Universidad de Chile

 

Poesía
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RODOLFO HINOSTROZA, poeta peruano nacido en Lima (Perú) en 1941. Entre sus obras destacan Consejero del Lobo (1965), Contranatura (1991), Poemas reunidos (1986).

PROBLEMAS CON BRABANCIO

O thou foul thief¡ Where hast thou
Stow´d my daughter? Damn´d as thou
Art thou hast enchanted her.

Shakespeare

I

Una oleada de pájaros migratorios pasa sobre tu frente
la niña de los naranjos eras
                                  nada es verdad pero el exilio
una banda/una música/caracolas marinas
                                          yo más muerto que vivo
pateando cráneos de caballos sobre la playa
                                                              & se me llamó
la guardia se prolongará toda la noche
                                               velaré bajo los astros
contando los acordes de los grillos
                                                   así: ba bek brak bek
Nadie: me llamó Nadie
                               paseo y me pierdo en el planeta
las fronteras están cerradas
                                        digo América América
mi memoria no es la memoria
                                    nada basta no hay un pasado
desempolvar viejas crónicas poner el dedo
                                                         desovar y morir.

 

II

& mi tribu circuncidaba los cráneos
                                                     tomaba afrodisíacos
hierbas para ver más allá
                                   la sombra de un automóvil algo
no me oyes venir más fuerte que la noche
no has hallado unos nombres tarjados sobre el muro:
                                                                    Palmira
Bizancio Babilonia Texacoatl
                               Jerusalem O Jerusalem
                                & hubo vírgenes en
las murallas
                   pelo azul vientre de cobre
                                      flores consumidas en la fiesta
una lengua un olor
                             así cantaron los poetas
sílabas perdidas balbuceos idiomas muertos
                                                           razas barajadas
& un Poder pudo más que otro Poder
                                     una lengua mató a otra lengua
los conquistadores bailaron las dulces canciones del ene-
      migo
mi cabeza bascula
                             la niña de los naranjos eras
lavé pisos en Amsterdam
                                alabé la técnica
                                          Oh Most potent, grave and
reverent signiors
                         La Tierra es una.

 

III

No habían países
    Anatolia Bretaña Pomerania
                     las incesantes migraciones
lentas oleadas de aves/ paisajes de diluvio
todos somos negros/judíos/vagabundos
                                              ningún dios vale tanto
Las puertas no prevalecerán
                                 arrastramos un total una fuerza
no morirán conmigo las praderas
                                     he dejado una voz un llamado
las naranjas de Wesselman
                                 el óvulo del sol
                                                       Mater docíssima.

LOS HUESOS DE MI PADRE

Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?
Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal,
sus falangetas, su astrágalo,
su vomer, sus clavículas?
No se habrán confundido
en la Fosa Común
con los de un vagabundo
de esos que abundan en las calles de Lima,
y mueren sin un grito? Cómo voy a confiar
en que sean éstos los huesos de mi querido padre,
don Octavio, Tachito,
si en la Fosa Común donde lo echaron
puede ocurrirle cualquier cosa
a los huesos de uno?

Su hermano, tío Reynaldo había jurado
encontrar a mi padre, y recorrió toda esta Lima a pie
durante un año, para hallar a mi padre, el poeta,
que se había perdido en la ciudad,
como suele ocurrirles a los ancianos y a los locos.
Todos los días salía, después del desayuno,
a buscar al hermano mayor,
a aquel poeta provinciano,
talentoso, desgraciado y perdido
por los barrios de Lima. Llevaba
una vieja foto de mi padre, amarillenta,
donde aparecía con su pelo muy blanco,
sus ojillos brillantes de inteligencia, sus mejillas fláccidas
labradas por años de inútiles batallas
contra lo que él llamaba su destino adverso
cuando se hallaba de un ánimo blasfemo,
dispuesto a enrostrarle a un Dios
                                 en el que no creía,
sus contínuos fracasos.
                                         La boca grande, elocuente.
La frente alta y despejada. Con un terno marrón, creo,
a rayitas. Esa imagen debió corresponder
a una época feliz, tal vez la de Huaraz,
cuando estábamos todos juntos, mi hermana
mi madre y yo, mucho antes
del divorcio.

Reynaldo la mostraba
a la gente, los interrogaba venciendo
su enorme timidez: "¿Ha visto a este hombre?"
indesmayablemente a pie,
tío de a pie como un remoto soldado de una guerra perdida,
raso, humilde, cumplido,
indagando en los parques, en los hospitales,
en las estaciones de autobús,
en los mercados,
pues quería encontrarlo,
esa era la misión que se había impuesto
antes que la muerte se lo lleve.

Pero la muerte se llevó primero a tío Reynaldo
de un cáncer al estómago,
sin saber que mi padre lo había precedido en el último rumbo,
y no fue sino mucho más tarde que mi hermana
al fin encontró a mi padre
en una Fosa Común del cementerio de Miraflores
donde sus huesos misteriosamente habían venido a dar
porque nadie había reclamado su cadáver.

La muerte
que con callado pie todo lo iguala
lo había sorprendido en un asilo municipal
donde llevan a los locos que vagan por las calles de Lima
y había muerto, enloquecido y solo,
él, Octavio, Tachito, el poeta, el hermano mayor
que había nacido en cuna de oro.
Siempre pensé que moriría rodeado
como Maese Manrique
de sus hijos, hermanos y criados
reconciliado con su terco destino
y cesaría la angustia
la loca angustia que desorbitaba sus ojos
porque no quería morir como un fracasado
y su muerte le cerraría para siempre
las puertas de La Gloria.
No reposó un instante en vida
acechando a la suerte en todos los caminos,
en todos los concursos,
esperando un cambio del destino
un premio, algo definitivo
que sacase su nombre del anonimato
y le diese la paz. Ya no soñaba con el Premio Nobel,
si no con la publicación de sus poemas
que eran profundamente hermosos
y cada día más bellos
cuanto más desgraciada era su vida.

Se sentía en deuda
con nosotros sus hijos,
y los recuerdos de nuestra infancia feliz lo atormentaban
hasta hacerlo sangrar
como un patriarca loco que ha perdido
el paraíso inadvertidamente
por una mala mano en el Tresillo
un mal consejo, o una debilidad de temple
inconfesable.
Entonces quería estar solo, huía
de la familia, se confundía
en Lima entre los vagabundos, le aterraba
y le atraía como un destino escrito
la mendicidad al final del camino. No aceptaba
el rol que todos querían para él:
el del abuelo sabio y respetado
que mora y aconseja en el hogar de su hija: prefirió
seguir en la batalla hasta el final,
irse a la calle
esperando un milagro.

Sus despojos
fueron a dar a la Fosa Común,
hasta que el proceso
de putrefacción termine, en cosa de tres años
y sus huesos, mondos, nos fueron entregados
en una caja de zapatos, con una etiqueta identificatoria.

Ahora reposan en el Cementerio el Angel
en una de esas fúnebres bibliotecas de huesos
a pocos bloques de donde mi madre duerme su sueño eterno.
La muerte, piadosamente,
ha acercado los huesos de dos seres que la vida separó,
y sus nombres han vuelto a aproximarse
en el silencio de este camposanto
como cuando se vieron por primera vez
y se amaron.

En ocasiones
mi hermana y yo llevamos flores,
a un sepulcro y el otro,
y todavía sufrimos por su amor desgraciado,
que sin embargo dio maravillosos frutos.

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