Universidad de Chile

PALABRAS INAGURALES CONGRESO SOCHEL 1999.

Por Eduardo Thomas Dulé

 

Conocemos, por la información que entregan las historias del teatro chileno, los versos alusivos con que don Bernardo Vera y Pintado engalanó el telón de boca de nuestro primer teatro permanente, que don Domingo Arteaga mandó construir el año 1820 en Santiago, por orden de don Bernardo O Higgins. Estaban inscritos con letras doradas y decían lo siguiente:

He aquí el espejo de virtud y vicio

Mirad en él, y pronunciad el juicio.

Siguiendo una tradición que proviene de don Miguel Luis Amunátegui, los historiadores de nuestro teatro relatan este acontecimiento con bondadosa ironía, que es el tono con que, en general, refieren todo el desarrollo teatral de esa época. No les falta razón. Apreciándolos con objetividad, debe admitirse que los versos de don Bernardo Vera y Pintado no son un modelo poético. Sin embargo, impresionan por la intensa fe y gran probidad que manifiestan.

Con todo, no puedo negar que siempre, desde que los leí por primera vez, me han llamado la atención. Evidentemente, por la situación en que fueron escritos, que los llena de amor patrio y esperanza fundacional; pero también, por la sencilla concisión con que expresan una idea fundamental en la literatura moderna.

En efecto, que la literatura es un espejo en el que reconocemos nuestra realidad en sus diversas dimensiones; y que ese reconocimiento nos hace mejores, son conceptos que atraviesan la modernidad desde las postulaciones cervantinas sobre la novela hasta las teorías de la recepción de nuestro tiempo. Cambian los modos del espejear (por ejemplo, el espejo puede adquirir formas cóncavas, con las consecuencias previsibles para la imagen); también los mecanismos que le permiten operar sobre el lector y hasta la idea misma de lo que debe ser y hacer un espejo; sobre todo, evoluciona lo que se entiende por virtud y vicio; pero en esencia, ni la imagen utilizada por Vera y Pintado ni su edificante recomendación a los sufridos espectadores chilenos de 1820, son ajenas a nuestra vapuleada y escéptica sensibilidad.

Hoy en día tenemos plena conciencia de la relevancia de las artes, y especialmente de la literatura, para la vitalidad cultural de una nación. Si es verdad que la literatura es un espejo, su constitución es muy compleja y comprende sistemas educacionales, editoriales y críticos, sin los cuales su efectividad social se ve fuertemente disminuida.

Todo lo anterior explica nuestra fuerte identificación con SOCHEL. Esta nace para llenar el vacío existente en una realidad chilena dominada por un régimen autoritario que obstaculizaba fuertemente cualquier modo de autorreflexión. Inicialmente concebida como una institución destinada al intercambio entre investigadores de punta, en poco tiempo dirigió sus objetivos a la creación de un espacio para el diálogo entre los diversos actores de las disciplinas literarias. El papel de SOCHEL bajo el autoritarismo fue, indudablemente, de gran relevancia, y merece toda nuestra admiración y respeto.

En la actualidad, sin embargo, la función de esta Sociedad no es menos importante. Y creo que no exagero si afirmo que las dificultades que debe enfrentar ahora son mucho mayores que las de aquellos años iniciales. Siguiendo la imagen de Vera y Pintado, podría interpretarse el proyecto de la SOCHEL de esos años como el intento de levantar un espejo en circunstancias que un poder absoluto lo obstaculiza y hostiliza. En todo caso, se suponía cierta satisfactoria disposición del país a contemplarse y comprenderse críticamente. En la actualidad, en cambio, y continuando con la misma imagen, debe levantarse un espejo ante un país que no desea por ningún motivo contemplarse en ninguna superficie que no sea opaca, a menos que, a la manera del Teniente Bruna, torturado personaje de El abanderado, la conocida obra de Luis Alberto Heiremans, le devuelva sólo la imagen que él desea ver de sí mismo y del mundo.

La realidad que debe enfrentar en nuestros días SOCHEL es la de una sociedad profundamente individualista, que se manifiesta en la fragmentación de la vida cultural en sectores estancos, incomunicados y, por ello, inoperantes. Todo ello en una atmósfera de profunda autosatisfacción.

En efecto: el diálogo de la Educación Básica con la Universitaria es, por decir lo menos escaso, y por los resultados nos parece que día a día esos ámbitos fundamentales de la formación cultural de un pueblo pierden su capacidad formadora de la capacidad de lectura y de apreciación estética. Progresivamente, parece esfumarse la experiencia de lectura con que tradicionalmente egresaba el estudiante de los niveles básicos. Nos preocupa la marginalidad de los centros humanísticos universitarios respecto de las zonas de opinión y decisión en estos y otros problemas que afectan tanto a la educación como a la vida literaria de nuestro país. No recuerdo un debate serio y atendido por el resto de la sociedad, en el que hayan podido dar una opinión, en su calidad de instituciones que se supone tienen voz autorizada en estas materias. Y si llegaran a darla, seguramente se perdería en la polvareda de la competencia darwinista por recursos económicos, en que se encuentran ferozmente comprometidos. Mientras tanto, el hecho es que la experiencia de lectura y el ámbito de referencias culturales humanísticas de los egresados de la Educación Media es cada día más pobre.

