POST SCRIPTUM

Volodia Teitelboim

Hacen falta escritores, ensayistas, traductores vívidos, sutiles y sólidos que miren por encima del monte y sean capaces de fijar la vista en la línea del horizonte, en esas dos rayas de las cuales una señala la costa y la otra el mar que nunca termina, porque la línea del horizonte es una alucinación dibujada en el espacio. Siempre hay un más allá.

Es sabido que entre ambas rayas se desarrollan tormentas oceánicas. Inexorables son aquellas que estremecen el corazón del hombre perdido en la inmensidad, machacado entre los albures de la vida y la muerte.

Numerosos autores experimentan la atracción del tema tempestuoso. Las angustias ancestrales del navegante poseen un imán insoslayable, cierto poder de seducción que agudiza la sensación del peligro.

Tal vez la demostración más alucinante y sobrecogedora sea el poema que aquí nos entrega Armando Roa en versión castellana. Ha tenido en vista el texto original y las traducciones de Ezra Pound y Michael Alexander. Se trata de El navegante, anónimo inglés escrito hace mil años. Es un cuerpo vivo, un espíritu clamante que respira cierto hálito intemporal. Lo traspasa un sello de universalidad, además del esto puede sucederte a ti. Todos somos posibles náufragos. Por ti aúllan las ululantes sirenas del Save our souls.

Diríamos asimismo que es actual, sublimación de la crónica de hoy. Con demasiada frecuencia leemos u oímos noticias de pescadores extraviados en el mar o que escapan milagrosamente a sus fauces. Se repite la dura peripecia del marinero desconocido del siglo X. Puedo pregonar por mí mismo este canto en tiempos de zozobra, / la amarga verdad de mi travesía; como mi cuerpo, en ásperos días, / a menudo resistió sufrimientos y penalidades.

 

Poesía de los milenios

Adicionalmente esto quiere decir que la poesía del Primer Milenio (d.C.) presagia y se hermana en cierto modo con la poesía del Tercer Milenio. Habrá siempre hombres amenazados por cielos relampagueantes y huracanes sin resuello. La vieja furia de los elementos seguirá agitando los dominios de Neptuno y el hombre volverá a gritar: Salven nuestras almas.

El barómetro del matrimonio o divorcio hombre-naturaleza registra calmas chichas o temporales deshechos, en los cuales el acosado se analiza a fondo y enjuicia al mundo que lo abandonó. Diversas profundidades de la creación poética suelen derivar de situaciones límites.

Es de suponer que el ignoto autor de este poema no pretendió convertir su queja y desamparo en alegoría de la existencia desdichada. Pero señala, queriéndolo o no, versos de filosofía crítica, contrastando su suerte con la del habitante de tierra firme, con su plácida existencia. Se define miserable vagabundo privado de sus compañeros... La tormenta, azotando el barco contra los riscos de piedra.

Equipara la navegación a un largo exilio. La majestad desolada del poema alcanza cimas trémulas, al estilo de Job. Ante la probable inminencia de su fin y la aciaga muerte de sus camaradas, llora por la humanidad sacrificada. ¿Cuál es entonces el alegato del navegante? Las heridas más profundas de mi corazón dolían por mis perdidos hermanos. Nadie a su alrededor.

Bacon sostiene que la soledad es propia de las bestias o de los dioses. El navegante es un hombre solo. Lo sobrecoge el escalofrío de ser el único, impotente ante el paisaje bullicioso, con sus temibles músicas lúgubres e indiferente a sus miedos. Pues risas humanas ya no escuchaba; sólo el estridente alarido de los cisnes/ o el fatídico gorjeo de gaviotas y alcatraces. Así descubre la soledad de las soledades, lo que es estar absoluta y completamente solo. Aunque mire en lontananza, no descubrirá a nadie. Ésa es la soledad infinita y el completo abandono. Ningún protector puede brindar consuelo a un hombre desolado.

 

Que no se olvide el sagrado nombre de los valientes

Se trata de un tema recurrente en la poesía, que también inunda la novela; el corazón golpeado por la sensación de estar a solas. A través de los siglos muchos personajes literarios lo dirán con supremo desconsuelo.

