Universidad de Chile

ALBERT CAMUS Y NIKOS KAZANTZAKIS. LA REBELDÍA COMO CAMINO ÉTICO EN EL ARTE.

por Alberto Pérez - Fidel Améstica

 

Jamás he podido renunciar a la luz, a la felicidad de existir, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esta nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, me ha ayudado sin duda a comprender mejor mi oficio, me sigue ayudando a mantenerme, ciegamente, junto a todos estos hombres silenciosos que no soportan la vida que se les hace en el mundo más que por el recuerdo o el refugio en el remanso de breves y libres felicidades.

Albert Camus.

Mi vida personal no tiene sino un valor muy relativo sólo para mí y nadie más; el solo valor que le conozco es la lucha por subir de grada en grada y para llegar tan alto que su fuerza y obstinación puedan llevarla a la cima que yo mismo he denominado la mirada cretense.

Nikos Kazantzakis.

 

"Todo es vanidad y atrapar vientos", versa el Eclesiastés. "Vanidad", vano, vacío; en hebreo "habel", vaho, aliento. Rimbaud salta sobre lo desconocido y ve que su arrojo temerario también es vanidad. Su postrer recurso: la maestría del silencio. Entonces la realidad es ilusa, es decir, nosotros somos los ilusos: todo es una burda mentira. "¿Qué es la vida? Un frenesí./...Una ilusión,/una sombra, una ficción" (1). ¿Dónde la realidad, la certeza inmutable?... Ahí mismo, en la ilusión. Sigámosla, acechemos su intrusión -en apariencia inocua- en el statu quo y toquemos a su puerta antes que nos caiga la noche. Entramos. Ninguna voz nos parece ajena en esta morada, las sentimos familiares pero con algo de extraño. Son los bardos que vuelven a cantar, y nosotros, los huéspedes, escuchamos y reflexionamos en torno al calor de la palabra: somos en ella. Aquí jamás se "agota el campo de lo posible" (2) ni "la llama que devora al hombre" (3).

¡Cuántas preguntas nos han traído hasta aquí!, sorprendidos en plena despreocupación cuando el tiempo se sale de madre y amenaza con llevárselo todo, hasta el significado de las cosas. Todo es signo. La vida es más rápida que el lenguaje, y éste, cuando se petrifica, sólo enmascara. Una máscara va cayendo tras otra, la palabra quiere hacerse vida y, cuando lo logra, resplandece el nacimiento de la verdad. Luego, el Creador ve que es bueno y prosigue: La Verdad es imaginaria y la Imaginación es verdadera.

Afuera, en la realidad, las generaciones se insertan en la historia, se sumergen en múltiples corrientes de sentido a la caza de un significado absoluto. La voluntad se debate entre el pensamiento y la acción, entre el esfuerzo por comprender el mundo y la decisión por transformarlo. Pero la pregunta es qué es exactamente lo que hay que cambiar, por qué es necesario hacerlo y en qué hay que modificarlo. Esto supone como principio que vivimos en el error, de hecho, la humanidad por naturaleza es imperfecta, pero también es perfectible. De ahí que la educación se focalice en formar "hombres de bien", pero qué es "un hombre de bien" es algo que no está muy claro, ¿bien para qué o para quién? Por lo menos indica una tendencia hacia lo bueno, una predisposición hacia el bien. La situación previa sería "lo malo", "lo incorrecto".

