MARIO ALIAGA nació en Santiago en 1972. Es Licenciado en Humanidades con Mención en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad de Chile. Los cuentos que aquí se presentan pertenecen al conjunto inédito titulado Pedalear en el aire.  (E-mail: mario_aliaga@yahoo.com)

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RAZA

NUNCA SUPE POR QUE NOS ODIABAN LOS OTROS; sólo supe que nunca quise.
Me miraba y era igual: mis cuatro patas y mi cuerpo.
Con el tiempo entendí que la cabeza en alto era, para los otros, una ofensa.

LOS ENCONTRE CASUALMENTE. Se habían ido con los otros.
Al principio no lo supe: se amaban. Entre los arbustos, ellos, como nunca antes ví, se amaban con desenfreno.
Perplejo observaba: una esfera, una esfera blanca y pura salió de la boca de uno. El otro la tomó y la lanzó como queriendo que el amor fuese parte del aire y formase catedrales.
Lloré. Lloré mucho mientras corría imaginando un cuerpo. Corrí hasta alcanzar el monte y perderlos de vista.
Sus voces y sus cuerpos fueron el horizonte que marcó varias noches la ruta.

HIENAS RECORREN LA PLANICIE: hambrientas, feroces, persecutorias.
Ejecutan su siniestra danza emitiendo chillidos. Se acercan, luchan entre ellas y se dispersan. Desde el monte se ven cientos, miles, innumerables.
Ellos más arriba. Yo petrificado mirándolas.
Una me mira y se detiene. Gime y las demás también me miran.
El viento arrecia y entre la niebla las veo venir.
Ellos hacen sonar el cuerno; la señal. Desbocados corren, yo no puedo.
El aire se hace cada vez más denso y la tierra supura olor a muerte.
Me miro y he cambiado. Quiero correr, las siento cerca y no puedo; el cuerpo no responde: soy otro. No se cómo moverme.
A lo lejos escucho que se han ido; quedo solo con la angustia.
Las hienas se acercan, ya casi me alcanzan. Grito, y mi voz también es otra.
Mientras la primera hiena alcanza mi pata, un trueno grita conmigo en el cielo y comienza a llover sangre.

TAL VEZ NOS IREMOS TODOS JUNTOS como una rara y extinguida raza.
Lejos, donde el sonido del cuerno tenga eco y las hienas ya no existan.
Nos iremos en carnaval y en caravana murmurando la promesa que un dios extraño y ebrio nos hiciera: la inmortalidad.
Su voz aún la escucho fuerte.

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