Universidad de Chile

LOS VIAJES IMAGINARIOS

por Antonia Torres Agüero

"Así anda la palabra alrededor del libro: leer, escribir. De un deseo al otro va toda la literatura"
                                          Roland Barthes / El grano de la voz

 

Los Viajes imaginarios

Creo que se escribe en gran medida por la necesidad de ver escrito aquello que se deseaba leer. Alguien lo dijo por ahí antes que yo, por supuesto. No hay novedad en ello. No hacemos más que recrear a, cada instante, lo dicho o escrito antes que nosotros lo hiciéramos. No obstante esta terrible constatación de la literatura, no ha menoscabado o inhibido nuestro deseo por juntar palabras, aquel que nos obliga a este, aparentemente, absurdo gesto de la escritura. Este ocio increíble, para seguir citando (la propia literatura es un sistema de citas), que nos hace capaces de sacar la palabra de su lugar para habitarlos todos, como Dios, en su ubicuidad. Por ello creo que soy una poeta optimista, pese al Lihn que nos pena un poco a todos los jóvenes de los noventa (y de los ochenta y los setenta también), porque creo en el oficio de la poesía como en uno de los pocos –si no el único- que nos permite descifrar "algo" del mundo y descubrir la única dimensión posible de la vida, la poética. Y aún si no escribiera la poesía que deseo leer haría como el viejo Quevedo, quien "retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos, pero doctos libros juntos...", desde la Torre, me sumergiría en la lectura, única compañía y amiga, quien me revelara que los viajes no existen, que son imaginarios.

Pretendo que esta "suerte" de poética -ya que en verdad no pretendo que constituya una poética, ejercicio que reservo a un poeta mayor y con una considerable obra a su haber- refleje de alguna manera mi actitud hacia la poesía, mi posición respecto de ella; la que es, por cierto, absolutamente vital (en el sentido más existencial posible del término). Es decir, la poesía para mí constituye una manera de ver el mundo y de situarme en él. Opto por ella casi como lo haría por una alternativa entre varias, para así recostarme a ver la vida pasar frente a mis ojos. Tal como hay quienes optan por la lucha social, por la física cuántica, por la arquitectura... yo elegí la lente de la poesía para observar el mundo y lo hago, por supuesto, con la fe de quien cree que la suya es la única alternativa correcta y las demás las erradas. ¿Qué otra forma hay, si no, de pararse sobre la tierra?

Aferrada, entonces, a esta certeza, intento conciliar la dimensión poética de todas las cosas del mundo con la vida real, con la experiencia diaria. Con ello no creo estar innovando nada. Estoy consciente de que no hago más que adscribirme a una "manera de hacer poesía", o de concebirla, que tiene una tradición importante en la poesía universal: la de una escritura cuyo único universo es el de cotidianidad. Dicho de otra forma, los detalles más simples de cualquier universo son objeto de contemplación. Me remito a ese verso de la poeta y Premio Nobel, Wislawa Szymborska; "Paisaje con grano de arena", verso que le da título a una antología de su obra. Un verso que pareciera resumir la idea de que todo es universo y está constituido, a su vez, por miles de universos completos y únicos. Para mí, es en esa contemplación del paisaje, y en sus intersticios en donde está la poesía.

