Universidad de Chile

 

Narrativa
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CARLOS WINCKLER nació en Osorno en1965. La Memoria (1997) es su primera novela.

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Del regreso de Norton

El ruido metálico y monótono del tren no deja dormir a Norton. De todos modos le gusta ir despierto a esa hora, cuando todos duermen. Es como si hubiera más aire para respirar. La mujer que viaja dos asientos más adelante tampoco puede dormir, pero ella piensa distinto. Se siente un poco sofocada. Tiene la impresión de que a esa hora, cuando todos duermen, se sueltan un poco los esfínteres y el aire se transforma en un gran pedo flotando.

En una casa vecina a la línea ya están acostumbrados al sonido del tren, ya nadie despierta cuando pasa. Es un ruido vago que se filtra hacia sus remotos sueños, un ruido familiar que, lejos de inquietar, da cierta seguridad. Alguna vez el tren no pasó y el niño despertó llorando. Ni siquiera importa que la casa tiemble entera, es parte de lo cotidiano. Casi lo extrañarían si dejara de ocurrir. Han asegurado los frascos en las estanterías, las lámparas están clavadas a los veladores, libros no tienen. Esta noche, eso sí, hay una luz encendida en casa. No todos duermen. El tío no ha podido conciliar el sueño. Toma vino con la mirada vacía. Sueña despierto. Siente el fracaso incrustado en su piel curtida. Sobre la mesa da vueltas descuidadamente con el dedo un boleto de lotería. El sonido del tren pasando se lo lleva a él también. Siente que va mirando por la ventana y que tal vez repara en una humilde casita situada al lado de la línea. Sospecha que quizás pensaría en la gente que habita esa casa, que podría hasta llegar a imaginarlos viviendo sus pequeñas vidas, cargando sus miserables esperanzas. Piensa que podría imaginarse incluso a sí mismo sentado frente a una mesa dando vueltas un boleto de lotería. ¿Quién más que gente como él habita esas casas a la vera de la línea? Y luego continuaría su viaje que lo llevaría muy lejos. Sería otro, un aventurero recorriendo tierras imposibles, un galán maduro, un hombre de negocios, un tipo alto, delgado y blanco, y no el que es, con esas manos curtidas que rasmillarían la piel delicada de las muchachas, con la espalda doblada de tanto trabajar sobre tierra ajena, con los pies demasiado anchos para cualquier zapato. Piensa que tal vez conversaría de temas que ni siquiera puede imaginar, con alguien que tampoco pudiera dormir.

El tren va muy lejos, ya no se escucha. En la casa se acaba de detener finalmente el movimiento pendular de la ampolleta que cuelga del techo. El hombre se ha quedado dormido sobre la mesa.

Amanece. Norton también duerme. Se tapa un poco con la frazada. Es un gesto inconsciente, automático, motivado por la pura sensación de frío. El traqueteo del tren desemboca en recuerdos ingratos que contaminan su sueño. Déjennos volver a casa, escucha en su memoria, como si fuera el presente otra vez. Allí estaban sus compañeros, caras vendadas, rostros, muletas, restos humanos. Todos queriendo subir al tren, incluso los muertos en sus cajas.

—No podemos seguir luchando en esta guerra, no tenemos rabia, sólo tenemos una pena negra.

—Yo tengo nostalgia de mi tierra.

—Añoro mi casa.

—Jamás olvidé a mi novia.

—Nunca conocí a mi hijo.

—Yo quiero volver al árbol hueco que me sirvió de abrigo alguna vez.

—Quisiera tirarme de espaldas y mirar por horas el cielo nítido que cubre la vida.

—Déjennos volver a recomponer el último beso de amor, no el de la despedida sino el del encuentro, no el de la muerte sino el de las buenas noches.

—¿Qué malvada conspiración fue ésta?

—Una cortina de bombas se cerró sobre el futuro.

—Nunca pudimos hacer un hogar de las trincheras.

—La guerra volvió ácida nuestra saliva.

—Me vuelvo para ver. No hay gente, no hay gente, sólo rostros muertos.

—Nuestra casa quedó sepultada bajo escombros y cemento.

—Ella desapareció pero nuestro amor aún está allí.

—Seguiremos hablando de amor pese a la prohibición.

—El amor nos hará volver.

—La tierra devastada escupir huesos por mucho tiempo, un hijo, un padre, una novia, un ser humano obligado a luchar en las guerras de la patria.

