Universidad de Chile

 

 

La Magdalena en la escritura monacal del medioevo

Lic. María Raquel Fischer.1


En el marco de este Coloquio he querido decir algo sobre lo que significa la figura de la Magdalena en la escritura monacal del medioevo.

1.- El texto exige cierta referencia histórica: esta oración reúne en una sola figura perso-najes evangélicos diferentes, tales como la pecadora que Jesús perdona en casa del fariseo2, la hermana de Lázaro y Marta3, y María Magdalena que va al encuentro de Jesús resucitado4. En el tiempo en que Anselmo escribe la oración se creía en la coincidencia de estas tres figuras femeninas5. Sin embargo, y a pesar de la imprecisión histórica, la reunión en la figura de esta mujer de personajes diferentes, le hizo posible al autor un tipo de "mediación fraterna" que explicita en la estructura dialógica de esta oración.

Al menos hasta el siglo X y especialmente dentro de la cultura monacal, la Magdalena representa por un lado a la enamorada de Dios6; símbolo de debilidad, pero también de una timidez dominada que le hizo posible permanecer sola frente a la tumba abierta. Impulsada por un gran Amor no cesó de buscar y de esperar. De ahí que los escritos monásticos de esta época traslucen una admiración por este personaje7, verdadero ejemplo de sumisión, de servicio y de amor incondicional, que hicieron que su fama se extendiera a toda la Iglesia hasta el final del primer milenio.

Por otro lado, la Magdalena representa también a la pecadora. Aquella que ha tenido que destruir por entero, consumida en mortificaciones, la parte femenina de su ser. Ni virgen, ni esposa, ni viuda, esta mujer es símbolo de la marginalidad, sin embargo desde aquí nace su poder y su fuerza para despertar al varón de su endurecimiento interior y la ayuda que le hace tomar conciencia de sus debilidades.

En la plegaria tanto el personaje invocado cuanto el orante, hacen su itinerario. La yux-taposición de los dos nombres María y Magdalena remiten por un lado a la pureza del nombre de María, especialmente referido en el Corpus anselmiano a la oración VII dedicada a la Virgen, cuanto a la procedencia de su lugar de origen – Magdala – la tierra natal del personaje. Toda la plegaria es simbólicamente un itinerario de reconciliación entre ambos lugares. Se crea así en la literatura religiosa una figura femenina con la cual el varón dialoga.

2.- Ahora bien, atendiendo a la gramática del texto y en base a un trabajo hermenéutico son posibles las siguientes consideraciones8:

1º Parágrafo: la figura triádica. El orante comienza diciendo: Porque sabemos muy bien, ¡oh querida amiga de Dios!, que "se perdonan muchos pecados a quien ha amado mucho". El texto indica un itinerario de amor en el camino de salvación del personaje, una suerte de Infierno, Purgatorio y Paraíso, en los que la Magdalena toca fondo y padece sucesivos quebrantos hasta quedar transfigurada por la fuerza amorosa9. El texto también revela un juego de complicidad entretejido entre el orante y la Magdalena, entre ésta y Dios: cara amica dei. Tal juego es posible por la fecundidad eterna de una memoria histórica; comienza con la invocación del nombre Sancta Maria Magdalene. Gramaticalmente recurre a cuatro oraciones adjetivas que explicitan cuánto sabe él de ella, en virtud del cual saber se justifica la invocación: Que por la fuente de tus lágrimas haz llegado a la fuente de la misericordia... del cual sintiendo sed ardientemente Él te ha renovado con abundancia y generosidad; pecadora que eras, has sido justificada, sufriendo amargamente por Este (eres consolada).

La Magdalena ha recorrido un camino que va desde la fuente de las lágrimas a la fuente de la misericordia; es ella la que ha sido reconfortada en su sed ardiente, la que ha sido perdonada y consolada. Se alude aquí a una peregrinación de aprendizaje y conversión que pusieron a esta mujer en dirección a Dios. Por un lado una vida impregnada de fantasías y de un pasado errante, pero también una suprema confianza que tiene su centro en que el mal está curado con el descenso de Dios a los Infiernos.

Inmediatamente la invocación del nombre es sustituida por una expresión más familiar al orante y al amor que siente por ella: tu domina mea carissima. Tal invocación tiene como objetivo mostrar en una mayor confianza cuánto sabe ella por experiencia per temetipsam es experta, un saber que necesita el orante para su propia salud: De qué modo el alma pecadora se reconcilia con su Creador, tu sabes qué consejo conviene al alma pecadora, qué medicina a de salvar a la que languidece.

