Universidad de Chile

 

 

La Modernidad Abyecta. Formación del Discurso Homosexual en Hispanoamérica.

por Héctor Domínguez

INTRODUCCIÓN

Las obras de Augusto d'Halmar (chileno, 1880-1950), Porfirio Barba Jacob (colombiano, 1883-1942) y Salvador Novo (mexicano, 1904-1974) ocupan un periodo de la literatura hispanoamericana caracterizado por la preocupación de construir la modernidad. Aunque sus obras no han sido consideradas paradigmáticas dentro del canon crítico, su presencia ha cumplido un papel desestabilizador de los discursos que dominan el panorama cultural de Hispanoamérica en la primera mitad del siglo. Esta desestabilización se origina en el sitio mismo en que el sujeto de la escritura se aterra ante su propia imagen. Terror producido ciertamente en el mismo momento cuando, según Lacan, aparece el sujeto (el evento de la identificación, cuando se pronuncia la palabra que habla del yo). El gran problema que ha enfrentado el tema de la homosexualidad en la literatura moderna de América Latina es el de dominar ese terror de reconocerse excluido de los beneficios de la ley heterosexual. No puede entenderse este reconocimiento del yo homosexual como una lucha política ni como una elaboración de un programa ideológico, por esto mismo no intentamos en este libro descubrir posiciones reivindicativas ni especular sobre categorías sociológicas, sino de describir cómo el discurso homosexual se abre paso, escamotea sistemas, produce incertidumbres y titubea.

Un sujeto se produce con los elementos ya existentes en la cultura a la que pertenece, bajo las reglas de coherencia que tiene a su alcance. Un sujeto que acata las directrices que lo resguardan de la segregación, pero vive este resguardo como un confinamiento, empieza por inquietar los límites de la coherencia. Contenido por el discurso que lo identifica, el sujeto homosexual experimentará una secreta marginación desde su propio yo, de manera que se opera una escisión entre el signo que lo define y el cuerpo que se ha concebido abyecto en el universo de las definiciones. Crisis del lenguaje y crisis de identidad en el gran mundo de la crisis que define a la modernidad. Los autores aquí estudiados son modernos por participar de esta gran crisis. En este sentido, inscriben el discurso de la homosexualidad en el mapa de los discursos modernos.

Mientras confronta y se afilia a un sistema de discursos dominado por una racionalidad patriarcal, y a unos principios de coherencia heterosexuales, el sujeto en estos autores experimenta un distanciamiento de tal sistema, por lo que pasa a significarse como un cuerpo extraño, un sujeto escéptico de su enunciado, un sujeto ambiguo respecto a los principios de coherencia establecidos. Por otra parte, el hecho de que estos autores incursionen en diversos géneros de escritura (poesía, crónica periodística, narrativa, ensayo) permite considerar las distintas inflexiones que el sujeto adquiere, de manera que se lo puede problematizar en el plano de las formas discursivas sancionadas como hábitos de significación de la cultura dominante.

Lo que aquí se propone describir es cómo se construye el sujeto en estos autores, teniendo en cuenta las corrientes discursivas que circulan en su contexto cultural, desde el modernismo y postmodernismo (Barba Jacob y d'Halmar) hasta la postvanguardia (Salvador Novo). Esto permite efectuar una revisión del proceso de modernidad en Latinoamérica desde la perspectiva del sujeto literario en crisis con los principios de coherencia patriarcales, que en este trabajo se denominará sujeto homosexual abyecto.

Estos autores participan de dos formas de escritura institucionalizadas en su medio: el periodismo, del que ellos, como la mayoría de los escritores de esta época, se han valido para difundir sus opiniones, aclamaciones y disidencias; y la literatura (poesía, narrativa, ensayo y drama), siendo más o menos usuarios de los discursos literarios en boga. Aunque pueden clasificarse en las corrientes literarias dominantes -modernismo, postmodernismo, vanguardia y postvanguardia-, un rasgo común a ellos es que problematizan los postulados estéticos de dichas corrientes.

Antes de nombrarlos modernistas, postmodernistas o vanguardistas, o escritores de transición, en este trabajo se los considera escritores de la modernidad, siempre que este concepto esté delimitado a: a) la modernidad en Hispanoamérica como proceso histórico que tiene lugar en los finales del siglo XIX y principios del xx; b) la modernidad en el plano de la escritura literaria y periodística; y, en un sentido más estricto, c) el espacio discursivo de la modernidad donde se pueden leer las relaciones entre poder y abyección. De la compleja gama de actos y expresiones que constituyen la cultura moderna, este trabajo se limita a una de sus manifestaciones: la escritura, ya uno de los fenómenos discursivos que en ésta se experimentan: la conformación del sujeto homosexual.

Para Julio Ramos, la modernidad tiene lugar en América Latina como una desautorización del "saber decir" que caracterizó a los proyectos de Andrés Bello y Domingo F. Sarmiento, quienes se proponían la organización del caos latinoamericano como una empresa realizada a través de la escritura: la nación es fundamentalmente una utopía proyectada, un mundo organizado por la representación. Al desautorizarse el "saber decir" sucede una separación entre la política y las letras, separación que forma parte de la extensiva división del trabajo que el capitalismo ha propiciado. La ciudad moderna, lejos de ser esa modernidad deseada por Sarmiento, la civitas utópica de los primeros proyectos nacionalistas, es percibida por José Martí y por los modernistas, en general, como el escenario de una violencia fragmentadora que divide la totalidad en individuos. Desde aquí, el escritor, lejos de ser un estadista, un político escritor , cuya escritura se concibe como el proyecto de la nación, trata de ocupar el lugar del margen, proclamando la autonomía y la especificidad de su estilo. El escritor moderno es un crítico de la modernidad como proyecto de estado. Como crítico de la modernidad, del discurso político del estado moderno, el escritor no se ubica realmente al margen, según pretende, sino participa del discurso del poder, en la medida que la crítica de la modernidad es asimilada como una parte integral de la modernidad. El escritor, por lo tanto, no deja de ser un político (aunque algunos escritores modernistas hayan predicado la pureza, es decir, lo apolítico de las letras) sino que "...se repolitiza en la crítica de lo político" (Ramos 74).

