Universidad de Chile

 

 

Memoria de las mujeres: espacios e instancias de participación
Prensa Feminista, Centros anticlericales Belén de Sárraga y Teatro Obrero

María José Correa
Olga Ruiz

En esta oportunidad nos interesa rescatar la experiencia desplegada por las mujeres pampinas y trabajadoras a inicios del siglo XX, poniendo énfasis en algunos espacios e instancias de participación que creemos merecen mayor atención desde la disciplina histórica. Es el caso de la Prensa Feminista, los Centros Anticlericales Belén de Sárraga y el Teatro Obrero.
Para ello, creemos que es necesario comenzar planteando algunas reflexiones acerca del protagonismo de las mujeres y la historia en tanto disciplina.

La escasa e insuficiente representación de las mujeres en la historiografía tradicional, situación que hoy día es comúnmente aceptada, se ha sostenido esencialmente en base a una idea de la Historia que pone su mirada en los grandes procesos que acontecen en la esfera de lo público. La investigación de la historia ha subordinado la experiencia histórica de la Humanidad a la experiencia histórica del varón y por lo mismo, la presencia de las mujeres aparece como marginal, limitada y excepcional.

El desarrollo de la historia de las Mujeres ha sido posible gracias a múltiples factores y aportes. Mientras la Escuela de los Annales (1929) consiguió ensanchar los campos de la historia, incorporando a ella las prácticas cotidianas, las conductas ordinarias y las mentalidades comunes, la historiografía francesa facilitó el desarrollo de una historia de la mujer, al hacer posible una transición de lo político a lo social, lo cotidiano y lo personal. Pese a los importantes trabajos de autores como Braude, Duby y Aries, su objetivo último no era dar luces sobre la mujer, en tanto actoras sociales y sujetos históricos específicos. Más bien, como plantea Carmen Ramos, estas investigaciones, "abrieron el horizonte historiográfico para descubrirnos los mundos interiores de la casa, la comida, el vestido, (y) esta mirada a la vida cotidiana se topó también con las mujeres, debido a que al cambiar el centro de atención de las investigaciones del espacio de la vida pública al de la vida privada, las mujeres resultaron más familiares por haber sido tradicionalmente constreñidas a ese espacio" .

La historia de las mujeres requería en sus inicios, recuperar y revelar la presencia femenina de un modo más integral y complejo, intentando rescatar sus aportes en distintos procesos, de modo que poseía un carácter reivindicativo que aspiraba al ´desentierro` de información acerca de las mujeres. Así mismo, Joan Kelly realizó un cuestionamiento a la periodización tradicional de la historia, invitando a considerar y a tomar en cuenta los efectos diferenciados para hombres y mujeres que han tenido algunos momentos y procesos cruciales como el Renacimiento y la Revolución Francesa.

Otro enfoque que tuvo una presencia predominante en muchas investigaciones históricas, puso atención en la noción de "subordinación" femenina, el cual si bien ha permitido comprender la forma en que la situación "estructural" de las mujeres como sector dominado se desprende de su condición genérica, ha contribuido a mantener una visión "miserabilista" de su historia, fijándolas en una situación de víctima que desconoce las múltiples acciones de resistencia y subversión que ellas realizan cotidianamente. Además, esta imagen victimizada de la mujer ofrece pocas o nulas posibilidades de comprender a las propias mujeres como protagonistas de un proceso de cuestionamiento, deconstrucción o transformación social y cultural, asignando esa responsabilidad y tarea a otros sectores.

La Historia de las Mujeres, nacida al fragor de los movimientos pro derechos civiles y el feminismo, que se propuso rescatar a las mujeres de la invisibilidad, reintegrarlas y restituirles su propia historia, se ha vuelto recientemente, más problemática, relacional y menos descriptiva, con la incorporación de la noción y perspectiva de Género.

Protagonismo Social y experiencias de participación de las pampinas y trabajadoras de inicios del siglo XX.