Indudablemente en el imaginario religioso del orante está presente la "pecadora" que en casa del fariseo mojaba los pies de Jesús con su lágrimas y las secaba con sus cabellos10. Pero el orante no hace memoria para acusar o mostrar la miseria del otro, lo que sería un "imperativo de desnudez", sino que el camino del recuerdo es una complicidad que se torna suplicante de mediación. Por eso se puede afirmar que la presencia reiterada del pronombre en primera persona muestra no el reproche ni la acusación, tampoco la desesperanza, sino el ponerse en camino desde las tinieblas del alma a la luz de la salvación: No me pertenece a mí, ¡oh señora muy feliz!, (...) el recordar tus pecados en son de reproche, si no es para invocar la inmensidad de la clemencia que les ha borrado; por ella me tranquilizo para no desesperar; tras de ella suspiro para no perecer.

2º. Segundo parágrafo consta de tres partes: una invocación, seis súplicas que se expresan a través del modo imperativo y, finalmente, un "negocio de amistad" que cierra el texto. Al comienzo la gramática haciendo uso de su forma pasiva y activa construye una figura amorosa: Elegida de Dios que tu amas, amada de Dios que tu eliges. El acento recae sobre el genitivo dei: es Dios quien la elige, electa, y ella ama, dilectrix a Dios en tanto que elegida por Él. Pero también es Dios quien la ama, dilecta, y ella elige, electrix en tanto que amada por Él11.

Sin embargo, el amor que une a esta mujer con el Amado no es una historia clausurada; no lo está ni en la memoria que la sostiene ni en la apelación final con la que se cierra el parágrafo. La memoria muestra el camino recorrido por la Magdalena y a recorrer por el orante: Yo miserable acudo a ti, felicísima, en mis tinieblas imploro tu luz, yo pecador a la justificada, yo impuro a la purificada.

Luego la súplica a través de los imperativos, uno de ellos Prosit contiene en la memoria la rítmica amorosa entre amante y amado con la que comienza el parágrafo. Que me aproveche, ¡oh bienaventurada!, de ese trato familiar que tuviste y tienes con la fuente de la misericordia.

Se trata de una vía de acercamiento a Dios en donde el amor, habiendo sido alcanzado por el Amado y gozando de su cercanía, sin embargo no desconoce las andaduras de la fatiga y los esfuerzos de la búsqueda. Este amor suplica por su purificación, por el agua que calme la sed y riegue su aridez. El final del parágrafo sustituye la memoria por la esperanza de que la Magdalena responda a la tarea encomendada. Sólo en el lenguaje familiar entre hermanos es posible entender la dulzura y la confianza depositada por el orante en esta mujer. El no te será difícil demuestra la confianza en la fecundidad de esta mediación.

3º. Memoria histórica: el fariseo, Marta y Judas. El parágrafo tercero da lugar a expresiones interrogativas; del Quis enim explicet dependen cuatro formas modales, importantes para el núcleo del relato: el primer quam relaciona la figura de la pecadora con aquellos que la calumniaban. La situación pone de manifiesto no solamente los avatares mundanos sino cuanto tiene de refugio la familiaridad del amor: Con qué benévola familiaridad se interponía El mismo contra aquellos que te calumniaban, respondiéndoles por ti. El segundo quam tiene presente al fariseo y su indignación, pero principalmente recalca la defensa por parte del amado. El quomodo refiere a su hermana Marta que la acusa y la memoria descubre las "disculpas" del amigo: De qué modo El mismo te excusaba cuando tu hermana se quejaba de ti.

El final de este tercer parágrafo refiere a Judas que "protesta" y al Amado que la alaba en su obra. Y no porque derroche el dinero con perfumes caros, sino porque es propio del amor manifestarse.

En la narración su Amado ha salido en defensa de cuantos la acusaban, sosteniendo el "honor" de aquella a quien amaba. Pero el orante no disimula el asombro que le causan los hechos del Amor: Cuando abrazada de amor, le buscabas llorando junto al sepulcro y llorabas buscándole.

La claridad y el orden de la existencia pierden su lógica natural cuando el "corazón de Dios" entra en la fugacidad de la vida. El mismo Anselmo se da cuenta de que hay "otra lógica" de difícil traducción humana y, por lo tanto, no puede no estremecerse: Cómo afablemente, amigablemente, venido para consolarte, te abrazaba aún más; cómo se ocultaba a aquella que quería verle, y se mostraba a la que no pensaba verle, cómo estaba presente cuando le buscabas, cómo El mismo te buscaba cuando le buscabas y llorabas.