Si como se ha repetido, el principio de la modernidad es la contradicción y la pluralidad, la literatura moderna, antes de reivindicar doctrinas y tradiciones, destaca la crítica o puesta en crisis de los discursos, es una escritura de la lectura. Octavio Paz explica la tradición moderna como una tradición de rupturas, "[u]na tradición hecha de interrupciones y en la que cada ruptura es un comienzo... La modernidad nunca es ella misma: siempre es otra. Lo moderno no se caracteriza únicamente por su novedad, sino por su heterogeneidad" (Paz 1982,17-18). El sucederse de desplazamientos y el convivir de lo heterogéneo tiene una doble valencia: por una parte, el sujeto ya no pertenece orgánicamente a una tradición, el sujeto se ve de manera inevitable desprendido de lo que lo antecede y se encuentra libre para dirigirse a cualquier punto de fuga, contraponiéndose a la tradición de la que parte: "¿[q]ué es ser moderno? Es salir de su casa, su patria, su lengua, en busca de algo indefinible, inalcanzable pues se confunde con el cambio" (Paz 1982, 131); por otra parte, la ciudad moderna conlleva una fragmentación en la que el sujeto funciona como eje de lo fragmentado: él es a la vez un punto de referencia en el que se reúne una heterogeneidad de discursos y un espacio restringido cuyo "límite permite reconocer la especificidad del interior: el énfasis del 'estilo'" (Ramos 111).

Mediante un análisis aplicado a la crónica de José Martí, Julio Ramos caracteriza a una escritura que sigue el movimento del paseo. La voz autoral se ha desplazado del punto de vista panorámico del escritor que al escribir traza proyectos, a la perspectiva del sujeto de la crónica modernista que se pasea entre las cosas. La escritura es lectura de la ciudad. Por su parte, Octavio Paz llama la atención sobre la fuga, el viaje para salir de una tradición y dirigirse a una otredad cultural. La cultura moderna, según esta perspectiva, se produce a costa de una actitud cosmopolita.

La tarea del escritor queda afectada por la división del trabajo, dando lugar a una división en los propios quehaceres, de acuerdo con su intervención en el mercado (de manera que la escritura se enajena a las leyes del mercado): el escritor escribirá para el periódico por un salario y respondiendo a las exigencias del sistema de producción y consumo periodístico, y escribirá poesía y ficción con una retórica cosmopolita respondiendo a las exigencias de la poética en uso. El expansionismo del mercado en este periodo del capitalismo ha traído consigo un expansionismo de formas e ideas. El escritor hispanoamericano interpreta como modernidad una lectura de las propuestas exteriores y como tradición la cultura constituida previamente a esa modernidad. Algunos sociólogos de la literatura interpretan esta modernidad cosmopolita como la expresión de un neocolonialismo. (1)

El acto de salir al exterior ya ha sido practicado por los europeos desde los primeros proyectos colonialistas y ha tenido su versión romántica en las obras de aventuras y viajes de los ingleses, franceses y norteamericanos del siglo XIX (baste recordar las obras de Stevenson, Loti, Melville, Byron). La literatura de viajes y los textos exóticos del modernismo parecerían, así vistos, una versión tardía del romanticismo. No obstante, el periodo modernista hispanoamericano es algo más que una simple lectura de los textos europeos. Hay en esta escritura una especie de circunspección que junto a la sublimante obsesión por los motivos provenientes de otras culturas, muestra también los fragmentos en los que se ha convertido la cultura inmediata. Tanto el viaje por el mundo como el paseo por la ciudad producen textos en los que la reunión de fragmentos de diversas procedencias se organiza a través de la escritura. El paseo de Nájera por la ciudad de México o el de Martí por los barrios de Nueva York, los viajes de Augusto d'Halmar por el mundo, y las errancias de Porfirio Barba Jacob por los países del continente americano, son escritura que se organiza a la manera de la bitácora.

Por ser formas de escritura, el paseo y el viaje implican también una concepción del sujeto. La errancia ha multiplicado los puntos de vista, las posturas fluctúan, por ello no se puede hablar de la unidad del individuo que da sentido a un cúmulo de escritos que se llama obra. El sujeto es determinado a través de la enunciación, por lo que es primordial partir del texto para evidenciar la voz que lo enuncia y las prácticas culturales que esta enunciación conlleva. De acuerdo con Michel Foucault, la heterogeneidad que supone la producción de discursos dificulta hablar de la categoría de unidad (Foucault 1984, 36-39).

La circunspección de la escritura modernista no depende solamente de un mero capricho del escritor sino de una condición de los usos de los discursos, de las instituciones enunciadoras (como el periódico), y de las prácticas culturales (como la producción y lectura de poesía). La profesionalización de la escritura, que había de entenderse como escritura asalariada o escritura mercancía, se efectúa con mayor claridad en la práctica del periodismo.

