Universidad de Chile

 

SANTA HILDEGARDIS Y SANTA GERTRUDIS

Dos mujeres religiosas medioevales

Por M. C. Cymbalista
Monasterio Benedictino Gaudium Mariae, Córdoba , Argentina


I

La vida monástica, fundada por San Benito en el siglo VI, florece en la Edad Media y pauta la cultura de esos siglos, y por eso el Papa Pablo VI en el siglo XX nombrará a San Benito Patrono de Europa. Parte de esa floración monástica, habrá dos monasterios que pasarán a la historia, porque en ellos vivieron dos mujeres cuya mística y espiritualidad han trascendido el tiempo y el espacio de la Alemania medioeval: Santa Hildegardis y Santa Gertrudis. Un siglo las separa, pero tienen en común haber sido monjas según la Regla de San Benito, la que observaron desde muy pequeñas (una ingresó a los 8 años y la otra a los 5) bajo la conducción de dos grandes mujeres nobles y místicas: Jutta de Spanheim y Mechtildis de Hackeborn. Ambas sufrieron la influencia de San Bernardo y de las Cruzadas; se respiraba la mística y la pasión política como dos facetas de un mismo fervor religioso, no exento de fundamentalismo. No solo las separa un siglo. Por un lado Hildegardis de Bingen es una mujer polifacética: fundadora y Abadesa de un monasterio, científica, predicadora contra las herejías y contra la corrupción intraeclesial, mística y escritora, música, tan activa como contemplativa. Por otro lado Santa Gertrudis, que no llega a cumplir cincuenta años, fue solamente una simple monja, cuya vida es su experiencia mística que a la vez caracterizó al Monasterio de Helfta.


II

Santa HILDEGARDIS

(1098-1179)

Décima hija de los Condes de Bermersheim, es llevada a los ocho años por sus padres para ser educada y consagrada a Dios, a la ermita de Jutta de Spanheim, junto a los Monjes de Disibodenberg. Allí el Abad Kuno designará al monje Volmar para instruir a las reclusas, tanto en la vida monástica como en la cultura; a pesar de que no se siguió el trivium y el cuadrivium, base de todo estudio en ese momento, sí algunos aspectos de esa base. En todos esos años estudió y vivió la Regla de San Benito y en ella aprendió a distinguir lo esencial de lo accidental y a buscar el equilibrio en todo, la famosa "discretio" benedictina. Es dentro de este marco que debemos ubicar todos los aspectos de sus escritos y de su actuación.

  1. La mujer monja
  2. En el año 1136, Hildegardis es elegida Abadesa del Monasterio que ahora tenía muchas vocaciones. Cuatro años más tarde ella oye en su interior una voz que le decía "escribe y habla", es entonces que con la ayuda de Volmar escribe su primer libro SCIVIAS. Es en estos años cuando toma contacto epistolar con San Bernardo y a través de él y del Abad Kuno, su obra literaria es conocida por el Papa Eugenio III y los Cardenales reunidos en Tréveris. La monja hasta ahora desconocida y aislada en su eremitorio, comienza una nueva etapa. Con la mayoría de sus monjas se traslada a Rupertsberg, es el año 1150. Vence a la reacción de varias monjas que sienten el vértigo de lo nuevo, del comenzar de cero, de carecer del apoyo de los monjes de Disibodenberg y sobre todo del apoyo del abad Kuno, quien se opone frontalmente. Pero es precisamente esta separación la que hará surgir a la mujer capaz de ser madre espiritual e innovadora de una vida monástica sana y santa. Cito solamente algunos detalles: todo tendría que estar libre de excesos, en vez de un total silencio habría lugar a la comunicación a la vez medida y equilibrante, se daría mucha importancia al trabajo como un necesario integrante de la vida contemplativa. Recién ocho siglos después el Papa Pío XII daba esta norma como obligatoria a todos los monasterios contemplativos. La clausura sería flexibilizada sin perderse la necesaria separación del mundo. Habría un mayor equilibrio entre descanso, trabajo y oración, tal como la Regla benedictina lo propone. Todos estos cambios no significaron relajamiento, pero se priorizó el PROYECTO ESPIRITUAL basado, por un lado en la Regla de San Benito, y sobretodo en la Liturgia, en el Oficio Divino fiel y místicamente celebrado; sus composiciones musicales casi en su totalidad son partes del Oficio Divino. Estaba convencida de que Dios y su alabanza son una fuente de alegría, y de esa fuente surgieron sus textos y sus músicas. Necesariamente este centro de alta espiritualidad, así pautado por su Abadesa, debía atraer muchas vocaciones y es por ello que funda en la otra orilla del Rhin el Monasterio de Eibingen del cual también fue Abadesa hasta su muerte.