Todo vínculo que juzgamos pleno lleva la dolorosa experiencia de su finitud, pero justamente en esta limitación e imposibilidad de realización nace el lenguaje de un "Amor Santo" cuyo dominio de comprensibilidad está reservado sólo a la gracia.

4º. La Magdalena frente al sepulcro vacío: Sin embargo, siempre es posible la pregunta y a veces hasta un cierto reproche por la actitud del Señor, tal es el lenguaje del cuarto parágrafo. El Amado ha muerto y las partes dolorosas de la existencia de la Magdalena aún no han encontrado su unidad. Todo es ajeno a sí mismo porque todavía su tiempo está escrito con las sombras del llanto y del no comprender. Tal vez sea éste el misterio de un camino de santidad que permanece en la penumbra hasta que se nos devela su sentido cuando los corazones que lo abrigaron ya no están sobre la tierra, porque el vacío de la muerte no mengua el sentido religioso

del encuentro, sino que presiente de un modo especial la fuerza de Dios. El relato evangélico en boca del orante, hace sentir no sólo la confusión en que nos deja la muerte de un ser amado, el escalofrío de la tumba, el terror a sus fantasmas, sino más importante aún la conformidad que da al corazón humano la muerte transida de luz, la vida penetrada de sentido y la pronunciación de nuestro nombre en boca de un Dios amante. La palabra del orante cambia de interlocutor, es a Jesús a quien interpela, no sin cierto desconcierto y con piadoso reproche: Pero tú, oh buen Maestro, ¿por qué preguntabas por qué lloraba?

La amante llora y sus lágrimas parecieran no tener causa para tanto dolor. Sin embargo, bien sabe esta mujer que su capacidad de comprender ha tocado los bordes porque en el límite con la muerte la esencia eterna del amor también queda en silencio. Allí se mani-fiesta su tragedia: la extrañeza, la frialdad, la posibilidad intrínseca de hacer siempre violencia al lenguaje de la ternura: ¿Acaso su corazón no te veía, oh dulce vida de su alma, cruelmente inmolado?

Cómo no tener entonces razones para llorar si todos sabemos que allí está la envoltura de la contradicción. Porque frente a la muerte, se percibe más claramente que el amor es don, y si falla, la existencia entera marcha desquiciada. Al orante le queda sólo apelar a la memoria que invoca sus horas más sagradas, pero los hechos declaran la imposibilidad de la esperanza: ¡Oh extraña piedad, horrible impiedad! Extendido sobre el leño, habías sido suspendido, atravesado con clavos de hierro, como un ladrón que sirve de juguete para esos impíos!

Sin embargo, en los momentos más frágiles de la existencia el corazón espera lo eterno. En las "horas puras" del tiempo el contenido de este amor se revela como el cumplimiento de un encargo divino que adquiere vida en el corazón de cada hombre, en este caso en el corazón de la Magdalena y restaura así la gloria del mundo: Y dices: ¿"Mujer, por qué lloras"? (...) Pues no ignorabas el amor que tu mismo le inspirabas.

Hay aquí un elemento de saber que le quita al hecho amoroso el temor a la incomprensibilidad, a la amargura del absurdo, al sin sentido del amor. Porque el amor auténtico presiente la verdad. Y a pesar del escalofrío que nos produce esta mujer que busca y no encuentra, el orante devela que hay un saber que testimonia. Pero sólo porque los hechos que desencadenaron el dolor en su existencia no comenzaron en ella misma sino en el corazón de Dios. Tu por lo menos, que has sido su única alegría ¿por qué irritas su dolor? Si cuando se presiente la alegría la existencia florece, ¿para qué provocar el desgarro y anular en el corazón la promesa de felicidad deambulando con el fastidio de lo cotidiano? Lo sabías muy bien tú, ese jardinero que la habías plantado en tu jardín, el de tu alma. La aparente fatalidad en que nos deja la muerte de un ser amado es sólo el rostro visible del dominio del amor de Dios. La memoria del amor impide que los bostezos de la nada invadan la frágil luminosidad de la melancolía, y con la mediación del Ángel que espera en la puerta de un jardín santo, Dios entra en proximidad con su amada y así comienzan a cumplirse las Promesas del Amor.

