Universidad de Chile

 

Poesía
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ANDRÉS MORALES nació en Santiago de Chile en 1962. Poeta. Ha publicado, entre otros, Por ínsulas extrañas, Ejercicio del decir, Verbo, Vicio de Belleza, El arte de la guerra, Visión del oráculo, Escenas del derrumbe de occidente. Su obra ha sido traducida a siete idiomas.

 

REQUIEM

DIES IRAE

Al iris de la sombra de un ojo en la memoria,
al cóncavo y convexo espejo iluminado,
a la silueta exacta sorprendida en ascuas,
al número secreto que guarda más secretos,
a los inmensos-graves-conflictos-pasajeros,
a las tormentas huecas de pasiones muertas,
al universo en grietas, abriéndose o cerrando
las puertas y cometas que ascienden al delirio,
a los perfectos pasos que aún resuenan sordos
y a los perdidos pasos de quien ya no regresa,
al agua, al fuego, al cielo terrible de Tus Iras,
a todas esas piedras que cubren a los muertos
y a los gusanos hartos de tan humana carne,
al sol que ya ni entibia las tardes recordadas,
al pérfido dolor de los insomnios diarios,
a la belleza turbia de lo que no es hermoso
y al río que devuelve sus peces en veneno,
a la saqueada aldea, a la ciudad en llamas,
a la justicia a solas, a la memoria inquieta,
a todo lo que cae del tórrido verano:

Un largo adiós sin música de orquestas en sordina.

Silencio entero, lleno de noches sin mañana.

CONFUTATIS

La dicha se detiene y en la tregua,
el sol enmudecido desoyendo
la música del hondo ritmo lento
de pájaros y auroras, de la sangre
no hiere más aún que el desamparo
de líquenes, de piedra, del perdido.
Inquieta este vaivén de agujas rotas
clavándose en la espalda de la tierra,
el tiempo y sus relojes, las mentiras
de un ronco, helado, sordo agraz sonido
que quiere parecer un grito hueco
y sólo es el reflejo, no del sol,
de edades no vividas en la sombra.
Ni el ciego frente al fuego lo imagina,
ni barcos, ni galeras lo navegan,
tampoco el niño ausente en el espejo
que quiere madurar en un instante.
El cerco de las voces lo proclaman
y en vano los augurios lo presagian.
No cabe en el futuro si es presente,
no rompe el hoy cabal, confuso, inerte.
El canto de los búhos, de sirenas
parece deshacerlo en una mezcla
de húmedos placeres y congojas,
pero el mármol permanece y el granito
nos hunde en la memoria sin razón.
Tampoco las escasas confesiones
consiguen espantar su cruel mirada:
la hiena no reposa ante la muerte
ni sacia más sus dientes en la gula.
La aguda campanada no es alerta:
el cielo no desanda sus pisadas
ni aquieta el mar de llanto estremecido.
No hay piedad ninguna ni descanso,
hileras de difuntos lo confirman.

(El árbol no da sombra ni estremece
el fruto la cabeza del curioso).

Un hálito de niebla entre los ojos,
la súbita caricia que desnuda,
algo en esa unánime oquedad
de arenas que despeñan más arenas.

Desorbitado engaño del reflejo
que acaba tras el ágil parpadeo
de sueños no cumplidos, de palabras
perfectamente muertas en la lengua.

Relámpagos de ciencia entre los dedos,
onidos que ensordecen la estampida
de una multitud que ya no escucha
el desgarrado pálpito de Dios.

La dicha se detiene en un segundo.
Aquel instante lleno de un instante.
El ruido de los huesos fracturados
no cesa de tronar despavorido.

La niña que jugaba lo adivina:

No hay fin en el final, en la desgracia:

El mundo nunca estuvo, nunca estuvo.

LACRIMOSA


Lacrimosa dies illa,
qua resurget ex favilla
judicandus homo reus

El alba se descubre en el rumor del agua
que trae más tormentas y sinsabor de días
entumecidos, yertos, vacíos de palabras,
hondos en sus mares de un granizo estéril.