Con ello no quiero afirmar que mi poesía rehuya lo puramente lírico, es decir, la poesía por ella misma y porque sí. El gusto por las palabras, por escribirlas, por pronunciarlas. Tampoco quiero decir que mi poesía aspire a alcanzar un lenguaje que siempre remita a "algo", que describa. Al contrario, creo que ello es un imposible. La poesía, para mí, se construye precisamente a partir de la imagen creada, no la existente: lo que creemos ver del paisaje, o, más bien, lo que queremos ver de él. Y es por ello que, a mi manera personal de entender la poesía, el paisaje deja una profunda huella en el texto. La idea de la realidad como un texto lleno de signos, de significantes y significados, en el decir de la lingüística, me seduce enormemente. La contemplación de este paisaje es la que impregna y, la mayoría de las veces, da la clave para acceder a la escritura de un texto. Y nótese que digo acceder a su escritura, no a su lectura, como pudiera creerse. El paisaje, para mí, tal como el tejido de un texto, tiene también su tramado, sus elementos correspondientes que constituyen un universo. Concavidades y convexidades que se corresponden en una arquitectura particular, con su significado único. Es por ello que mis textos están llenos de paisajes; el mar, la playa, la tarde en una ciudad, la tarde en otoño, un pueblo fantasma, etc; en los cuales puede uno sumergirse tanto y tan bien hasta mimetizarse con ellos...; hasta confundirnos con él y transformarnos.

Se escribe en la medida en que se lee; cuando leo deseo escribir, y cuando escribo aumenta mi avidez por nuevas lecturas. En un ejercicio promiscuo, de tráfico de sensaciones, de líquidos, de secreciones y humores la lectura alimenta mi escritura, la traspasa, la interfiere. Asimismo, escribir me hace lectora de mis propios textos y abre mi apetito a otros. Me he dejado atravesar por las influencias desde el principio; a veces con más pudor, otras con menos. En ese devenir transcurre mi poesía.

Difícil tarea la de reconocer influencias ya que puede uno aceptar que las tiene; ¡Qué duda cabe de ello!, pero no identificarlas... ¿Cómo se pueden dar nombres sin caer en la estigmatización, en la identificación involuntaria de nuestra obra con nombres, obras o estéticas ajenas? Prevalece el afán por guardar el secreto de nuestras fuentes, la intimidad de nuestra obra. El secreto acto en el que construimos versos como si fueran propios, versos robados, re-escritos, re-creados en la ilusión de que ocupen un sitio inédito en la tradición. La lectura es la principal de mis influencias: el leer se convierte en deseo de escribir; escribir es desear leer. Allí discurre y transcurre la poesía.

 

De la angustia a la dicha: la influencia, madre de todas las ciencias.

"Carta a un joven poeta. O, mejor, telegrama: No escriba. Stop. Escríbase. Siempre que tenga algo que perder. Stop. O siembre papas en su aldea".

E. Lihn / "Varadero de Ruben Darío", en Escrito en Cuba.

 

Vengo de una región del país con una importante tradición poética. Una "zona" geográfica particular que ha llegado a constituir una "zona poética" específica también con lenguajes, estéticas y proyectos propios. Historia poético-literaria interrumpida a veces, pero con cierta continuidad cronológica que le ha dado peso y sustancia a una tradición a partir de la cual no se puede escribir sin re-conocer, primero, la poesía de nuestros coterráneos. Conocidos grupos como Trilce, en la ciudad de Valdivia, luego Murciélago; a los que siguieron Matra e Indice más tarde. En Chiloé, Aumen; y muchísimas expresiones colectivas más, como "comunidades artísticas", "colectivos literarios" o "talleres" que no alcanzan a constituir un grupo ya sea por lo efímero de su existencia, el escaso protagonismo en el "mundo literario" regional, o la exigua producción de sus integrantes, pero no por ello menos significativas como constituyentes de una tradición literaria regional importante.