El hombre navega a la deriva en su barca, como dictando un testamento, murmurando un adiós airado. Es la hora o el minuto de la memoria y la nostalgia. Nadie como yo para añorar los bienes dispensados por la juventud. Estigmatiza las miserias mundanas. A la vez reclama un lugar en el recuerdo. Que los oradores respeten el sagrado nombre de los valientes / cuyas vidas se prolongaron en duraderos estallidos. (Por su trasfondo, este verso me resulta impresionante, revolucionario y profético).

El paralelo y la ácida protesta no sólo brotan del "apartamiento" de la conciencia por lo atrozmente desigual. Lo acentúa el dolor de conocer, la indignación de saber que hay otros, allá en tierra firme, que hacen de sus vidas un festín, / esperando del destino tan sólo abultadas ganancias, sumidos en la opulencia y en el vino; a quienes poco les importan mis fatigas, / mi larga vigilia resistiendo la desbordante cólera del mar.

Se escucha a un rebelde de hace mil años. Juzga, como sucede en todas las épocas, que los tiempos han traído la decadencia, la desaparición de los grandes héroes, el desprecio a los combatientes, el triunfo de los cobardes y la negación de la hermosura.

 

Ya no quedan maestros generosos como los de antaño,
esos que idearon las primeras hazañas del mundo,
gloriosos en sus vidas, renombrados en las canciones.
Quienes han blandido el escudo del honor y el señorío se alejan;
el fervoroso esplendor de las vieras espadas de a poco se mustia.

¡Dolorosa ventura! Débiles y pusilánimes
ahora nos gobiernan,
al amparo de la luz agonizante
de las dilaciones y la cobardía.
¡Cuánta añoranza en la nobleza perdida:
espíritus ardientes., pensamientos poderosos!

 

El trabajo de Roa

El prólogo ubica ante el lector en castellano el lugar de privilegio del poema. Deja en claro que se trata de la más impresionante elegía anglosajona y uno de los textos más admirables de la literatura mundial.

Es cierto. Demos las gracias por contar en Chile con atrevidos descubridores de la poesía escrita en períodos y comarcas lejanas. En dicho aspecto el joven Armando Roa evoca y tal vez se aconseja con Borges, empecinado traductor de textos de la Inglaterra prerrománica, de la antigua Escandinavia, incluida una remota Islandia. Fascinado por las sagas de los vikingos de la última Thule, por navegantes del Ártico y del Atlántico boreal, el argentino ciego vierte al español a poetas de antaño con nombres o anónimos como el autor de El navegante, solista de voz elocuente en trance de morir, atrapado por el mar violento.

Roa es un creador de registro múltiple. Poeta que camina por la interioridad y la intensidad, autor de EI apocalipsis de las palabras, La dicha de enmudecer, convoca a sus afines de tiempos diversos. Prefiere al transgresor. Escoge a los disonantes que experimentan impulsos extraños y urden el monólogo dramático, atravesado por conflictos no resueltos y abruptas tendencias a primera vista inexplicables.

 

La palabra como vida, mundo y hombre

Traduce a Robert Browning, a quien, como dijo el autor de El Aleph, por estos lados han vivido de olvidarlo. Roa trabaja por el antiolvido. Lo hace no sólo con respeto por la letra sino el alma, el tono, el ritmo, el microclima, los misteriosos entrelíneas. Vela por conservar y redescubrir la entraña sutil del poema, aquella que tan a menudo se volatiliza al vaciarlo en otros idiomas. Cuando traduce Rabbí Ben Ezra y otros nueve poemas de Browning nos abre la puerta en su sentido original a un mundo desconocido.

Si la poesía se escribe con palabras henchidas de vida y de mundo, la persistencia de la memoria y de la palabra recordar es un adiós que asciende vanamente/ al atardecer, porque, al fin de cuentas, Palabras somos y en palabra nos convertiremos.

En La dicha de enmudecer toma la palabra Dostoievski con Los posesos. Piotr Kirilov confiesa: Toda mi vida he deseado la existencia de algo más que palabras.... Sí, la palabra como vida y también como mundo. Porque la vida, el mundo, el hombre caben en la palabra. La misión del poeta es convertirla en un solo todo.

No es ésta la primera aventura de Roa, hombre de hallazgos. Antes nos entregó en colaboración con Jorge Teillier una sorprendente Invención de Chile. En sus páginas, escritores famosos que nunca anduvieron por estas márgenes del planeta suponen el país. Lo recrean en la imaginación, haciendo una misma cosa de realidades y fantasías, porque fabricar esta amalgama es también un derecho del poeta.

de El navegante (Santiago, Universitaria, 1999)

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