundo irse así nomás a lo mejor no me voy a quedar en la casa a lo mejor me voy lo conversaré con los árboles ellos saben todas estas cosas siempre han visto morirse a la gente e incluso hay árboles que de los muertos se alimentan así me contaron la otra vez me dijeron que ellos sabían de un álamo grande grande que había crecido mucho porque debajo de él cuando era chico habían enterrado a un hombre unos soldados llegaron en un camión y arrojaron un bulto lo tiraron al suelo y luego cavaron una fosa y tiraron el cadáver ahí sin darse ni cuenta que al lado estaba un álamo todo mirándolo y calladito el álamo en ese entonces era chiquitito pero creciendo fue y a medida que crecían sus raíces se fue alimentando del cadáver del muerto que feliz así me dijeron los otros árboles le iba entregando todo lo que había sido en vida le dio su carne primero transformada en líquidos y nutritivos minerales y cuando se le acabó eso le empezó a dar sus recuerdos le dio sus alegrías sus penas le dio todo lo que al morir se llevó que era mucho y así se convirtió en otra cosa sus ojos llegaron a ser hojas verdes agitadas por el viento sus brazos se fundieron con el tronco sus piernas se extendieron hasta las ramas más altas su cabeza se introdujo por el tronco en forma de savia y sus recuerdos se evadieron en forma de polen y el álamo creció fuerte y alto arriba mirando el cielo y alrededor suyo miraba feliz porque era alto y estaba muy contento todo esto me dijeron los árboles de mi calle así es que me gustaría mucho que enterraran a mi mamita cerca de algún árbol chico para que creciera harto y a lo mejor yo podría despacito acercarme y conversar con el árbol y escuchar la voz de mi mamá que me dice qué es lo que tengo que hacer para que todos me quieran y a lo mejor en las tardes me podría sentar a siesta dormir debajo de la sombra del árbol y los pájaros se vendrían a en las ramas posar floridas y me cantarían una canción bonita mucho de aventuras y de cuentos que a mí me gustan tanto creo que le voy a decir al tío nino que entierren a mi mamá cerca de un árbol pero no le voy a contar a nadie que yo hablo con los árboles o si no por mentiroso a castigar me van como una vez hace tiempo que yo dije que hablaba con las nubes y otras cosas y me miraron y se rieron y me dijeron cállate si no eres más que un estúpido un retrasado mental y cosas así qué será un retrasado mental debe ser algo así como una persona que va atrasado en la mente le ganan todos y el siempre llega tarde y nunca puede hablar con los árboles ni con las piedras sí qué pena hoy.
 
 

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Cyber Humanitatis N°5