Comenzar a escribir en ése contexto asigna a un joven -mejor dicho; precoz-, poeta adolescente una responsabilidad autoral mayor que aquél que se inicia en medio del asombro, la ingenuidad y la ignorancia de su medio. No quiero con ello decir que quienes nos formamos en un medio literario con "alguna" tradición precedente tengamos asegurado por ello la calidad de nuestros textos. Quiero decir que comenzar a escribir en Chile, "país de poetas", y, más aún, en una "región de poetas" lo vuelve a uno más "atento", menos fanfarrón, tal vez. Más cuidadoso con las palabras, más humilde con los maestros, más conscientes de la indiferencia de la que somos víctimas, la de nuestro pares, por un lado, y la de la sociedad, para quien –esta última- somos objeto de curiosidad o benevolente condescedencia, pero jamás de real interés o comprensión. Sin embargo, pese a nuestro "literario origen", no somos salvos de la autocomplacencia, del facilismo y de la falta de rigor con el oficio, pero sí disponemos de un marco contextual en donde situar nuestra obra. No importa si este "marco" lo usaremos para atacar la tradición, continuarla, asumirla, subvertirla, dialogar con ella, ironizarla, atacarla, o cualquiera sea el caso; pero se cuenta con un mapa inicial, una carta de navegación que nos muestra el territorio hasta aquí recorrido y que, de paso, nos confidencia algunas claves para aprender a navegarlo, para "hacernos pasar", también, por oficiantes de este rito junto a marinos más experimentados, al menos hasta curtir un poco las manos y que ya nadie note ni recuerde nuestra inicial inexperiencia. El novato jamás quiere parecerlo.

Es difícil para un niño no desear leer si creció en medio de libros de todos los tamaños y todos los colores, libros que palpó y hojeó sin poder descifrar su contenido. Crecí en un hogar lleno de libros y de revistas, en donde siempre vi a mis padres leyendo "algo"; una novela, poesía o lo que fuera. Siempre con lectura entre las manos, y como los niños crecen imitando toqué, miré y olí libros antes de poder leerlos. Mi padre es poeta, ésa es otra fuerte influencia. Tal vez no en términos estéticos, de proyecto de obra; pero sí en términos culturales: uno adquiere las "formas de vida" de sus padres, sus costumbres. Leía hasta altas horas de la noche, me ejercité en la escritura de cartas, visitaba librerías, acompañaba a mi padre a visitar amigos "extraños", medios artistas, medios locos; mi hogar era visitado esporádicamente por personajes exóticos, algunos escritores..., en fin, desde niña viví experiencias que, para la mayoría de mis pares –estudié en un colegio particular con niños hijos de ingenieros, médicos, comerciantes o industriales- eran "rarezas" o, simplemente, les eran indiferentes por desconocidas.

Como tal vez la mayoría de los poetas, comencé a escribir poesía más o menos junto con comenzar a leerla. Comencé leyendo a los surrealistas europeos, a las vanguardias decimonónicas y al Huidobro ya creacionista. Mis primeros poemas los escribí con la espontaneidad de quien descubre por primera vez una capacidad y la ejecuta. Sólo quería ver escrito aquello que imaginaba. Había, por primera vez, descubierto en el lenguaje una vía de exploración de la realidad, una forma de conocimiento y un punto de vista nuevo, alternativo y novedoso desde donde observar el mundo (y que más tarde se convertiría en tal vez el único posible). Escribía en forma más natural, sin reparar demasiado en las palabras y sus significados; podría decir que era una poesía más sensual y sutil. En ésa época (entre los 15 y los 16 años de edad) sólo quería escribir con aquellas palabras que usaban los surrealistas y el Creacionismo chileno: "paraguas", "lámpara", "cadáver", "trance nocturno", "abismo", "oscuro", "ángel", "luna", "farol", etc. Toda mi poesía quería hacer uso de un lenguaje libre y evocador. Hoy creo que la virtud de esos primeros poemas radica en su vitalismo poético y su desenfado, propia de ésa edad, para situarse con serias ambiciones literarias en el contexto de la tradición de la poesía chilena. Al menos eso pretendía yo, y apenas había leído a Neruda...

