CUATRO POETAS DEL PERÚ

volver

RENATO SANDOVAL

 

El Revés y la fuga

Es que era el otro frente,
no ése que vi desde la noche pelada
regresando a hurtadillas desde el celo y la blenorragia,
en conjunción me unía a las aspiraciones más insulsas
de los cuerpos resurrectos para el rencor y la mentira,
trastocando todo cuanto más ansiaba
a pesar del pesar, del saber y del sentir
bajo los cartílagos compungidos
que ya no cabían en sí ante la perspectiva
de gargantas más abiertas sobre la sangre irrestricta.
Lo que vi se desdecía al otro lado,
detrás de los corpúsculos zodiacales agitándose convulsamente en la llanura,
otro poco y un poco más como si en la plétora
hubiese espacio para luces nuevas y rotundas, guiños
y guiñapos de verdad inflamando el pecho
en barbarie plena que sólo crece a punta de desidia.
Porque más allá sigue habiendo el escozor de antaño,
el ojo híspido de la nutria
que aguza el glande y que remira
sin decir nonada, entre el azul del fango adverso
y la ceremonia donde el caballo cojo se masturba
galopando la montaña de luz albina que estertora en la mañana;
suave y suyo el pensamiento pendular, esquivo
el vientre aquel donde se entremezclan todos los consejos,
donde las sombras rielan
y donde el espasmo de un ruin destino se aceda.
Pues aunque el cauce surque más arteramente el entrepecho,
no por eso son más próximas sus riberas,
el tajo es mil y el agua vana, surge
el pez en los exabruptos del meandro,
fustigado va y ya sin gloria
sobre el cadáver altivo de un mastuerzo.

 

Escuchar no es una cosa difícil, se trata apenas
de inclinarse en la tarde sobre la baranda
que da a la mitad de la Tierra
y quedarse ahí quieto, mudo,
con el lapicero entre las piernas
y la lengua de estropajo,
esperando a que caiga la lluvia
sobre las piernas
y aturdirse de a pocos
con sus gotas de espanto y de laurel.
Acaso en la noche llegues
y en mi boca deshojada te reviertas,
rocío en abandono bañando la mitad
de mi día,
a duras penas otro poco y cada vez menos
cuando en la niebla
todo lo que no es uno es otro
y es seco lo que se hizo cero.
Yo que creía en parusías y redenciones,
en aquella voz flamígera que siempre estaba ahí
cuando despertaba:
al instante encendía el cuarto,
la calle, las estaciones,
el reloj que dormitaba al fondo
de esa misma noche
donde estaban repetidas todas las salidas.
Pura torpeza la mía,
con lo sencillo que más bien era
sacar temprano al gato y la basura,
trancar la puerta por delante y por detrás, un par de vueltas
a la llave del engaño
y por fin hundirse en la cama,
el amnios del sueño,
y descender en la barca, al fondo,
hacia la única, la yerma, la sola
felicidad.

 

Marga, luz del ave
que se abría en mí como lo hacen las fuentes,
un cencerro su lengua que yo retorcía con mis labios
mientras afuera el vendaval de las distancias
asolaba como nunca la hiedra de una historia hecha pedazos.
No la vi como lumbre, ni como aire
ni como parque de aventura donde lo posible
existiese de por sí sin que nadie frescamente lo supiera;
más bien lo suyo era lo otro, el norte
abierto por la retaguardia, el cojo ayer
de mil fracturas estivales, el aliento angosto
que en mí se henchía por las noches
no importando si yo era o si ya no lo era,
todo porque no había más que un par de sienes
derramadas, un no saber dónde crecer
ni a dónde ir ni por qué estar aquí y no allá
en concordia plena y con una chispa de esperanza,
a buen recaudo de todas las dudas,
sin tener que seguir escondido
bajo una mesa despellejándome las manos,
viendo al tránsito de tantos pasos
buscar en vano una salida,
y yo ahí, y tú, Marga, tan escindido de las cosas,
diciendo adiós
sin trasluz y sin mirada,
rostro desnudo y espaldas con ojos
mirándome a mí, que abro un camino,
llorando por mí,
siempre por mí,
ahora que también te veo
y de golpe mi aliento se vuelve
ajeno.
No dirás que te escogí hurgando entre las peñas del destino,
bajo el granito de la noria erigida
en loor de los que hicieron de la sed
su más lograda fama, cuando
mis fauces se abrían al cielo dando y dando dentelladas,
una punzada tardía en el más fiero de mis flancos,
un guiño tremebundo hacia mis dientes, un beso falaz,
un anillo de ortigas
enroscando de buena gana y elevando a las nubes mis escrotos.
Surgiste en mí, mía, como una esfera de tul
traspasada por el tiempo,
y en las manos que sin querer yo llevaba a los bolsillos
reposabas y te extendías
como antaño querían los mares.
Pero no vi el tajo volando por tus párpados,
la urbe de lágrimas
erigida a hachazos a pico sobre el monte,
el roble urdido bajo las olas que doblan por todos,
la luz infecta borboteando
en tus ojos.
Fue entonces que a mí mismo me vi
en pleno canto junto a una estampa en hinojos;
el órgano en llamas era tu voz,
el corno tu aliento de espiral
recogiéndose risueñamente
en torno a mi cuello,
y la callada trompeta
el tácito aullido de mis anclas
que poco a poco declinan y siempre dignas
van ahora al garete.


