OTRA CARTA DE ELVIRA HERNANDEZ (*)

por Jorge Guzmán

 

Elvira Hernández ha publicado un nuevo libro. Es el tercero en cuatro años. Pero podría decirse que el conjunto forma un todo, una suerte de diario de lírica irritada. Un diario de viaje que se llama Carta de viaje. Un diario de reflexiones poéticas sobre Chile y sus emblemas, titulado La bandera de Chile. Y éste que nos junta hoy día, Santiago Waria.

En todos, prevalece un aire de naufragio que aún se llora, o de terremoto entre cuyas demoliciones camina la hablante, tratando de hacerse cargo de la nueva configuración álgida de las cosas. El modo de hacerse cargo es la ironía violenta o un cierto cinismo o el enjuiciamiento directo y condenatorio. La hablante de los textos se mueve por el mundo o por los sentidos de las cosas chilenas o por la ciudad de Santiago con el pequeño tesoro doloroso de sus recuerdos de un tiempo mejor. El perfil de este tiempo mejor jamás aparece. La lectura lo tiene como telón de fondo de los textos. Antes del ahora en que la voz nos dice su dolorosa habitación nueva, tuvo unas esperanzas, un acomodo en el mundo, una orientación, que en el presente, en la "ciudad/ Robótica y Mendicante", son una pura ausencia.

Santiago Waria está dicho por una voz de mujer. Sin embargo, los predicados habituales de la palabra "mujer" no se le aplican a la hablante. No hay ternura en los poemas. Carece de casi todo lo que constituye el texto "mujer" en la cultura burguesa. Ni siquiera la soledad está dicha en el habitual código femenino. Este despojamiento de todos los auxilios y límites que significa a las mujeres en general su voluntaria o forzada adscripción al texto "mujer", es quizá lo más lírico de los poemas. Hay una desolación pudorosa y emocionante en ese reconocerse como mujer, pero sin recurso a las ayudas que ellas tienen para vivir su femineidad en el mundo de recuerdos de lo derruido y de construcciones nuevas y repulsivas que recorre la hablante. Ni siquiera el feminismo le queda a esta solitaria.

El poemario consta de 29 poemas, correspondientes a las letras del alfabeto. Esta elección, la de escribir un texto que empiece por cada una de las letras castellanas, es significativa. Tiene que ver con la extrañeza de la hablante frente al mundo traspasado de violencia y sinsentido por donde deambula sin aferrarse a nada, casi sin tener una habitación. Es como un avanzar al puro tacto, un movimiento propiamente literario, una búsqueda que encuentra un orden para sus tanteos en la materia misma con que se construye la literatura, en las letras. Es una elección arbitraria, ciertamente, pero al mismo tiempo, bastante orgullosa: nada menos que las letras del alfabeto están a disposición de la autora para su tarea de enjuiciamiento y observación.

Es un sujeto perteneciente a la historia de Chile la "autora" de los textos. Empieza a serlo desde que el lector se encuentra con el título del poemario, que da dos fechas, la de la fundación de Santiago y la del año de los textos (1541-1991), y luego lo refrendan, al pie de la misma página, cuatro líneas:

así como Atenas fue astu para los
griegos y Roma urbs para los romanos
Santiago fue waria para los mapuches
como cualquier otro poblado

Dos efectos producen estas líneas. Uno es extender el tiempo de los textos hasta hacerlo coincidir con toda la historia de Chile, y no sólo el presente de la ciudad. Otro efecto es introducir en la lectura, expresamente, un elemento que estaría apenas presente si no fuera por eso: el indio. Y con ello, el libro obliga a sus lectores a hacerse cargo de lo que pone en los textos esa palabra mapuche que los titula (waria). Los obliga a hacerse cargo de una violencia de 450 años. Violencia del conquistador sobre el conquistado; y violencia que en el caso de una mujer, es violación. En uno de los poemas, la hablante sufre precisamente un asalto sexual. Está en uno de los mejores poemas del libro; en "Hueviche súmmum". "Hueviche" tiene resonancias múltiples para el ojo y el oído chilenos. Se parece a "seviche", y por ahí, alude a la palabra "sevicia", que designa el grado máximo de la crueldad. Pero el comienzo de la palabra, evoca "huevo" y mayormente el aumentativo insultante "huevón". Leamos el texto completo:

Cero claridad. Durmiendo el día y despertando de noche. La ampolleta apagó la luz en la mitad de la escalera. Cayó sobre mí una montaña ardiendo, una ruma de piedras caldeadas o me tragué un pan muy picante. Crucificada en los escalones yo sólo hubiera querido echar lava por la boca. Después estaba en cueros, sucia, goteando, como salida de un terremoto pero intacta, y mi corazón parado de un solo campanazo.

Cero claridad. Ya he contado el veintiocho, el treinta y cinco, el cincuenta y seis y el setenta y cinco sin ver sangre. Sin ver el sol, sin ver nada. Sólo los perejiles que me pongo, y creo que alguien las verá verde.