  3. La mujer científica
  4. Los monasterios tenían a su cuidado idear medicinas y atender a los enfermos (no según las estructuras hospitalarias actuales o de estos últimos siglos), los cuales se acercaban pidiendo algún remedio, de allí las "boticas" monásticas, hoy todavía se conserva la de Silos en España. Necesariamente tenían una "quinta medicinal". Carlomagno había insistido sobre este punto en sus Capitulares. Hildegardis había acumulado muchos conocimientos médicos. Sumaba a la sabiduría de los herboristas y los monjes, su propia observación y experiencia. Entre 1151 y 1158 reúne sus conocimientos en dos libros: la PHISICA (Tratado de las plantas) y CAUSÆ et CURÆ (Tratados médicos). Siguiendo la teoría de Galeno considera la enfermedad como un desequilibrio entre los "humores". La enfermedad es carencia y sequedad. Es ausencia de "viriditas" (verde, sano, salvado). El "verde" es símbolo de sano, de salud física, es la fuerza de la naturaleza. Y es enfermo el que perdió esta fuerza y debe recuperar su "viriditas". Encuentra que hay un nexo entre el hombre y el cosmos. Los cuatro vientos están simbolizados por el león, el leopardo, el lobo y el oso. A la vez ellos simbolizan cuatro facultades: el pensamiento, la palabra, la voluntad y la sensibilidad. Los humores que fluyen de los órganos están influidos por estos vientos, y a la vez estos humores influyen sobre el ánimo del hombre. Para Hildegardis la medicina responde a la búsqueda del sentido del sufrimiento, de la enfermedad y de la muerte. Y la enfermedad tiene una explicación física pero también teológica. La explicación física, como dije, está en los "humores", los mismos pueden tener cambios patológicos, desequilibrios. Cuando ellos están equilibrados el hombre está tranquilo, pero si este equilibrio se rompe, el hombre se enferma y transforma sus humores en sus contrarios. Si un humor aumenta y falta el que lo contrarresta, el hombre se enferma. Y este equilibrio o desequilibrio va ligado también al carácter y a las pasiones o pulsiones. Cosmos, humores y psiquis se interrelacionan. Bien se puede afirmar que es precursora de las enfermedades psicosomáticas y que su conocimiento del hombre y de la naturaleza son excepcionales. Añadamos su explicación teológica. Veamos un texto de Hildegardis:

    "Dios […] todos los elementos estaban interrelacionados con Él, y Él con ellos. Cuando a causa del pecado original el hombre abandonó el puesto que se le había asignado en el cosmos, rompió el equilibrio de la creación. Entonces la enfermedad y la muerte hicieron su aparición en el mundo. Pero Dios promete al pecador la redención y la salvación y al enfermo la curación".

    "Y así en todas las criaturas están ocultos los milagros de Dios, en los animales y en las aves, en las hierbas y en las flores y en los árboles, misterios ocultos por Dios que ningún hombre puede saber ni intuir, si no es el mismo Dios quien se lo revela".

    "La ira provoca una gran inundación del sistema sanguíneo. Entonces el alma se afloja exhausta y se retira, mientras el cuerpo se derrumba".

    Toda la creación ha sido trastornada por el pecado del hombre, pero está orientada a la salvación. El hombre debe querer la vida y la salud. La medicina es una terapia que incluso lleva a vivir mejor con Dios. El hombre enfermo y que sana es imagen del pecador que se convierte. En esto sigue la narración evangélica de las curaciones que hacía Jesús, quien solía añadir a la curación las palabras "y no peques más".

    Es interesante el hincapié que hace sobre la "responsabilidad" respecto del cuerpo, de su cuidado y de la enfermedad. Esta responsabilidad deriva del que "todo lo que el cuerpo recibe se transforma en humores" que llevan a la enfermedad o a la salud. De allí la responsabilidad de lo que se ingiere y de la manera de vivir, incluso de los pensamientos buenos y malos.

    A modo de muestra veamos una de sus más de cien recetas, tenidas en cuenta hasta hoy por la medicina alternativa.

    "Castaño" (Prevención y aplicación)
    Dolor de cabeza, molestias del estómago, hígado, venas varicosas.

    "El castaño es muy caliente pero tiene una gran fuerza mezclada con el calor, y caracteriza a la sabiduría. Todo lo que hay en él, incluyendo sus frutos, es útil contra cualquier debilidad que aparezca en el hombre. Quien tenga gota y por ello esté siempre airado, porque la gota está siempre acompañada por la ira, que haga hervir en agua hojas y cortezas del fruto y con ello tome un baño de vapor; debe hacerlo a menudo y la gota desaparecerá y su humor será más agradable. Quien se haga un bastón con su madera y lo tenga en la mano hasta que esta se caliente obtiene a través de ese calor un fortalecimiento de las venas y de todas las fuerzas del cuerpo. Y respirar con frecuencia la fragancia de esa madera es saludable para la cabeza. También la persona cuyo cerebro está vacío debido a la aridez y por ello es débil de cabeza, que haga hervir castañas en agua, sin agregarle nada; el agua debe beberse en ayunas y después de haber comido, y su cerebro crecerá y se llenará, y sus nervios serán sólidos, y el dolor de cabeza pasará. Y quien tenga dolores en el corazón, cuando se sienta triste que coma con frecuencia castañas crudas y esto hará descender sobre su corazón un jugo como la grasa de cerdo, sus fuerzas aumentarán y recuperará la alegría […]".

