PÁGINAS DE JUAN EMAR  *

Alejandro Zambra Infantas

 

 
No bien partía un barco de oro de la orilla
cuando ya no era orilla ni barco ni partía.
Enrique Lihn

 

        El escritor se sorprende a sí mismo repitiendo palabras en voz alta, cargando la punta del lápiz para marcar un énfasis, mirando con desgano un papel que está lleno de manchas o demasiado en blanco. Sería difícil renunciar a las imágenes que aparecen a propósito de una primera lectura, más aun si todo lo que voy a decir parte de ella y si cada vez que vuelvo a leer, veo, esencialmente, lo mismo.

        Cavilaciones es un texto inédito de Juan Emar escrito entre los años 1923 y 1924 . En él Emar intenta acercarse a su propia obra, lo cual significa enfrentar las experiencias fundamentales que han hecho necesaria la escritura. Cavilaciones es una de las formas que adquiere el esfuerzo de Juan Emar por decir algo, aun cuando siempre está demasiado claro que las palabras no lo permiten, que sólo es posible rodear un objeto huidizo y agresivo en su opacidad. Porque no sólo se trata de no encontrar la palabra o a alguien que pueda entenderla: no existe la palabra y si existiera no diría nada. En Emar, la "corrección" del texto se aleja considerablemente de los criterios externos y pasa a ser un asunto de fidelidad con lo que se quiso decir, o sea, una escritura que se da cuenta, en el mismo momento en que se escribe, de que quiere ser lo que quería ser y no lo que está siendo. Y la consecuencia es ese intento por seguir el recorrido, acaso, acercar el orden en que las cosas aparecen. La escritura es la consecuencia de una vida, es decir, proviene de instancias en las que es imposible separar voluntad y necesidad, sentimiento y palabra. Lo que prevalece es la experiencia fragmentaria del mundo en el pensamiento, en el cual nada es real y todo es real. Aunque se sepa que es imposible referirlo: "El mundo del pensamiento se nos revela como un mundo separado, aparte. Él sólo resuena en nosotros internamente, como a veces los ciegos sienten los objetos peligrosos con que pueden estrellarse".

        Y es que antes de toda escritura está la primera vacilación, el primer indicio de que existe algo difícil de comprender, cuestionable. Para Nietszche, Hamlet duda precisamente porque alguna vez conoció, supo acerca de la inutilidad de sus esfuerzos, de la imposible mantención de un orden que se sabe ilusorio, solamente similar, falaz. El escritor que hay en Cavilaciones, debe su oficio a la puesta en duda de las respuestas naturales: "A mí, como a los demás, se me indicó la fecha de mi nacimiento, se me enseñó el sitio donde él había tenido lugar, mi madre dijo ser ella mi madre, mi padre ser él mi padre, y todo esto, me fue explicado en un fugaz momento de ocio, y mencionado como las cosas ya tan sabidas que es casi pecado otorgarles más tiempo del que merecen." Cavilaciones deja en claro que todo el problema del escritor surge en su negación a aceptar la supuesta naturalidad del mundo, a la terquedad que supone no eludir las preguntas fundamentales. Es decir, la prolongación infinita de una incomodidad irreparable, de una sensación de profunda extrañeza. Desde el momento en que existe la duda aparecen dos posibilidades de vida: "(...)La una de luz, la otra de tinieblas. Desde ese punto, pues, se va hacia la creación o hacia el total aniquilamiento." Siempre pensando en Hamlet, la escritura es, en Emar, la elección de una manera de relacionarse con un mundo cuya naturalidad no puede ni podrá ser aceptada, un mundo que se aparece más como un problema que como un escenario. Y quien escribe lo hace porque experimenta "la necesidad imperiosa de exteriorizarse de cualquier forma", porque precisa la sensación de desarrollo, la inmotivada impresión de que es posible encontrar un sentido, de que es posible esta posibilidad. No sólo hay cuatro paredes que encierran: el que escribe se encierra en su propia obra, en la idea que tiene de ella. La escritura es la acción, es la posición suspensa en la que está quien desea hacer algo que tenga un sentido, aunque éste sólo esté en el acto de dejar constancia de la incomodidad. La repetición necesaria de una misma cosa en todos sus tonos: hacer valer la redundancia de un esfuerzo inútil.

        Toda escritura es un fracaso, una aproximación tardía y débil, un remedo, un consuelo. El epígrafe de Cavilaciones: "Toda vida heroica es ese no querer ser los que somos". Lo que ocurre en Juan Emar -y también en su obra- es que se conoce demasiado bien el pecado de falsa inocencia como para incurrir en él. Sus textos siempre son un enfrentamiento (con un) absoluto, con un espejo demasiado real. La fragmentariedad en que las cosas, sus imágenes, aparecen, obliga a una literatura que siga ese movimiento, de tal manera que construir un texto sea igual a fragmentarlo. Aunque sólo sea para permitir la persistencia de incongruencias esenciales, de puntos que jamás han de ser esclarecidos, palabras que dicen escasamente y sólo en la medida de su escasa capacidad.

        Cada palabra es un pérdida en la medida en que ha permitido extraviar una porción de lo que se pensaba decir, terminar diciendo otra cosa. Para una literatura que asume los lugares que ocupa, leer las palabras recién escritas implica reparar en el desgaste que significó decirlas. Y tratar de ver una página en vez de un papel.

 

 

 

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Cyber Humanitatis N°6