No perdamos el tiempo definiendo lo bueno, mas estaremos de acuerdo que el bien mayor es la vida, aunque para algunos no sea más que un ensayo para la muerte. Sólo en esta vida es posible pronunciarse sobre lo bueno y lo malo. En la muerte nada es posible. Ahora, el cambio debiera orientarse hacia lo bueno, hacia la vida y no hacia la muerte; hacia la aparición del Ser y no hacia su ocultamiento. Se dirá que la muerte es inevitable -concedido- pero antes es más inminente la vida, aun para el suicida. Volvemos a la cuestión de lo bueno y lo malo: ¿qué es una vida buena y otra que no lo es? La vida que rinde culto a la vida y no a la muerte. Para el artista, la vida está presente en todas partes, aun en el pesimismo y la negación, y la traduce en la unidad de la forma. Camus se pone de pie y hace hablar a Nietzsche: "el supremo mal forma parte del supremo bien, pero el supremo bien es creador" (4). Entonces Camus deja de llamarse Albert Camus porque ahora es el doctor Rieux y nuestro entorno es una ciudad feliz, "sin sospecha": Orán, todas las ciudades de ayer y hoy se llaman Orán. Un flagelo no respeta la vida de nadie, aquí no vale la inocencia. El doctor Rieux no abandona la ciudad porque se da cuenta que pertenece a ella, pertenece al dolor humano, el sufrimiento ajeno le recuerda que es médico. Ve que su propia salvación o condena está en esta ciudad, no en la huida. La realidad es el aquí y el ahora, desconocer esto deslegitima la existencia. En La Peste la comunidad humana nace como espectáculo del dolor, como rebelión ante la injusticia de la muerte. Sólo la vida es buena, por ello la única justicia se traduce en solidaridad. Al luchar contra el flagelo se encuentra al otro, al semejante. Es falso obrar como si se estuviera solo. En esto se encarna la virtud, el bien supremo: construir vida para quitarle espacio a la destrucción. La peste es un mal moral que afecta a la conciencia, muestra la calidad de los que luchan contra ella. Orán, la ciudad condenada, es un mundo sujeto a sus propios límites. La peste, el aguijón moral que nos impele a enfrentar la vida sin un más allá. La imaginería ética de esta novela se torna ambivalente: las murallas cerradas materializan a la vez las limitaciones que nos confirman el estado de enclaustramiento y los obstáculos que nos elevan frente a nuestros semejantes. La fiebre, las manchas, los bubones, son a un mismo tiempo símbolos de nuestra fragilidad y de los estigmas de la culpa. Comprendemos que la lucha ejemplar del médico Rieux no puede tener un fin específico: "¿Qué quiere decir la peste?", le pregunta un paciente, "Es la vida. Eso es todo", responde. Ante la amenaza se puede estar solo o irse solo, no hay Dios que valga. El enfrentamiento alumbra la significación moral contra el flagelo: la solidaridad humana contra la turba dantesca. Aquí se perdona la locura pero no la cobardía. Los voluntarios contra la peste permanecen, así, libres. La libertad es lucha, el reencuentro entre el actor y su decorado (5).

El doctor Rieux nos invita a quedarnos. Mientras tanto, la palabra sigue ardiendo en el silencio de nuestra convivencia. El cigarrillo de Camus se ha consumido entre sus dedos. Un viejo rapsoda templa su lira y entona: "La libertad no es vino, hermanos, ni es mujer placentera;/no es riqueza almacenada; ni un hijo tierno en la cuna;/es un canto -desolado, desdeñoso- que se esfuma en el viento." (6) Kazantzakis comienza a danzar entre los versos y otro se apodera de él: es un hombre que ya no cree en nada, que ha descubierto la mentira de los dioses y sólo sabe despreciar. Está parado sobre un peñasco contemplando a su vieja Ítaca y respirando la brisa que trae el mar: El viento huele a libertad y desea recuperarla. Ulises ya se ha bañado en la sangre de los pretendientes, su esposa lo mira como un extraño y su hijo es demasiado prudente. No lo culpa. Casa a Telémaco con Nausica y se apresta a zarpar con nuevos amigos. Su pasión por el mar es mayor que la conformidad de haber vuelto a su tierra. Vivir en Ítaca ya no tiene sentido, hay un abismo cada vez mayor entre el hombre y su entorno, el desencanto es insalvable. Los vientos lo llevan por diferentes lugares y épocas, conoce todas las religiones e ideologías. Rapta a Helena, participa en una revolución, construye una Ciudad Perfecta que luego es destruida por un cataclismo. Conoce a Lenin, a Don Quijote, a Cristo. Es marino, combatiente y asceta. Su travesía en busca de la libertad culmina en los hielos antárticos sobre un témpano, su último barco, su féretro: arriba en la única morada absoluta: la muerte. Ha ejercido la libertad como un destructor de mitos y creencias. El viaje de este Ulises es el espíritu en rebelión constante, la travesía de este errante legendario configura la parábola de la existencia humana que transcurre entre dos silencios, dos abismos: el nacimiento y la muerte. El motivo del viaje es la exploración, la horadación de la realidad con todos los sentidos alertas hasta el último segundo de vida. Esto es la libertad: no quedarse en ninguna parte lucrando de los triunfos; es ensanchar la vida a brazo partido. La libertad no es un Dios que esté por encima del hombre, es el hombre mismo.

