RODRIGO OLAVARRÍA nació en Puerto Montt en 1979. Desde 1995 es miembro del grupo poético "Quercipinión". Ha cursado estudios de derecho en la Universidad de Concepción. Ha participado en los encuentros "Arcoiris de Poesía" de la ciudad de Puerto Montt desde 1995, y recientemente en el "Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes. La angustia de las influencias: los poetas leen a los poetas". Poemas suyos se encuentran en la antología Entre la piedra y el rincón (Concepción, Lar, 1999) y en diversas revistas nacionales.

 

 

Este es el aguijón de mi lengua mi espada.

Tendida en el verso de la estocada sacrificial traza meridianos sarcófagos
y abre la noche a las manos yacentes cuando cargan lapislázuli.

En su hoja hay palabras de pétalos atonales
donde leo la muerte, el delirio del polen
y el llanto de luciérnagas enjauladas en armarios.

Desenfundo su piel contra los demonios en la niña rota
con ellos enterraré mi antigua piel de lluvia,
la nube quieta en la rosa de los vientos
y el plumaje negro del sol.

Envuelto en el himen de sus párpados la limpiaré de azufres
y envainaré en su oído un último verso.

Triste, como abrir el silabario solar contra esferas moribundas.

  

 

"Que no pase otro día sin que yo tenga el calco de tu voz

entrampado en el papel silencioso"

Enrique Lihn.

 

Este poema germinó en tu silabario carnívoro
en el silencio preñado de aullidos espermáticos
del aliento entre las piernas de la niña rota.

En este poema derramo versos por cada poro con la belleza en mi cama.

Me visto de aura amniótica
cuando diviso un vientre en el cual crecer a través de la noche
y te observo a la distancia hablar con el rocío.

En este poema te mostraría como nadar sobre mi pecho
desplumar mis hombros y esparcir el alba en otro poema
donde entinto en blanco mis comisuras cruzándote por el iris.

Este poema crece en el plenilunio de mi pubis emplumado
cuando exhala la noche un aliento de perros alimentados con tu imagen.

Antes de este poema trazaste mis trópicos
y presenciaste mi amanecer humedecido en tus labios
pero yo vi la noche arder como al trébol negro que opaca los espejos.

Este poema nace lapidado por tus párpados cuando te espanto las moscas con un verso

Este poema enhebra mi lengua con estambres que enterrar en tu boca

Este poema cruza el límite del ocaso con su sombra de lengua triste

Este poema es el sol rendido en las piernas del amanecer

Este poema es la última estación de los cantos

Este poema es rojo.

 

 

EL ARDOR DE LOS REFLEJOS

 

En los panales donde vive el rocío
busco la flor que encierre su rostro entre las líneas.
Ella me dice el canto de las noches,
viste mi pecho con espigas de sangre blanca,
me enseña a trenzar manos en la sombra de los puentes
y a bailar zurcido al canto que no conozco.

Con un espejo la lluvia enterró sus capullos.
Dibujé un soplo de piedra en los libros de su aliento
para ver germinar nuestros pasos.

Esperaba un golpe de mar,
un gorrión mordía los párpados del gusano,
un perro me enseñaba la confianza en la quietud de sus cabellos,
decía que las manos son el altar donde los bufones lloran
y los ojos del leopardo brillan como la navaja del hambre.

Si tañera una mandolina nupcial
un golpe de mar desgarraría mi pecho
y el estallido deshojaría los arces perseguidos por la tierra.

Nacida en la retirada de las pieles lluviosas,
cuando los días florecen de hinojos bajo el sol
ella tiene su traje de sangre.

 

 

 Cada muerte fecunda una estrella
para cada cuerpo hay un crepúsculo.

En el ojo de los siglos,
aún en el bronce de la medianoche con astros de otro tiempo.

Entre las amapolas, en los papeles de la madrugada
mido el peso del silencio con estrellas.