  5. La mujer predicadora frente al clero y a las herejías
  6. Santa Hildegardis realiza cuatro viajes (a caballo y en barco) para hablar al clero y a la gente y los hace, convocada por los Obispos, por dos razones: la corrupción del clero y el surgimiento de una herejía dualista que tuvo gran repercusión en el siglo XII: los cátaros, a los cuales Hildegardis llama "saduceos" por no creer en la resurrección de la carne. En la visión séptima del segundo libro de Schivias, describe la maliciosa estrategia del Demonio y como la fe puede resistirle, evitando todo contacto con los herejes, ya que "ellos son asesinos perversos que matan a aquellos que en su inocencia se les acercan, antes de que ellos puedan volver de sus 'errores'". Describe luego como los herejes buscan sembrar la división, ridiculizando el bautismo, la eucaristía y las otras instituciones de la Iglesia. Respecto a la moral, pretenden ser santos pero son "perversos fornicadores, que fornican consigo mismo, destruyendo el semen en un acto de asesinato y ofreciéndolo al Demonio". Mientras ella escribe Schivias, el Abad Everwin, canónigo norbertino de Steinfeld, le escribe a San Bernardo sobre los incidentes de Colonia, donde un grupo de herejes fue apresado por el populacho y quemados vivos. Eckbert, Abad benedictino de Schönau, cuenta que en 1163 otros dos grupos de cátaros fueron enjuiciados en Colonia y en Bonn, y quemados en la hoguera. A principios del 1160 Colonia es la sede del poderoso Príncipe-Obispo Reinaldo de Dassel, a la vez que centro de las actividades cátaras, y es entre 1161/63 que Hildegardis emprende su tercer viaje por el Rhin. Partiendo de Bingen remonta el río hacia el norte, pasando por Andernach, Sieburg, Colonia y finalmente Weden. El punto más dramático y más importante fue su estadía en Colonia y las prédicas que allí hizo. Es entonces cuando escribe dos cartas muy importantes, una dirigida a los clérigos de Colonia y la otra a los religiosos de una comunidad de Mainz. Allí expresa cómo la "Gente" que castigará a los clérigos por sus vicios serán aquellos seducidos y enviados por el Diablo, de rostros pálidos, correctamente tonsurados y vestidos de negro, con apariencia amable y pacífica, sin avaricia, ni dinero, prácticamente tan abnegados que son irreprochables, que han renegado de las mujeres y hacen alarde de su castidad y dicen: "Ninguna corrupción de la carne o de la lujuria nos ha acometido porque somos santos y estamos llenos del Espíritu Santo". Era convicción de Hildegardis que la culpa del éxito de la herejía era la corrupción reinante del clero. Por eso hay un doble mensaje en sus predicaciones y en estas cartas: delatar el error de la herejía y su peligrosidad, a la vez que convocar al clero a una conversión. Poco tiempo después de esta carta a Colonia, recibió un pedido de una comunidad de monjes: "Hemos escuchado a través de personas dignas de fe que tú has escrito contra la herejía de los cátaros, tal como tú lo aprendiste a través de una visión de los secretos de Dios. Te pedimos devotamente, que nos envíes a nosotros esos escritos tuyos […]" Ella les envió el relato de otra visión que había tenido: "En el mes de Julio del presente año, de 1163[…]" En la escena del comienzo de esta visión, a Hildegardis se le muestra el Cielo tal como fue visto por el visionario del Apocalipsis. Ella vio el trono, el altar, el mar de cristal y los veinticuatro ancianos. Oyó a estos censurar los males extendidos por el mundo: la injusticia, el abandono del deber, la mundanidad, el cisma. Estos males son los que en otras cartas ya ha denunciado contra los clérigos. Cito al respecto el juicio del Padre benedictino Philip Timko:

    "Acerca de que por qué los cátaros aparecieron y pudieron prosperar, Hildegardis dirige sus reproches directamente a los clérigos. Sus vidas poco edificantes y sus fracasos en la instrucción verdadera de la fe y de la moral cristiana, habían dejado vulnerable a la Iglesia respecto de las artimañas del Diablo. Para Hildegardis como para las otras personas comprometidas en la causa de la reforma de la Iglesia, existía una relación causal y directa entre la corrupción y la inacción de los clérigos con el creciente cinismo con respecto a la religión, con la indiferencia moral, con el anticlericalismo de los laicos y con la aparición de las herejías. Sin embargo sus visiones brindaban la esperanza de que, de alguna manera providencial, Dios usaría de los herejes para castigar al clero y purificar la Iglesia."

    En su segundo viaje (1169) en Tréveris, en un sermón de dos horas, dijo en un momento:.

    "También el viento meridional de la virtud que es cálido, parece transformarse en estos hombres en rígido invierno. En ellos se echan de menos las buenas obras, inflamadas por el fuego del Espíritu Santo, están áridos porque les falta la vivacidad del verde ‘el rojo de la noche se ha transformado en un cilicio![…]".

  7. La mujer frente al Estado.
  8. En 1152 es ungido Rey de Alemania Federico I de Hohenstaufen, llamado Barbarroja, el cual permanece hasta 1190. Conoce los libros de Santa Hildegardis y tanto se interesa por ella que la manda llamar, y ella va al castillo de Ingelheim en 1154. Pero este Emperador después se enemista con el Papa Adriano IV, y cuando este muere en 1159 le sucede el Papa Alejandro III. Es entonces cuando Federico reconoce al Antipapa Víctor IV. Esta lucha entre el Emperador y el verdadero Papa duró 17 años. En ese momento Hildegardis interviene. Le escribe:

    "Oh, Rey, es absolutamente necesario que seas prudente en vuestras acciones. En mis misteriosas visiones os veo, en efecto, como un niño que obra sin razón ante los ojos de Dios. Todavía podéis gobernar sobre las cosas terrenas. Tened cuidado de que el Rey Supremo no os castigue con la ceguera de vuestros ojos, que no saben ver cómo debéis sostener el cetro para reinar con justicia. Prestad atención: ‘actuad de modo que la gracia divina no se apague en vos!"

    Pensemos en el coraje y la libertad de esta mujer, sabiendo que se enfrenta con un Rey del cual depende la vida de ella y de toda la Comunidad. A la vez este enfrentamiento resulta ser un testimonio del respeto que Federico I tenía por la Abadesa de Rupertsberg, ya que por el mismo motivo del nombramiento de los Antipapas (tres en total) en 1165 asoló el Obispado de Maguncia, de Bingen y de gran parte del Rhin.