¿Dónde está la realidad? "Nuestras vidas son los ríos/que van a dar a la mar,/ que es el morir" (7); "el río que durando se destruye" (8) ... el agua va al mar, pero el río queda (9). Bajo todo este cauce hay algo más pesado que se aconcha en el fondo. ¿El oro? Puede ser. La filosofía, la religión y las ciencias, nacieron para ayudarnos a ordenar la vida en medio del caos, para que el hombre se asiente y encuentre su lugar en el mundo, que a fin de cuentas es una lucha que no termina. Pero por estos caminos sólo se llegará a enjuiciar la vida, a verla desde un punto de vista frente a lo que podría ser y no es, lo que siempre será relativo. El artista, el creador, trabaja con lo que hay (las palabras, el ritmo, el color, la luz, el sonido, las ideas), destruye y construye constantemente esta materia cargada de realidad tangible, el creador trabaja con el lenguaje, lucha con él para conquistarlo. En esta lucha del artista se reproduce la lucha que todo hombre libra (o debiera librar) en su corazón, porque el hombre es los ojos y la conciencia de la vida, del Ser, por que el Ser sólo puede hablar humanamente. En otras palabras, el hombre es la vida, en su sociedad, su historia y su cultura; por lo tanto debiera encarnar el bien, de ahí la responsabilidad ética.

Entonces la pregunta no es qué es la ética sino qué es el hombre. Para los griegos era el anqropoV (ánthropos), el que mira hacia arriba, el que se yergue sobre su bestialidad y la necesidad de alimentarse para ver su rostro en los cielos y desear apropiarse de él. En esto se diferencia del resto de la fauna: en su conciencia de ser hombre, creado para la libertad y no sólo para la subsistencia. No en vano los griegos oraban a sus dioses de pie, erguidos como una columna que sostiene el templo del universo.

Si el mayor bien es la vida, y si el hombre es la misma vida, ésta sólo lo será por la libertad, pues el hombre es libre o simplemente no es hombre. Y libertad significa enfrentamiento: enfrentamiento con la vida, con lo que hay en ella: historia, sociedad, cultura, naturaleza y humanidad. ¿Qué significado tienen estos elementos? No existe un significado a priori. El significado como tal reclama la presencia y el sentido del hombre hasta su fin, y precisamente por ello, porque este fin, que es la muerte, existe. ¿Qué es el hombre? Un gran signo de interrogación que abre el discurso de la cultura y la necesidad de respuesta nos apremia a estar atentos. Kazantzakis en Carta al Greco lo plantea del siguiente modo: "Vivimos a la escala del cosmos, cada instante de hoy tiene en realidad el peso de un siglo. El que viva diez años llegará a ser un archiviejo. El tiempo ha adquirido un valor imprevisto, incalculable." No se piense que viviremos menos años, sino que cada instante, cada acción que lo produce, tiene el peso de toda la historia, el peso de quienes la han construido. La existencia comprime su intensidad en cada segundo de acción. Al nacer cargamos con cinco mil años en la espalda. Ya no hay tiempo para equivocarse porque otros lo hicieron por nosotros. Esto es lo angustiante: nos vemos impelidos a construir la realidad sin plano alguno; es una tarea de ingeniería del cuerpo y del alma. Si no lo hacemos, el exilio se nos viene encima, perdemos la historia, la cultura y la identidad; perdemos el paraíso y la tierra prometida. Es lo que Camus llama "el divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su decorado": el sentimiento del absurdo. Desde cierta perspectiva es un combate contra Dios, un padre y un tirano que nos arroja constantemente en su locura, en su delirio -que es el mundo que ha creado-, y que Erasmo (10) interpreta como la mayor de las sabidurías. Posiblemente esta aparente herejía sea razonable, pues esta lucha condujo a Jacob a vencer al ángel de Dios en la noche más oscura; a Prometeo a no aceptar ningún amo; a Sísifo a no abandonar la carga de su destino; a Ulises a perseguir su hogar absoluto; a Cristo a desgarrarse entre cielo y tierra.

Esto es la rebeldía: la lucha contra el caos y las tinieblas que acechan bajo cualquier orden aparente. Lo contrario es vivir al día, no en el sentido horaciano del Carpe diem, sino en la justeza de lo palpable, del "toma y daca" como que "dos más dos son cuatro" y el problema parece terminar. Al menos eso creía Gregorio Samsa, que estaba seguro de quién era y que no obstante despertó convertido en un escarabajo. Macbeth, por otro lado, nos asegura que la vida es un relato recitado por un idiota.

