Universidad de Chile

 

Poesía
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MIGUEL ÁNGEL ZAPATA nació en Perú el 27 de junio de 1955. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Partida y ausencia (Madrid, 1984), Periplos de abansonado (México, 1986), Imágenes los juegos (Lima, 1987) y Poemas para violín y orquesta (México, 1996). Traducido parcialmente al inglés. Es co-director de la revista Tabla de Poesía Actual (Princeton, New Jersey, USA).

LOS MUSLOS SOBRE LA GRAMA

Escribo por la muchacha que vi correr esta mañana por el cementerio, la que trotaba ágilmente sobre los muertos. Ella corría y su cuerpo era una pluma de ave que se mecía contra la muerte. Entonces dije que en este reino el deporte no era bueno sólo para la alegría del corazón sino también para el orgasmo de la vista. al verla correr con sus pequeños shorts transparentes deduje que los cementerios no tenían por qué ser tristes, el galope acompasado de la chica daba otra perspectiva al paisaje: el sol adquiría un tono rojizo, su luz tenue se clavaba dando vida a la piel, los mausoleos brillaban con su cabellera de oro, y volví a pensar que la muerte no era un tema de lágrimas sino más bien de gozo cuando la vida continuaba vibrando con los muslos sobre la grama.

LA HORA DEL POEMA

Es la hora del poema: ves la primera letra en el paisaje, abres la ventana y ahí la morada del cielo. Es el día en que revienta la luna y la alhucema sahuma las paredes de la casa. Y ahora que estás abatido por la pasión sabes que en vano llegarán otros signos: el oboe del bosque ya se ha derramado en tus oídos. Es la hora del poema: la lengua baila jazz, tu saxofón se desata con la primera frase sensual y el mundo cambia para ti: un siglo de luces ascendiendo, tu alma en el vacío del río, el mar en el muelle con sus ángeles cantando los himnos de la Gloria. Todo lo ves en tanto sientes el leve pensamiento del mar. Es la hora del sacrificio, la hora de purgar todas las culpas. Escribes el poema: cualquier lugar es morada de cielo para el canto. Escribes el poema mientras las niñas dibujan en la sala y el canario canta con tu pluma excitada la llegada de las llamas. Tu hada de carne y hueso te sirve café con crema, un terroncito de azúcar y pastel con nueces: comes, saboreas y miras el humo ascender despacio por los ladrillos. El fuego no cesa de tranquilizarnos. Entonces escribes el poema una y otra vez para satisfacerte, para ver un instrumento escribiéndose en la página olorosa, tu cuerpo temblando por el encuentro. Es la hora del poema: lo levantas en una columna verde, bajo las frazadas, con la que te susurra palabras vaporosas al oído.

LA CASA DE LA CUESTA

Siempre en la ventana el cielo me desvela. Desde mi casa, la montaña tañe sus lianas invisibles. Después de caminar por la cuesta me detengo en mi puerta a mirar la montaña: un terciopelo entre lila y rojo la recubre. La miro mientras mis hijas pasean en bicicleta por la cuadra. Mi casa está en una cima: desde aquí la mirada se desliza entre los aviones que van dejando señales con la tinta de las nubes, y se caen sobre las chimeneas de las casas. Por eso, antes de pensar escribir una palabra, pienso en el cielo que me escribe. En casa, la leña del invierno orea la sala y los cuadros de pan de oro: huele a cebolla y perejil, a frutas de sierra, a vino tinto de los valles sagrados. La ventana divide su silencio entre la puerta y el aire lento de la calle, y la otra puerta de ceniza adivina el barro que seremos, mientras sentimos una luz interior que nos alienta, aunque nubes negras oscurezcan la ventana.

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