El periódico, producto informativo, lugar de la heterogeneidad, alberga en sus páginas la crónica, ese texto que enuncia la cotidianidad y que, al margen de los "saberes instituidos", se enfoca en lo inclasificado: tal es su rasgo crítico, su postura antitética que la distingue de la mera información. No obstante, por el hecho de ser parte del periódico, la crónica es a la vez un objeto de consumo y en este sentido un bien de uso. De esta manera "no se señala con productos propios sino en las maneras de emplear los productos impuestos por el orden económico dominante" (Certeau XLIII, énfasis en el original). El modo de empleo del texto de la crónica remite a un límite que condiciona su materialización, es decir, la crónica llega a materializarse como un objeto cultural a través de mantenerse dentro de las leyes de consumo. El escritor de la crónica está al tanto de una materia competente como objeto mercancía y por ello su esfuerzo estilístico deberá estar mediatizado por el sistema de producción informativa.

El régimen de consumo (las reglas de intercambio de información del sistema periodístico) limita y autoriza al sujeto, determina su presencia en el contexto social que lo sanciona (y aquí sancionar significa tanto restringir como autorizar). El sujeto es un producto del público, de una abstracción de poderes. No de un poder interpretado como una agencia concreta de represión, sino del que, de acuerdo con Foucault, se define como una potencia creadora. De ahí que el sujeto se cree a sí mismo en el momento en que se encarga de enunciar. Es en la enunciación donde se establece esta relación de poder que a la vez autoriza y limita al sujeto. De acuerdo con Foucault, este poder no es una fuerza represiva que somete al sujeto sino una fuerza creativa que circula a través de la multiplicidad de discursos. Un texto es la enunciación de un complejo de discursos puestos en interrelación bajo estrategias de poder-resistencia. En este sentido, el sujeto que, como agente de la enunciación, cumple el papel de constituirse firma y marco referencial de sentido asume la función de estratega: el sujeto es la estrategia misma.

El movimiento del paseo, perspectiva móvil asumida por el sujeto de la crónica, puede interpretarse como un poder creativo, o la creación de un poder, en la medida que, distanciado de la heterogeneidad, se encarga de poner en orden una serie de objetos y eventos aún no clasificados por los saberes instituidos (Ramos 113) ¿Sigue la escritura de la poesía este mismo modelo? En su movimiento de viaje, en su atención absorbida por la lejanía y el encanto de lo extraño, parece no haber ningún conflicto entre resistencias y contenciones. Sin embargo, en ese mismo gesto de fuga se empeñan, a veces por la misma persistencia del silencio, formas que se dirigen a una rearticulación de la escritura y el poder. Los autores de la primera generación modernista han manifestado una actitud de proposición de modelos culturales tales como el cosmopolitismo y la crítica de la propia tradición y se han preocupado por revitalizar la escritura, manteniéndose dentro de la episteme filológica (2). Las generaciones inmediatas, a las que d`Halmar y Barba Jacob pueden afiliarse, van a presentar al interior de sus obras formas de reescritura y resistencia ante los discursos exóticos, cosmopolitas, y los concernientes a la prosa periodística. En el caso de Salvador Novo, que pertenecería a la generación de vanguardia y cuya obra se continúa en el periodo postvanguardista, esta reescritura se radicaliza de tal manera que, en palabras de José Emilio Pacheco, crea una nueva forma de hacer periodismo (Pacheco 1965). De aquí puede desprenderse esta hipótesis: en la producción de estos autores existe una revisión de los supuestos formales y culturales en general sobre los que se construyen las obras de Martí, Darío, Nájera y Casal.

En el contexto de la revisión del modernismo, lo que ha sido llamado por algunos postmodernismo, y lo que para otros es solamente un periodo tardío del modernismo, está presente también una tradición de lectura de la cultura europea y, ya para el final de los años diez, de la norteamericana. Las discusiones del pensamiento en boga como el positivismo, el esteticismo inglés, el pesimismo de Schopenhauer, el esoterismo, la gramática comparada, la estética de Croce y la psicología de Bergson, se transparentan en la producción ensayística de las dos primeras décadas del siglo xx. Estos discursos habrán de transformar los principios esteticistas de un periodo inicial del modernismo introduciendo el problema de la conciencia e identidad del sujeto entre las preocupaciones que atañen a la escritura: el sujeto como naturaleza (la idea de naturaleza humana que sostiene al naturalismo da lugar a la noción de decadencia, si se interpreta ésta como una crítica de la moral social desde la perspectiva del ser humano natural), el sujeto como entidad inconsciente, ecos ya del psicoanálisis. Tal revisión del modernismo hecha por los propios modernistas no hace, sin embargo, más que confirmar la actitud de la modernidad de ir contra sí misma que Octavio Paz define con la conocida expresión "tradición de la ruptura."

La dinámica de la escritura moderna aquí esbozada no pretende abarcar las diversas formas que practican los autores enfocados. Se enuncia como el trazo del trasfondo sobre el cual hacer un estudio del sujeto abyecto. ¿Cómo en su diversidad se concibe un sujeto abyecto en las obras de d'Halmar, Barba Jacob y Novo y de qué forma la identidad de este sujeto responde a las determinaciones de los discursos de los que participa?