Emerges donde esplenden las rutas de leche
y yo soy sólo un fantasma mecido por el soplo de los grillos.

Te recuerdo coronada de niebla
cuando decías que la luciérnaga es una brasa emplumada
que al quemar los papeles del amanecer sueña los cuerpos.

Ahora surge de ti la visión de tu propio polvo.

Esta rueda de mariposas encarnadas en el bronce de la medianoche
canta por sí misma con astros de otro tiempo.

Y nosotros, allá donde vuelan las cenizas
mientras las legiones aúllan en el ojo de los siglos,

cantamos con una moneda en la boca.

 

 

Esta es la abertura de la más soñada vena.
Nada nos es propicio para vestir con sayal esta visión
y ponerla en los altares.

Vienes a mí, luz huida de lo amargo.

Los signos de la revuelta del polen muerden mi pecho,
dicen:
Ábrete tierra y muéstrate dócil.

Trajimos la verdad de los caballos.
Te elegimos,
ordeñabas las cejas de la noche.
En el patio de los templos tu lengua nos cubre,
llave soñada en el remanso de la visión.

Escritos en las páginas del sueño
vi cal y huesos, vi
flores que sabían envejecer,
vi el fuego que trenzó mi camino,
mi voz clavada en un campo de batalla
sin vencedores
presta a ser blandida por los niños que se aman en el bosque.
Vi golpes de ola en la frente del invierno,
vi los círculos romperse en nuestras narices
y regar de sangre la verdad.

Un sueño de áspero ruido
condujo la marca a mi frente.

La encontré, coronada entre dos versos.
Su voz enredada a una llave de sol
sostenía los hilos del abrazo.

Busqué los cuatro costados
de la casa que arde
y los dibujé en las monedas de su aliento.

Enseñé mis heridas
para ser vestido de otra piel,
recorrí la jaula en sus extremos
y la hallé tendida en la marea.

Ella me inculcó la quietud de los ríos techados.

Mis pies parecían jamás irse,
oyeron el murmullo del arpa
y me llevaron al árbol.

En esos días colgué de mi frente
la más fiel claridad,
retozamos en la profundidad de los salares.
La herida del hijo en mi costado
hizo a la niña cantar el miedo a las heridas.

Dejé en sus manos un signo
que ni la estrella en la frente del hijo podrá jamás limpiar.

Del mar emerge la lengua de la inconstancia,
ella marca estos pájaros subterráneos
y los desordena en los papeles que arrojé en sus ojos.

El hijo no era el Cristo que lloraba,
era un aullido brotado de los muros,
el templo que vimos arder.
Dispuestas las manos
segamos el camino de magnolias abiertas
para darnos los versos de la paz.

La inconstancia hiere las carnes
de quien sueña desnudo las estatuas.
A medianoche montaba un cincel en sus labios
para el único beso posible.
¿Cuánto la buscaré bajo la sombra de los témpanos
en el parque del otoño?

Como un soplo, entre hombros doblegados
canto las señas del beso.
Quizás para nuestras manos
el invierno siembra la espina
en la solapa de otro amanecer.

La última hoja de arce
me rodeó hasta clavarse en mi costado.

La fibra que sirve de refugio al ángel noctámbulo no me basta,
entonces recurro a los armarios,
al ulular de corcheas en el papel.

¿Cómo es que no puedo juntar las manos
y solazarme en la morada silenciosa
de las letras que no me atrevo a reunir?

¿De qué me sirve la salida
si perdí la piedra de la quietud,
el ojo que talló la compasión?

¿Cuál es el signo que señala
el nido donde crecen los himnos?

¿Cuándo el canto del amanecer
resbalará al odre en que declina el día?

¿Quién conoce sus heridas?
¿Quién nos entrega la magia blanca
robada en las arcas del olvido?.
Un collar de cielo
entre rayos venenosos.

¡Muéstrate dolor!
enseña tu canción a mis hermanos.

 

 

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