Universidad de Chile

 

ANTONIA TORRES: LAS ESTACIONES AEREAS.

por Óscar Galindo Y.

Conocí a Antonia Torres hace ya bastantes años, vinculada al Taller del Instituto Alemán, primero, y al grupo Ciudad Circular de la Facultad de Filosofia y Humanidades, más tarde. Pero eso no importa, importa ahora verla presentando este libro: Las estaciones aéreas, y verla, sobre todo, poco a poco, consolidándose como una de las escritoras jóvenes representativas que pueblan la nueva producción poética chilena de los 90. Entre otros nombres se me ocurre mencionar, al menos entre los sureños, a Yanko González, Andrés Anwandter, Jaime Huenún, Yenny Paredes. Compañeros de generación más no necesariamente de ruta.

Ahora bien, Antonia Torres escapa claramente a las preocupaciones frecuentes en las escritoras de la promoción anterior. Fue esa una promoción que puso en el centro de su quehacer los problemas de género. Las opciones feministas. El discurso del poder. No son esos los dilemas de Antonla Torres. No son sus obsesiones.

Cuando se lee la poesía de Antonia Torres es evidente que estamos frente a una escritora que hace mucho tiempo (perdonen el símil belicista) ha velado sus primeras armas en la República de las Letras. ¿De dónde nace esta cualidad? Evidentemente de la conciencia del oficio que se desprende de su escritura. De ese rigor frecuentemente ajeno. De la percepción de la experiencia mediada por el lenguaje. De palabras que nombran palabras.

Tal parece que en la poesía de Antonia se han superado algunos dilemas que la poesía contemporánea había hecho suyas: la explícita voluntad ruptural, los conflictivos entrecruzainientos entre lenguajes diversos, los quiebres y rupturas del poder.

Seguramente este punto requiere de un debate mayor porque su poesía recupera esa idea (¿romántica tal vez? Pero: ¿Quién qué es no es romántico? escribió Darío) de que la "naturaleza es un templo donde vivos pilares / dejan surgir a veces unas voces oscuras" (Charles Baudelatre). Un lugar donde es posible leer parte de nosotros mismos, parte de esos sentidos que no acertamos a comprender del todo para nuestra propia vida.

Y es que cuando se leen estas estaciones aéreas nos encontramos con alguien que se instala en el lenguaje poético, en su tradición, con la conciencia de la pertenencia a esa tradición de un modo menos angustiado y traumático. Debe ocurrir lo anterior por cierta secreta voluntad de conciliación entre el modo como se ha poetizado la experiencia vital y la experiencia vital que a la hablante de estos textos le toca transitar. Estas estaciones suponen, entonces, una salida de la experiencia puramente íntima para ingresar a un doble laberinto. Primero, el del paisaje. Segundo, el de la escritura.

El paisaje de Antonia es suavemente urbano, un punto de partida por el que se asoma a la realidad, a esas "confusas instantáneas de la realidad" de que nos habla en uno de sus textos. Por eso los paisajes que busca descifrar no son otros que "los íntimos paisajes de la experiencia". Lugar siempre confuso marcado por la vaguedad, las reminiscencias, los intersticios de un tiempo en permanente disolución. Creo que lo anterior ocurre, porque la poesía de Antonia Torres, se inscribe en la reciente tradición del quiebre de los paradigmas conceptuales y cognitivos de representación de la realidad. Por eso su realidad aparece siempre inconclusa, indefinible, borrosa en las fronteras del lenguaje, de la mirada. El paisaje es hermoso, ciertamente, pero debe ser inventado en la memoria. Por eso los paisajes de Antonia no tienen nombres, o lo tienen muy escasamente, lugares apenas reconocibles para el viajero, para el transeúnte que sólo encuentra restos que la memoria no puede escribir.

La escritura. Escribir. Leer. Si hablar de metapoesía no fuera ya un lugar común a estas alturas me detendría un tiempo más. Es visible que en la escritura de Antonia transitan los ecos de sus múltiples y consistentes lecturas: una experiencia compleja sobre la escritura. El mismo título es un homenaje al gran poeta italiano Salvatore Quasimodo; Eugenio Montale, también italiano, transita por estos territorios; o César Vallejo y Antonio Cisneros, entre los peruanos. Pero evidentemente los ecos de Enrique Lihn y Jorge Teillier, entre los chilenos, forman parte sustantiva y secreta de este paisaje citacional. Esos dos poetas que las nuevas generaciones se han encargado de conciliar.

Pero a diferencia de la habitual poesía sobre la poesía, que no está ausente en todo caso en este libro, nos enfrentamos (voy a inventar un concepto) a una metapoesía de la experiencia, porque es la experiencia misma la que es vista como una escritura. Porque aquí "no se quiere someter a juicio la poesía de los camaradas", sino leer "las señales del íntimo mapa de la existencia"; percibir "las metáforas que van a dar al resumidero del día"; desprenderse "de toda metáfora innecesaria", de "toda palabra demás".

Imagino el trabajo de Antonia es una dirección nueva, nuevos lugares y paisajes, imágenes nuevas. La sólida experiencia de la escritura me acerca en sus poemas a una experiencia de la vida que intuyo ya en estos textos. Pues no hay retorno en este bosque, sino de esa otra historia que se adivina detrás del libro que no se ha escrito. Valdivia, 19 de octubre de 1999.

 

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