Como escritores modernos, d'Halmar, Barba Jacob y Novo, experimentan en su escritura un proceso en el que las contradicciones suceden en el ámbito de la enunciación. La escritura se concibe como una forma de desprendimiento de un dogma o de una doxa desde la perspectiva de un sujeto que asume el papel de agente de la contradicción. La idea de la modernidad como un proceso en el que un individuo realiza una crítica a un sistema cultural establecido es apenas la explicación externa del fenómeno. El enfoque de este trabajo considera que no es hacia el exterior del discurso donde se establecen las contradicciones sino dentro de los límites del enunciado. De esta manera, un texto se plantea como el escenario donde se representan dichas contradicciones mediante las diferentes estrategias discursivas que implícita o explícitamente configuran las relaciones de poder, los actos de fe, los balbuceos, las crisis y los desencantos. En suma, el periplo del texto es un tejido de elementos interrelacionados para el encuentro de un sentido, el cual no debe entenderse unívocamente sino como una multiplicidad problemática. Esto no evade la consideración histórica de este fenómeno, por el contrario, no se puede concebir una historia de la modernidad sin efectuar este corte: la modernidad como cultura escrita no puede comprenderse sin la acción de un sujeto desestabilizador de las leyes que rigen el orden, aunque este orden, las reglas de coherencia, el discurso dominante, hayan producido a tal sujeto. La modernidad consiste en una desestabilización de la unidad del sujeto y del orden cultural dominante a un mismo tiempo, dentro de los límites de la escritura.

La desestabilización del discurso tiene su origen en la fragmentación del sujeto mismo. En su prólogo al libro The Modern Tradition, Ellmann y Feidelson afirman:

Comprometido con todo lo que en la experiencia humana milita contra la costumbre, el orden abstracto e incluso la misma razón, la literatura moderna ha elevado la existencia individual sobre el hombre social, el sentimiento inconsciente sobre la percepción autoconsciente, la pasión y la voluntad sobre el intelecto y la moral sistemática, la visión dinámica sobre la imagen estática, la densidad de los hechos sobre la realidad práctica. De diversos modos ha efectuado la mayoría de sus rupturas con el pasado, su reto innato ante la cultura establecida (Ellmann, Feidelson VI, traducción mía).

A partir de esta definición de Ellmann y Feidelson, se puede advertir que el sujeto moderno ejerce una toma de postura epistémica asentada sobre el principio de la negación: aspecto primordial de la dialéctica desde el pensamiento hegeliano. El sujeto no se autodefine sino por aquello a lo que se opone, su silueta se recorta en contraste con el orden cultural en el que se halla inmerso. Este orden cultural se constituye de aparatos reglamentarios: la razón y la conciencia, que controlan respectivamente los saberes y las conductas. El sujeto moderno lleva esta actitud de la negación hasta el mismo nihilismo, desconfía de su voluntad y su autoconciencia y esta desconfianza va a dar lugar al distanciamiento, a la fugacidad, al desdoblamiento irónico y a la diversidad de identidades. Como ya se ha visto arriba, las obras de los autores aquí estudiados se construyen con base en alguna de estas maneras de fragmentación. Sucede en ellos un desprendimiento de la totalidad que ha de explicarse como una crisis del sujeto que al ser definido por un discurso dominante, problematiza dicha definición elaborando formas de resistencia articuladas desde el cuerpo o, específicamente, desde una sexualidad heterodoxa.

Este rechazar los mecanismos de la unidad social, el orden, la razón y la conciencia, no implica que se establezca en lugar de estas entidades al individuo como otra forma de totalización. El mito del individuo, que afecta al pensamiento y al arte desde el romanticismo hasta los esteticismos del principio del siglo XX, empezará a ponerse en cuestionamiento considerando que lo indivisible que define a lo individual es una construcción engañosa. El inconsciente aparece como un factor de fragmentación del mismo sujeto. Ya no es la propia voluntad autoconsciente la emisora del enunciado sino otro, el Otro que emerge en los pliegues de esta escritura moderna abatida por la contradicción. Dicha contradicción, o preocupación por la negatividad, tiene el efecto de una escritura heterogénea, zona de pluralidad y de cruce de discursos, emergencia de diversas formas dentro de una misma enunciación.

¿Cómo se pasa de la pluralidad contradictoria de la escritura moderna al sentido? ¿Cuáles son los mecanismos de lectura implícitos en esta suerte de confusión textual? El texto moderno ha desarrollado sus propios modelos de interpretación, presentándose a él mismo como una interpretación.(3) En este deseo de situarse en la posición disidente hasta desgarrar las totalidades es que se crea el Otro, por el cual la pluralidad ingresa a un nuevo tipo de unidad. De ninguna manera esta unidad puede concretarse como el sustituto de la unidad perdida, como un estatuto de coherencia. La escritura de la modernidad es una escritura de la fragmentación en la que el sujeto fragmentado carece de autoridad sobre su propia escritura. Es el Otro de su deseo el que posee las claves de la totalidad y la coherencia, las cuales están ocultas a la conciencia del sujeto: he ahí el objeto del psicoanálisis cuyo empeño se aplica a hacer oír al Otro: "[de acuerdo con Lacan] la pluralidad no existe sino sólo como una falacia que le permite a la verdad hablar a través de su red. El Otro es precisamente el 'testigo' de la verdad de la cual, el analista, con su discurso y su silencio, es señor y dueño." (Rella 19, traducción mía). Pero el análisis no es sencillamente una solución terminal al problema de la fragmentación, la verdad no se encuentra a la vuelta de un interrogatorio. Freud afirma que el análisis es interminable y que la verdad del inconsciente es múltiple. Lacan, por su parte, concluye que el discurso es imperfecto y que sólo a través de esta imperfección la verdad puede manifestarse, pero esta manifestación es represiva, el signo no muestra sino cubre lo que subyace en silencio.

De acuerdo con lo anterior, el sujeto por cuya fragmentación ha surgido el Otro, inaprehensible objeto de su deseo que impone los términos con que el sujeto construye su identidad, se concreta mediante una operación retórica. Su manifestación depende del deslizamiento de significantes que toma lugar en la enunciación (deslizamiento que se expresa como un yo que sólo se puede nombrar como otro), es decir, el sujeto se materializa como discurso. Decir que el sujeto es discurso implica que el sujeto es un producto que surge de la tensión existente entre las leyes del discurso y la tendencia a la desestabilización de esta ley. Por lo menos es ésa la forma en que se expresa el sujeto en la escritura moderna. Éste se caracteriza por encontrar su coherencia en los discursos dominantes ya la vez representarse como un agente de desestabilización, un continuo proceso de desvío, sustitución y desmembramiento en el propio terreno del discurso.

