OMAR LARA: HABLO POR BOCA DE GANSO/POR BOCA DE GANSO IMPERIAL/POR BOCA DE PEQUEÑO VAGO

 

por boca de perseguido por la justicia. //Hablo por boca de animalejo abandonado/ por boca de hambre/ por boca partida por un puñetazo/ por boca de lector de Dostovevskí a los 13 años (...)

"Este Famoso Animalito"

Tuve una infancia más bien solitaria, por lo tanto, más reflexiva y observadora. Menos feliz, también, si consideramos que la felicidad en la infancia está marcada por los juegos y correrías, por esa camaradería tan libre y tan irresponsable... Mis abuelos -con quienes me crié- eran campesinos, yo mismo me considero un campesino; de hecho, nací en un lugar llamado Nohualhue, cerca de Nueva Imperial. Mi abuela materna, junto a una hermana de ella, tocaban la guitarra, guitarrones, y cantaban soberbiamente, según el recuerdo de mi mente auditiva. El folklore de la zona me acunó más que las canciones de cuna, como también los cuentos y chascarros campesinos. Las historias de demonios y del Tué-tué, del diablo en sus infinitas caracterizaciones, ya como una serpiente dominadora y astuta, ya como un caballito que pasaba por los campos haciendo tintinear colgajos musicales. Las historias que yo escuchaba en mi infancia no eran las que empezaban con "érase una vez..." Eran asertivas y drásticas: "el domingo pasado estuvo el diablo en la casa, vino a ayudarnos en la cosecha". Qué ocurría: una de esas noches el Tué-tué había cantado (o graznado o gritado) en el árbol del patio. Si se escucha, es obligatorio hablarle y decirle cosas como "el domingo te invitamos a almorzar", o "ven a ayudarnos a la saca de papas". El domingo aparecía un señor muy ceremonioso, vestido de negro, que decía: "vine por la invitación". Todo era claro y la cosa continuaba corno si nada. Así eran las historias. Era un mundo mágico y sobrenatural que se integraba a la cotidianeidad.

Y las lecturas. Desde muy niño leí cuanto se me ponía por delante. Novelas de vaqueros, el "Almanaque 18", las exquisitas revistas de la época ("El Peneca", el "Okey", el "Simbad", el "Fausto", la revista "Estadio", el "Cabrito", el "Billiken"...). Luego vino la amistad con algunos amigos, mayores y experimentados, con los que llegué a la novela chilena de Blest Gana, Tancredo Pinochet, a los clásicos rusos, a Romain Rolland, cierta zona de la literatura política prohibida en esos años por la Ley Maldita. Tal vez mi primer encuentro con la poesía se produjo con la visita de Juvencio Valle al Liceo de Imperial, donde yo estudiaba. Ahí estaba Juvencio, con María y el estallido de la naturaleza y el bullicio de los pájaros. Vimos lo diariamente visto, ahora a través de la mirada del poeta que nos hizo -o me hizo- ver y sentir de otra manera la algarabía, el recogimiento, los olores y la densidad de nuestra geografía doméstica.

De algún modo, absolutamente imprevisto, pasé de la lectura a la escritura. En algún momento leí-escribí, por decirlo así, vagamente. Pero sin duda fue una prolongación, una forma de comentario, un encuentro de experiencias: de la vida de un protagonista a la mía, y alguna buena., convincente novela, algún buen y "plástico" poema me trasladó a mi propio y personal protagonismo. Fui, entonces, una parte del mundo, de la gran comedia, y debía tener por ahí un papel asignado, algunos parlamentos. Y empecé a buscarlos, empecé a intentar descifrarlos y decirlos.

Las entrevistas con Omar Lara tienen lugar en Valdivia y Concepción, ciudad donde reside actualmente y en la que tiene su librería y editorial "Alas". Llevamos un tiempo largo de conocidos. En Valdivia, fue invitado a una lectura en el contexto de la entrega del premio "Luis Oyarzún" que la Universidad Austral de Chile le otorgó a Nicanor Parra. Lo traslado al hotel y en una curva cerrada la puerta del copiloto de mi Peugeot 1981 se abre repentinamente, dejando a Omar casi colgando, con medio cuerpo afuera. No se inmuta. Me dice con su voz increíblemente pausada: "me quieres matar, para salir del paso". Se vuelve a acomodar haciendo suaves movimientos con las manos. Meses más tarde, en Concepción, lo visito en su librería. La cierra y me invita una botella de vino. Allí, en su espacio parchado en libros, habla aún con más calma. Se queda detenido por largos segundos en una frase, en una idea, en una sombra. Pronuncia con fragilidad y pareciera ensimismado pasando sus dedos en la mesa, describiendo secretas formas.

El poeta nace en junio de 1941. Realiza estudios de Pedagogía en Castellano en la sede regional de la Universidad de Chile, en Temuco. En 1963 se traslada a la Universidad Austral de Chile, Valdivia. Allí trabaja como bibliotecario, llegando a ser Director de la Oficina de Publicación y Radiodifusión. En 1964, funda el grupo "Trilce" de poesía, integrado por Carlos Cortínez, Enrique Valdés, Luis Zaror, Eduardo Hunter, y, posteriormente, Federico Shopf y Walter Hoefler. "Trilce" emergió en el contexto de la formación de una nueva institucionalidad, donde la cultura era una preocupación que pasaba por «Lo Público». Así., el grupo fue amparado por la Universidad Austral de Chile o, al menos, por su rector, Félix Martínez Bonatti. Misma suerte correrían otros grupos en ese período: "Tebalda", en Arica y "Arúspice", en Concepción; todos apoyados por sus respectivas universidades.

