Universidad de Chile

JUAN CARLOS MESTRE

<--volver

En la poesía española actual han surgido nuevos derroteros que por lo distinto, no en el fondo sino en la manera, hacen adivinar una mayor riqueza de matices y de niveles. Existió en España, durante mucho tiempo, la prepotencia de un tipo de poesía solar y marinera vinculada a una tradición sureña y mediterránea que parecía fagotizar cualquier otra posibilidad de estética. Es, sin embargo, en los últimos años, donde ha aparecido una poética del norte. Antífona del otoño en el valle del Bierzo es un buen ejemplo de dicha poesía -aquella que Sabino Ordás proclamó "Poesía del frío".

Participa Mestre de una característica generacional: la invocación a una memoria personal, una memoria que intenta reordenar un espacio mítico, reinventar una geografía primigenia; moldear la infancia con los caprichos de la madurez.

También existe, y sería una de las principales características de esta poética titulada del norte, una mítica arcana y panteísta, la necesidad de cantar una milenaria civilización desaparecida de pastores y campesinos pobres, también con alusiones a una presoñada cultura de raíces nórdicas: de aguas y de bosques.

Existe una gravidez monumental en la poética de Mestre, existen astros, materia del aire, y de la naturaleza, materia de la tierra.

EL OTOÑO

 

Lloro ángel mío como un caballo joven que huye de su sombra, lloro bajo el palio púrpura
  

de la núbil inocencia, también por los sueños que no tuve y que ya nunca sabré, porque todo se ha envanecido y me cavila y lo divulgo, lloro sobre esta época y su dulcedumbre pero tú no me escuchas, pero tú me habrás olvidado ungida por lo dócil y el efímero esmero de las giganteas fragantes.


El que llora, el arrobado de juglaría y el que canta para ti epinicios de oro, es que pláceme

cumplirte y sonar el cálamo y obedecerte fiebre mía, luz poderosa de un río vocal donde acude mi corazón como balando.


Malva es entre las tumbas, hierba de los campos de Arganza el que aquí ha llorado buido por

las lágrimas y es celoso con la tierra que pisa, el rozado por la desventura y el invadido por el relámpago y aquel que bajo un panamá de nieve se amarillea y despierto en medio del día se aleja de ti y ya es difunto porque no ha de morirse aunque aletee, aunque recorra el mundo empapado por tu ceniza y goce y no te prefiera.


Lloro por el resplandor y los geómetras y por los astros que caen de mis ojos como semillas

o yámbicos y lo que dicta el azogue.


Cúmplase que he vuelto, aquel que acude a su videncia porque escrito está, porque en lo

aullado da su inicio la fragancia.

LA NOSTALGIA ES UN PAJARO QUE ENCIENDE SU RUMOR EN LA NOCHE

En una ciudad de provincia. En una ciudad con tiendas de ultramarinos y ángeles que cruzan

  

el cielo en bicicleta. Es una tarde de domingo, a eso de la tibia luz del anochecer cuando aún no han dado las ocho.


Bajo la dulce curva de los soportales las muchachas como yedras fragantes ensueñan el

melado torso de los jóvenes.


Mi memoria advierte esa dicha, el celeste vapor que los labios exhalan entre palabras
secretas. Lo que recuerdo es hermoso, como el aceite que resbala de una tea encendida y fulgente se esparce sobre los cuerpos desnudos, sobre el súbito mármol de los amantes dormidos.

Lo que borda la ternura sobre los valles del Bierzo, lo que lentamente abolido aún palpita

como un rubí en el melodioso pico de los pájaros. Así os he sentido, libres y gozosos días donde viví cansado por la luz, radiante, estremecido, hijo de la tristeza y los relámpagos.


En una ciudad de provincia. En una ciudad con escaparates y jardines y trenes silenciosos.

En una oscuridad amenazada por el muro cinerario de la aurora.


El otoño era bello, nuestros pensamientos tenían la sonrisa del niño que se baña en el río.

Como nacidos del puente o de la torre, como la piedra, despacio, el deseo de la aventura fue huyendo de nosotros, como la albahaca de los oteros de junio, como el jaspe que lanzado por la honda silba brillante hacia los cielos.

Llueve, esa gente que soy y que conozco ha salido a la calle, al céfiro suave de los dialectos

del monte. La noche ha puesto lámparas apagadas en los nidos vacíos, solitarios pastores en las tristes cañadas del otoño.


Ya lo sabéis, como esa postal borrada por el sol que guarda en su zurrón un cartero celoso.

LO QUE SÉ DE MI

Yo he nacido aquí junto a las altas lilas del verano
y los verdes racimos amargos de la aurora.

Yo he nacido entre las rosas que han muerto
y el mustio follaje de los jardines de un sueño.

En las transparentes alamedas que canta el ruiseñor
y abre el rocío con su cuchillo de cristal en la mañana.

Como la hoja que cae sobre un sepulcro
yo he pisado al nacer esta piedra y su luz me ha salpicado.

Como el que nace para la música y talla la madera o la roca
y escucha su voz crujir bajo el cincel y no pregunta.

Yo he nacido duro de corazón y equivocado,
pero vosotros me habéis dado la tierna mano de la primavera.

El que sopla las estaciones y hace reverdecer al árbol muerto
ha mirado esta rama joven que no ardía.

Al consumido en su luz y al que el amor destierra
mis días por igual se han parecido.

Como aquel que al entrar en su casa se encuentra con la mar
y goza y es feliz y se queda con ella para siempre.

Yo he nacido aquí antes de que mi corazón se diera cuenta
y una dulce mujer se acercara a mi sombra como madre.

Desde entonces he sido melancólico y triste
porque he contado los astros y la lluvia y la arena.

De lo ajeno he tenido la bondad de la tierra
y de lo mío la nada en su infinita certeza.

He visto a los hombres mirar hacia el cielo
como buscando la vida que junto a ti se les niega.

Y he padecido con el dolor entre todos
y no he cerrado la puerta al florecido en su odio.

Al que marcado con saliva se esconde de los muchos
lo he elegido más cerca de mi corazón que a los otros.

Y he contemplado a los pájaros
resolver en el vuelo el misterio del aire.

Yo he nacido aquí junto a la piedra de Cluny
donde brota el mirto su tallo en la maleza.

Pero no he sido feliz,
mi memoria se ha cansado de llover y esperarte.

Nada pudo la abundante espiga del dolor contra nosotros,
cuanto más me iba, más tu amor me aprisionaba.

Y así he sido claro bajo el sol y también fuente
donde vienen a beber desde el fondo del mundo las estatuas.

Y un día, un día como hoy resplandeciente y puro
rozado tal vez por el deseo se acercó a la ventana mi figura.

Y al ver todo transido de pétalo aquel cuerpo
salí como siguiéndola y me perdí en su calle.

Yo te he amado pequeño pueblo entre dos ríos
donde supo mi corazón el don de la palabra y las alondras.

de Antífona del otoño en el valle del Bierzo (Madrid, Rialp, 1986)

Sitio desarrollado por SISIB