Universidad de Chile

EL POETA SIN BESTIA

por María Elena Hernández Caballero

 

En una carta dirigida a Rilke, todavía Marina Tsvietáieva podía decir: "Ahí encontramos a San Jorge, que es casi caballo y al caballo que es casi jinete; jinete son ambos juntos, una nueva imagen, no son el jinete y el caballo: son jinete-caballo y caballo-jinete: el jinete". Creo que esta imagen de San Jorge, tiene algo de caballeresco, infantil y eclesiástico. San Jorge, antes, o después, del crimen tras un sangriento combate con el dragón. Lo aclara más adelante: "su nombre no rima con actualidad: viene del pasado o del futuro; de lejos". Para Tsvietáieva, Rilke, el poeta que vive en una torre medieval, aislado de los sucesos del mundo, es el último San Jorge.

Tstetáieva odia esta época porque es "la de las masas organizadas". Su combate, como el nuestro, transcurre en silencio y en el anonimato. No hay lucha sangrienta, dragón ni campo de batalla. Es una guerra perdida de antemano. San Jorge se bajó del caballo transformado en "el joven ciudadano de la poesía". No le roba, ni pide su alma prestada a Shakespeare, Dante, ni Quevedo. La bestia se llama ahora "civilidad". Nuestra capacidad jurídica es "la imitación" y los derechos políticos, "el estilo". Nuestra conciencia poética vaga entre los fantasmas y sombras que nos dejaron nuestros antepasados. Nos quitaron la angustia, el tiempo, el delito y el rigor.

La angustia de las influencias en San Jorge, era un crimen que había que ocultar en lo más profundo, en las catacumbas del alma; pero lo que abiertamente se expone, no. "El joven ciudadano de la poesía" no tiene nada que ocultar, todo ha sido heredado, nos pertenece y hacer uso y abuso de ello también es nuestro estilo.

San Jorge, sin caballo, contempla el crepúsculo. No tiene angustia, siente nostalgia.

No puedo hablar entonces de mis angustias literarias, pero sí de mis nostalgias:

Por un lado; el cine: dos hombres conversan en un bar, por una puerta aparece de pronto un caballo bajo la lluvia, en "Cenizas y Diamantes"; la casa en llamas de "El Sacrificio"; Medea caminando muda por el agua; Humpfry Bogart e Ingrid Bergman, en "Casablanca"; "Paisaje después de la batalla"; el Gordo y el Flaco; Chaplin tratando de comerse un zapato en "La Quimera del oro"; Bergman, casi todas las adaptaciones al cine de Shakespeare, las buenas y las malas; la lista puede ser infinita, pero quiero terminarla con "los sobrevivientes", de Tomás Gutiérrez Alea.

Por otro lado, la filosofía: Séneca. Especialmente las "cartas a Lucilio"; he vuelto cada cierto tiempo a las máximas del estoicismo tan insistentes en la necesidad de prepararse a morir.

"Conduzcámonos siempre, dice Séneca, como si cada día fuera el último de nuestra existencia. Decid todas las noches: ¡he muerto!, ¡he muerto! Y tendréis cada mañana el gusto de haber ganado un día". He vuelto también por éste y otros juegos socráticos: "Mus (ratón) es una sílaba; el mus es un roedor del queso; luego las sílabas roen el queso. Sin duda, dice Séneca, es de temer que el día menos pensado caigan sílabas en mis ratoneras o que, si me descuido, alguno de mis libros se coma todo un queso; pero tengo para tranquilizarme este victorioso silogismo: mus es una sílaba; la sílaba no come queso, luego el ratón (mus) no come queso"

Pienso con sobresalto en la independencia de las sílabas, ¿para qué angustiarse entonces por la totalidad (la obra) si una sílaba puede ser terrible? Hay en los autores y las obras algo perecedero, inminente. Lo inquietante son ciertos versos, pasajes o personajes.

No es sorprendente que un día un cuervo toque mañana en mi ventana; que detrás de un árbol me tropiece con el fantasma de Anabel Lee; que Nastasia Filippovnna, mientras me mira desafiante, lance sus guantes al fuego; que entre ruinas eternamente me pierda porque para siempre serán circulares.

 

 

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