Entre sus publicaciones se encuentran: Argumento del día (Ed. Padre de las Casas, 1964); Los Enemigos (Ed. Mimbre-Trilce, 1967); Los buenos días (Ed. Trilce, 1972); Serpientes (Ed. Arte-Reda, Lima, 1974); Oh, Buenas Maneras (Ed. Casa de las Américas, La Habana, 1975); Crónica del Reyno de Chile (Ed. Univers, Bucarest, 1979); Islas Flotantes (Ed. Cartea Romaneasca, Bucarest, 1980); Fugar con Juego (Ed. LAR, Madrid, 1984); Serpientes, habitantes y otros bichos (Ed. Del Mirador, 1987); Memoria. Antología Personal (Ed. Galinost, 1987); Cuaderno de Soyda(Ed. Tiempo, 199l); Fuego de Mayo (Ed. Aníbal Pinto, 1996). Su poesía ha sido incluida en numerosas antologías de poesía chilena y traducida al árabe, italiano y rumano, entre otras lenguas.

Desde el punto de vista de los flujos y circuitos culturales, "Trilce" fue el grupo más poderoso dentro de su generación, sobre todo porque fue capaz de mantener en circulación, durante varios años, una revista de alta calidad, en la cual se "paseaban" los más prestigiosos poetas nacionales y latinoamericanos. Si aquello lo hacía ser un grupo institucionalmente fuerte, fueron los encuentros nacionales de poesía los que lo fijaron definitivamente en el panorama de la literatura nacional y latinoamericana de ese entonces. Ello pues dichos eventos se caracterizaron por reunir la generación del 60' -a la que pertenecía "Trilce"- con la del 50', en la que se encontraban Jorge Teillier, Enrique Lihn y Armando Uribe Arce, entre otros.

Bajo la sombra de un Neruda en decadencia, el grupo supo rescatar a los "próceres" de la nueva poesía latinoamericana. En esa constante conocen a Ernesto Cardenal. Por vía de aquél y sus Epigramas, aparece Ezra Pound, que, unido a las influencias láricas de Teillier, marcarían estéticamte el grupo. Éste tendrá una línea muy definida: una poesía breve, muy autoreflexiva, sin sobresaltos ni experimentos de ningún tipo. Poesía suspicasmente seria en el desgarro y la nostalgia. Un hablante casi siempre neutro que se piensa en la realidad, sólo describiéndola ajena o muy íntimamente.

Si fuera fantasioso, me gustaría decir que "Trilce" se me aparece como un pequeño mito. En un país en el que existe una verdadera y extraña manía por desmitificarlo todo -como si en verdad tuviéramos lo que se llama mitos y como si, de haberlos, fuera llegar y desmitificar- más vale no hablar de mitos. Lo que sí es sorprendente es la persistencia de la idea de "Trilce", amada por muchos, abominada por otros. Yo diría que representa la idea de que todo es posible, partiendo desde el diálogo, hasta la posibilidad de la descentralización de un área de la actividad cultural; de una pequeñísima, casi inaudible e invisible área, pero que mantuvo casi mágicamente una vigencia e identidad. Y ése es el otro concepto a rescatar: la identidad. Lo que persiste y es la materia dorada de "Trilce" no son los quince o más números de la revista, ni los diez libros publicados, ni siquiera los Encuentros "fundadores" de la entonces joven poesía chilena. Por lo menos no lo son por sí solos. Hay algo más. Algo que a muchos amigos, poetas o no, amigos de la Universidad, del café o del bar, les hacía declararse espontáneamente "ser de "Trilce"". Y estaba bien. Se sentían y eran de "Trilce". Esto último, no creo que importe mucho para la literatura chilena. Lo que importa ya está dicho y tal vez demasiado dicho. Lo que podría añadirse, entonces, y con la timidez del caso, es ese posible aporte a una idea de "identidad", que va por los movedizos vericuetos de lo "sociocultural". Temo que es un exceso, pero ya lo dije.

En Valdivia, desde "Trilce", sentíamos que habitábamos un espacio, que convivíamos en un espacio muy sensible, no sólo con los otros poetas de nuestra generación -y de las precedentes, a las que habíamos incluso saludado y homenajeado en nuestro encuentro fundante- sino también, por supuesto, con los cuentistas y novelistas (Antonio Skármeta, Poli Délano, Luis Domínguez ... ) y sin ninguna extrañeza ni "violencia" con creadores de otras disciplinas: músicos como Luis Advis, Sergio Ortega, Fernando García, Los Jaivas, los Inti Illimani, pintores como Sotelo, Santos Chávez, Guillermo Deisler, cineastas como Miguel Littin, Raúl Ruiz, Carlos Flores. No había un programa ni una proposición, ni siquiera un darnos cuenta, todo eso nos era dado, estaba ahí, y nuestra lucidez única fueque lo tomamos y lo gozamos.

Pero también nos envuelve, nos protege y nos enriquece la grande e ineludible tradición latinoamericana. Y me siento muy cerca de Neruda, Díaz-Casanueva, Rosamel del Valle, David Rosenmann Taub, Enrique Lihn, Jorge Teillier o Manuel Silva Acevedo; también me son cercanos y queridos César Vallejo, Ramos Sucro, Oliverio Girondo, Carlos Germán Belli, Enrique Molina, Gonzalo Rose -no confundir con el "del" otro-, Coronel Urtecho y Joaquín Pasos. Están, en mi poesía, muchísimos otros, algunos de los cuales ni yo mismo podría definiro identificar.