Norton es despertado suavemente. Ya es la hora del desayuno. La luz del día ha inundado el carro. Unos niños juguetean. A pesar del esfuerzo y el tiempo que debe haber invertido en eso, la señora jamás recuperó su pomposo peinado, sólo consiguió que alguna gente se impacientara esperando el baño. Una mujer mira por la ventana. En un carrito pasan ofreciendo té, café, sandwichs, bebidas, revistas, galletas, etc. Luego pasa otro personaje anunciando el primer turno para los que deseen tomar desayuno en el coche comedor.

Norton se levanta con pereza. Se dirige al baño. Una vez allí se mira al espejo con atención. Lo que el Quijote me contagió, piensa, fue ese afán en creer que alguien escribe nuestra historia, aún la más íntima y secreta.

En la ventana un par de gotas llaman su atención. Piensa que está lloviendo. Luego piensa que dos gotas no hacen la lluvia, así como unas cuantas golondrinas no hacen primavera, o algunas chispas no hacen la luz. Se queda mirando por la ventana. La lluvia es indiscutible. Las gotas en el vidrio y el paisaje pasando rápido, lo llevan muy lejos. Es un viaje simultáneo, hacia adentro y hacia afuera. ¿Podrías hipnotizarme, lluvia, podrías? ¿Y tú, cielo, y tú, ciénaga, y tú, vitrina, y tú, viento, y tú, mar, y tú, mi amor, y tú, podrías? ¿Qué dices, espejo, podrías? ¿Y los latidos del corazón, podrían?

El ruido de la puerta lo saca de su cuento. Otros quieren entrar al baño. Norton se asea, se ordena, se echa algo de colonia. Vuelve a mirarse en el espejo. Hace esfuerzos para no perderse en cualquier rincón del cerebro. Le parece que su paisaje interno es tan bello, triste, pero tan bello.

Ahora está sentado en una mesa del coche comedor comiendo unas tostadas con mantequilla y mermelada, café con leche y jugo de naranjas. La gente que viaja le parece interesante, menos un caballero que no ha dejado de leer la sección económica y un matrimonio con sus niños a quienes encuentra francamente insoportables. Sigue con la vista los talones del hombre que corta los boletos. Se concentra en ese solo acto. Si tratara de recordar exactamente cada uno de sus movimientos, la luz, los reflejos, el baile del pantalón, el brillo en los zapatos, cada cosa tal como ocurrió, ¿podría? Es decir, ahora cierro los ojos y reproduzco mentalmente la misma escena, pero ¿es realmente la misma?

Van llegando a la Estación Central. Norton lleva poco equipaje. Su ocupación principal es observar. Mira cómo las madres reúnen a sus hijos, cómo las parejas juntan su equipaje, cómo los pasajeros se preparan para descender del tren. Trata de adivinar a cuáles de ellos esperan en la estación y cuántos llegan solos. Cree reconocer a aquellos que están aburridos de tanto viajar. Está nervioso. No quería volver a Santiago nunca más. Las cosas han cambiado mucho. Lo que destruyó la guerra ahora está convertido en algo tan diferente. Sin embargo le parece que la gente es la misma, los vendedores, los lanzas, los malditos policías. Camina lentamente. Respira cada partícula de Santiago Centro. Casi no reconoce los bares. Ahora todo es plástico. Está alucinado. Han cerrado los lugares que conocía. El Atenas es ahora un puesto de ropa usada. El Iruña se arrienda. Orientales vendiendo cualquier cosa ocupan el sitio que conoció las borracheras más memorables, esas llenas de poesía, de amor verdadero por la poesía. Recuerda lo que Enrique le decía. Escribir es una cosa tan básica. Se subía a la mesa, botella de vino en mano, y declamaba entonces, con toda su elegancia y decadencia:

 

Poesía, poesía
Luna, señora
Mujer mía

Un lápiz y un papel
Conocer las letras
Y saber juntarlas

Poesía, poesía
Rosa blanca
Del alma mía

Recuerda estos pasos
Recuerda estas calles
Recuerda estos bares

Recuerda el reloj
aún antes de los palitos,
y antes de la piedra y el sol.

¿Cómo era el tiempo entonces?

Poesía, poesía
Diosa blanca
Del alma mía

Escucha estos trinos
Sé lo que el sonido
Significa en el oído

Son los sueños

Poesía, poesía
Reina secreta
Del alma mía

Hallara tu boca
Y allí mismo
Te besaría

 

Norton ni siquiera reconoce las micros. Camina por la Alameda cruzándose con cientos de jóvenes, especialmente entre Avenida España y República. Le gusta eso. Pero no puede dejar de escuchar los gritos. Antes allí se torturó.

 

De LA MEMORIA (fragmento)

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