El problema primordial de sentido es cómo un sujeto se construye a sí mismo sobre la base de tal contradicción. El sujeto de la enunciación es un marco, una firma que encierra una obra. En este sentido, el sujeto no puede ser una entidad preexistente a la escritura sino que se constituye como condición de la escritura, la cual lo limita y lo determina. Pero este sujeto de la enunciación construye a la vez al sujeto de lo enunciado y en este formarse a sí mismo desaparece, alienándose en el sujeto de su deseo. Paul de Man ha descrito esta construcción del sujeto como una alegoría de lectura (en el sentido en que los griegos daban a la idea de interpretación el nombre de allÎgoria, la lectura interpretativa que se apega a lo otro que el texto mantiene cifrado):

La autobiografía, entonces, no es un género o una modalidad, sino una figura de lectura o comprensión que ocurre, en cierto grado, en todos los textos. El momento autobiográfico sucede como una línea entre dos sujetos involucrados en el proceso de lectura en el cual se determinan mutuamente mediante una sustitución reflexiva recíproca (de Man 1984, 70, traducción mía).

Como figura de lectura, es decir, como un recurso retórico, la construcción del sujeto se da por sustitución. El sujeto es, entonces, una prosopopeya, un rostro textual al que se anima con voz y descripciones por las que él mismo se convierte en signo, se nombra sujeto y se objetiviza como tal. De esta manera, el sujeto que enuncia se lee a sí mismo en su propio enunciado, y esta interpretación se establece bajo los mecanismos no de una mirada directa del sujeto sobre sí mismo sino del sujeto visto, atrapado, en los intersticios del discurso.

El pensamiento lacaniano plantea que "nunca deberá tomarse el enunciado como tal sino como un enigma, jeroglífico en el que el sujeto se esconde" (Rifflet-Lemaire 120), esto quiere decir que el sujeto nombrado en el enunciado, que ocupa el lugar del sujeto de la enunciación, ha sido alienado en el lenguaje. Al entrar en el plano de lo simbólico, el sujeto es el Otro a cuyo deseo el texto se estatuye como una borradura del Yo para dar lugar a un yo imaginado: "[e]l sujeto poco a poco se modela y se vive a voluntad de sus sueños y su fantasía, se disimula a él mismo y a los otros" (Rifflet-Lemaire 124-125). Esta invención del yo como otro, cuya relación especular oculta como única medida de presencia al sujeto que se enuncia a sí mismo, es para Lacan la propia estructura del inconsciente, que coincide con la estructura del lenguaje: "Soy lo que pienso; luego, yo soy o existo: divide el 'yo soy' de existencia del 'yo soy' de sentido. Esta escisión debe tenerse por principal y como brote inicial de la represión originaria que, como es sabido, establece el inconsciente" (cit. en Rifflet-Lemaire 131).

Dada su dependencia de la escritura, el sujeto no puede concebirse como una unidad, él mismo es una fragmentación, aunque el enunciado lo llame uno, ocultándolo en su ilusión de sentido. En el mismo acto de concebirse, de objetivarse, ya se está planteando como un otro. Pese a su presencia, el sujeto es un ente imaginado, la ficción primordial de la que parte toda enunciación sobre sí mismo.

Después de todo, la misma idea de que el sujeto es una ficción se basa en la premisa de que el yo existe porque es conveniente y cómodo para nosotros recortar el mundo a un tamaño manejable. Inventamos el sujeto -y por ende el objeto- con el propósito de poner las cosas en su lugar, dominar las ansiedades que siempre estuvieron en juego en nuestro camino por el mundo (Hans 2, traducción mía).

De acuerdo con James S. Hans, la ficción del sujeto tiene una razón práctica: poner las cosas en orden. Es éste el ordenamiento al que somete la firma, el trazo o marco que permite distinguir qué hay dentro y fuera de una obra, los parámetros que ofrecen la aparición y permanencia de un sentido. Pero tal invención del sujeto, desde el momento en que le atribuimos el trazo de un sentido, no obedece solamente a una razón práctica, ya que dicho trazo determina no sólo un ordenamiento sino lo que ha quedado excluido de ese orden, pues el sujeto ha de comprenderse como una línea que establece la diferencia entre lo excluido y lo limitado. En esta distribución de funciones que la escritura emprende hay una serie de implicaciones que se hace necesario desentrañar: lo silenciado y lo preterido, lo efectivamente dicho y lo desplazado del terreno de la enunciación son operaciones retóricas que atañen a la construcción del sujeto y sus concomitancias culturales, las narrativas dominantes, los órdenes discursivos, en los que estas operaciones toman lugar.

