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RUIDO DE FONDO

por Alejandro Zambra

UNO

--------------------------------- En febrero de 2000, con el propósito no sé si cumplido de entrevistar a Carlos Cociña para un entonces y aún en germen segundo número de la revista humo, Andrés Anwandter y yo visitamos la casa del poeta. La conversación, las ensaladas y el vino resultaron memorables, pero lo que para este caso interesa fue la mención que hizo Cociña de un heterodoxo método de escritura del que solía valerse. Sin la menor concesión a los manuales de cómo escribir poesía (lápiz, papel y la ventana semiabierta para que el viento juegue con las cortinas dibujando inesperadas presencias aladas), Cociña nos reveló que ciertas tardes se sentaba frente al computador sin dejar de atender a los posibles estímulos que paralelamente emanaran de un televisor encendido.

--------------------------------- El poema, entonces, nacería de esa disciplinada contaminación entre dos actividades aparentemente antagónicas. El joven que, sin quererlo, entra a escena cuando la pareja está a punto de reconciliarse, frustrando un esperado desenlace y dando lugar a una nueva serie de malentendidos, podría suscitar, también, las más escurridizas asociaciones en el tele-vidente. Esas asociaciones, ese azar no sé si objetivo darían lugar al poema.

--------------------------------- Sospecho que tal método es muy distinto del que ocupa Andrés Anwandter, pero me parece significativo de los problemas y las preguntas que éste, su libro, Especies Intencionales, enfrenta. Ahora mismo mi ruido de fondo es un parsimonioso debate sobre la actitud que Chile debe tomar en "el nuevo escenario internacional": si enviar tropas a Afganistán. Pero el recuerdo que deseo reconstruir corresponde a Febrero de 2000, un viaje en taxi, a las cuatro de la mañana, un puñado de comentarios entusiastas y desordenados sobre la conversación con Carlos Cociña. En especial dos de esos comentarios o problemas:

1.- Pensar la poesía como una investigación exhaustiva y al poema como el protoclo lírico de esa investigación.

2.- Escribir un poema que haga el efecto de las agujas de acupuntura. Hacer cortes a escala diversa sobre todas las superficies.

--------------------------------- El propio Anwandter se ocupaba por entonces del primero de estos asuntos. Más tarde llevaría a cabo la borgeana operación de crear a los precursores, bosquejando al propósito una tradición de poesía científica (Empédocles, Lucrecio, Schrott, Grünbein, entre otros). Varios poemas de este libro podrían sumarse a tal tradición. Un ejemplo:

Con los años, algunas ideas
consiguen migrar:
--------------------------------- de un extremo
al otro del cráneo, por zonas
repletas de escollos avanzan
y pierden el rumbo.
--------------------------------- La sal
de las olas irrita sus ojos.

Pero luego retoman la ruta
y alcanzan la costa.
--------------------------------- Arrecifes
de memoria las enfrentan
y amenazan sus naves.
--------------------------------- Las aguas
más claras del sueño delatan
sus siluetas temibles, al borde
del día.
--------------------------------- Del otro hemisferio
conocen apenas los mapas
antiguos, que teje el recuerdo
plateado de cada vigilia.
--------------------------------- Así
arriban finalmente: breves
ideas, que habrán de esperar
su turno en aduanas.
--------------------------------- En filas
morosas, que cruzan a diario
las barreras de la palabras.



DOS

--------------------------------- Si El árbol del lenguaje en otoño (un libro que me sigue produciendo la expectativa de un paquete de fotos recién reveladas) puede leerse como una serie de estudios sobre la experiencia de escribir, Especies Intencionales funciona como un protocolo sobre la confusión de discursos: el ocio que suspende el negocio y viceversa. Por lo mismo, esta poesía atiende a los estímulos de espacios ambiguos, informes. Enclaves apenas contaminados por rudimentos de tecnologías alguna vez innovadoras. O la visión de una ciudad en la que apenas caben los ojos. El callejeo del poeta no es un mero devenir pues muchas veces deberá detenerse para extender boletas de honorarios, o improvisará raras combinaciones de buses y metros para no llegar tan atrasado a una oscura e infame oficina desde la cual será remitido a otras oficinas tanto más oscuras e infames. Cada tanto, sin embargo, se dará maña para reparar en la enorme cantidad de discursos que encuentra a su paso, e incorporarlos a la materia de su experiencia.