 

El pensamiento lógico conduce a la guerra
y a la opresión, dijo Pentti
cuando dije que mi propia guerra era
la lógica de mi opresión.
Lo mismo pensó el tirano cuando ya me disponía
a colgarle de las orejas mis hediondos calcetines,
y dice la gente que todo va bien,
aquí NO hablamos de cómo está la situación,
aquí en Lima, Bogotá y Grozny estamos bien
y mejorando!!!
Y dos niños decoran los pinos
con casquillos de balas
y un par de dólares contritos,
todo es bondad, rezo, palmazos
en el hombro y la pantorrilla
como en los buenos tiempos,
pues estamos trabajando
hasta en el tuétano mismo del deseo,
y el tirano hace mohínes de arrechurra
y en el Congreso
se iza la bandera
en el falo de la patria.
Somos libres
y en la cerviz se posa un pan arrodillado
y todo es posible
por Dios
por la paz
por la excelencia de existir
en este mundo down y soporífero.
El radio ruge, la pantalla brama,
la postemilla de la prensa salpica
su dulzura y cubre las copas
con la pus de su enramada.
Aquí me planto, yo aquí me enciendo,
arrecia el milenio, tan nefando y
primoroso.
Viva el sol,
viva Vallejo.
Abajo el tirano.
Ea, buen primero!


No, ya no diré la verdad del duelo,
el trago de luz trajinó mis entrañas
y el círculo en mí
es una alambrada que arredra
el paso, el amor,
el canto vil de los espejos,
ascuas en pena, carbúnculos que danzan
de la mano de una sombra
anidada en mi pecho,
sin piedad ni bonanza, un zapato
amordazado en el recodo
de un camino disolviéndose en el rezo,
suelas benditas a las que sorbo de buen grado,
pues ya no hay forma de seguir andando
como lo hacían los elfos
ahora que el retorno cabalga a sus anchas
y aúlla feliz a campo traviesa.
Habráse visto semejante bravío
cuando las copas no beben ya
de las bocas volcadas sobre la hiedra
y un enjambre de dudas
se abalanza sobre mí
ahora que rasgo y remuerdo
el pan de la gracia.
Porque la virtud siempre estuvo al otro lado
del brasero, desprendida y dispersa
a la manera de los granos de viento
que en la infancia en mi rostro se estrellaban,
tan dúctil como era al juego y a las maromas,
un entusiasmo siempre al filo
de una angustia pertinaz.
Cómo así pues volví sobre mis pasos y de esto
me pasé a aquello,
si no había más que hacer,
sólo dejarse evaporar
en el albur de la mañana,
desgajado del miedo tan firmemente
hasta alcanzar la otra copa de luz
que planeaba sobre un arriate
y engullírsela luego de un solo golpe,
a la espera, siempre
a la espera de morir azul
con la verdad atragantada
entre los ojos
y la cornucopia de la vergüenza.

 

¿Deberé acaso
atravesar todas las edades
para por fin estar del otro lado?
Los ríos,
partieron de aquí hace mucho tiempo,
ni rastro queda
de lo que llamaban el último mar,
un infante pasa
cojeando a mi costado
y con un gesto me indica
que él también se marcha.
Estiro mi mano para detenerlo,
pero a lo mejor
es momento de que yo lo siga;
un camino es un camino
si es que uno lo detiene
y una meta
si es que nunca se termina.
Hoy no he visto las montañas
recostadas contra el horizonte,
también ellas partieron
como la tarde y la perla
engastada en la corteza de un sicomoro.
Había una vez..., sí
era entonces y sin embargo hoy
las cornejas rasgan la tarde
y se precipitan con vuelo inverso
contra la tierra;
de pronto todo parece más temprano
y al soslayo miro atrás por si un golpe
me derriba
antes de que me ponga la cabeza;
con mis ojos busco la intersección
de un paralelo con un meridiano
a la búsqueda de un punto
de refugio;
me doy cuenta de que soy la cruz
de un tiempo voraz que me corona
ahora que tres veces canta el gallo
y me desplomo.

(...)

Lima-Quito-Bogotá-Quito-Lima
agosto-diciembre de 1999

volver

Sitio desarrollado por SISIB