"Trilce" es un hito vital, cómo no. Toda mi experiencia Trilceana la entiendo, sobre todo, como una convocatoria, una manera de relacionarme con mis pares y con el mundo -pero sobre todo con la poesía- que incluye los encuentros, la revista y las publicaciones, los viajes y las señales hacia/desde el mundo más allá del Calle-Calle. Pero es más que nada, la "rutina" de la ciudad, las luces y las sombras, los "gozos y las sombras", toda la menuda pero intensísima variación citadina, con seres y con paisajes -ese paisaje valdiviano que sigue, sigue y sigue bendiciéndome y maldiciéndome, ese maravilloso e inolvidable paisaje valdiviano- es lo que me conduce con vértigo y una suavísima borrachera a mi libro Los buenos días, por ejemplo.

LA POESÍA LA EJERZO DESDE MÍ, NO DESDE EL LUGAR DONDE ESTOY

"Trilce" es fruto de un contexto sociocultural muy particular para el desarrollo y ampliación de los productores y circuitos literarios fuera de Santiago, gatillado, fundamentalmente, por la fundación de nuevas universidades. ¿Te planteaste programáticamente descentralizar el "panorama literario" con la fundación del grupo "Trilce" o nunca tuviste como preocupación la hegemonía y el centralismo de estos circuitos?

Desde un punto de vista de lo esencial, la situación carece de significación. He escrito en Valdivia, Nueva Imperial, Lima, Bucarest, Madrid y mi posición, mis necesidades, mis apetencias, mis búsquedas, logros o frustraciones son exactamente similares. La poesía la ejerzo desde mí, no desde el lugar donde estoy. Lo que ocurre en la divergencia provincia/centro no tiene nada que ver con la poesía, tiene que ver con una ansiedad de ponerse, imponerse y exponerse ante algunos elementos signados más por la vanidad que por una búsqueda verdadera. El mismo centralismo es un fenómeno pequeño y miserable más por la pequeñez y la miseria de quienes lo utilizan, que por una "ideología" de lo centralizado. Esa ideología central, esa esencia de lo perverso que entraña, es a lo que se debe combatir. Los bicharracos que creen llegar a la gloria por una croniquilla desesperadamente besuqueada o por un flash enceguecedor que los inmortaliza (según ellos), no tienen absolutamente ninguna significación. Proliferarán y ofrecerán su trasero -para el halago o el castigo- en la metrópoli o en la olvidada aldea. Pienso que el centralismo es una especie de manía, un buen instrumento para todos: los que lo gozan y quienes lo atacan "aparentemente". Para felicidad nuestra, los "centralistas" aún no perforan el tabique indeseable de su pequeña cápsula y se pierden algunas cosas, algunas de las pequeñas cosas que en estos lares pueden disfrutarse. La mirada, por ejemplo... pero no demos más datos.

¿Qué rescatarías de la universidad actual que pueda ser iluminada por la de los 60'-70'? ¿tienen las universidades la legitimidad y el poder de generar conocimiento y acciones sobre políticas culturales?

Recuerdo una universidad constituida en la conciencia crítica de la sociedad; recuerdo una universidad comprometida con los cambios, abierta a los cambios; recuerdo una universidad estremecida y transformada por la idea de la Reforma universitaria; recuerdo una universidad solidaria hacia el estudiante y hacia el docente; recuerdo una universidad marcada ideológicamente por la idea de las utopías sociales.

Hoy veo una universidad/empresa; veo una universidad cuyos dioses son la eficiencia (fría e insolidaria) y la productividad; veo una universidad competitiva doblemente, hacia y con la "otra" universidad y en la formación de un profesional competitivo; veo una universidad que no valora el cuerpo social sino el individuo.

Ya ves, estoy hablando de tipos de sociedades de las cuales la universidad brota como un sucedáneo. Desde la idea de la universidad para todos, pasando por la universidad vigilada, hasta la universidad fragmentada (fragmentadora) de hoy.

Sobre tu otra pregunta, me declaro ignorante. Ignorante y cansado. Incluso no sé de qué hablamos cuando hablamos de una "política cultural". Ya la palabra "política" lo envuelve a uno en la sospecha, la inseguridad, el engaño y la palabrería sin sentido. Vivo en una región deprimida, inmisericordemente maltratada, entre el aspaviento ostentoso, lindante en lo ridículo, y las extensas barriadas y poblaciones de miseria vergonzante. Quienes permanecen en la barricada de la vocación creadora (y son muchos, fervorosos y valientes) lo hacen, diría yo, sin mucha alegría, algo desconcertados y algo temerosos.

Pienso que, en general, se trabaja en una precariedad abismante. Se supone que el esfuerzo y el sacrificio moldean el carácter, fortalecen las convicciones. Pero estamos hartos de moldearnos el carácter y la fortaleza... ¡¿hasta cuándo?! Veo a los jóvenes, espléndidos en la diafanidad de sus tareas y proyectos, dispuestos para la batalla, pero al final el botín es miserable y el esfuerzo tiene un costo demasiado agobiador. ¿Qué ofrece el medio como respuesta a tanto esfuerzo? Nada, literalmente. No existe una oferta editorial, no hay revistas especializadas y atentas a una creación que, de este modo, se desordena y diluye. No veo ningún tipo de estímulo real y de largo alcance. Nos desangramos en la esperanza anual de los apoyos del Fondo del Libro, que dejan con la cara larga a la gran mayoría. La Municipalidad de Concepción ofrece, desde hace algunos años, la posibilidad de postular a un concurso de proyectos culturales. Loable, pero insuficiente. Por ahí alguien logra sensibilizar a algunaempresa o institución y se echa a andar un proyecto que, a lo más, le concede por algunas semanas una pequeña dosis de gloria a algún osado agente o auto-agente cultural. El ambiente se revuelve, no se sabe quién es quién y los valiosos de verdad generalmente pierden esta especie de engañifa publicitaria. Todo se hace algo torpe e improvisado. Necesitamos referentes de largo alcance, te repito, más allá de la pequeña y volandera croniquilla engañosa. Y en el país, en general, la situación no es distinta. No te olvides que estamos en el libre mercado y en la era del marketing feroz. Las editoriales mayores están en el juego; lógico, se trata de sobrevivir. Y algunos, por arte de "birlibirloqui", han sentado sus reales en la maquinara de ese pequeño poder y se hacen dueños de la nombradía y el olvido. Es la casta de los elegidos, la realeza del estar en el lugar adecuado frente a la cámara adecuada. No hay criterio, no hay historia, está la ley del que sabe, sabe...