--------------------------------- La ciencia del asunto, me parece, estriba en que estos escenarios son enfocados por una mirada tan dispuesta a encontrar el desorden como a deconstruir los procesos que lo produjeron. Y también a aceptar la involuntaria complicidad del cuerpo con la vibración de las máquinas; a lucir su fragilidad con una extraña entereza: es ésta una poesía que investiga en sí misma.


TRES

--------------------------------- Para montar su (neg)ocio, Anwandter instala una cierta narrativa que en este libro funciona muy bien. Lugares y personajes reaparecen, aunque empujados por un viento que en este libro sopla cada vez con una intensidad distinta. El lector se hace cómplice, se complica en los poemas. Así, compartimos, por ejemplo, el ánimo del amante que de la noche a la mañana debe resignarse a guardar todos sus recuerdos en una caja negra, soportando, además, la extraña sincronía entre su duelo y los consejos de una psicóloga en la televisión:

--------------------------------- Iba a citar el poema, pero no lo encontré. Me distraje, me distraigo con el televisor encendido. Ahora mismo pasan comerciales. Los conductores del debate aprovechan de enjuagar el sudor con los mismos pañuelos que probablemente usarán en futuros estelares, a la hora de improvisar bailes nacionales o secar las lágrimas de niños inválidos. Mientras tanto, sobre el teclado, ocurre el monocorde concierto de las teclas. Pienso que el poeta de Especies Intencionales bien podría ser un pianista con problemas de retorno, o un oficioso manipulador que corta, copia y pega sobre la información que suministran los catálogos. Ése es su arte.

--------------------------------- Levanto la vista justo cuando vuelven de la tanda. Presiento que viene el bloque en que los conductores toman decisiones sobre el país. Y como nunca me gustan esas decisiones, bajo la vista, leo:


DOCTOR

Es preciso talar la mitad
del cerebro, quemar los troncos

que queden en pie, remover
las laderas carbonizadas

con maquinaria especial
y arborizar, por lo pronto

todo el terreno, ordenar
especies foráneas de ideas

en filas, nutrirlas, sentarse
a esperar que los cielos encima

sucedan, los suelos se cubran
de agujas y extiendan sus ramas

su sombra sobre ellas, dejar
que en años concéntricos fluya

la sangre corriente y renueve
todo el follaje encefálico

para poder integrarse recién
al negocio privado del árbol

y ascender por sus ramas caídas
finalmente en busca del sol. ---------------------------------


--------------------------------- Parece que Andrés Anwandter tampoco gusta de esas decisiones. Por mi parte, confío en su método aunque sospecho que trafica con especies ilícitas. O al menos cultiva las hierbas que crecen en inesperados estancos de agua. Un mar cuyos peces forman un ramaje negro y húmedo. El rostro de la multitud. Un bulto. Un bulto que hace agua por todas partes. El poeta buscando un espacio en el vagón del metro. Y el poema como una arma blanca que hace tajos o finas incisiones de acupuntura:


Esta lengua, tan poco propicia
a los meses que corren, arena

tan blanda a los pasos del tiempo
que siguen mis huellas, tan tenue

materia, que encoge su forma
y escurre por entre los dedos,

compone los versos que empuño
con fuerza y arrojo a la mesa:

veloces palabras. Se estrellan
y esparcen sus granos, que ordeno

más tarde en estrofas saltadas
de dos en dos. Cuento las horas.


--------------------------------- Hace rato terminó la programación. El pito de la carta de ajuste ronda por el cráneo de cientos de espectadores a lo largo y ancho del país. Es hora de guardar el texto.


14/09/200

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