Se ha elegido la invención del sujeto como campo primordial de este trabajo, porque en ella se establecen las relaciones retóricas que permitirán describir un aspecto del gran proceso de la escritura moderna: la creación del sujeto homosexual. Tales relaciones retóricas ordenan los diversos discursos que confluyen en un texto. Al respecto, Foucault habla de puntos de distracción, puntos de incompatibilidad, puntos de equivalencia, puntos de enganche, economía de la constelación discursiva, etc. (Foucault 1984, 107-112). Es decir, en primer término aparece la cuestión de cómo la invención de este sujeto implica un modo de uso de los discursos y por ende el ejercicio del poder de enunciar. Esto quiere decir que al tomar el papel de enunciador, el sujeto actualiza los discursos a su disposición; los niegue o los afirme, los desvirtúe o los reivindique, el sujeto se subordina a unas normas de coherencia por las que es instituido como autor. Como usuario de los discursos, el sujeto está compelido a someterse a los límites de una jerga: lo que para T. W. Adorno se entiende como los requerimientos de legitimidad, los límites ideológicos de la enunciación, que condicionan desde el qué decir hasta las sutilezas de lo considerado inteligente. (4) Para Foucault esta enunciación confirma una episteme, está limitada a las reglas de la inteligibilidad demarcadas en su contexto histórico-discursivo. Para el escritor moderno, esta inteligibilidad, como se ha visto arriba, tiene que ver con la lógica de la negación. En la conceptualización lacaniana, la invención del sujeto se explica como la entrada al orden simbólico. La aparición del sujeto tiene que ver por una parte con el uso de los discursos y por la otra como la sujeción de dicho sujeto a los discursos. Ambos, sujeto y discurso, están necesariamente condicionados.

Hasta aquí, el problema del sujeto ha sido explicado como una dualidad en la que un yo se sustituye por otro para dar lugar a un autoconocimiento o una construcción discursiva. El problema que se presenta es si realmente el sujeto de la enunciación es el que construye al sujeto del enunciado. El mito de la subjetividad consiste en conferir el punto de origen, el momento de la germinación, a un sujeto trascendental no originado. Detrás del sujeto que se ha construido a sí mismo, del sujeto agente de su propia construcción, parece no haber nada. Mientras enuncia, el sujeto se enuncia a sí mismo, mientras construye se construye, mientras se esfuerza por disolverse a sí mismo en la heterogeneidad de lo enunciado, el sujeto no hace sino reinstaurar su presencia.

Pero no hay absolutamente tal autoconstrucción, sino una dependencia de un sistema previo, una especie de máquina discursiva que produce sujetos. De acuerdo con Judith Butler, el sujeto emerge dentro de una matriz determinadora en la que se establecen a priori y naturalizados los géneros. La entrada en el simbólico, que el pensamiento lacaniano interpreta como la base represiva por la que el imaginario se suspende y adquiere la nominalización del orden paterno, confiere estos géneros de acuerdo con los modelos heterosexuales dominantes: "Nombrar es al mismo tiempo el establecimiento de un límite y también la inculcación repetida de una norma" (Butler 8, traducción mía). Reiteratividad es para Butler un término clave en la constitución del género, se trata del mecanismo de inscripción del orden discursivo o simbólico sobre la pasividad de la materia, el sexo, el cuerpo, que han pasado al ámbito de la significación ocupando esta posición pasiva. Reiteración es identificación y es también acto de habla. El sujeto es sujeto en tanto que es nombrado por el simbólico, en tanto que es reglamentado, dependiendo para ello de la reiteración de la ley del padre: "El problema de los cuerpos... [se explica como el] efecto de una dinámica de poder indisoluble de la regularidad de las normas que dirigen su materialización y la significación de esos efectos materiales" (Butler 1, traducción mía). El sujeto es producido por efecto de una identificación en el mapa de la binariedad heterosexual. Esta norma heterosexual constituye un sistema de exclusiones, cuyo efecto es distinguir lo legítimo de lo abyecto.

A decir de Julia Kristeva la abyección se entiende como la negación del objeto del deseo, ya que éste es producido en el simbólico al efectuarse la definición y distribución de géneros, las inscripciones que rigen la sexualidad (Kristeva 1-2). Un tercer elemento entre sujeto y objeto, según lo advierte Kristeva y posteriormente elabora Butler, es la inscripción de lo abyecto: el lugar de la fobia, de la indefinición y de la dislocación del orden. Lo abyecto no se encuentra necesariamente al exterior del sujeto que ha sido legitimado. En la medida que existe una prohibición y una amenaza de. castración, se reconoce que la abyección forma parte de la interioridad del sujeto. La identificación genérica actúa como una inscripción represiva. La identidad sexual del sujeto depende de la estructura discursiva que lo precede y no de su cuerpo. ¿Es el cuerpo, entonces, una materia pasiva cuya función es servir como campo de inscripción del discurso? Según Butler, el cuerpo es objeto de las violaciones cometidas por la diferenciación genérica: "La materialidad designa cierto efecto de poder o, más bien es el poder en sus efectos formativos o constitutivos" (34, traducción mía). El simbólico ofrece un sistema de nombres y un sistema de diferencias genéricas que hacen inteligible el cuerpo, pero esta inteligibilidad produce en el plano de sus exclusiones al cuerpo abyecto, lo que no es heterosexual:

Si las figuras de la abyección homosexualizada deben ser repudiadas por posiciones sexuales a ser asumidas, entonces, el retorno a esas figuras como sitios de energía libidinal [cathexis] refigurará el dominio de posiciones competentes en el simbólico. Aunque alguna posición esté asegurada mediante la diferenciación, ninguna de éstas posiciones existiría en simple oposición con la heterosexualidad normativa. Por el contrario, se refigurarían, redistribuirían y resignificarían los constituyentes de ese simbólico y, en este sentido, constituiría una rearticulación subversiva de ese simbólico (Butler 109, traducción mía).

La abyección como una posición producida por la ley heterosexual forma parte constitutiva del discurso y de esta manera abre la posibilidad de una subversión. En términos foucaultianos, la ley da lugar a la ocasión discursiva de la resistencia. De esta manera, el simbólico se reformula al proliferar las posiciones en las que se han de identificar los sujetos más allá de los binarismos heterosexuales. Esta proliferación de identidades produce a la vez otra en el campo de los discursos dominantes, los cuales autorizan y delimitan, pero a la vez son resignificados en la misma medida que el sistema simbólico se resignifica.

