Universidad de Chile

DIEGO JESÚS JIMÉNEZ

 

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EL SILENCIO

¿Dónde podré esconderme
si no es ahí, en estas
palabras de amor?
                        Ante vosotras,
hijas del turbio hospicio
de mi alma -mis dóciles
doncellas-, llora mi desconsuelo.
Yo les escribo
a las pequeñas manchas de tinta
de tus manos, como si fuesen
                                      cartas que debo
contestar en la noche. Toco el falso
disfraz, el picaporte
de tu oscuro colegio; en él
suena mi vida, discurre
como un río mi vida.
                         Llega ya el príncipe
de tus libros azules, sobrevuelan las hadas
que te ocultan y encienden. En tu cuello alargado
se oscurecen mis sueños, tus caderas sin nadie
me preguntan; ya llegan
como calientes besos, como nubes lejanas
tus rodillas; me bendice tu sombra
clandestina. ¿Dónde
                        están tus ojos,
que a todo respondían?
Entonces
eran tus pechos nidos, eran pequeños pájaros
sin vuelo; eran llanuras, pueblos
deshabitados, llaves
de pequeñas iglesias, de alacenas
vacías.
          Hoy,
que el deseo se cumple, este
negro silencio de la noche nieva
en el alma, nieva
sobre la oscuridad;
                             como la lumbre
de los romeros o de las aliagas, yo oigo
tus calladas respuestas.

EN LA MANCHA
(Nocturno)

                   Broma
de aldeanos y frailes
es el trigo; trajín de monjas y doncellas.

                   Vengo al lugar
de los oscuros arciprestes
y la locura;
del entierro y el cuévano; de las tinajas
y el amor.
             ¡Qué estropicio de clérigos
se oye! Alguien destapa, desde el amanecer,
las orzas; los calderos
y el humo.

              Suena el buen despertar
de las caderas,
los pechos y la música, la luz del vientre
y el mandil.
                 Altas posadas
trae la voz; adivinanzas y refranes.
¡Oh!, qué demonios
huelen a vino y a cartón, a despensa
y a cámara.

             ¡Como
los diablos de la harina
dan sus saltos mortales, gozan estas mujeres
del aceite y el asma
con su oración!

             Empiece ya el oficio
de las brujas; salgan
los monaguillos del alcohol
y la gloria.
Vosotros, los concejales del corazón,
¡a vuestras lámparas! ¡De prisa!
Vuelen de aquí
los ángeles; ¡a los tejados con su cantar
y su lumbre!, hagan sus curaciones
en la aldea, pisen
por las alcobas de la luz
descalzos.

             Sí; rueden los ángeles
en traspiés, con sus cintas; caigan en el lagar
del sueño, en el esparto
de esta orgía;
               abierta está la jaula
de la locura,
desmemoriadas van las adivinadoras
de la lluvia, chupan de la garrafa
y el pellejo. Nada saben después, y traen las brujas
sus ungüentos, sus bálsamos,

                                           hacen sus líquidos
para el amor, fórmulas blancas
para los casamientos; filtros, decires
para la deshonra; para no envejecer,
secretos y vendajes.

                  ¡Qué extraña claridad
es esta! Rondan los duendes del organdí
y el luto; brillan sus dichos
en las hoces, abren los aceiteros, recomiendan
el aceite y la sangre, pisan la uva, piensan,
crecen...
                ¡Ah!, no son libres,
reconocen la luz
que está cercana; se martirizan
en torno al cáñamo,
                              hacen crujir
su cuerpo y su malicia. Noche
de altas aliagas
y sequía, de carretas
y pozos.
             Pisan la buena yerba
de los muertos, mujeres con asfixia y grasa,
con lamparones y jarabes
ocultos.
            Qué verdadero ruido
festeja en su cintura; qué cierta algarabía
se sujeta a sus muslos, chasca
por las mortajas de su corazón.
                                              Y nace el día,
caen los desmanes de la noche
en su fondo. ¡Qué nueva fiesta
se prepara! ¡Qué retorno! ¡Qué procesión de aparecidos
es esta, que da aliento a mi alma! ¡Cómo la noche
tan calmada de voces, hizo herida!

NOCHE DE NAVIDAD

Te veo vivo
y sin consuelo,
padre. Aun a pesar de todo. Viendo
la vieja calma
del tilo, la fresca sombra
del ciprés, la senda
de la hormiga.
                     Tú, padre, cómplice
del mal,
no salgas; no saques ya
la oreja y la nariz, que luego
corres por estos campos
del trigo, se te hace el paso loco, y tu mala
memoria, pisa la siembra
y cantas.
            ¡Que aún pertenece
a todas estas cosas
tu dolor!
              ¡Padre, padre! ¿Otra vez?
Vuelve a esconderte. Vaya, vaya... No hay que sacarlo
de su agujero, porque no ve
y se ciega
con las cosas; y alborota, y le hace mucho ruido
la bebida, y el coñac
le hace ir hasta el pueblo,
y lo denuncian, y no quiere, en esta Navidad,
salirse de las casas. Y entra, remueve los baúles,
las alacenas, saca viejos papeles,
canela, perejil, y huele, huele...
cada garrafa, cada orza
sin vida.

