Universidad de Chile

 

EN LA ENTREGA DE LA MEDALLA GABRIELA MISTRAL

por Carlos Monsiváis

Me aterra la cuantía de las formas canónicas usadas para transmitir el agradecimiento. Al cabo de una búsqueda prolongada selecciono tres: gracias, muchas gracias, muchísimas gracias. En esta diversidad de formas se alojan mis sentimientos, los profundos y los superficiales, que hoy se me vuelven uno solo. Nada más me resta añadir lo para mí evidente: mi gratitud con Chile (su gente, sus letras, sus ejemplos morales) comenzó mí hace bastante tiempo.

En mi adolescencia, libresca y (según yo creía) militante, me importaron sobremanera dos autores: Gabriela Mistral y Pablo Neruda. A Gabriela, a la que así llamábamos simplemente como a Diego y a Frida, le reconocía el magnetismo, la enseñanza de las letras. A ella me la representaba con sus palabras: "Alabada sea la mujer que toma las multitudes en sus brazos extendidos y hace de ellos una pira y les allega su llama". En Neruda veía la fuerza que evitaba en nuestro idioma tomar como catástrofe el desuso de la poesía rimada: "Si la flor a la flor entrega el alto germen/ y la roca mantiene su flor diseminada en su golpeado traje de diamante y arena..." Para nuestra desgracia y sin él quererlo, Neruda auspicia cientos de miles de falsas vocaciones líricas; para nuestra fortuna su ampliación del idioma poético permitió el ingreso de cientos de miles de lectores verdaderos.

Leí la poesía de los chilenos, y frecuenté ese mundo que suponía poblado de olvido y adquisición de los nombres propios (¡Cuántos seudónimos que dejan de serlo porque así lo decide el registro civil de los lectores: Mistral, Neruda, Alone, Rosamel del Valle, Augusto D´Halmar, Pablo de Rohka, incluso Vicente Huidobro que sólo prescindido de la primera parte de su apellido, García). De ellos aprendí algunas ventajas de la desmesura. Sí, como exclamó Huidobro, el poeta es un pequeño Dios, muy probablemente cada lector perseverante es un poeta ignorado en las antologías y muy presente en el instante de la creación conjunta. De alguna manera, leer es reescribir los poemas y por eso, si fuéramos audaces deberíamos poner en nuestro currículum "Coautor del Canto General". "Antes de la peluca y la casaca/ fueron los ríos, ríos arteriales..."

Las gratitudes más intensas de un lector incluyen las complicidades con sitios desconocidos con nombres que presagian experiencias estéticas. Una y otra vez, me he representado a la patria "volcánica y nevada" de Neruda con fragmentos poéticos que hacen magníficamente las veces de paisajes. Mi intuición de turista y viajero frustrado se nutrió de signos sobre la página y en esto me han sido también muy provechosos Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, Humberto Díaz-Casanueva, José Donoso y un pintor, Roberto Matta (que a momentos me parece creador de equivalencias de Neruda) y un teatrista, Alexandro Jodorovsky, el director que me enseñó divertidamente a visualizar lo que había sido y podría ser una escena teatral sólo regida por las prohibiciones. Cada vez que una extraordinaria puesta de Jodorovsky ofendía a los moralistas mexicanos (y esto sucedía con frecuencia, los fundamentalistas de América Latina se ofenden a diario a nombre de todas las generaciones que no conocieron la minifalda), me daba a imaginar cómo hubiese sido la intimidad de Adán y Eva dramatizada por los censores.

En lo cívico y lo moral, mí deuda con Chile elige un nombre: Salvador Allende. El otro 11 de septiembre participé de la depresión de millones de latinoamericanos ante el desvío brutal de la legalidad. Las imágenes del Palacio de la Moneda, el texto postrero del presidente Allende, el salvajismo represivo que vino a continuación, me enseñaron y me siguen enseñando a valorar hondamente el proceso civilizatorio. Salvador Allende no murió por la revolución aunque creía en ella, murió defendiendo los valores y las instituciones de la democracia. Por eso no lo considero un mártir, aunque lo haya sido, sino, de manera más laica, un ejemplo magnífico de la coherencia republicana. Su sangre no ha fructificado en milagros, sino en apego a la legalidad, que por demasiadas frustraciones que traiga consigo, trae también el debate civilizado y los valladares contra la barbarie.

De nuevo, y para sorprenderme a mí mismo con la observación de mis emociones, reitero mi agradecimiento al presidente Ricardo Lagos, a la ministra de Educación Mariana Alwyn, al embajador de Chile en México Luis Maira y a los amigos chilenos. Desde hoy, me siento domiciliado en dos países, y muy sinceramente, y si aclaro de inmediato que esto una metáfora es con tal de no contribuir al papeleo fiscal.

Muchas gracias.


Santiago de Chile. Noviembre 6, 2001.

Sitio desarrollado por SISIB