NO CONFÍO EN LAS PALABRAS

Además de haber actuado como aglutinante de una generación, Omar Lara reúne en su poesía los aportes más imperecederos de la misma: la resignificación y propuesta de un discurso poético alternativo a Lihn, Parra y Teillier, la herencia inmediata. Se encuentran huellas de aquellos autores, pero no copias. Así, no es un mero replicante de la tradición estética inaugurada por Jorge Teillier, como comúnmente se dice, más bien desbroza una zona mixta donde se encuentran o convergen la gran poesía de Enrique Linh, por su oscuridad y textualismo, con la raíz nostálgica y reflexiva de la escritura sureña. Potencia aquellas huellas hasta convertirlas en voz propia. Materiales amasados con inteligencia, afecto y saber, comon en su poema «Asedio»: «Mira donde pones el ojo// cazador// lo que ahora no ves// ya nunca más existirá// lo que ahora// no toques// enmohecerá// lo que ahora no sientas// te ha de herir algún día.»

Su poesía es una chispa tenue, que permanece en la cabeza como un acertijo, iluminando grandes extensiones del pensamiento. Sencillez, sugerencia, brevedad y profundidad, algo que Lara domina en silencio, sin contárselo a nadie.

La verdad es que nunca he meditado en los alcances de una (supuesta) originalidad de mi poesía. Rescato más bien una terminología mucho más vaga y menos rigurosa para explicarme y, de algún modo, justificarme como poeta. En alguna ocasión, Federico Schopf me espetó que yo era un poeta natural. Ignoro qué supone exactamente ese decir en Federico, famosísimo por su temible ironía, pero en algún sinuoso recoveco de la expresión le concedí mi aquiescencia. Quiero decirte, no soy un teórico, no sé serio y no me interesa. Mí comodidad me induce a remitirrne a algunos estudiosos que se han ocupado de mi poesía, a Jaime Concha, Fernando Alegría, Mario Rodríguez, Grínor Rojo, María Nieves Alonso, Juan Octavio Prenz, Arturo Flores, y, sobre todo, a Víctor Ivanovici, quien ha dicho cosas muy finas en ese campo.

Por otra parte, creo que siempre estamos, querámoslo o no, en la tradición, y siempre, siempre, debemos estar en la ruptura. Desde una perspectiva "íntima", considero al poeta algo así como un explorador. Exploración de la palabra misma y de aquellas materias en las que la palabra inmiscuye su aventura, su apetencia de saber o sus interrogaciones. Es ahí donde la poesía se constituye en sí misma y se abraza en el conocimiento, si lo logra. Hay un poema mío, por ahí, que se llama "Casipoética":

Ala del tiempo, / he aquí un pasajero burlón/ luchando con palabras/ burlado de palabras./ Ellas tienen un olor maligno/ y una manera niña de correr y bailar./ Tartamudo y soez manoseo sus formas, / les hago un chiste feo, / se van. /Alas de las palabras.

Ocurre que soy un ser sumamente desconfiado de las palabras. La bella, la adorada palabra, ese instrumento mágico, dulce, sofisticado, llave de tantos mundos y misterios, es utilizada, muchas veces, para tantas fechorías. No confío en las palabras. De ahí, creo, mi aparente timidez o mi real sobriedad en los decires. Tú mismo eres un testigo dolido y tal vez colérico de este distanciamiento mío con las palabras. Cuánto ha demorado este diálogo. Perfectamente pudiste haberme mandado a la cresta. Pero descubriste que había teléfono, que existía una cosa llamada fax y otra llamada simplemente "decisión de hacer de estos no-encuentros, encuentros". Con mucha razón pudiste haber explicado a la concurrencia que me enviaste unas treinta cartas certificadas. Y eso sí era verdad.