El niño no sonríe ni llora, ya no gime:

El diluvio anuncia el Paraíso muerto.

REX TREMENDAE

El Dios que nos inunda en la desgracia.
El Dios de espinas, llagas y silicios.
El Dios de la venganza en este ojo.
El Dios que permitió la muerte injusta.

El Dios inmenso, todo, omnipotente.
El Único, la Voz, el Trueno, el Odio.

El Dios que abrió la puerta del infierno:

El Dios que hizo al hombre y a este mundo.

AGNUS DEI

Caín:
-Cordero de Dios que lavas esta mancha de mi frente...

Luzbel:
-Cordero de Dios que salvas a tus siervos en desgracia...

Sodoma (Coro):
-Cordero de Dios que limpias estas llagas y cenizas:

Que el viento nos recorra en la alegría,
que el agua recupere su sabor,
que el cielo no se cierre a nuestro llanto,
que no sea la culpa el cruel abrigo,
que el pan se multiplique en esta hambre.

 

Hitler:
-Que mi nombre siempre evoque la inmundicia...

Stalin:
-Que el castigo nunca ceje en mi desgracia...

Hiroshima (Coro):
-Que el vacío solo cuelgue en el vacío:

Amapolas y gaviotas, perros, algas, caracoles,
gusanos con encinas, rameras y alacranes,
vísceras calientes, gritos, desperdicios,
humo en las ciudades derrotadas,
fractura de los huesos, voz quemante:

 

La Tierra (coro):
-Cordero de mi Dios, cordero mío...

Jesús:
-Ten misericordia de tu pueblo.

RECORDARE

El viento agita soles en los ojos
cubiertos por el polvo, en polvo quietos
y riega de inquietud, de ausencia o llanto
la interminable huella de la erosión primera
o ese vago ardor de las ideas,
o ese limpio océano de huesos que resbalan
en la conciencia sola, a oscuras de la luna.

Barre el viento calles del largo cementerio:
del buque a la deriva a la estación quemante,
de la revolución hasta el sometimiento,
de larvas y gusanos a líquenes e insectos.

Todo permanece: nada permanece,
un error del cielo o una copia espúrea:

Equilibrio magro de átomos y espacio,
ruin materia entonces pudriéndose en la cuna,
agua que no es agua: luz que nunca brilla,
engaño tras engaño de los recuerdos, tumba.

Que suene entre los muros la voz del gran vacío,
que agite al sol de nuevo el viento que no cesa.

La memoria olvida, la tierra no florece.

LUX AETERNA

La gota de esperanza sobre la gota roja
que en un hilillo seco recorre cada año
los siglos que enriquecen huesos y memorias

de una vida entera, de una ola rota.

La paz que nos inunda tras el amor desnudo
y el eco de otro eco en las profundidades,
todo se levanta desde su cruel descanso
para volver al paso, al ámbar, a la sola
sensación extraña del movimiento grácil
que alguna vez tuvieron los nervios y la carne.

Resurrección del átomo henchido de cenizas,
resurrección del hijo que los padres sepultaron,
resurrección de tardes y de noches y mañanas
perdidas en el hueco del yerto cementerio.

La luz que se encarama detrás de las montañas,
el rayo electrizante de esa mirada quieta,
la sombra de una sombra que nos devuelve claro
el don de las palabras vacías y perfectas:

Todo se levanta y grita sus desdichas,
sus ansias, su destino, sus odios, sus pesares.
Todo se aquilata al fondo del océano
que inunda la alegría del elegido en vano.

Nadie nos precede y nadie nos espera:
nadie estuvo nunca ni nadie seguirá;
nadie en este sueño de dioses que imaginan
la tierra, los planetas, los mundos, las estrellas.

Sólo en esa gota de sangre, de esperanza,
en ese hilillo quieto que rueda en la memoria;
allí sin más acentos, ni lenguas, ni palabras,
en ese gesto de ángel, de tiempo, de palomas,
allí habita el hombre que espera por los dioses,
allí habitan dioses que creen en el hombre.

 

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