Universidad de Chile

 

«URSULA, VIRGINITAS Y ECCLESIA »

Beatriz Meli

Universidad de Chile

 

Quiero presentar hoy a una figura femenina menor, pero no por ello menos importante en el universo espiritual de Hildegard von Bingen. Se trata de la virgen Ursula, una adolescente, casi una niña, pequeña e insignificante frente a los imponentes paradigmas femeninos de Sapientia o Caritas, Eva, María, y Ecclesia, protagonistas estelares de la historia de la Salvación contenida en la obra de esta visionaria. Y sin embargo, Ursula ocupa un lugar privilegiado en la Symphonia, donde aparece como objeto de especial devoción por parte de nuestra abadesa y sus monjas. A ningún otro santo, salvo a la Virgen María, Hildegard dedicó tantas composiciones líricas como a Ursula. Compuso en su honor dos responsorios: Favus distillans y Spiritui Sancto (Nos. 42 y 43); una antífona O rubor sanguinis (Nº 44); una secuencia irregular O Ecclesia (Nº 64) y un himno Cum vox sanguinis (Nº 65). El poema O Ecclesia seleccionado para este coloquio constituye uno de los logros poéticos más sorprendentes de Hildegard y su tema central es la fusión de la simple e ingenua niña Ursula con Ecclesia, la cósmica y celestial Novia de Cristo.

La legendaria Ursula del siglo V, encabezando la procesión de las once mil vírgenes, había alcanzado gran popularidad en la Alemania del siglo XII y en particular dentro del monasterio de Disibodesberg donde se veneraban algunas de sus reliquias. Hacia el año 1106, mientras se ejecutaban obras ordenadas por Enrique IV para agrandar las murallas de Colonia se encontraron restos de un antiguo cementerio romano. Las osamentas que allí aparecieron fueron inmediatamente identificadas como las de esta hermosa princesa británica y sus acompañantes que habían perecido en ese lugar víctimas del martirio. Se contaba que:

«había una vez una joven hija del rey de Inglaterra, prometida a un príncipe pagano, que buscando posponer la boda había emprendido una peregrinación a Roma. Para ello se hizo acompañar de otras diez vírgenes, cada una de las cuales, a su vez, reunió una comitiva de mil doncellas. Tras recorrer los sagrados lugares durante tres años y al regresar a Colonia, encontraron el martirio y la muerte a manos de Atila y sus hunos. Destacó entonces el coraje de Ursula, en quien el bárbaro invasor había posado su concupiscente mirada, optando por el sacrificio antes de convertirse en su concubina».

El núcleo de este relato consta en una passio del siglo X; la historia continuó circulando durante el siglo XI y luego recogida en el siglo XII por Geoffrey de Monmouth. Para nuestros efectos interesa destacar la gran conmoción que causó una nueva excavación cincuenta años después de 1106. Esta vez se encontró una cantidad importante de osamentas masculinas que yacían junto a los restos de las vírgenes, de modo que se puso en tela de juicio la autenticidad de las reliquias de las once mil vírgenes atesoradas por el monasterio de Hildegard. ¿Qué hacían las vírgenes en compañía de estos hombres? Una de las monjas de Hildegard, su protegida Isabel de Schönau, comenzó a tener visiones en que las vírgenes le contaban su historia, los detalles de su martirio, y le aclaraban que sus acompañantes varones eran devotos obispos encargados de su custodia. De estas visiones da cuenta Isabel en su Libro de las Revelaciones concernientes al Ejército sagrado de las Vírgenes de Colonia (ed. F.W.E. Roth, 1884, pp. 123-138). De este modo ambas visionarias centraron su atención en Ursula: Isabel, queriendo sustentar históricamente la leyenda, e Hildegard, buscando develar el significado de los símbolos de la virginidad y del martirio. Bárbara Newman, en su libro Sister of Wisdom. Saint Hildegard's Theology of the Feminine (Berkeley, 1987) señala que para nuestra monja benedictina Ursula constituye una figura de Virginitas y un tipo de Iglesia que anhela desposarse con Cristo y unirse a Él compartiendo Su martirio.

Así, la secuencia O Ecclesia comienza invocando no a Ursula, sino que a la Cósmica Novia de Dios. Leemos:

1. Oh Iglesia,

tus ojos semejantes al zafiro son,

y tus orejas al Monte Betel,

y tu nariz es como un monte de mirra e incienso,

y tu boca, como el sonido de muchas aguas.