Con el riesgo de bordear los límites de la pedantería, se me ocurre decir que me es muy difícil separar mi yo biográfico total, mi yo histórico y social, de mi yo poético. No me veo ejerciendo, ni aún en mi niñez, una visión o relación con las cosas del mundo que no sea una relación "poética". Habría que ver qué es esto de "relación poética", dirá más de alguien y lo digo yo mismo. Pues, un modo "conmovido" de observar, muy cercano, en los comienzos, con la experiencia angustiosa de no entender nada y tal vez de no querer entender nada, por la demoledora voluptuosidad que ello implicaba. Te hablaba de mis abuelas cantaoras y guitarreras, de mi abuelo remolineando un caballo más bien chúcaro, de mi tío Jesualdo atravesando un río turbulento, en pleno invierno, a horcajadas del vado que él, en plena noche, intuía como un mago. Cierta mañana desperté y frente a mi ventana de un segundo piso, a media cuadra escasa, estaba inmovilizado un barco blanquísimo, cuajado de maderas aéreas y estilizadas. Un barco de verdad, como si nada, en el camino de Temuco a Imperial, ante mis ojos. ¿Qué se puede hacer frente a toda esa magia? Siendo estudiantes del liceo hacíamos la cimarra en el río Imperial. Una vez me fui solo, remando, a una islita cercana. Quería leer o estar solo o simplemente desaparecer de mí mismo. Caminando, di con la entrada a una especie de gruta cubierta de un espeso ramaje. Abajo, un césped de sueño. Y me tendí y soñé, sin duda. Regresé, al pueblo, le conté de mi hallazgo a mis íntimos y regresamos al día siguiente. Durante horas buscamos la entrada y la gruta. Nada. Absolutamente nada. No estaba más. Había perdido mi paraíso. Años más tarde pasó a verme mi amigo Braganza (Braganza, ni más ni menos). Yo lo había invitado a un concierto que ofrecía esa tarde la Orquesta de Cámara de la Universidad Austral, dirigida por Agustín Cullell. Braganza pasó a saldarme y a explicarme que no iba a ir al concierto, que no podía... "Soy muy pobre -me dijo- me sentiría como pollo en corral ajeno. Compréndeme. Pero te agradezco la invitación, que te acuerdes de mí, un simple carretonero, y para agradecerte te voy a hacer un regalo". Le dije que no se trataba de eso, que no me convencía su explicación, pero lo entendía. Insistió, "te voy a hacer un regalo que no vas a olvidar. Te voy a regalar el río. Mañana pasaré a buscarte a las seis de la mañana". No sé cómo pero me levanté a las seis y, verdaderamente, me regaló el río. Qué regalo, querido Yanko. Braganza, que a fin de cuentas no era ningún pobrecito, tenía también un bote y en él nos embarcamos. Llevaba los elementos para una buena chupilca, cigarrillos y yo dos ojos que, como nunca, necesité esa mañana. Me mostró un río desconocido (a mí, que creía conocerlo bien), lugares fastuosos, meandros iluminantes, refugios entre sauces llorones, corrientes submarinas que como serpientes semiinvisibles se deslizaban bajo nuestras palas. Si Juvencio me había regatado una naturaleza hechizada por su palabra, Braganza me dio el río, que todavía acomodo entre mis gratitudes más cargadas de sentido. Y esto fue aún mayor, pues tuve todo el río a mi antojo y lo disfruté sin más interferencia que mi propia fantasía, empequeñecida por otra fantasía mayor, junto a mi maestro Braganza.

La obra, pues, camina conmigo. En una suerte de circularidad alimentada por el simple tiempo que transcurre, por las manos que tocamos, por las miradas que nos fijan sucesivamente. Y aquello que nos camina transversalmente, como dices tú, no son sino preguntas, preguntas, preguntas...

LAS HORAS DEL LOBO

Tu obra demuestra, a través de la síntesis y sutileza, un aporte distinto dentro de la llamada generación del 60'. Es una poética desprendida de la influencia Parriana y del "exteriorismo", que levanta una escritura con señas heterodoxas, poco pretensiosa, casi susurrada y sistemáticamente íntima o "biográfica". En ese sentido, hay un poema tuyo llamado "Las horas del lobo" que ilustra estas coordenadas:

Difusos habitantes escudriñan

.............Nada

mueven los labios en un idioma que casi olvidé
aunque sé que estás aquí
al alcance de mi voz
a menos de un millón de kilómetros de distancia
debajo de tu blusa de lana
debajo de tu blusa de luna
caliente y hermosa.
Si todas las mujeres tiemblan bajo una blusa de lana
Tibias en sus porosidades
Si todas tiemblan
feas y lindas
qué puedo decir de ti
que eres mía y te amo
aunque no existas.
He vivido tantos años lejos de ti
Rodeado de tu ausencia como una

.............Isla

en las viejas casa de madera
en la tierra que no pisamos juntos
en la hierba en que no nos tendimos a mirar
................................. las estrellas
he vivido tantos años lejos de ti.
Pero qué habría hecho sin tu ausencia de todos estos años
Qué habría sido de mí
Hubiera podido incluso ser feliz.

Debo apresurarme,
se me hinchan las piernas
tú sabes
y en el cuerpo me aparecen unas fantásticas placas aureoladas.

Me pregunto si llegaré a tiempo a
tu cuerpo tu cuerpo que se contrae con mi jugo de limón
debo apresurame
Debo apresurarme a pensar que debo apresurarme.

Tú que eres razonablemente feliz
¿Has pensado en lo que nos espera?
Hay lugares que son sólo nombres
y otros
son sólo recuerdos
y nosotros buitres de los recuerdos.
He ahí esos despojos
un gesto
..................una sonrisa
el paso del tren frente al suave lomaje
un furtivo paseo por el pueblo natal después de tantos
años;
Algo queda.
No es un festín
Los huesos están roídos
....................................casi pulverizados
pero puedes buscar bajo las piedras
o lamer el polvillo.
Mas hay amor mío
Lugares y destinos que parecieran estar
al otro lado del mapa
invisibles pero ciertos
con tranquilos crepúsculos
y en la distancia
cuerpos que se deshacen en dirección al sol
mientras salan sus piernas en la espuma
Habremos envejecido junto a un cenicero repleto de colillas
mirando algún retrato ya sin rostro
amarillo
y algún otro tesoro rescatado del tiempo.
Tú que podrías haber sido razonablemente
............................... Feliz.