Junto con la expansión del movimiento obrero, comenzaron a surgir sindicatos de mujeres y mixtos en forma floreciente, de manera que entre 1907 y 1908, al menos 22 asociaciones de este tipo se formaron en Santiago . El significativo aumento de la participación laboral femenina, que en 1907 conformaba casi un tercio de la población económicamente activa , no pasaba inadvertido para el movimiento obrero. De hecho, ya en el año 1912, las mujeres constituían un tercio de la fuerza de trabajo manufacturera, especialmente en las industrias de la confección, textil, y del tabaco. Esta situación convirtió a las trabajadoras en un elemento que los activistas sindicales no pudieron eludir, especialmente por el potencial organizativo y de movilización de las mujeres. Esto fue confirmado por la presencia no menor de las trabajadoras en las huelgas obreras y otro tipo de movilizaciones, alcanzando su participación un promedio de 40,7 por ciento del total de huelgas realizadas.

La respuesta del movimiento obrero frente a esta situación, contenía cierto grado de contradicción, ya que mientras alentaba la participación femenina y aspiraba un cambio social radical que incorporaba la emancipación de las mujeres, por otro lado reproducía paradigmas tradicionales y conservadores respecto a las relaciones entre ambos sexos. Así, se cuestionaba duramente la explotación femenina en la perspectiva de "liberarlas" de ese trabajo mal remunerado que las alejaba de sus roles naturales, debilitaba la familia obrera y que además, amenazaba la virtud y moral femenina.

Del mismo modo, desde la prensa obrera se les alentaba a educarse y "hacerse inteligentes", ya que en su condición de madres, debían estar preparadas para educar a sus hijos bajo un nuevo pensamiento redimido.

Para Luis Emilio Recabarren, quien dedicó parte importante de sus escritos de prensa a la mujer y su misión social, la necesidad de instrucción estaba estrechamente vinculada con la experiencia organizativa, ya que sería ese el espacio y el camino para "conquistar la inteligencia" y superar la falta de educación e ilustración que afectaba a la "madre del género humano".

A las trabajadoras se las convocaba a poner sus "cualidades y virtudes femeninas" en función de la emancipación social, entre las que se destacaba su belleza, encanto, abnegación, seducción natural y cariño, las que en conjunto con la instrucción, las convertirían sin duda alguna en una gran e indispensable aliada.

Entre 1905 y 1907 la activa participación de las trabajadoras puso en cuestión la idea de considerarlas como un elemento marginal o "transitorio" al interior del mundo obrero. Por lo mismo, las mancomunales y las sociedades de resistencia promovieron decisivamente su incorporación a la lucha social, revelando las formas y características específicas que adquiría la explotación femenina en los lugares de trabajo, y llegando incluso a cuestionar al poder masculino sobre la mujer, no sólo en la fabrica, sino también en el hogar. De este modo, en la prensa obrera se abrió un espacio para reflexionar de un modo crítico acerca de la "doble esclavitud" que afectaba a las mujeres. Proceso que se le denominó feminismo obrero, ya que se logró el reconocimiento de que las mujeres, además de compartir demandas con el conjunto del movimiento obrero, tenían otras, de carácter específico, que se relacionaban con su condición de género.

Este desarrollo alcanzó su máxima expresión con el surgimiento de "La Alborada", primer periódico del país redactado por una mujer (Carmen Jeria), que se propuso promover la participación social femenina. Un año más tarde, surgió un nuevo periódico feminista de propaganda emancipadora, llamado "La Palanca", el cual era el órgano oficial de la Asociación de Costureras de Santiago. Las mujeres a cargo de su publicación, junto con abordar temas acerca del movimiento obrero y aspectos más generales, manifestaban en diversos artículos el malestar de las trabajadoras por la opresión masculina, proponiendo su emancipación en el hogar, en la calle y en los talleres. Esta crítica se fue acentuando, hasta el punto de cuestionar el supuesto de que la liberación de clase implicaba en forma mecánica la emancipación de la mujer, criticando de paso las conductas de sus compañeros al interior de las organizaciones y del movimiento popular. En una artículo de Carmela Jeria de 1907, podemos leer lo siguiente: "Y digamos también a tanto luchador del mejoramiento social e intelectual del pueblo que toda la libertad que anhelan será un fantasma mientras la mitad del género humano viva en humillante esclavitud. Tócanos a nosotras mismas, si no nos acompañan con la debida sinceridad, procurarnos nuestro bienestar, para lo cual nos debemos poner en pie con decisión y valentía y parafraseando a un notable pensador socialista, digamos "nuestra emancipación verdadera está en nosotras, debe ser obra de la mujer misma".