  9. La mujer metafísica.
  10. Tal vez el aspecto más conocido de Hildegardis sea su "visión del mundo". Ese conocimiento y esa elaboración que la llevan a concebir al hombre, a la creación y a Dios en una perfecta unidad, sin caer no obstante en el panteísmo, ni en un montaje abstracto y artificial. Sin duda ella absorbe la cultura y las teorías de su siglo. Sabemos que el mundo es entendido a través de la Biblia. La historia es lineal y va desde Adán hasta el Apocalipsis. Esto no se discutía. Por otra parte la sociedad era profundamente religiosa, pero no a un nivel de desarrollo teológico sino con una religiosidad fundada en el temor de Dios y que convivía con supersticiones, brujerías, etc. La literatura teológica aún no ha aparecido y los Padres de la Iglesia no están al alcance del pueblo (están en griego, latín, sirio, etc.) En los monasterios femeninos se tiene un contacto material con ellos al ser objeto de la tarea de "copistas", principal trabajo de los monasterios hasta el siglo XV. Pero como todo cambio de milenio, el siglo de Hildegard trae un cambio (o varios) que son importantes. Comienza a valorarse todo lo que atañe a la Humanidad de Jesús, y su principal propulsor es San Francisco de Asís (surgen costumbres y nuevos simbolismos menos abstractos, más realistas: pesebre, vía crucis, la pobreza contestataria de la naciente burguesía y propuesta como elevado ideal, etc.) Es la humanización de lo sagrado que llegará a su punto más álgido en el gótico. Santa Hildegardis se inscribe en esta corriente y su constante línea será reconocer a Dios en la creación y así toda la creación (incluido el hombre) es unificada, santificada en Dios. Su visión coincide totalmente con San Pablo sobretodo en las dos Cartas a los Corintios y el Cap. 8 de la Carta a los Romanos. Para conocer esta cosmología y esta antropología de Hildegardis es necesario el estudio de tres de sus libros: Schivias, Liber Divinorum Operum, Liber Vitæ Meritorum; y el estudio de sus 35 miniaturas (las cuales deben ser cotejadas con otras miniaturas de la época en los distintos monasterios) y de la explicación de cada una hecha por la Santa. Es necesario aclarar que estas miniaturas no fueron hechas por Hildegardis sino por otras personas, tal vez monjes, pero dirigidas detalladamente por ella. Microcosmos y macrocosmos están unidos y el hombre es su centro. Es la rueda cósmica alrededor del hombre y en ella están los rayos de todos los elementos como los vientos que salen de animales simbólicos. Vientos y estrellas mantienen el equilibrio. El aire y los astros influyen sobre el hombre y su equilibrio psicosomático. A la vez este influye sobre el equilibrio cósmico. Esta concepción está basada en Génesis 3,1-16. La Historia de la Salvación inunda la imagen del Cosmos. No obstante el libre albedrío permanece intacto y en definitiva todo ha dependido y sigue dependiendo de él. La armonía cósmica y la armonía psicosomática dependen de la moral, del pecado y del retorno del hombre a Dios. Tema por otro lado muy benedictino, desde el Prólogo San Benito dice: "[…] a fin de que vuelvas por el trabajo de la obediencia a Aquel de quien te habías apartado por la desidia de la desobediencia […] Si queremos habitar en la morada de su reino, no llegaremos a ella si no es corriendo con las buenas obras […] prepárense nuestros cuerpos y nuestros corazones para militar bajo la santa obediencia de los preceptos […]" Parte de esta cosmovisión son sus profecías del fin del mundo en las cuales se advierte la fuerte influencia del Apocalipsis de San Juan. Se anuncia el advenimiento del Anticristo sobre todo en las formas de las distintas herejías, pero siempre vencerá Jesucristo; esto está muy hermosamente tratado en el Ordo Virtutum, es el drama del hombre atraído a la vez por las virtudes (según la Regla de San Benito) y por la tentación del Demonio: la batalla es ganada por Jesucristo.

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    Todos estos aspectos de la Santa renana los he expuesto porque ellos son un aval de la autenticidad de las visiones de Hildegardis, ya que manifiestan una notable salud psicológica, un realismo tanto metafísico como práctico, una permanente búsqueda de la armonía contraria a la disociación. Por lo tanto no podemos confundir sus visiones con la imaginación libre, con la fantasía, con un movimiento introspectivo, con la meditación trascendental, con una creatividad estética, con un esfuerzo ascendente platónico-gnóstico. Además en su vida y escritos (incluidas sus cartas) se manifiesta otro aspecto: ella todo lo fundamenta en sus visiones, hace pie en las mismas, a la vez que es creída por sus destinatarios precisamente por tener como fundamento las visiones, de las que nadie duda, ni siquiera el Papa.

  11. La mujer mística y visionaria.

Para entender la experiencia de Dios singular, cuyos frutos son las visiones y profecías en Santa Hildegardis, debe partirse de dos textos: uno de su biógrafo Theoderich von Echternach, y el otro de ella en su carta a Guibert de Genbloux. Veamos el primero:.

"Tan pronto pudo expresarse en un lenguaje, ya fuera con palabras o con signos, hizo saber a los que estaban en su entorno, que veía formas de visiones secretas situadas más allá de la percepción común de los demás y, por tanto, vistas de un modo totalmente insólito[…]

En su libro denominado Shivias dice:.

"A la edad de cuarenta y dos años y siete meses, vino del Cielo abierto una luz ígnea que se derramó como una llama en todo mi cerebro, en todo mi corazón y en todo mi pecho. No ardía, solo era caliente, del mismo modo que calienta el sol todo aquello sobre lo que pone sus rayos. Y de pronto comprendí el sentido de los libros, de los salterios, de los evangelios y de otros volúmenes católicos, tanto del antiguo como del nuevo testamento, aún sin conocer la explicación de cada una de las palabras del texto, ni la división de las sílabas, ni los casos, ni los tiempos" (Libro I-1)

Su carta de 1175 a Guibert de Genbloux dice en parte:

"[…] Desde mi infancia, cuando todavía no tenía ni los huesos ni los nervios ni las venas robustecidas, hasta ahora, que ya tengo más de setenta años, siempre he disfrutado del regalo de la visión en mi alma. En la visión mi espíritu asciende, tal como Dios quiere, hasta la altura del firmamento y hasta el cambio de los diversos aires, y se esparce entre pueblos diversos, en lejanas regiones, y en lugares que son para mí remotos. Y como veo estas cosas de este modo, las contemplo según el cambio de las nubes y de otras creaturas. No oigo estas cosas ni con los oídos corporales ni con los pensamientos de mi corazón, ni percibo nada por el encuentro de mis cinco sentidos, sino en mi alma, con los ojos exteriores abiertos, de tal manera que nunca he sufrido la ausencia del éxtasis. Veo estas cosas despierta, tanto de día como de noche. Y con frecuencia estoy atada por enfermedades y atenazada por fuertes dolores, hasta tal punto que amenazan con llevarme hasta la muerte. Pero hasta ahora Dios me ha sustentado.