El texto está lleno de marcas lingüísticas. La hablante es una prisionera. Lo dice la frase "sin ver el sol", pues "estar a la sombra" es un eufemismo popular por "estar en una cárcel". Además, la hablante es una mujer muy pobre: se pone "perejiles", lo que en el lenguaje popular de hace unos años equivalía a "estar harapiento"; o lo está por pobre o porque le han roto la ropa; en ambos casos, la vestidura apunta a lo mismo: una situación de pobreza. Pero este "perejil" va más allá. Hay otro predicado pobre y popular para esta palabra: el perejil es un abortivo. Este poema confirma la lectura del título que proponíamos: la hablante representada en este poema ocupa en la historia de Chile el lugar de los indios, de los pobres (que entre nosotros, como en el resto de América Latina son mayormente no blancos) y es paciente de la misma violencia con que el invasor europeo afligió a la mujer mapuche.

Hay un juego con los componentes textuales que tiene que ver con lo que venimos diciendo sobre la historicidad de los poemas. El primero, el que corresponde a la A, termina con el siguiente verso:

Anda Sola Teresa vieja...

Estos libros de Elvira Hernández tienen algo de anónimo. Ellos han fabricado a su autora, a esa escritora que no ha querido cambiarse el nombre, ponerse uno más llamativo, más sonoro. Podría haber escogido llamarse, por ejemplo, Teresa Adriasola, y parece que en este primer poema, Elvira Hernández empieza a firmar con un nombre que se aproxima a ése, a Teresa Adriasola, mucho más atractivo y prestante que el suyo propio, tan deslavado, tan parecido al de un hombre que se llamara, por ejemplo, Juan Pérez. Parece que Elvira empieza en este libro a pensar en crear a esa otra autora, a Teresa Adriasola. Y en verdad, la frase "Anda Sola Teresa", tiene mayúsculas, como buen nombre propio, y el lector, que sabe lo que sabe, entiende que le están hablando de una soledad que se llama Teresa y lleva adelante su apellido "Anda Sola".

Esto altera la relación habitual entre los autores históricos y los textos que firman. Normalmente, se puede decir que el origen histórico de los textos va indicado por la firma. Al punto que algunos autores cambian su nombre y dejan de llamarse, por ejemplo, Lucila Godoy o Neftalí Reyes (designaciones tan grises como Elvira Hernández) y pasan a nombrarse Gabriela Mistral o Pablo Neruda, incluso ante la oficina real del Registro Civil. Para presidir sus textos, y adornarlos con un origen especial, estos autores escogen llamarse ellos mismos, en su realidad civil, con nombres tales que ilustren los textos que producen mediante la sonoridad de la nueva designación. Aquí, el juego de las nominaciones (jamás inocente o poco importante) es una evanescencia, una indeterminación. Se diría que con esto, al no poder decidir quién es quién, ha aparecido en los textos un grado adicional de desrealización, un incremento de lo ficticio que siempre se les ha atribuido a los textos llamados literarios. Pero ocurre a la inversa. Estas dos instancias textuales, Elvira Hernández y Teresa Adriasola, en su mutua indeterminación, hacen a los poemas mucho más relativos a la realidad.

żElvira Hernández ha puesto a su alter ego el nombre "Anda Sola Teresa"? żo a la inversa? De no poder decidirlo, el lector tiene que atender a un componente nuevo en estos poemas. Señalan su origen, lo subrayan, pero sin decidirlo. Eso le da una poderosa situación al sujeto de los poemas. Pertenece más a lo real, está más lleno de historicidad que los autores corrientes con nombres decidibles. Es un grado más de anonimidad del que tienen los autores (algún poeta, algún filósofo) que según lo que escriban cambian de firma. Aquí no hay la firmante como origen, pero eso la hace más de lo real que otros juegos nominales. Más de lo real justamente porque se trata de un puro juego textual. En ese juego y por ese mismo juego, entra todo el texto de la vida histórica de la escritora. Y con ella, la de su comunidad, representada en este poemario por esa ciudad textual, Santiago Waria.

Con esto, queremos señalar otra característica que apreciamos mucho en estos poemas. De tal modo pertenecen a la estructura del Tercer Mundo, y de tal modo lo asumen, que acogen al indio como parte de la lectura, y hacen a la autora y a la hablante representada indistinguibles del texto mismo. Pero a la vez, al llamar la atención sobre su origen, sobre la que escribió, van contra toda esa posmodernidad postiza que estamos importando porque a algunos les interesa que seamos indistinguibles de los escritores y pensadores del desarrollo, desde donde algunos otros pregonan que se acabó la historia, que ya no hay utopías que seguir, ergo, tampoco hay estructuras sociales que cambiar ni discursos contestatarios que tengan ninguna importancia.

No he querido entrar en consideraciones sobre las virtudes propiamente poéticas de los textos de Santiago Waria. Me he quedado con uno solo de los componentes del conjunto: su relación con lo real de la ciudad que deploran. Pienso que lo otro, la presentación de la calidad poética, es innecesario. Se presentarán solos. Los poemas de Carta de Viaje y La bandera de Chile eran promisores, hasta algunos de ellos producían sorpresas poéticas muy gratas. Los de Santiago Waria, son claras muestras de una evolución sorprendente; ha aparecido en ellos un manejo del lenguaje que tiene valor por sí mismo. "Con palabras se escribe" dijo, lo mismo que otros, Vallejo. Elvira Hernández o Anda Sola Teresa, ostenta en este libro que ha empezado a trabajar seriamente el lenguaje. La poesía, a diferencia de otros ajetreos lingüísticos, no es más que eso.

 

Sitio desarrollado por SISIB