La tensión entre las demandas femeninas y las de tipo clasista al interior de las organizaciones de la época, llegaron a ser percibidas como una amenaza a la unidad del movimiento obrero, el que tenía un sello esencialmente masculino. En un inicio, "La Alborada", tendió a favorecer la unidad de clase, pero con la llegada de nuevas colaboradas, entre ellas Esther Valdés, los problemas de discriminación de género fueron ganando espacio y relevancia en sus páginas (de hecho comenzó a autoidentificarse como una ´publicación feminista`). De este modo, una de sus colaboradoras planteaba lo siguiente: "La Mujer tiene tanto derecho como el hombre de gozar completa libertad. ¿Por qué entonces se aparta a la mujer de esta natural disposición? ¿Seguiremos como siempre al paso de tortuga hacia el oasis de las libertades que a cada cual nos pertenece? ¿Dónde esta la equidad que debe reinar entre hombre y mujer? ¿Acaso no luchamos nosotras por la existencia? ¿Es lógico que el hombre sea libre y la mujer esclava? …Réstame pedir a mis compañeras de esclavitud, no escatimen esfuerzos para obtener un poco de instrucción."

Sin embargo las tensiones nunca desaparecieron del todo, y estuvieron presente en el análisis de diversos temas, como la virtud y el trabajo femenino.

Más allá de las diferencias y visiones contrarias respecto a algunas temáticas, es posible reconocer que el tema del feminismo logró posicionarse con fuerza al interior de la prensa obrera, abriendo un debate acerca de la identidad de la mujer trabajadora y su rol al interior de la lucha social. Pese a que según Elizabeth Hutchison, "las feministas obreras buscaron un modelo de movilización femenina que imitaba en lo esencial el patrón establecido por los hombres" y "no desafiaron el ideal de domesticidad femenina en la clase trabajadora" , consiguieron abrir un espacio a partir del cual se reveló la doble explotación de las mujeres, y por ende la multiplicidad de la lucha femenina en contra de la opresión de clase y género, intentando articular (no sin pocas tensiones y conflictos) sus demandas específicas con aquellas más globales del movimiento obrero.

Años más tarde, la llegada de la española Belén de Sárraga a nuestro país, en 1913, provocó una gran polémica, ya que mientras recibía numerosas muestras de apoyo de sectores liberales, radicales, anarquistas y socialistas, los grupos más conservadores se escandalizaban frente a sus postulados anticlericales y emancipadores. A tal punto llegó el malestar de estos sectores que la prensa conservadora la trato de "estafadora, divorciada, vieja, fea, prostituta y sin hijos", llamando a boicotear las conferencias y a promover disturbios que impidieran las actividades de la española.

A partir de la presencia de Belén de Sárraga en los distintos puntos del país, se fueron constituyendo Centros Anticlericales que llevaron su nombre, de modo que su presencia fue decisiva en el desarrollo de la conciencia de género de las trabajadoras. Si bien, el primer centro femenino que llevó su nombre se constituyó en Valparaíso, éste se diluyó rápidamente, de manera que fue en la zona salitrera en donde estos alcanzaron una mayor relevancia y permanencia en su accionar.

Estos centros son considerados como las primeras organizaciones de carácter feminista en el país, destacándose por su continuidad temporal, número de afiliadas y la diversidad de actividades que desarrollaban. Su auge se desarrolló entre los años 1913 y 1915, facilitado por la experiencia que tenían las mujeres en apoyar y estimular las organizaciones y movilizaciones obreras.