La luz que veo no pertenece a un lugar. Es mucho más resplandeciente que la nube que lleva el sol, y no soy capaz de considerar en ella ni su altura ni su longitud. Se me dice que esta luz es la sombra de la luz viviente, tal y como el sol, la luna y las estrellas aparecen en el agua, así resplandecen para mí las Escrituras, sermones, virtudes y algunas obras de los hombres formadas en esa luz.

Lo que he visto y aprendido en esta visión, lo guardo en la memoria por mucho tiempo, pues recuerdo lo que alguna vez he visto u oído, y simultáneamente veo y oigo y sé, y casi en el mismo momento aprendo lo que sé. Lo que no veo, lo desconozco puesto que no soy docta, en la visión, y no pongo otras palabras más que las que oigo. Lo digo con las palabras latinas sin pulir como las oigo en la visión, pues en la visión no me enseñan a escribir como escriben los filósofos. Y las palabras que veo y oigo en esta visión, no son como las palabras que suenan de la boca del hombre, sino como llama centelleante y como nube movida en aire puro. De ningún modo soy capaz de conocer la forma de esta luz, como tampoco puedo mirar perfectamente la esfera solar. Y de vez en cuando, y no con mucha frecuencia, percibo en esta luz otra luz, a la que nombran luz viviente, que, mucho menos que la anterior, puedo decir de qué modo la veo. Pero desde el momento en que la contemplo, toda tristeza y todo dolor es arrancado de la memoria, de forma que adquiero las maneras de una simple niña y no de una mujer vieja […] Mi alma no carece en ningún momento de la luz que llamo sombra de luz viviente, y la veo como si contemplara el firmamento sin estrellas en una nube luminosa, y en esta veo cosas de las que hablo con frecuencia y también veo lo que respondo a las preguntas, y procede del fulgor de la luz viviente […]".

En estos dos textos aparece claramente el fenómeno de la visión relacionado con el tema de la luz. En la Biblia la creación comienza con la luz cósmica (Gn 1,3) y ella será el ámbito del hombre hasta que dé lugar a otra luz: la gloria de Dios que ilumina a la Jerusalén celestial: "Y la ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero […] no existirá la noche en ella" (Ap 21,23-25). Y en el centro de la historia está Jesucristo sobre el que el anciano Simeón pronuncia la profecía al ingresar por primera vez en el Templo: "luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2, 32). Más tarde se autodefinirá "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas" (Jn 8,12) Y Jesucristo repite varias veces que es luz y que vino para apartarnos de las tinieblas. En el antiguo testamento cuyo hecho más importante es la Pascua, el pueblo elegido camina durante 40 años precedido de una nube ígnea y que es siempre la gloria de Dios. Podemos seguir este tema a través de los Profetas, donde se manifiesta acompañando las visiones o locuciones, sobretodo Isaías y Ezequiel: "El hombre me llevó hacia la puerta que miraba al oriente, y yo vi que la gloria de Dios venía desde el oriente, con un ruido semejante al de las aguas caudalosas, y la tierra se iluminó con su gloria […] la gloria del Señor entró en la Casa por la puerta que daba al oriente. El Espíritu me levantó y me introdujo […] y yo vi que la gloria del Señor llenaba la Casa […]" (Ez 43,1-5). En el nuevo testamento señalo dos hechos en que Dios irrumpe como luz. El primero en Pentecostés (Hch 2): las lenguas de fuego son el Espíritu Santo que penetra en los Apóstoles y de allí en más ellos serán también luz del mundo. El segundo es la narración de la conversión de San Pablo: "Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del Cielo lo envolvió de improviso con su resplandor" (Hch 9, 1-9) La luz, al ser interrogada por Pablo le responde que es Jesús. Y surge el gran Apóstol de los pueblos paganos. Este breve recorrido por la Sagrada Escritura nos ayuda a entender lo que Hildegardis le relata a Guibert de Genbloux sobre sus visiones. En el hecho visionario y profético, Dios irrumpe de una manera especial respetando la idiosincrasia de quien recibe esa especial manifestación de su gloria. La experiencia del receptor de esa gracia extraordinaria es intraducible, solo la puede expresar en símbolos. La vivencia mística, sea o no profética, se valdrá de la poesía, de la pintura surrealista, de expresiones vivenciales como en el caso del Profeta Oseas o de Jeremías. Pero siempre es una luz que aún siendo indescriptible, lleva a ver y entender lo que los demás no ven ni entienden. Todo es ahondado en su verdad que trasciende el tiempo y el espacio. A veces la misma luz ordena decirlo, manifestarlo. Es lo que ocurría con Hildegardis a partir de sus 42 años como bien lo dice en el Libro de von Echternach. Ella habla de una doble luz, esto se explica con las palabras del Salmo 36 (35): "En tu luz veremos la luz". Detrás de la luz de la videncia hay otra luz que es la gloria de Dios en lo más profundo de la persona que ha sido invadida de una manera tan especial por el Espíritu Santo. Y esa luz no es traducible ni siquiera por signos, solamente la persona irrumpe en una música, en un "jubilus" de gozo tal como lo quiso expresar el gregoriano y Santa Hildegardis en sus músicas. No debemos olvidar que ella es una monja benedictina y por ello es bueno traer a colación una página del Libro II de los "Diálogos" de San Gregorio Magno:

"[…] Habiendo llegado ya la hora de entregarse al descanso, subió el venerable Benito a su celda, situada en la parte superior de la torre […] Y he aquí que mientras aún dormían los Hermanos, el hombre de Dios Benito, solícito en velar, se anticipaba a la hora de la plegaria nocturna de pie junto a la ventana y oraba al Dios Omnipotente. De pronto a aquellas horas de la noche vio proyectarse desde lo alto una luz, que, difundiéndose en torno, ahuyentaba todas las tinieblas de la noche y brillaba con tal fulgor que, resplandeciendo en medio de la oscuridad, era superior a la del día. En esta visión se siguió un hecho maravilloso; porque, como él mismo contó después, apareció ante sus ojos todo el mundo como recogido en un solo rayo de sol […]

Pedro: ‘es algo realmente maravilloso y sobremanera estupendo! Pero eso que has dicho de que se presentó el mundo ante sus ojos como concentrado en un solo rayo de sol, no sé imaginármelo, como quiera que jamás he tenido experiencia de ello. En efecto, cómo es posible que el mundo entero pueda ser visto por un solo hombre?