Bien, adelantémonos. Cuando me fui a Bucarest iba yo muy mal dispuesto, muy dolido. Incluso viajé solo desde Lima, cargado de libros, con más de algún engorroso y temido transbordo. Creo que en Frankfurt hice mi última escala y me las "embalé" para Rumania. En el vuelo quise ir al baño y, al salir, la puerta simplemente no se abría. Tironeé con fuerza, rabia y miedo...y quedé con la manilla en la mano. Pensé que nunca más iba a salir de allí. Me armé de calma, de la imposible calma, y como pude fui rearmando la manilla. Hasta que la puerta se abrió. Todo esto era para mí un mal presagio. Viajar solo, quedar encerrado. En Bucarest me esperaban, por cierto, pero hacía frío (¡era verano y sentía frío!), encontré que todo era oscuro, y además mi timidez, que me impedía intentar alguna cercanía espontánea y salvadera. Así llegué y así fui enfrentando mi extrañamiento. Mi reacción algo infantil de no abrir o no cerrar las maletas, negarme al idioma, refugiarme en algunos conocidos chilenos que se iban haciendo ... todo muy poco positivo. Pero llegó un momento en que debía enfrentar esta situación y decidí que la única manera de hacerlo era a través de la escritura. Así nació "Las horas del lobo", un título que me penaba desde hacía mucho tiempo y que trazaba bien las líneas preliminares de mi vida rumana. Fue un poema catártico, fue el poema de mi salvación. Escribí decenas de páginas, en breves capítulos o largas estrofas, y cada segmento se refería -generalmente de modo crítico- al segmento precedente. El poema se iba comentando a sí mismo, como poema y también como formulación de vida, un diálogo a calzón quitado con el sujeto en cuestión; con el sujeto y con el objeto en cuestión, que era yo mismo. Desde un punto de vista de auto-observación, era un texto doloroso y de una alta intensidad. Desde un punto de vista poético, no tenía mayor trascendencia. Era un ejercicio con un solo destinatario, ahí se agotaba. De ese texto rescaté el poema que tú mencionas, con el mismo título, tal vez como un homenaje a la lucidez de mi otro yo, y que me permitió emerger semi sano y semi salvo de esta contingencia que me auguraba, de otro modo, un destino más bien amargo y, sobre todo, desubicado.

Producto del golpe de Estado de 1973, Omar inicia un largo exilio. Primero en Lima, Perú, posteriormente en Bucarest, Rumania, y finalmente en Madrid, España. En 1977 se gradúa en Filología Hispánica y Rumana, en la Universidad de Bucarest. Allí trabaja intensamente como traductor de gran parte de la poesía rumana del momento, trabajos que han sido publicados por la editorial Visor, en España y por Ediciones Lar, en Chile.

¿Tenías proyectos en "carpeta" antes de tu exilio?

Estaba en marcha un proyecto de publicación con la editorial Quimantú. Lo veo, en el difuso recuerdo, como un ejercicio de limpieza... En 1972 había publicado Los buenos días, libro que, para mí, entrañaba una autopropuesta más diáfana en relación a lo que quería hacer poéticamente. Posteriormente, había persistido en algunas líneas nacidas de ese libro y que tenían qué ver con la relación lenguaje-materias poetizables, lo que me parecía muy excitante, muy motivador. Ese era el nudo central de aquella pequeña antología; pequeña por la natural escasez de mi producción poética y escasa por la vigilancia autoimpuesta. De hecho, era un momento crucial en nuestra estrategia personal por perfilar un ejercicio inmediato y mediato.

Pero ahora -todavía- estoy en "después del golpe". Tal vez se haya perdido algo del estupor, del desamparo, de la precariedad, pero aún estamos -y me temo que ya para siempre, por lo menos en lo que nos queda de vida- en un espacio perplejo, inasible, de desencuentro y desconocimiento cotidianos. Una pequeña cronología dice que estuve unos tres meses preso, que vi morir a mi querido compañero de estudios y de trabajo, el músico René Barrientos, que luego viajé a Lima, donde permanecí seis o siete meses, que más tarde me instalaría en Bucarest y después en Madrid. Es que me sentía muy perdido en mi totalidad y, por ende, literariamente. No entendía nada, las maletas estaban a medio abrir, a medio cerrar, listos para... Mi exilio real conienzóen Bucarest. Lima fue un torbellino dedesesperanza y angustia, de esperanza y fraternidad, de impulsos y destrucciones. Y, sobre todo eso, floreció la amistad y la solidaridad en su máxima expresión. Los amigos peruanos nos salvaron la vida, emocionalmente hablando, a varios de nosotros. Son muchos los que están en mi corazón, pero como estamos en la literatura nombraré a Arturo Corcuera, a Víctor Escalante, a Carlos Germán Belli, a Winston Orrillo, a Hildebrando Pérez, a Francisco Bendezú, a Lucho Nieto. Con mi poema "Serpientes" y en conjunto con el pintor chileno Juan León, hice un libro de gran formato, que fue ilustrado con sus dibujos y grabados. Lo editó Juan Carlos Mariátegui, hijo de José Carlos. "Serpientes" era un poema escrito en Chile, y Juan Carlos, que había sido director de la escuela de Arte de La Serena (¿o Antofagasta?), había trabajado algunos temas que se complementaban armoniosamente con mi propia escritura. No fueron, pues, dibujos para..., ni poemas a propósito de... Fue un diáfano encuentro de dos proyectos que se complementaban.

En Bucarest fue otra cosa. El sentimiento de pérdida se mostraba en cada situación de la vida cotidiana. En muchos de nosotros, por otra parte, dominaba el afán tremendamente autodestructivo de no "entregarse" a la realidad de la lejanía, de otro idioma y de otros seres desplazándose a tu alrededor. Me negaba al idioma, como una forma patética de protestar, abríamos las botellas de vino con cucharas de madera, aplastando la nobleza del corcho hacia el más noble vino, pues no había que comprar sacacorchos que en cualquier momento íbamos a abandonar por un rápido regreso. Pero esto no podía continuar así. Fui a la Universidad a estudiar rumano, surgieron los espléndidos amigos rumanos, vino el conocimiento de la portentosa poesía rumana y de una cultura distinta, milenaria, que poco a poco nos fue seduciendo y aprendimos a estimar y a enriquecernos de ella. Comencé a escribir con una intensidad jamás conocida, hice mucha poesía con un afán más liberador que estético, mucho de eso fue inteligentemente abandonado, rescatando apenas una decena de poemas. Entre ellos "Las horas del lobo", poema para mí emblemático de esa experiencia, de ese momento y de mi propia evolución y búsqueda. El rumano, el idioma rumano, lo conocí literalmente, no en el trajín cotidiano. Esto vino más tarde y también, quizá, para satisfacer necesidades de comprensión para mi trabajo de traductor, que se convirtió en la vía natural para integrarme a la vida cultural rumana y, de paso, expresar mi admiración, mi respeto y mi cariño por ese país. Me enorgullezco de la amistad de grandes poetas y escritores rumanos como Eugen Jebeleanu, el autor del estremecedor libro La sonrisa de Hiroshima, traducido por mí y publicado por la Editorial de la Universidad de Concepción; Ion Caraion; Stefan Augustin Doinas; Mircea Ciobanu; Ioanid Romanescu; y muy especialmente el poeta Marin Sorescu, uno de los más intensos, lúcidos y fecundos poetas contemporáneos, y del finísimo traductor y ensayista Víctor Ivanovici, todas voces mayores en la polifonía creativa rumana.