            Y es invierno,
y él se mete en el rio, y su catarro
tiembla
            junto a los juncos
y la buena hierba. Padre, pero por qué ahora
bailas, ¡qué bien te veo!,
con qué pareja,
en este amanecer, va tu resaca, qué filtro vas a darle
sin precaución, qué beso en sus encias
o en su enagua
sin sangre, o dentro
del sostén.
               ¡Padre! ¡Padre!,
a qué este escándalo; ¿no ves...?, ¿no ves ... ?
Si ya te lo decía, y no haces caso
nunca.

          Ven, ven, si tú estás muerto
ya. Hala, hala...,
no beses más aquí, ¡no le tires del pelo! Padre...
Si hace seis años de tu muerte.

Pero cómo decírtelo, si saltas, si no oyes, si va tu boca
casi al alba, y llegas a la alcoba, entras al dormitorio,
nos despiertas, te vas...
¡Qué amor habrá encontrado, si su aire
es de cansancio, y su camino es de tijeras y algodones
y gasas!

Aquí, si cada nochevieja
vengo, si en el bolsillo, junto a la voz de tu cadera
                                                                           pongo
serpentinas, si traigo varias copas de más, y una botella
para ti. ¡Con qué cuidado
se la bebe! Y bromas, trucos, monjas sin cuerpo, ángeles, disfraces
de papel, hadas borrachas,
y alegría al andar; si traigo
mi ronquera y mi vino, la cal
de la pared de casa, aún en el hombro; y echo de la garrafa
como ladrón devoto
mi caridad.
                Si así te sirvo, padre. ¡Pero
qué juerga
piensas! ¡Padre!
                       Y nada,
nada, no se da cuenta que está muerto
y crece.

JAULA

Nada tan triste
para mí, como esta jaula. Cerca
de baúles; entre rosarios
y calderos rotos. Abandonada,
al lado de cerrojos
sin nadie.
Allí,
entre las medicinas
de un difunto olvidado, está la jaula, el alma,
llena de pájaros
que no conoce aún; silenciosa y abierta; como un nido
de odio.
            Toca, tócame pronto
-si has de tocar- las alas
de mis oscuros sueños. Abre los patios más umbríos
de mi memoria. ¿Quién
es el que cree, que el alma
es nuestro huésped? Eres la cárcel
tú, la tienda
de delicadas drogas. Soy tu pecado; yo soy tu oculto
sacerdote.
                Como
un niño huérfano
entre perfumes venenosos, o entre dulces
mortales, veo la dicha en ti. Vivo
dentro de tus oscuras habitaciones. Toco sobre tus sábanas, esas horas tan breves
que no encontró mi vida.
                                    El vuelo náufrago
de la perdiz, con el que ahora intento
navegar, se ha roto.
Y entro en tu casa negra; en los corrales
del placer, en el jardín
de los más altos vicios. ¡Sangre
de qué hermoso animal
me ofreces! ¡Con qué hierbas malditas
me recibes! ¡Liga,
para qué pájaros, preparas! Tu emboscada de músicas,
atraviesa mi cuerpo
derrotado.
               Solamente tú puedes
librarme hoy, de mi aburrida y lenta
libertad sin caminos.

CORO DE ÁNIMAS

Ved ahí el púlpito
de nuestra gloria, ahí el callado altar, los ciegos
comulgatorios del vicio; la estropeada
sonrisa de los hombres.
                             Ahí nace
con el humo
y la paz, nuestra humana discordia. Velas
bajo la sombra de un último
cadáver. Un desterrado y solitario coro
de ánimas, baja del techo
o de la cúpula. Se oye su voz aquí, en el sonoro
sepelio de la carne.
                             Solos,
solos ante el sonido de la muerte; solos
en la alegría, avergonzados
ante la soledad.
                       ¡Padre!, ¡madre!, tú, vosotros,
todos, los inútiles
muertos, los distraídos, que con palabras que nunca
pude entender, me habláis; ¿dónde poneros?; vosotros, los que nunca
me traicionáis, los más amigos, ¿como os conoceré?.

Mi avergonzada soledad
os ama. Así, así, estériles, pálidos, señores
del hastió, sombras lejanas
donde vive el amor, ¡vosotros!, el único deseo
de mi vida, ¿dónde
os puse, qué hice
con tan alto disfraz?, ¿dónde
pude esconderos?
                            Este
es el oscuro canto
de la elegancia. Os deseo, os deseo, ¡os amo!, seres
de la desgracia y el fracaso;
                                          yo,
que os veo con el duro
silencio de mi vida,
con la fértil caricia
de la esterilidad, ¿cómo
puedo olvidaros?

                          Oigo las voces, entro
en la clara abadía, piso el refugio
de vuestro convento. Aquí,
sobre las piedras frías de este templo, os hablo. Aquí,
sobre la nieve os beso
con dolor.

             ¿De qué alta
cartuja, de qué débil
sacristía estáis hechos? Solo,
                                             lo que es cornisa pura
para la sangre, la herencia inútil
de vuestro sosiego, la calma
de vuestra voz, la vacía memoria y el pulso
desgastado. ¿Dónde, dónde
podéis estar?
                    Si os hice
ver, si os hice
respirar, si estáis tallados
con lo mejor que tuve
y tengo, con lo que nunca
poseí. Si con todo mi amor oscuro
me amáis, decidme: ¡cómo!, ¡cómo
he podido perderos!

de Coro de ánimas (Madrid, 1968)

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