Gregorio: Fíjate bien Pedro, en lo que te voy a decir: para el alma que ve al Creador es pequeña toda creatura. Puesto que por minúscula que sea la porción de luz que percibe del Creador, se le hace insignificante todo lo creado, ya que por la misma luz de esta visión interior se ensancha el horizonte del alma y se dilata de tal manera en Dios, que se hace superior al mundo; incluso el alma del vidente se eleva sobre sí misma. Y cuando en la luz divina es arrebatada sobre sí, se dilata interiormente; y en su elevación, al mirar lo que queda debajo de ella, comprende cuán poca cosa es; lo cual no podía comprender antes […] El hombre de Dios, pues, viendo el globo de fuego, veía también a los ángeles que subían al Cielo, y esto, sin duda alguna, no pudo verlo sino en la luz de Dios. Según esto, Ώcómo puede causar maravilla que viera el mundo recogido ante sí, si elevado por la luz del espíritu quedó fuera del mundo? Y al decir que el mundo quedó recogido ante sus ojos, no quiero significar que el cielo y la tierra se vieran como reducidos, sino que, dilatado el espíritu del vidente, arrobado en Dios, pudo ver sin dificultad todo lo que estaba por debajo de Dios. Así, pues, al brillar aquella luz exteriormente ante sus ojos, proyectóse a su vez una luz interior en su mente, y arrebatando el espíritu del vidente hacia las cosas trascendentales, le mostró cuán pequeñas son todas las cosas de este mundo" (S. Gregorio Magno, Capítulo XXXV del Libro II de los "DIÁLOGOS")..

G) La mujer música

En el libro de la Vida de von Echternach, en el libro II, dice Santa Hildegardis: "También compuse cantos y melodías en alabanza de Dios y a los Santos sin enseñanza de ningún hombre, y los cantaba, sin haber estudiado nunca ni neumas ni canto". Siguiendo la regla de San Benito siete veces al día las monjas de Eibingen se reunían a cantar el "Opus Dei" compuesto de Himnos, Salmos, Antífonas, Responsorios. Es en esos siglos que surgen en los distintos monasterios, verdaderos tesoros del canto gregoriano. Esta tradición continúa a lo largo de los siglos hasta hoy. Dentro de ese marco litúrgico hay que ubicar a Santa Hildegardis y sus composiciones musicales. Por eso escribía a los Canónigos de Mainz cuando estos, a modo de castigo, prohibieron a las Monjas cantar públicamente el Oficio Divino, verdadero centro de la vocación benedictina:

"Pensad también esto: del mismo modo que el cuerpo de Jesucristo nació por el Espíritu Santo, de la pureza de la Virgen María, así también el cántico de la alabanza a Dios, según la armonía celeste, tiene sus raíces en la Iglesia por el espíritu Santo. El cuerpo es el vestido del alma que tiene la voz viva. Por eso es justo que el cuerpo cante con el alma a través de la voz las alabanzas a Dios.".

Es exacta la observación que al respecto hace B. Newman:.

"La relación entre palabra y música es interesante; los melismas (frases melódicas para una sola sílaba) no están en correlación con el acento de una palabra o su importancia en el texto, lo que no indica independencia entre palabra y música, sino que por lo contrario, las dos sonoridades funcionan como una especie de contrapunto, impredecible y rico […] Para Hildegard, la dualidad de la palabra y música es susceptible de interpretación teológica […] la palabra designa el cuerpo, pero la música designa el espíritu."

Este conjunto de 70 composiciones litúrgicas, integra la llamada "Symphonia armoniæ cælestium revelationum". Junto a estas músicas orantes compuso una cantata, el más antiguo drama musical que ha llegado hasta nosotros, el "Ordo Virtutum" (ritual de las virtudes). Para ella así como la medicina natural cura el cuerpo, las virtudes curan el alma. La composición formada por un prólogo y cuatro escenas, muestra al alma creada en la inocencia y su drama al estar entre ser lo que es su naturaleza y la tentación del maligno que quiere arrastrarla a los vicios. Es la lucha entre la fidelidad y la tentación, entre las exigencias del mundo y los deseos del corazón. En la escena II las virtudes aparecen con su simbolismo: la humildad como alimento de todas las virtudes; la caridad flor amable que guía a la luz; el temor de Dios como preparación para la contemplación; la obediencia como la que lleva al beso del Rey; la fe "espejo sereno", fuente que mana; la esperanza es el ojo que contempla y no es alcanzado por la oscuridad; la castidad como la dulce flor que no se marchita y que realiza la unión esponsal con el Rey; el amor celestial como puerta de oro fija en el Cielo y que nos ayuda a elegir a Dios; la disciplina como sencillez; la modestia como floración de blancos lirios, etc. La música que acompaña a la letra introduce el más existencial de los dramas en la inteligencia del corazón; la música habla sin conceptos, pero la vida la entiende.

Todos estos aspectos de una mujer, sin duda genial y polifacética, se anudan, se unifican en la centralidad de su alma que desde pequeña, siguiendo a San Benito "soli Deo placere desiderans" como narra en los "Diálogos" San Gregorio Magno. Lo más importante de Santa Hildegardis es que fue una Santa, una gran Santa.