Entre los principales objetivos de estos centros, estaba la promoción del laicicismo, la denuncia de la carestía de la vida y los abusos del sistema de las pulperías, así como también se constituyeron en espacios para reclamar por el derecho al descanso dominical de las trabajadoras, realizar campañas antialcohólicas y promover las ideas de emancipación de la mujer.

Entre las múltiples actividades de estos centros, las mujeres preparaban conferencias sobre temas de su interés, realizando lecturas de poesía, y pequeñas obras de teatro. Estas veladas se constituyeron en uno de los medios más difundidos para entregar recreación y educación a las pampinas y sus familias. En el caso de la ciudad de Iquique muchas de ellas participaron en el grupo teatral Arte y Revolución, agrupación ligada al Partido Obrero Socialista y al Despertar de los Trabajadores. Arte y Revolución, formado en el año 1913 con el objeto de "ayudar al desarrollo del pueblo y de la propaganda socialista por medio de representaciones cultas e ilustradas" desarrolló una constante labor en el área dramática, tarea cíclica, con altos y bajos. Junto con ello, en las oficinas salitreras y en los puertos, se formaron nuevos grupos y conjuntos en cuyas presentaciones se destacaron las mujeres como actrices, realizadoras y organizadoras de los eventos.

De las actividades realizadas por las mujeres socialistas las fuentes son escasas. La cartelera teatral de El Despertar, junto a las criticas aparecidas en él, son los principales fragmentos de estas actividades. Teresa Flores e Ilia Gaete fueron las principales figuras retratadas por la prensa durante la primera década de Arte y Revolución, ya que ambas trabajaron como actrices, participaron en la organización de las veladas y hablaron a sus compañeras desde los escenarios.

Las mujeres de los centros realizaban actividades para obtener ingresos y poder financiar la compra de la utilería de los cuadros dramáticos, ayudar a la organización y solidarizar con las familias y escuelas.


A partir de estas experiencias culturales, se formaron dramaturgos aficionados, que plasmaron en sus obras la realidad social nacida al alero de la industria salitrera. Las principales creaciones dadas a conocer por la prensa obrera están relacionadas con el discurso socialista. Se trata de obras provocadoras y cuestionadoras de la realidad, marcadas por la heterogeneidad cultural de la zona, la cual facilitó el desarrollo de una obra híbrida en la cual ellos exponían no solo las precarias condiciones de vida de los sectores populares, sino también sus proyectos y deseos de transformación social.

En este marco, el complemento ideológico funcionó como un impulso para la creación literaria en todos sus ámbitos, al considerarla como una herramienta capaz de propagar en el terreno de lo imaginario los ideales propugnados por la ideología, motivando no solo la utopía sino que difundiendo sus logros, dejando constancia de sus procesos, avances, retrocesos, lo cual ameritó que desde la crítica tradicional se le considerara como panfletaria, marginándola de la memoria histórica.

En este contexto la reconstrucción de la dramaturgia obrera socialista se constituye en una tarea difícil, más aún si intentamos buscar la presencia femenina en ella. Por ello, ante los silencios de las fuentes, optamos por evidenciar la importancia del Partido Obrero Socialista en la difusión y promoción del activismo social, cultural y artístico de las mujeres.

Arte y Revolución generó amplios espacios para quienes tuviesen interés en las letras, destacándose los nombres de Nicolás Aguirre Bretón y Luis Emilio Recabarren. Este último fue creador de monólogos como "Yo pensaba que era libre" y las obras "Redimida" y "Desdicha Obrera", las que tuvieron un gran éxito en la zona. En estas creaciones, la figura de la mujer fue un eje temático recurrente y que alcanzo gran notoriedad y protagonismo. Tanto así, que en "Desdicha Obrera" la protagonista femenina, llamada "Rebeldía", encarna la moralidad y la virtud, aún siendo víctima de los abusos patronales. Se intentaba representar entonces, la situación de explotación extrema que debían enfrentar cotidianamente las trabajadoras.