El sujeto homosexual se concreta mediante un proceso en el que es sometido a la violencia del orden simbólico, por la que el cuerpo es percibido como extraño al entrar en la zona de la significación; este sujeto se identifica con la zona abyecta del sistema simbólico heterosexual, resignifica el orden discursivo y con ello hace proliferar las identidades más allá de los modelos binarios heterosexuales; las implicaciones de esta proliferación afectan a los distintos discursos que se entrecruzan en la enunciación. Más allá de cumplir una función de agente de la enunciación, el sujeto abyecto se concibe como una toma de posición respecto al orden simbólico, al propio cuerpo que adquiere su significación en este orden y a los diferentes discursos que concurren en la enunciación.

Sometido más que a su corporeidad y al uso de su mente y .habilidades enunciativas, a una serie de limitaciones que lo definen, forman y censuran, el escritor parece estar atravesado por una pluralidad de sujetos, aunque éstos le pertenecen por garantía de su firma, por la misma institución de la autoría. Al no existir correspondencia entre el sujeto y el autor, no hay términos que permitan hablar de la subjetividad y de la autonomía. La materialidad del cuerpo parece permanecer en un punto de anterioridad a la escritura, un factor necesario y excluido del teatro de la enunciación, un fantasma al que es preciso ignorar en el momento de emprender las actividades discursivas (la lectura, la escritura, la interpretación). No obstante, el cuerpo, recubierto de significación y referencializado en el texto, es un participante silencioso del juego de estrategias que el sujeto de la enunciación emprende. Para hacer uso de las habilidades enunciativas, el sujeto ha tomado una posición y en esa toma de posición se ha imaginado a sí mismo en una forma de corporeidad, es decir, ha construido, representado, un tipo de identidad, un cuerpo-signo.

Tal cuerpo-signo se constituye por los rasgos que ponen de manifiesto al sujeto, es decir, los modos de la irrupción del yo como signo. Tanto la prosa como la poesía están constreñidas a un sistema discursivo que les confiere el estatus de objeto cultural. Finalmente, el poema es una enunciación provista de estrategias que reactualizan o rearticulan los discursos previos al poema. Lo que el poema es se estatuye en el ars poetica, los trazos metapoéticos por los que el poema se justifica como tal y determina su modo de coherencia; y la formación del yo poético, donde toma lugar la desestabilización del discurso, como una toma de posición. La prosa, por otra parte, se despliega en una serie de planos de representación por los que se autorreferencializa, se oculta o se desplaza el sujeto de la enunciación.

Si bien no es la intención de este trabajo disolver las diferencias genéricas sí lo es demarcar estrategias, describir los procedimientos retóricos que configuran al sujeto y las concomitancias culturales que lo presentan y lo ocultan. La heterogeneidad y la fragmentación del sujeto caracterizan tanto a la prosa como a la poesía en la modernidad. Esta modernidad se compone de discursos emergentes, de discursos que se fundan sobre una problematización discursiva y que se fugan de manera constante de las formas preexistentes. Por otra parte, estos discursos están condicionados culturalmente por una variedad amplia de reglas. Por ello, en este trabajo se tienen en cuenta tanto los constreñimientos que son comunes a estos géneros como las estrategias de resistencia en las que coinciden los sujetos de tales formas de escritura. Se enfoca precisamente el problema de cómo el sujeto se concibe a sí mismo a través de estas estrategias; cómo el sujeto es un objeto para sí mismo en su elaboración retórica; y cómo en este ser objeto se bifurcan los deseos y abyecciones producidos desde los discursos dominantes.

La comprensión de la modernidad en las obras de poesía y prosa de Porfirio Barba Jacob, Augusto d'Halmar y Salvador Novo se apoya en el estudio de la constitución del sujeto como un sujeto problemático que socava las leyes del orden simbólico mediante una fluctuación entre el sometimiento a este orden y la resistencia abyecta: el sujeto como un cuerpo extraño. A este respecto, se puede trazar una línea de evolución entre estos tres escritores.

Los narradores de Augusto d'Halmar, en la mayor parte de sus textos, desarrollan una lectura minuciosa del cuerpo masculino. Sometido a un discurso que ha de encubrir con eufemismos la sexualidad homofílica, los modos de relacionarse de los personajes masculinos se definen por lo general como amo-sirviente. La relación de dominante-dominado parece reiterar el orden de la cultura patriarcal. El dominante es el narrador que convierte en objeto de su mirada al dominado. Los procedimientos descriptivos de d'Halmar siguen las líneas trazadas por la retórica modernista, inundándolo todo de una sublimidad figurada. En esta sublimidad, el sujeto de la enunciación no está presentándose como deseador del cuerpo masculino sino como un emisor esteticista. El juego del lenguaje ha borrado los motivos de la historia, un halo de extrañeza rodea a las acciones de los personajes. En este punto, la elipsis, lejos de restar el interés sobre el lirismo exacerbado, lo pone en el centro de la atención como el sitio de los enigmas. Tanto las elipsis como el lenguaje figurado señalan un punto hacia el exterior de lo meramente referencial, el sujeto convoca a una otredad excluida por el discurso. Los sistemas de significación, los lenguajes que han nutrido la enunciación, construyen las huellas de lo no dicho.