III

Santa Gertrudis

(1256-1301)

Cien años después de Santa Hildegardis, surge esta gran mística que fue Santa Gertrudis. Ella es llevada al Monasterio de Helfta, en Sajonia, a los cinco años, y cosa muy extraña: en los Anales del Monasterio no hay una mención sobre su origen familiar. Este siglo que separa a estas dos Santas fue muy importante para la Iglesia y en especial para la vida monástica. Las Cruzadas se hicieron y fracasaron. Creció y pautó el siglo la influencia de San Bernardo, cuyas directivas de observancia se adoptaron en Helfta. Y en toda la región Germana y Flamenca se vio surgir un nuevo modo de vida consagrada femenina: las Beguinas, caracterizadas por una fuerte vida contemplativa y mística. Helfta era un lugar de estudio y de intenso trabajo intelectual (es necesario tenerlo en cuenta por lo que Gertrud llamará su "conversión"). Pero lo más importante para las Monjas era el canto y rezo del Oficio Divino y la Misa, de allí que los escritos de estas Monjas y la previa experiencia mística se da a partir de la Liturgia. También debe señalarse la influencia del feudalismo que se reflejará en las alegorías espirituales: el derecho señorial, el vasallaje, los rituales de corte, las vestimentas ricas y coloridas, los adornos y las alhajas, las fiestas, la heráldica, el amor cortesano, el lirismo. En los escritos de Helfta, y en especial de Gertrudis, todos estos elementos aparecen simbólicamente en el Cielo. Como copista había adquirido una formación literaria y teológica que desarrollaron su inteligencia profunda y viva. Según su biógrafa (una de las monjas) ella era un Cielo, pero a la vez su experiencia mística ocurre en el Cielo. En el Libro I del Heraldo del Amor Divino dice la mencionada Monja:.

"Mas baste lo dicho para dar por sentado que esta virgen fue uno de aquellos cielos en el cual como solio estrellado el Rey de reyes de dignó habitar" (§ 11).

Los escritos compilados bajo el título de "El Heraldo" constan de cuatro libros, de los cuales solamente el segundo es de la Santa. Los otros tres fueron escritos por las Monjas que convivieron con ella y recibieron sus confidencias. A estos libros debe añadirse un excelente escrito de la literatura espiritual, pero en otro género literario y que son sus "Ejercicios Espirituales". Estos escritos permanecieron desconocidos hasta el siglo XVI en que los sacan a la luz los Cartujos de Colonia, en especial uno de ellos: Lanspergio. Sensible y femenina, su estilo aparentemente recargado por el uso excesivo de superlativos y de escenas de ternura puede, si hacemos una lectura superficial, no dejarnos ver su hondo contenido teológico. Por ejemplo, el uso de sus constantes superlativos, no surgen por un deseo ingenuo o infantil de todo magnificarlo, sino que expresan lo infinito y lo absolutamente trascendente de Dios. Todos estos escritos no son sino la vivencia de un corazón dentro de otro Corazón, un diálogo afectivo a través del cual la persona es educada para el Cielo, para su vida eterna, para su convivencia con Dios. Y esta educación no es expuesta como una teoría, sino como escenas que se van sucediendo en un tablado, donde aparecen: la Trinidad, Jesucristo, la Virgen, y diversos Santos, ángeles y demás moradores del Cielo. Para ilustración de lo dicho veamos una página pero cuyo estilo se repite a lo largo de todo el Libro:

"Al día siguiente, durante la Misa, en el momento de la elevación de la Hostia, una especie de somnolencia disminuía su atención y devoción. Pero el sonido de la campanilla la despabiló repentinamente y entonces vio al Señor Jesús Rey (Cf. Is 6,5) que tenía en sus manos un árbol cortado a ras del suelo, pero cuajado de magníficos frutos; cada una de sus hojas emitía, a manera de estrellas, rayos de maravilloso resplandor. El Señor sacudió este árbol en medio de la corte celestial y todos gozaron extraordinariamente de sus frutos. Pero poco después el Señor depositó este árbol en su corazón, como en medio de un jardín, a fin de que ella trabajase para acrecentar sus frutos (Cf. Gn 2), reposase bajo su sombra y de él reparase sus fuerzas. Tan pronto como lo tuvo plantado en su corazón, empezó, con el fin de acrecentar sus frutos, a orar por una persona que la había disgustado muy pocos momentos antes, ofreciéndose a sufrir de nuevo el dolor profundo que poco antes había sentido, para que le fuese otorgada más copiosamente la gracia de Dios. Mientras pedía esto, vio en lo más alto del árbol una flor de un color agradabilísimo que llegaría a dar fruto si ponía por obra su buena voluntad. Este árbol simbolizaba pues la caridad, la cual no solo abunda en frutos de buenas obras, sino también en flores de buenos deseos y aún en relucientes hojas de santos pensamientos. Por eso, los ciudadanos del Cielo experimentan una gran alegría cuando un hombre se inclina hacia otro hombre y se esfuerza en aliviar, en la medida que le es posible, las necesidades del prójimo. También en ese mismo instante de la elevación de la hostia recibió un adorno resplandeciente de oro (Cf. Salmo 44) que se añadía al vestido rosa que había recibido la víspera, cuando reposaba sobre el pecho del Señor. El mismo día, durante el rezo de Nona, se le apareció el Señor bajo la figura de un distinguido joven pidiéndole que tomara algunas nueces de aquel árbol y se las ofreciese. Luego la levantó en vilo y la puso sobre una rama del árbol […] Al querer ella entonces ofrecer al joven las nueces, subió este al árbol y sentándose junto a ella, le indicó que les quitase la cáscara y la piel, preparándolas así para que él las pudiese comer. Con esto quería darle a entender que no basta que el hombre someta su juicio determinándose a hacer el bien a su enemigo, sino que es preciso también buscar la ocasión para ponerlo por obra. Así pues, la enseñanza que se le daba en esta alegoría de las nueces es que debía hacer el bien a los que la perseguían. Por eso el Señor solamente le señaló en ese árbol, que tenía otros frutos, las nueces, que tienen la cáscara amarga y dura, porque la caridad para con los enemigos debe mezclarse con la dulzura del amor de Dios, que es el que dispone al hombre a sufrir incluso la muerte por Cristo" (Libro III-15).