En Rumania publiqué -además de una quincena de traducciones- mi primera antología personal, El viajero imperfecto, en edición bilngüe, y que daría paso, años más tarde en Madrid, a Fugar con fuego, adelgazada por las correcciones y la eliminación de varios poemas. Antes de estos volúmenes había publicado Crónica del reyno de Chile, un librito repleto de vivencias chilenas, de voces de desaparecidos y torturados y de mi propia voz acongojada. También la antología Chile, poesía de exilio y resistencia, que elaboré junto a Juan Armando Epple, en un intento de restaurar la cada vez más loca geografía humana y poética de Chile. Esta antología tuvo ediciones en Moscú, Belgrado y Barcelona.

La experiencia del exilio me dio, por supuesto, la dulce e irónica melancolía de Fugar con fuego, un texto tal vez disparejo, pero muy mal entendido por la crítica. La ansiedad de lo imprevisto y del "encuentro", de cualquier encuentro o "instalación" humana "ideal", me está dando -y desde hace ya demasiado tiempo- "las Voces de Portocaliu", y me está dando también "La Nueva Frontera", un texto que o es el último de "Voces", o el comienzo de una literal nueva frontera en mi escritura. Oh buenas maneras, al contrario de lo que muchos creen, no es un libro "del exilio". O no lo es mayoritariamente. De hecho, gran parte de ese libro -por lo menos lo más rescatable desde mi punto de vista- fue escrito en Chile, ya en 1972, en algunos casos.

El oficio de traductor ha ocupado gran parte de tu trabajo intelectual. ¿Cómo has conectado tu "ser" poeta con la de traductor?

Todo tiene que ver con la única, esencial y recurrente actividad que he desarrollado durante toda mi vida "consciente", al margen de los años, de los largos y duros años de ingrata cesantía a mi regreso a Chile. Mis afanes de traducción nacieron espontáneamente -también urgidos por el diálogo cotidiano con la poesía y los poetas rumanos- como un modo de expresar mi admiración y el impacto que me produjo la cultura rumana, en general, y la poesía, en particular. Había algunas traducciones al español, hechas sobre todo por rumanos, que eran muy deficientes; una parodia burda y empequeñecedora. Además, se constituyó en la única y exclusiva forma de ganarme la vida durante mi permanencia en ese país. Los rumanos dicen que saber otro idioma, manejarlo con cierta intimidad, equivale a poseer otra alma. Es una bella figura y yo me sentí, de alguna manera, ejerciendo la facultad de una entrada al territorio conmovedor de esa cultura milenaria. Curiosamente, mi primer trabajo fue una antología de la poesía popular, folklórica, poesía de las costumbres tradicionales. Fue un trabajo de colaboración con mi gran amigo Víctor Ivanovici y la asesoría imprescindible de algunos especialistas, especialmente el lingüista Silvio Anghelescu. De no ser así, por supuesto, no hubiese podido emprender esa tarea tan delicada. El resultado fue un libro, Poesía popular tradicional rumana que sigue siendo, en ese terreno, el fruto más amado. Lo de las ediciones, me refiero a las Ediciones Literatura Americana Reunida (LAR), nació como una bella aventura, producto de mis infinitas charlas con el poeta chileno avecindado una vida entera en Madrid, Galvarino Plaza. Galvarino falleció antes de la concreción de la idea, pero a él le debo buena parte del entusiasmo, la experiencia de algunas zonas de la vida madrileña, el conocimiento de algunos destacados escritores españoles y, sobre todo, una amistad y un recuerdo entrañable y estimulante. Pero las ediciones también nacieron por una extraña manía que tengo, que tiene que ver con establecer una relación estrecha - que, por lo demás, nadie me pide y que, en muchos casos no se entiende o se entiende muy mal- entre mis posibles capacidades propias y lo que mi entorno afectivo y de interés parece reclamar. En este caso, se trataba de persistir en el armado de ese mapa literario chileno, todavía desperdigado a comienzos de los ochenta. Y tiene que ver, sobre todo, con la carencia de posibilidades estructuradas adecuadamente. No es posible que seres sin recurso ni una maquinaria adecuada de difusión, distribución, selección de autores u obras, asuma tareas que son tareas mayores, y que corresponden a otros sectores de la actividad en una sociedad bien establecida. También tiene que ver, y no poco, con la necesidad -ya te lo decía- de inventarme un trabajo. En un medio tan sórdidamente hostil como lo ha sido este país con los retornados. En este momento, en todo caso, lo que si me preocupa -y en la medida que puedo me ocupa- es mi escritura, demasiado descuidada en los últimos tiempos, largos tiempos. Además de mis proyectos de escritura personal, estoy finiquitando una muestra reveladora y estricta de la poesía rumana contemporánea.