Dos problemas deben dilucidarse respecto a la escritura de d'Halmar: por una parte, si la abyección, que desde el punto de vista de Butler tiene lugar en el aspecto genérico de la aparición de la homosexualidad, como lo repudiado por el orden heterosexual, es solamente una abyección genérica o se produce también a nivel de clase social. De ser así, el análisis tendrá que establecer distinciones entre las relaciones de poder genéricas (lo homosexual que escamotea la norma heterosexual) y las relaciones de poder de clase (el dominado oprime al dominante) y explicitar cómo se imbrican ambas relaciones en el discurso. Por otra parte, confrontamos un problema retórico que afecta a las concepciones de la estética modernista: cómo se reescribe en este autor el discurso de lo sublime. La descripción de estas relaciones discursivas será el objeto del análisis de La sombra del humo en el espejo, La pasión y muerte del cura Deusto y el libro de poemas Palabras para canciones.

En la obra de Porfirio Barba Jacob, la reflexividad del propio cuerpo mediante los signos del dolor constituye el proceso de formación del sujeto abyecto. Las formaciones discursivas del modernismo han retornado el discurso de la decadencia europea con el cuidado de no alterar los lineamientos de la moral heterosexual (Molloy 192). El eufemismo sensual del modernismo, sus resonancias armónicas, "el ritmo universal" con que los contrarios se acoplan, como Octavio Paz define dicha estética, pierde en la poesía de Barba Jacob precisamente dicha armonización para reemprender el camino de la decadencia a fuerza de interrogar y resignificar el propio cuerpo. Los modelos rítmicos están ahí e incluso gran parte del léxico, pero el yo poético se ha desviado. El desvío efectuado se da en el terreno del sujeto. Desde el yo poético, esta poesía aborda su problemática: considerar deseo al dolor porque en el cúmulo de discursos del que el poeta es usuario su deseo es una enfermedad, un problema médico (Molloy 193). Asumir la decadencia es asumir el discurso de un padecimiento, la expresión del dolor, entonces, es el resultado de una interpretación del discurso médico positivista. De esta manera, la voz poética de Barba Jacob ha sido condicionada o producida desde el discurso dominante. En su trabajo periodístico, la voz disfrazada en su posición de enunciador de una opinión pública, sujeto a la medida de la institución, se caracteriza por la ubicuidad. Los continuos cambios de posiciones evidencian, ante la perspectiva de este estudio, un escepticismo de las ideologías en boga, por lo tanto, el periodismo se convierte en un juego de la enunciación desprendido de los cometidos, los programas, las ideas políticas y, no obstante, gesticulando con un manejo elocuente de los discursos en uso. El sujeto de estos textos es un sujeto travestido. El travestimiento crea un vacío, la identidad del travestido ha sido borrada y no obstante se hace evidente como actor de una parodia. Su actitud no es la confrontación al sistema sino su indiferenciación, la neutralización de las oposiciones que caracteriza al régimen de valores dominante.

Un travestimiento semejante se desarrolla en la obra periodística de Salvador Novo. Sin embargo, en este autor los signos de lo irónico dominan sobre lo paródico. Esto es, la prosa de Salvador Novo, al igual que su poesía, contiene en sí explícitamente el motivo destructor del discurso en uso. Los primeros discursos que son objeto de esta acción destructiva son los de la poesía modernista y postmodernista. Los objetos exóticos, motivo de una decoración exquisita, dejan el lugar , en los poemas de Novo, a los objetos cotidianos de la producción en serie, de los que resultará una caricatura de las emociones sublimes. La fascinación por las máquinas, que nutrieron la ideología del progreso entre los modernistas y que ha llegado hasta el discurso de los estridentistas revestido de progreso social en concordancia con los principios políticos del socialismo, se reduce en Novo al ridículo del progreso. La vena épica del esperancismo social de los muralistas se traduce en la monstruosidad impotente de las sátiras de "La diegada". El debilitamiento de la figura masculina, la atención puesta sobre la frivolidad, el traje del señor presidente leído como un signo más de la demagogia de la revolución, son parte de una escritura ocupada en desmontar los aparatos de lo establecido a través de desvirtuarlos (en el sentido etimológico de devirilizar). Tanto en las crónicas como en la poesía de Novo, los proyectos de la revolución, la estructura social dominante fundada sobre la moral de la familia y la práctica del consumo, los vicios e hipocresías de los políticos, se pueden estudiar como huellas de un sujeto que se produce a través de un afán destructivo. La otredad social que el sujeto de estos enunciados repudia es la misma que lo define. La lectura que ha de practicarse procedería a señalar los trazos de un mutuo repudiarse, de cómo el sujeto al infligir su acción iconoclasta describe su condición de abyecto.

Las relaciones de poder que se establecen en el juego de interrelaciones discursivas presente en los textos de estos tres autores, son relaciones más complejas que las que se pueden describir como un individuo opuesto a una sociedad; son relaciones intrínsecas al propio sujeto, en las que éste, además de ser un usuario de los discursos legitimados, es un resignificador de los mismos, de manera que la desestabilización del sujeto produce a la vez la desestabilización y reconstitución de los discursos que configuran su horizonte cultural. Esta hipótesis se enfoca en la producción de significaciones y modos de coherencia que estas obras propician.

El estudio de los textos de poesía, narrativa y crónica periodística permitirá problematizar la idea de unidad de sujeto y reforzará la concepción de sujeto como toma de posición. Esta toma de posición no es otra que una configuración discursiva lograda bajo la dinámica de reapropiarse de los discursos sociales para resignificar sus principios. Tomando este punto central de análisis, se revisarán los diferentes recursos retóricos de autorreflexividad que permiten describir la construcción del yo poético y la voz autoral dentro de los mismos discursos: la metapoesía, las apariciones implícitas del sujeto, los recursos de preterición, borradura, autorretrato, autobiografía. Todo ello hará posible proponer un estudio de la modernidad desde los factores desestabilizadores del discurso que provienen de la zona abyecta de la cultura.

 

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