Junto a algunos amigos de ése tiempo (algunos perseveraron en el oficio, otros no) leíamos con fruición a Rimbaud, por ejemplo. Y aún cuando no comprendíamos mucho toda aquella poesía del exceso, "maldita", oscura, pesimista, y tal vez no podíamos identificarnos con la vida marginal y llena de excesos de los "poetas malditos" (aunque soñábamos con poder practicarla), sí lo hacíamos con el experimentalismo de sus formas expresivas, con aquel imperativo de ser "absolutamente modernos", con aquello de que "no se puede ser formal a los diecisiete". Representaba para nosotros una poesía extraña, difícil, pero nos impresionaban, y lo hacen hasta hoy, esas imágenes como "la mano que escribe es como la mano que ara", versos gráficos y fuertes. Versos que marcaban en nosotros, incipientes poetas, ese carácter "artesanal" del trabajo poético. Así como también, nos hacía conscientes del dolor y la esclavitud inherentes al uso del lenguaje, de las palabras. Siervos, aún inexpertos, de una gleba que se avizoraba desgranar entre las manos.

Quisiera poder decir que aquellas primeras lecturas marcaron para siempre toda mi poesía, pero sería reducir la reflexión a la que nos obliga este "Encuentro de las Influencias" a una conclusión demasiado simple. No obstante ello, sí debo reparar en el hecho de que fueron extranjeras las primeras lecturas que gatillaron en mí el deseo por unir palabras propias. Es decir, la primera poesía que leí era traducida. Pero lo adjudico a mi ignorancia y mi pretendida convicción de que los únicos poetas verdaderamente modernos y vanguardistas eran los europeos. Mi soberbia y ceguera me impedían ver a un Díaz-Casanueva, un Juan Emar, un Oliverio Girondo, un César Vallejo, entre otros, modernísimos exponentes de la poesía en castellano a las cuales aprecié algo más tarde. En una época de la vida -la adolescencia- en que busca uno más que nunca signos de identificación; los románticos, los simbolistas y los "malditos" representaban algo así como nuestras "almas gemelas". Mitos de otra época, objetos de admiración y de imitación.

La experiencia de leer poesía en su lengua original fue como abandonar la carne de soja para saborear por primera vez un verdadero asado al palo con vino tinto. La primera comida fue para alimentarse cuando más hambre tuve; ella me dio una formación primera, visiones que nunca antes tuve o que intuí, ideas filosóficas, autores. La segunda, fue puro descubrimiento y asombro frente al hecho del lenguaje, y ya no sólo por su abstracción. Fue absoluto placer; también por las ideas, pero sobre todo por las palabras: sus sonidos, sus formas y sus ritmos. Entonces descubrí lo que me había perdido todo ese tiempo y conocí el soneto, por ejemplo, no a través de Góngora, sino de Oscar Hahn. Formas como el romance, la lira o las cuartetas con San Juan de La Cruz. Mi escaso conocimiento de algunos filósofos luego de leer a Gonzalo Rojas, la riqueza de la cultura y el folklore chilenos cuando leí la Epopeya de las Comidas y Bebidas de Chile de Pablo De Rokha, etc. Pero los autores chilenos que realmente influyeron, creo yo, en mi escritura fueron Enrique Lihn y Jorge Teillier. Seguramente se reconocen las huellas de sus lecturas en mis poemas y no he sabido ocultarlas con cuidado como debe hacerlo todo aquel que se precie de buen poeta, según aconsejaba Pound. Y no han sido sólo sus obras las influyentes, sino la vida de verdaderos poetas que llevaron, dimensión generalmente ignorada a la hora de valorar un poeta. Con verdadero me refiero al hecho de no dejarse llevar por la autocomplacencia de una sociedad que quiere prontos aplausos, rápida fama y éxito social; al menos de éste último éxito, ya que el económico está reservado a otros quehaceres humanos. Verdaderos en su franqueza crítica, en su honestidad, en su consecuencia política; en la más amplia acepción que pueda darse a "lo político", que va –como dice mi amiga Alejandra del Río- desde cómo te vistes hasta qué libros lees. Poetas insuficientemente reconocidos y valorados en su momento, y quienes se negaron a marcar el paso en un desfile que nunca sintieron suyo, al lado de compañeros de fila a los que incomodaron. En fin, poetas poseedores no sólo de innegable mérito literario, sino del humano. Escritores que desarrollaron su trabajo poético no sólo frente a la hoja de papel, sino en cada día de sus vidas. Guardianes del mito, vitalmente necesario, pero cada vez más lejano y olvidado entre los pliegues de esta "modernidad" avasalladora, y que se me perdona el lugar común. Por ésa clase de influencia he querido también dejarme atravesar, no seré yo, por cierto, quien verifique este intento. Cómo influyen éstos autores literariamente en mis textos, no puede si no resolverse en la lectura crítica de éstos últimos.