Hildegard se nutre aquí de toda la rica imaginería bíblica, y al igual que la novia de Salomón en el Cantar de los Cantares, con magistrales trazos nos va dibujando, rasgo a rasgo, el rostro de Ecclesia. Así, el zafiro de sus ojos evoca la piedra preciosa de la cual está construido el Trono de Dios (Ezequiel 1:26). Sus ojos son el Monte Betel o la Ciudad de Dios (Génesis 28:11-22) y su nariz se asemeja al «monte de la mirra y al collado del incienso» del Cantar de los Cantares (Canto 4:6). Su boca como el sonido de muchas aguas se remite a la Voz del Cordero en el Apocalipsis invocando a «una voz del Cielo, semejante al ruido de muchas aguas» (Apocalipsis 1:15; 14:2).

A continuación, teniendo como telón de fondo a esta colosal aparición de Ecclesia, se nos muestra Ursula expresando su anhelo de novia, ella misma una figura de Ecclesia, la Prometida de Cristo. Encandilada por el sol, no puede mirar más las cosas terrenales y proclama su contemptus mundi. Hildegard nos dice:

2. En la visión de la verdadera fe,

Ursula al Hijo de Dios amó

y al hombre y al mundo abandonó

y hacia el sol miró

y al Hermosísimo Joven invocó diciendo:

3. Con gran deseo

he anhelado venir a Ti

y en nupcias celestiales

contigo estar sentada

por un camino desconocido corriendo hacia Ti

como una nube

que en el purísimo aire

corre semejante a un zafiro.

Este llamado evoca las palabras de Cristo en la Última Cena: «Ardientemente he deseado comer este Cordero Pascual o celebrar esta Pascua con vosotros antes de mi Pasión»" (Lucas 22:15). Ursula desea morir para participar en la celestial fiesta nupcial. No le teme a la muerte: ella le permitirá volar como una nube (Isaías 60:8) y convertirse en un zafiro, brillante ante el azul del cielo, luz contra luz. Se va así gestando la íntima unión UrsulaEcclesia. Para consumarla sólo resta el sacrificio. Oigamos a Hildegard:

4. Y después que Ursula así había hablado,

este rumor por todos los pueblos se esparció.

5. Y dijeron:

la juvenil inocencia de su ignorancia

no sabe lo que dice.

6. Y comenzaron a reírse de ella

a coro,

hasta que una carga de fuego cayó sobre ella.

7. Por eso todos reconocieron

que el desprecio del mundo es

como el Monte Betel.

8. Y conocieron entonces

el suavísimo aroma de la mirra y del incienso

pues el desprecio del mundo

por sobre todas las cosas asciende.

El martirio se ha consumado: «una carga de fuego cayó sobre ella» y la sangre derramada se ha esparcido como el suavísimo aroma de mirra e incienso. Ursula ya es nube y zafiro y su sacrificio da cuenta de su desprecio por el mundo, encarnando así al Monte Betel o a la Ciudad de Dios. La heroica muestra de su contemptus mundi ha causado la perplejidad de los espectadores: su coraje ha ascendido como una montaña y su deseo del Cordero se ha elevado como una columna de incienso. La cósmica Ecclesia se ha encarnado en Ursula.

Finalmente leemos en los últimos versos de O Ecclesia:

9. Entonces el diablo acometió a sus miembros

para matar las más nobles costumbres

en sus cuerpos.

10. Y todos los elementos escucharon esto

anunciando en alta voz

y ante el Trono de Dios dijeron:

11. ¡ Ay ! la roja sangre del Cordero inocente

en sus esponsales ha sido derramada.

12. Escuchen esto todos los cielos

y en magnífica sinfonía

alaben al Cordero de Dios,

porque la garganta de la antigua serpiente

en estas Perlas

Materia de la Palabra de Dios

ha sido ahogada.

Pero la envidia del demonio no se hace esperar y trata de destruir toda la nobleza y gracia contenida en esos cuerpos virginales. La expresión germana "Wach" usada en el texto latino del verso 11 subraya todo el horror y desaliento producidos por el sacrificio del Cordero y aparece como una nota disonante en la Sinfonía de los Angeles. Los elementos de la naturaleza, del mismo modo que en el Liber Vitae Meritorum (3,1,2), hacen oír su clamor. Las malas acciones del hombre han alterado la armonía del cosmos. Ellos se lamentan por la sangre derramada del Cordero y de su Novia. Pero viene el consuelo: esta sangre ha sido derramada en los esponsales y la boda se ha consumado en el Cielo. Y es allí donde tiene lugar la más sorprendente metamorfosis: las vírgenes mártires se transforman en un magnífico collar de perlas hecho de «la Materia de la Palabra de Dios» que estrangula y acaba con la antigua serpiente justo cuando ella creía haber triunfado. Los elementos vuelven entonces a resonar en una perfecta sinfonía celestial.

La virgen Ursula es digna de alabanza. Por su pureza e ingenuidad de niña el Hermosísimo Joven la eligió como su Prometida y ella aportó como dote la sangre de su martirio y el Novio la recibió amoroso uniéndola a la Suya del Calvario.

Es todo, gracias.

 

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