Sintéticamente veamos su doctrina espiritual:.

A) La conversión.

El 27 de enero de 1281 le ocurre a Santa Gertrudis un hecho o visión. Es de noche, después del oficio de Completas. Lo narra en el Libro I, capítulo 1. Es la primera visita del Señor (así lo titula). No se trata de pasar del pecado a la virtud. Gertrudis era una buena monja. Pero en ese inesperado encuentro con Jesucristo, su vida sufrirá un cambio radical. Pasará de una vivencia intelectual con el Dios de sus estudios a la vivencia mística, a la relación con un Dios persona y no con un cuerpo doctrinal-teológico..

B) Cristocentrismo.

Es un resultado de lo anterior. El secreto de la mística cristiana es que ella es una relación de amor con Jesucristo. Gertrudis conoce las corrientes especulativas, pero será la humanidad de Cristo quien la llevará a penetrar en la Trinidad. No se contenta con la especulación filosófica que conocía muy bien, sino que Cristo será el lugar de su vida mística. Se mueve dentro de la contemplación de los grandes misterios de Cristo ( desde la Natividad hasta la Ascensión) vividos en la Liturgia. .

c) Sus grandes temas teológicos.

Santa Gertrudis no es atraída por los temas teológicos simplemente por "ganas" de saber, sino como alimento de su vida espiritual y de su oración. Pero los verdaderos místicos son siempre verdaderos teólogos como es el caso, entre otros, de San Bernardo. Señalemos algunos de estos contenidos teológicos:

    1. La Eucaristía. Es un tema principal para ella y está ligado a su cristocentrismo. Son muchas las gracias de oración comunicadas durante la Eucaristía.

    2. Las llagas de Cristo. Ellas son la expresión del amor de Cristo y de su gloria (recordemos la influencia de San Francisco de Asís en este siglo). Gertrudis pide ser estigmatizada pero en su corazón. Desde el comienzo de la así llamada conversión, el joven que se le aparece lleva los estigmas.

    3. El Sagrado Corazón. El corazón es el centro, la sede, de la persona humana. Es el yo y su connotación afectiva lo cual se llama amor. Es sin duda el gran tema bíblico y el gran tema monástico de todos los tiempos. Gertrudis tiene una especial devoción a San Juan Evangelista porque él reposó sobre el corazón de Jesús. Yo diría que es el tema principal y constantemente repetido en estos Libros. Para Santa Gertrudis el Corazón de Cristo es su mundo, es como dice en una parte su "hueco en la roca".

    4. Sentido de Iglesia. Vive el Cuerpo Místico, su contacto con los santos es para ella un hecho común. Cielo y tierra no son más que una sola Iglesia.

    5. La oración litúrgica. Fuente y cumbre de la vida espiritual como dirá el Concilio Vaticano II en su primer documento. En Gertrudis el lazo de unidad entre la Iglesia del Cielo, la de la tierra y la de los muertos, es la Liturgia. En ese acto sagrado todo ocurre a la vez en el Cielo y en su corazón y en le mundo. Nos recuerda el Apocalipsis (19), la gozosa liturgia celestial. En sus escritos no hay profecías sobre el porvenir. Tampoco la representación de una estatua y mensajes para la Comunidad o para la Iglesia. Es disfrutar constantemente del Cielo donde todo vive y que no queda "en otro lugar" lejano e inaccesible, como hace dos años lo explicó el Papa Juan Pablo II en una de sus enseñanzas semanales. Diría que el gran valor de esta Santa es haber vivido y expuesto que liturgia y mística pueden y deben darse juntas y a la vez. Por supuesto que el racionalismo no gusta de esta aproximación.

D) Su vida interior.

Como decía una monja muy simple "la vida interior es una vida interior". Se trata de un proceso de interiorización "interiora cordis mei" dirá en el Cap. 2 del Libro II. Intrare ad cor. No es introspección psicológica. Es al contrario entrar en sí en el corazón, sede del amor. Sin duda, que en esta vida interior se perciben las propias faltas, pero no como exigiendo un esfuerzo humano "heroico", sino que la fuerza purificadora es la misma vida interior del amor. Por eso Santa Gertrudis y las monjas de Helfta no subrayan el ascetismo, sino la libertad del amor que es más exigente que todos los ascetismos juntos. Toda su oración tiene la libertad de una respiración. No es un método, sí una forma de vivir "nupcialmente" con Dios. Todo se reduce a las nupcias del alma con Dios. Alguien dijo de ella que su oración es más un imperativo de la unión que una voluntad de un ascetismo metódico.

Concluyamos con un soneto de Lope de Vega (Rimas Sacras XCVI)

A Santa Gertrudis

Gertrudis, siendo Dios tan amoroso
Que está en el hombre por amor ardiente,
Y el hombre en él no es mucho que aposente
Tan abrasado corazón su esposo:

Amor te ha dado en Vos dulce reposo
Que allí quiere vivir y estar presente;
Que nadie amara y estuviera ausente
Si fuera como Dios tan poderoso.

Si a quien pregunta al mismo Dios, que adónde
Le podría hallar, después del blanco velo,
En nuestro santo corazón, responde:

Custodia sois, mientras gozáis el suelo,
Y pues que todo Dios en él se esconde,
Mayor tenéis el corazón que el cielo.

 
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