VERÓNICA JIMÉNEZ

SCRIPT DE LA MEMORIA

I

Sólo porque insisto en empujar a escena
a ciertos antiguos personajes
tendrían derecho a odiarme los que olvidan.

Pero han de amarme los viejos silenciosos
y los niños que se lanzan a la playa
a la caza de tesoros
porque ellos han vivido, como yo
el estremecimiento que precede a las resurrecciones.

(Desde luego, y desde otra perspectiva
la memoria es sólo comparable
a un cadáver pestilente)

 

III

Ellos me amaban
ellos me odiaban
y yo, Abelcaín que destripa
su paloma hecha de jaulas
les lanzaba patadas
y luego les besaba la boca.

Y ellos, naturalmente, me cobijaban
bajo el calor de sus alas heridas
para que quemara la vergüenza
y curara la envidia
lamiéndoles el corazón.

Entrañables dioses
a los que debo incontables sacrificios.

Alá quiera que no me hayan olvidado.

 

 VI

Emelina, Virginia,
la fotografía elude transformarse
en copia exacta
y yo no he logrado retener nada
o casi nada
de los miles e importantísimos detalles
de meses y años
con tantos gestos
estratificadas las emociones
y ahora el cansancio
de internarse en el cráneo
en busca de migajas.

Virginia, Emelina
estos trazos negligentes
ejecutan demasiado bien
su tarea de desmemorizar
y yo debo rescatar del aire los sonidos
tallar en rocas gastadas por el sol
lamentarme por todas esas canciones
que no supe guardar bien.

 

LAS PUERTAS

 

Un puñado de tierra
y otro
y otro más.

 

Ellos me dicen:
los burlamos, abre las puertas.

 

Pero la tierra no para de caer

 

y yo lloro.

 

LEYENDA DE LAS IMÁGENES

 

Piensa, piensa, piensa
escupe, cerebro, la pócima clara de aserto
date a entender.

Empieza setenta veces siete, nuevamente:
los muertos-náufragos agarrados a su tabla monótona
los individuos vestidos de materia oleaginoso, ojos que no ven
en procesión inacabable -alejarse y regresar-
sólo las cosas me llaman, de ellas soy.

A Germán Carrasco

LA COSECHA TE SERÁ PROPICIA

Bien por ti
porque no lo ignoras y puedes decir:
la lluvia es sólo la lluvia
vi los cuchillos caer y no fui herido.

Y los sellos cedieron a los gestos
abiertas las esclusas
alguien pretendió que fueras feliz.

Ahora muerde también el pulso ligero de la noche
ojo que blanquea los contornos negros
de toda desnudez, dale reposo.

 

de Islas flotantes (Santiago, Ediciones Stratis, 1998)

 

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