De ahí que el arte se ubique en el nudo de este asunto, pues en él se aúna lo racional, lo intuitivo y lo mágico como una sola fuerza que golpea la puerta del misterio para superar la frontera impuesta por la ausencia de trascendencia cuando la historia hace crisis. Frente a quiénes somos y cómo somos, la creación estética intenta develar, explicar, recrear, este enigma que no nos deja de intimidar, porque representa una elección y un desafío ante la materia y el acto creador. Aquí es donde penetramos el problema moral y ético: la forma no es capricho sino conquista de significado. La recreación del mundo es un acto de aprehensión de la forma y de la vida que se escapa, para desde allí confrontar el destino del hombre. De no ser así sería mera expresión de autocomplacencia u onanismo de habilidades técnicas. Si el arte está más allá de la moral, según Baudelaire, está más allá de la norma y el precepto. más allá del hombre cuando discierne éste lo bueno de lo malo a "su" medida. Si el supremo bien es creador, entonces el verdadero arte es ético al revitalizar su lenguaje. Así construye y renueva su verdad, que no es filosófica sino artística. El arte, entonces, como mímesis y ficción, concilia la verdad con lo imaginario en un bello fuego que orienta como un haz de luz: la imaginación es verdadera y la verdad es imaginaria. Por eso es un don de las musas que arde en la visión del artista. Y lo que ve el artista en su ardor, en su arrebato divino, es su intimidad en las cosas, en los otros. Si Kazantzakis dice "No amo al hombre sino la llama que lo devora" es porque el referente ético es invisible, ficcional, una invención si ustedes quieren, invención donde el artista, el escritor -siguiendo a Sábato- se transforma en la turba que arroja desperdicios al prisionero que va camino a la guillotina, para liberarlo de la somnolencia del temor."

"Porque yo es otro" profetizó Rimbaud, y ese otro es el abismo, lo desconocido que enunció Baudelaire. Ahí es donde hay que arrojarse, es decir, en la vida, en el hombre, que de tan conocidos se nos vuelven unos completos extraños. La expresión subjetiva es el desdoblamiento en lo universal, en lo que nos atañe a todos. Este compromiso se adquiere cuando esta visión de las cosas sacude cuanto creíamos irrefutable en nuestra relación con el mundo. De ahí la solidaridad en Camus y el ascetismo en Kazantzakis como búsqueda de la síntesis en la libertad. Pues la libertad se ejerce hablando por aquellos que no pueden hacerlo. El creador es voz de los que no tienen voz aunque no se lo proponga, pues si deja de preguntarse por aquello que lo inquietó alguna vez -Dios, la libertad, la justicia, el quién soy y para qué vivo- y no resuelve sus contradicciones; cuando esta indiferencia al mismo tiempo lo distancia del otro y la presión del acontecer histórico no constituye en él un riesgo vivo hacia la desesperación, las tensiones profundas del espíritu se convierten en batallas mercenarias que sólo deben lealtad a su sueldo y conformidad.

Para Camus y Kazantzakis, la resistencia se dirige contra la condición humana, vulnerable a las fuerzas negativas que la circundan: el fanatismo, la institucionalización de la religiosidad, la irracionalidad homicida, la injusticia, el resentimiento, la mentira, la retórica. Como artistas no sólo entretienen, también exigen una actitud de quienes leen sus obras. El arte desafía, no adormece en esa pausa intemporal que genera la capacidad de asombro. El estilo así entendido se convierte en signo de auténtica rebelión. La obra de arte se instala como asidero frente a un universo que se fragmenta a diario, primero en el lenguaje y luego en el entorno. Fijar este universo, a fin de mantener libre la conciencia, es la oportunidad única de conservarla íntegra y de forjar en ella la aventura de la vida.