La pregunta sobre el papel conferido por el socialismo a la mujer encuentra en el discurso teatral un apoyo que afirma por sobre todo la capacidad del accionar social femenino y su ayuda indispensable en la organización obrera. Las mujeres en el mensaje de Recabarren son un segmento integral, llamadas a colaborar tanto desde el ámbito laboral como desde el mundo doméstico.
El desarrollo del teatro obrero indica que los grupos marginales no sólo participaron del fenómeno como espectadores de estas creaciones, sino que también contribuyeron con una creación singular, a la dramaturgia nacional. Este aporte silenciado por la historia oficial merece ser revisado por su calidad de fuente, para comprender no sólo realidades, sino también los proyectos, relaciones de género y sociales.

Tanto la prensa obrera feminista, como los centros femeninos anticlericales Belén de Sárraga y el teatro obrero fueron instancias de aprendizaje social y participativo, en donde las mujeres trabajadoras y las pampinas pudieron desplegar su potencial organizativo. Se constituyeron como espacios de creación y transgresión, experiencias autogestionadas que lograron sostenerse en el tiempo y en las cuales las mujeres fueron capaces de denunciar su situación de subordinación y explotación, y más aún, de promover reflexiones y demandas específicas en base a su doble identidad.

A modo de conclusión, creemos que en la actualidad, no sólo se hace necesario reconocer la historicidad de las mujeres y valorizar su condición de actora social tanto en el pasado como en el presente, sino que es preciso analizar desde una perspectiva histórica los procesos de construcción social de género, es decir como la construcción de lo masculino y lo femenino se han presentado a lo largo de la historia.

Una comprensión de la Historia como crónica del ejercicio del poder público excluye a las mujeres, y en este marco, las propuestas de Linda Gordon de desarrollar un marco teórico para los estudios de la mujer, que trasciendan los dualismo privado/público, social/político, víctima/ heroína, dominación/resistencia, es una invitación a complejizar el devenir histórico de las mujeres.

Finalmente nos parece relevante la propuesta de Perrot, para quien uno de los objetivos fundamentales de la historia femenina es reconstruir la memoria de las mujeres, más aun porque las propias mujeres solemos olvidar las luchas de nuestras antepasadas. De ahí la necesidad de recolección y análisis historiográfico para encontrar un hilo conductor que permita tener una visión global y compleja de los avances y retrocesos de nuestra historia.

El vínculo que las mujeres podemos establecer con nuestra propia historia, no puede limitarse a un rescate puramente testimonial de las experiencias pasadas. La recuperación de una historia que se ha forjado colectiva y organizadamente a lo largo de distintos y complejos procesos históricos, tienen un sentido y una proyección política. Este retorno hacia nosotras mismas, posee una dimensión profundamente social, ya que no sólo permite un acercamiento crítico a las experiencias pasadas, sino también fortalecer los lazos de nuestra identidad colectiva.

La memoria cobra sentido, más que como una actitud nostálgica respecto al pasado, como una fuente de saber que orienta y activa las acciones del presente. En este sentido, el pasado más que aparecer como algo inmóvil e inmutable, -o como algo "perdido"-, es resignificado de manera tal que activa, potencia y da una direccionalidad al quehacer social de los sujetos. El ejercicio de mirar hacia atrás, tiene que ver con el ejercicio de mirarse hacia adentro, es decir, de cuestionar y volver al pasado en función de lo actual y contingente. Es por lo mismo, un acto en que se reafirman las identidades sociales. La memoria en acción, tiene que ver con la capacidad de poner en práctica esa acumulación de experiencias que actúa como un dispositivo al cual las mujeres podemos recurrir en nuestras vidas personales y colectivas. Desde ese punto de vista, la memoria actúa como un recurso social disponible para las mujeres. La memoria registra, ordena y ofrece conocimientos que pueden ser puestos en práctica, se trata en definitiva, de un ´corpus de conocimientos` que se nutre de una práctica empírica transmitida de generación en generación por medio de distintos tipos de vínculos y redes de comunicación.

María José Correa
Licenciada en Historia y Estética, Universidad Católica
Alumna de Magister en Género y Estudios Culturales, Universidad de Chile

María Olga Ruiz
Licenciada en Historia, Universidad de Chile
Diplomado en Género
Alumna de Magister en Género y Estudios Culturales, Universidad de Chile

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