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EL NACIMIENTO DE LA FLOR QUE SE COME

Desencadenarse poco a poco, con una fluidez natural y desde dentro, sacar las ataduras y librarse de complejos, cargas sociales, televisión y consumo. Mirarnos las caras, ser amigos. Saber de sus vidas y de la vida. Del amor que les llena los días.

Pregunté: ¿el amor tiene sabor?, los alumnos contestaron al unísono afirmativamente: "... Es dulce -dijo Carla- pero mucho engorda".

En la primera clase hablamos de las flores y un alumno preguntó: "¿Hay alguna flor que se come?", hubo silencio y luego se contestó a sí mismo "es el arroz" y ahí se produjo un quiebre de carcajadas, un encuentro de voces y de palabras, el punto de reunión y entendimiento, el paso mágico a la poesía. A veces tenían tanto que expresar, que lloraban, entonces hablábamos de ese llanto. ¿Qué es el llanto?, ¿a dónde van las lágrimas?, ¿la tristeza es hermana de la alegría?

Desestructurarlos fue un trabajo intenso e importante para el desarrollo del taller. "Pero tía -decían- ¿cómo si uno pinta el cielo va a llover de colores?," ¿pueden ser los ángeles azules, fucsias y naranjas? interrogaba y ellos reían, reían mucho y después creaban; tomaban su paleta imaginaria de pintor-poeta y lanzaban a dibujar imágenes con las palabras, algunos cargados de ironía y de humor, otros realistas y sensibles, melancólicos y profundos.

Me enamoré - dijo Viviana.
- ¿De qué color es el amor? -pregunté
- Amarillo...
- ¿Y qué sabor tiene? - insistí
- Tiene gusto a un beso en la boca
- El amor es dulce
- Es tan dulce como desabrido - concluyó.

Los poemas caían como cascadas, en una evolución rápida y cargada de energía. Mi trabajo consistió en preguntarles, estimularlos con palabras, comparaciones y metáforas, con dibujos, pinturas, a través de la lectura de otros poetas.

Todos querían escribirle a la familia, a la mamá, al amor, al sol, a las estrellas. En algunas ocasiones me dictaban cartas para los amigos, para la novia, la tía, la nana y de ahí surgían metáforas, sensaciones, más poemas.

En los trabajos colectivos partía con una frase poética y luego ellos seguían el hilo invisible de aquellas primeras palabras, como una cadena de imágenes y sentimientos, a veces interminables y miraban, observaban siempre cómo escribía y preguntaban entusiasmados "¿qué dice aquí?, ¿puede leer en voz alta lo que le dicté?". Yo obedecía y luego todos aplaudían al autor del escrito, como un premio a su creación.

La sesión poética se iniciaba con relajación de cuello, tomando conciencia de la respiración, cerrando los ojos, estirando los brazos y calmando el corazón. Finalizaba de igual forma, con un estallido de aplausos como una manera de felicitarse entre ellos mismos por el esfuerzo, el entusiasmo, la imaginación, el desborde de la creatividad derramada en cada minuto y plasmada en el registro maravilloso de este libro.


Paulina Valente Uribe

Recopilación | Fotografías

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