¿Con qué proyectos enfrentas el nuevo siglo?

En la mitología campesina de mi familia, de la que ya te he hablado, el año 2.000 simplemente no existía, o existía como una referencia de su negación. Antes del 2.000, la cola de un cometa fabuloso le daría un toquecito a la tierra y ésta estallaría en millones de pedacitos. Todavía me asombra que venga el 2.000 y yo con él... Pareciera que yo con él. Mi proyecto podría ser entonces el de la sobrevivencia, el del regalo portentoso. Por otra parte, muchos de mis ídolos de juventud -y no sólo de juventud- como Modigliani, Schubert, Maiakovsky, no habían llevado a los cuarenta o los habían sobrepasado a duras penas, como Vallejo. Yo siento que por ahí anda también lo mío. Pero hablando "menos en serio", mi proyecto es bastante modesto: terminar por fin los trabajos de "Voces de Portocaliu" y verlo editado, aunque no deja de perturbarme la idea que a poco andar, ese va a ser un libro "del siglo pasado".

NOMBRAR ES OLVIDAR

¿Qué percepción tienes de la actual poesía del sur chileno y cómo imbricas tu obra en ese contexto?

Creo en una tradición poética chilena y me considero un usuario de esa tradición, asumida no tanto por la tradición estética, ese punto evanescente y precario en el que se pueden dar demasiadas puntadas sin hilo, sino por una participación y un compartir. Un hacer. Me refiero, claro, a un espacio, a una historia, a una geografía.

No he sido, hasta ahora, un seguidor muy atento del desarrollo de la poesía chilena de los últimos tiempos. Percibo, por supuesto, lo que todo el mundo siempre ocupado del tema percibe: una activísima presencia ele los jóvenes, cuantitativamente potente, cuilitativamente borrosa, para mí. Entre aquellos que ostentan una obra ya reconocible y madura, y que además siento cercanos en la doble vertiente poética y humana, puedo mencionar a Rosabetty Mulñoz, Clemente Riedemann, Elicura Chihuailaf, Jaime Huenún. Alguna vez leí unos impactantes poemas de Maha Vial a quien, lamentablemente, he perdido "de lectura".

No me gusta para nada la idea de instalarme en el púlpito del valorador, del crítico o del repartidor de bendiciones, sobre todo si se trata de un espacio en el que todavía ocurren y seguirán ocurriendo tantos movimientos de avance y retroceso, de rupturas y abandonos. Pero tampoco me gusta la idea de "correrme". Muy en general, debo decir que observo un panorama muy alentador en lo que se refiere a proyectos personales, a vocaciones con mucha convicción, dedicación y responsabilidad hacia esa vocación. Nombrar es olvidar, pero sólo como un modo de ejemplificar esto que te digo, mencionaré a dos poetas paradigmáticos en este sentido de proyecto, de vocación, rigor y convicción: Damsi Figueroa, de Concepción, y Rafael Rubio, de Los Ángeles, hijo y nieto de poetas. Ambos muy, muy jóvenes. Pero hay muchos más, y como no quiero ser injusto con nadie, los iré nombrando uno a uno en la revista Trilce, Trilce tercera época.

En cuanto a una valoración estricta, rigurosa, inteligente y orientadora, eso sería, en primer lugar, labor de críticos inteligentes y rigurosos, de los que tenemos una carencia preocupante. Existe una muy buena crítica y valoración de fondo desde la academia y la Universidad, pero falta la crítica orientadora, constante, que se atreva a remover la paja.

Omar, te has resistido a hablar sobre tu exclusión de la antología de poesía chilena de Teresa Calderón, Tomás Harris y Lila Calderón. En muchos medios especializados se ha reclamado sobre tu ausencia en aquella antología. En el desaparecido diario La Epoca, Teresa Calderón manifestó que tu exclusión se debió a que no contestaste las cartas certificadas enviadas por ellos a tu domicilio. Al parecer tú has replicado diciendo que nunca recibiste tales cartas. ¿Cuál es tu opinión sobre esta obra y los fenómenos colaterales generados?

He optado por no comentar ese incidente. Pero si estamos en este tema es imposible no referirme a ello, por primera y última vez. Esa antología parte, como sabes y saben los antologadores, de una generación nacida, formalmente al menos, en los afanes de Trilce, en Valdivia. Si hubiesen excluido, por ejemplo, a Floridor Pérez o a Gonzalo Millán, por cierto yo habría reaccionado pública y airadamente. ¡Cómo es posible! Pero la situación me atañe personalmente y, entonces, mi reacción fue de cansancio, sobre todo cansancio. Ellos aluden a tres cartas certificadas no contestadas por mí. Me habría sido fácil requerir a Correos un informe sobre el caso. Sigo sin explicarme: ¿se trata de una canallada, de una demostración de "poder"? Por cierto, los editores son igualmente responsables, como también lo son los que avivan, con el silencio o el cuchicheo, una cueca tan desatinada. Una de las antologadoras, Lila Calderón, la única a quien no conozco personalmente, me llamó varias veces para conversar y explicarnos. Tengo las mejores referencias humanas de ella, por amigos comunes. Así y todo, me parece como la historia del carcelero bueno y el carcelero malo. Visto desde una perspectiva mayor, esa situación grafica diáfanamente lo que ocurre con las valoraciones, las jerarquizaciones, la honestidad o deshonestidad, cuando se trata de fijar una historia lo suficientemente clara en el panorama de lo que es nuestra poesía. Más que una injusticia lo considero una pequeñez, un mal chiste. ¡Ay! cuánta razón tenía al no hablar de esta historia: es molesta, cansadora, cansadora...

de Héroes civiles & Santos laicos. Palabra y periferia: trece entrevistas a escritores del Sur de Chile. (Valdivia, Ediciones

 

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