Si bien es cierto no hubiese querido dar nombres de autores determinantes en mi poesía por las razones que en su momento di, creo que la invitación a este encuentro y sus circunstancias me lo impiden. Por lo demás, debe uno reconocer a sus padres y aunque probablemente me arrepienta de muchas de las cosas que aquí he dicho a título personal, presiento que no me arriesgo al dar una lista aproximada de mis preferencias literarias, ya que ella constituirá siempre un listado de "clásicos". Al menos para mí. De lo que no puedo desentenderme, eso sí, es de estar elaborando una "lista de la pedantería" de la que somos capaces. Es más; ya que estamos en esto seré aún más pedante: La siguiente lista de autores no es más que la lista de mis preferencias literarias, aquellas lecturas a las que se vuelve esporádicamente y que, a mi juicio, han intervenido en toda mi poesía. Seguramente olvidaré algunos nombres, pero puedo responder por los que están allí.

En uno de los primerísimos lugares (por la época de mi vida en que llegó a mí y por su peso en toda la poesía moderna universal) está Arthur Rimbaud, Las Flores... de Baudelaire, algo de Paul Eluard, Breton, Soupault, entre los surrealistas. Huidobro, como ya lo mencioné, César Vallejo, a quien nunca se puede dejar de leer y nunca terminar de comprender; toda la poesía de Alejandra Pizarnik, la mayoría de los poemas verticales de Roberto Juarroz (no los conozco todos), José Lezama Lima, para seguir con el castellano, y Antonio Cisneros. Los italianos, casi tan cercanos en la lengua, Salvatore Quasimodo, Cesare Pavese, Eugenio Montale y el aún relativamente desconocido Valerio Magrelli, después de cuyo Ora serrata retinae no he podido dejar de imitarlo (más bien de intentarlo). Otros primos lejanos del idioma son los portugueses; Fernando Pessoa, en casi toda su poesía y, sobre todo, su impresionante libro en prosa El Libro del Desasosiego. Entre los extranjeros más actuales y aún vivos la poeta polaca Wislawa Szymborska y el caribeño-americano Derek Walcott. Otra mujer: la poeta y narradora alemana, Ingeborg Bachmann; a quien insisto leer en alemán junto a los poco mansos (para su traducción, me refiero) Paul Celan, Karl Krolow y Georg Trakl. Entre los americanos: Robert Lowell, Edward Estlin Cummings (e.e. cummings) y los ineludibles T. S. Eliot y Ezra Pound. Y aunque parezca curioso, algunos narradores me han sido tremendamente significativos Truman Capote, Henry Miller y Jack Kerouac (quien no haya leído On the road no ha sido joven, ni poeta). Un lugar protagonista en mi imaginario poético-literario personal: Julio Cortázar.

Entre los poetas chilenos actuales vivos: Clemente Riedemann, Juan Cámeron, Gonzalo Rojas, Oscar Hahn, Germán Carrasco, Alejandra del Río, Andrés Anwandter, Javier Bello, Damsi Figueroa, Jorge Velásquez..., en fin, todos poetas a quienes les debo alguna palabra, algún verso o, quizás, hasta todo un poema. Poetas que, tal como yo lo intento, se escribieron a sí mismos sembrando papas en su aldea.

Valdivia, septiembre de 1999.

 

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