Esta unidad nueva y organizada de la obra de arte, tanto en Camus como en Kazantzakis, tiende o intenta corregir el mundo desde el acto mismo de crear. Camus pone el acento en la convivencia solidaria y justa, en la libertad frente a la muerte; Kazantzakis en la pasión individual e irreverente, en la libertad frente a una vida fácil, que siempre será totalitaria. En ambos, es la noción de hombre concreto la que prevalece, la noción trágica de hombre que padece su propio destino. Charles Taylor (11), un estudioso de Kazantzakis, dice algo que también es aplicable a Camus para que podamos valorar el rasgo que une a ambos, se refiere a la metafísica platónica: "Dentro de esta creencia en un mundo ideal se oculta una actitud negativa para con el mundo físico; inconscientemente, hay en la tradición platónica una infidelidad para con la tierra". En los dos escritores se da esta conciencia ética, que se puede resumir en su falta de fe en el programa de la civilización moderna, porque ven que el hombre se presenta como el único experimento fallido de la naturaleza, pues aspira a trascender. Posan la mirada en el valor del humanismo, humanismo sin apellido. Uno ofrece alas al hombre caído y el otro le tiende la mano para que se levante. Están preocupados por la agonía del hombre, porque ellos son hombres desgarrados. En uno y en otro el héroe que vive es Prometeo, quien aporta la rebelión humana simbolizada en el fuego, que es creador. Y en el acto creador se ve la substancia. El alma del escritor está en la materia con la que trabaja: el lenguaje, la vida, el lenguaje en la vida y la vida en el lenguaje. Ahí la verdad, ahí el arte. Rebelarse contra la realidad es rebelarse contra el lenguaje que produce: "¡Odres nuevos para el vino nuevo!" En estos artistas no existe el arte por el arte, sino el arte de vivir, y vivir es crear en rebelión, con un NO que rechace cualquier verdad última que imponga el hombre que renuncia a sí mismo en favor de un continuismo que niegue los valores universales. No hay otro modo. La ética aparece así como el punto de fuga en la perspectiva del cuadro contemporáneo. Como creadores, Camus y Kazantzakis viven su drama hasta el fin, enfrentan el absurdo con un grito que une a todos los hombres que no dejan de luchar. Su arte no es ningún lujo engañoso: es rebelde o no lo es. La rebelión, como signo de la lucha contra lo inaceptable, encarna a la virtud. El deber que estos escritores asumieron fue la creación de un mito contemporáneo desde la literatura. Para Camus, la creación es un estado de sitio, para Kazantzakis una odisea. El arte de cada uno viene del amor que fluye silencioso en su rebeldía. Cada palabra que escriben hace temblar el concepto de realidad, porque son creadores arraigados en la tradición, son destructores del caos que asecha tras el equilibrio engañoso de nuestras épocas, y, a la vez, son constructores de la única utopía posible: la del espíritu.

Manifiesta Octavio Paz, a propósito de la poesía contemporánea, que ésta se mueve entre una declaración de valores mágicos y una vocación revolucionaria. Este es el caso de la rebeldía como camino ético en el arte, cuyo aporte es la lucidez vivencial. Así lo atestiguan Nikos Kazantzakis y Albert Camus:

N.K. "En otras épocas equilibradas, el oficio de escritor pudo ser un juego; hoy es una pesada tarea y su finalidad no es divertir la mente con cuentos azules y llevarla al olvido. Es proclamar la movilización de todas las fuerzas luminosas que subsisten en nuestra época de transición e impeler al hombre a que supere en lo posible a la bestia."(Carta al Greco) (12) (13)

A.C."Hay un tiempo para vivir y un tiempo para dar testimonio de vida. Hay también un tiempo para crear... Me basta vivir con todo mi cuerpo y dar testimonio con todo el corazón... dar testimonio y la obra de arte vendrá en seguida. Hay en esto una libertad."

"...el gran artista es antes que nada un gran viviente - entendiendo aquí por vida el pensar sobre la vida- , es como la sutil relación entre la experiencia y la conciencia que de ésta se tiene."

Puede ser que al entrar en la ilusión, la verdad es que nunca hayamos salido de nosotros mismos ni de la realidad que habitamos.

 

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Notas

 

 

1. Calderón de la Barca, Pedro. La Vida es Sueño. volver

 

 

2. Píndaro. Verso que Camus transcribe como epígrafe a El Mito de Sísifo. volver

 

 

3. Kazantzakis. Epígrafe a su novela Hermanos Enemigos. volver

 

 

4. Camus, Albert. El Hombre Rebelde. volver

 

 

5. Camus, Albert. El Mito de Sísifo. volver

 

 

6. Kazantzakis, Nikos. Odisea. Volver

 

 

7. Jorge Manrique, Coplas a la Muerte de su Padre. Volver

 

 

8. Pablo Neruda. volver

 

 

9. Jorge Gillén. volver

 

 

10. Elogio de la Locura. volver

 

 

11. Taylor, Charles S. "La fidelidad a la tierra en el Odiseo de Nikos Kazantzakis". Byzantion Nea Hellás, N°7-8, Centro de Estudios Griegos Bizantinos y Neohelénicos "Fotios Malleros". Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile. Santiago, 1985, pp. 35-56.   volver

 

 

12. Carta al Greco. volver

 

 

13. Bodas. volver

 

 

14. Carnets (1935-1942) volver