MARIO ALIAGA nació en Santiago en 1972. Es Licenciado en Humanidades con Mención en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad de Chile. Los cuentos que aquí se presentan pertenecen al conjunto inédito titulado Pedalear en el aire.  (E-mail: mario_aliaga@yahoo.com)

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TRECE

Uno, y te mientes al decir que las cosas siguen marchando.
Dos, y el salto mortal se reprime. Al tres, avanza la noche cercando la ciudad.
Llegar es también un poco entregarse, dejarse llevar en la magnífica escena shakesperiana de volver reiterativo, atávico y disonante a ser el mismo.
Cuatro y no pasa nada. Sólo la derecha que se antepone a una izquierda dormida.
Es un mar el que se escucha de noche desde acá; un crepitar inconfundible sin olor a sal. Y sin arena.
Cinco. No queda tiempo, me eseñaron los ancianos una noche cualquiera, perdida, y certera.
El seis te recuerda la promesa que no pudiste cumplir y que hace lenta, casi imperceptiblemente, sangrar tu costado.
Un olor intenso y perseguidor recibe al siete. Olor a pan, y a noche oscura. A sexo, y especias. Un olor de quejidos anunciados para hoy. Un aroma a comida recién echa por manos quejumbrosas, una comida que parece invitación y que no llega.
Detenerse a pensar un poco en el futuro. En la piadosa sensación de no saber qué viene. En la certeza transgresora de encontrar el sol por la mañana, y la tristeza de que nunca será diferente. Respirar. Como se pueda; ni alegre ni hondo. Y continuar, un poco por orgullo, o por no saber cómo no hacerlo.
Una fiera puerta enfrenta el ocho. Roja, como la sangre.
Nueve y las ganas van aumentando. Ganas de que el espacio no fuese siempre el mismo, que de pronto, sin saber cómo, la distancia aquella no existiera; que inusual, todo viniera a ti. O tú te fueras.
Nueve, nueve, nueve. En un segundo, en la fracción que no se ve, que no se siente entre uno y dos, llegar al diez.
Romerías de hormigas te reciben. Imperceptibles como las traiciones, y también silenciosas, al agudizar la vista ves ciento treinta y dos, o ciento treinta y tres hormigas que, en caravana, festivas, recorren el piso sin destino conocido.
En particular apostolado de ires y venires, en el once el cielo tiene un color más añejo, violado. Te inventarás una historia sobre el tiempo y los colores, que la restauración y las brochas, pero lo cierto es que el once tiene un techo que no alcanza su dignidad, como el anhelo que tenías para tu vida.
Doce, y sin querer, comienzas a asumir que hoy cumpliste un siglo, y que no hay forma, no hay manera de perderse.
Al llegar el trece, presientes que sólo para ti, en todo el universo, aunque el calendario diga otra cosa, hoy fue martes.

 

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