Si es perceptible una desconexión entre los actores de la educación humanística, también lo es en los ámbitos de la crítica periodística y de los estudios literarios universitarios. Llama la atención la notoria pérdida de peso social de los dos sectores. No existe entre ambos el necesario conducto comunicador, que les permita complementarse, alimentarse y proyectarse a la sociedad con una función efectivamente orientadora y estimulante. Cabe señalar al respecto, la escasa capacidad de la crítica para evaluar y jerarquizar las obras existentes en el mercado.

Por su parte, el comportamiento del mercado librero carece de toda conexión con la actividad académica y periodística. La oferta es inestable, fluctuante, y bastante poco actualizada. Las obras de real peso tienen presencia desconcertantemente efímera y precariamente informada.

La vida académica literaria y humanística sufre de males semejantes. El diálogo es insuficiente, y salvo excepciones que tienen que ver con definidas áreas de intereses, no existen la serenidad ni la estabilidad necesarias para un intercambio efectivo entre las instituciones ni entre los académicos de una misma institución.

En consecuencia, el mal se encuentra en el aislamiento, en la soledad a que nos condena una realidad fragmentada en sectores estancos e inconexos. Es una realidad egoísta, que se cierra y nos encierra.

El diseño del Congreso que estamos iniciando busca responder a esta situación de la única manera posible para los estudiosos del área humanista: reflexionando y abriendo espacios para el diálogo constructivo.

Los veinte años de SOCHEL coinciden con el fin del siglo que, todos lo sabemos, es también el fin del milenio. Es el último Congreso que esta institución celebra en el siglo XX. Es una ocasión propicia para revisar comprensivamente el notable desarrollo de la ciencia de la literatura en este período. Para hacerlo, hemos convocado a todos los especialistas del país y a numerosos extranjeros. Muy especialmente, quisimos reunir con nosotros a los maestros que nos formaron y de cuya enseñanza provenimos. Esos maestros que fundaron en nuestro país una poderosa línea de estudios literarios, de la que nos sentimos orgullosos herederos. Queremos conversar con ellos. Escuchar su apreciación del panorama histórico-literario en que nos inscribimos y de la situación que hoy en día experimenta nuestra disciplina.

Porque nos interesa reflexionar el destino de ésta en circunstancias que hoy en día parecen afectar a la definición misma de su objeto de estudio, hemos planificado mesas de ponencias y de discusión sobre orientaciones fuertemente vigentes en nuestros medios académicos, como son las vinculadas a los problemas de Estudios Culturales, Géneros, Estudios Discursivos y Etnoliteratura, entre otros.

Convocamos también a escritores nacionales y extranjeros para que nos informen sobre su actividad poética y, con lecturas, nos hagan participar en ella; pero también queremos que participen en el debate; que nos den a conocer su experiencia y expectativas en la realidad actual. Especialmente, deseamos compartir su opinión sobre el estado de la crítica y de los estudios literarios académicos; sobre la capacidad de éstos para construir un espacio en el que su creación adquiera un sentido. Con la misma finalidad, recibimos a críticos del ámbito periodístico. Su discusión con representantes de los estudios literarios académicos, arrojará luces sobre la situación y destino de la actividad literaria crítica y teórica en el país y, esperamos, complementará a la mesa de escritores.

Como señalé anteriormente, nos inquieta la situación de la literatura en las políticas de enseñanza chilenas. Esta es una materia que es urgente debatir y creemos que el de SOCHEL es un marco adecuado para hacerlo. Por ello, invitamos a académicos vinculados a los estudios pedagógicos y a la reforma educacional en marcha, para que intervengan en este Congreso, aportando un diálogo sobre este fundamental aspecto: la función de la literatura en la formación del ciudadano, de acuerdo a las concepciones básicas con que se proyecta la educación en el país. En especial, nos preocupa el lugar y el papel que le asigna la reforma educacional en marcha al desarrollo de la sensibilidad estética; y a la adquisición de un conjunto rico y articulado de referencias literarias y culturales. Quizás habría sido mejor discutir estos temas antes de iniciar la reforma; pero nunca es tarde para comenzar.

Al organizar este Congreso hemos querido, de acuerdo a la tradición de SOCHEL, privilegiar la diversidad, para crear un espacio abierto a todos los problemas de nuestra realidad literaria y a las distintas perspectivas con que éstos se interpretan en la actualidad. Nuestro objetivo es proyectar a la Universidad al país; impulsar un movimiento de discusión seria, académica en el más alto sentido de esta noble y torpemente manoseada palabra. Con ello, cumplimos la misión que nos es propia como miembros de esta Casa de Estudios.

Agradezco profundamente a las instituciones que nos han apoyado en la ejecución de este evento: al Consejo del Libro y la Lectura; a la Dirección de Extensión de la Universidad; por supuesto, a la Sociedad Chilena de Estudios Literarios; a la Fundación Pablo Neruda. La contribución de todas ellas es motivo de gratitud y reconocimiento. No puedo omitir una mención especial a la Facultad de Filosofía, definidamente a nuestra Decana y a su equipo de autoridades y colaboradores académicos y administrativos, a quienes expreso mi más profundo reconocimiento por su generosa ayuda y comprensión.

Reciban ustedes nuestra cordial bienvenida. Esperamos que los próximos días serán de grata y enriquecedora convivencia académica. Profesores, críticos, escritores, artistas y estudiantes compartiremos en una actividad inmensamente enriquecedora.

Esperamos que el gran beneficiado sean los Estudios Literarios. Y el país.

 

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