5º. El Amante resucitado, su ausencia. A partir del parágrafo quinto se busca un espacio que desarme la violencia de la muerte. Y a pesar de las brumas del amanecer, la mirada reconocerá a su Amado aunque mientras tanto la sostenga sólo la fuerza del deseo: Pero, ¡oh buen Señor, oh maestro clemente! He aquí que tu fiel servidora, tu discípula, recientemente rescatada por tu sangre, se halla totalmente abrasada y ansiosa con el deseo que tiene de ti; ella mira por todas partes, ella pregunta y por ninguna parte aparece aquel que desea.

Es cierto que se corre el riego de la insensibilidad a causa de la resurrección: ¿Has perdido la compasión, porque encontraste la incorruptibilidad? ¿Has perdido tu bondad, al adquirir la inmortalidad?

Sin embargo, aunque el hecho de la transfiguración sobrepase a "nuestras razones", no hay "arbitrariedad divina" que pueda dar lugar a un lenguaje de reproches. El misterio del amor acepta la muerte pero con la confianza en poder participar de la resurrección. Y el Ángel, que en estos umbrales hace también su mediación, abre un camino en la búsqueda, escucha la pregunta y simplemente con esta actitud ya ha dado una orientación. Porque cuando vagan los recuerdos el Mulier, cur ploras? nos da un mensaje de conformidad con lo acontecido que le saca razones al dolor y a las lágrimas. La vida siempre vuelve a decir "no" a la muerte porque en el fondo se resiste a la melancolía infinita que libera las sombras del abismo. El límite del pecado no declara nulo el encuentro entre Dios y la creatura, y los rayos dorados de la divinidad alcanzan los umbrales del alma. Porque no nos desprecias a nosotros los mortales, al hacerte inmortal; por ellos te hiciste mortal, para hacerlos inmortales.

6º. Pronunciación del Nombre. En el parágrafo sexto al límite, al cual el alma es llevada por los requerimientos del orante al final del parágrafo anterior, corresponde la confianza en la acción de la pia dilectio capaz de mermar la distancia de la muerte con la audacia de nuevos gestos de amor: Por lo cual tu bondad y tu amor no pueden tolerar más tiempo ni oír sus gemidos ni ocultarte de ella. La dulzura del amigo se abre camino para enterrar la amargura de las lágrimas. El Señor llama a su sierva con el nombre que le da de ordinario, y la sierva reconoce la voz familiar del Maestro.

La memoria textual es transferida como memoria existencial al yo-orante que entra en la memoria eterna del texto buscando también la consolación del Amor. Tal apropiación en el aquí y ahora desdibuja la distancia entre el pasado y el presente, entre la eternidad y el tiempo; desapareciendo los contrastes, el lenguaje cordial se hace más diáfano para la pronunciación del nombre. ¡Me imagino, o más bien afirmo con certeza, que ha sentido entonces la suavidad habitual que experimentaba cuando oía llamar: "María"!

El nombre de María escuchado por la amante sobrepasa el anuncio y la promesa: ¡Oh voz deleitable, qué caricia para los oídos! ¡Que sabor de amar!

Ella pertenece a aquellas almas para las cuales ciertos "encuentros amorosos" conservan un privilegio que no caduca. Experiencias profundas, donde no hay intermediarios que impidan que la vida se junte a la vida, que el corazón hable al corazón y la delicadeza del alma deje el espacio abierto para que Aquel que es más grande que la creatura deje sentirle su nombre. De ahí que el orante imagine una situación de consuelo al ritmo del: No era posible expresarse más brevemente y más pronto: "Sé quién eres y lo que quieres. Heme aquí, no llores. Soy yo, a quien tu buscas". Al punto se cambian las lágrimas; no creo que cesaran de inmediato, pero hasta entonces salían más bien de un corazón contrito, que se tortura a sí mismo; ahora corren desde un corazón alegre y que salta de júbilo.

Así pues, el orante expresa un deseo de consuelo que hubiera calmado el llanto de la Magdalena. Sin embargo, el no saber deja en pie la aventura de la búsqueda y el coraje y la audacia que le confieren a la experiencia de la noche su nobleza. ¡Oh cuán diferente son estas palabras: "Maestro bueno", o éstas: "si le has cogido, dímelo"! ¡Cuán distinto es el sonido "Se han llevado a mi Maestro y no sé dónde le han dejado", y esto: "He visto al Maestro y he aquí lo que dice"!

El párrafo final con el que Anselmo termina la oración, es una verdadera súplica por permanecer al lado de este Amor: Pero, ¿cómo me atrevo yo, tan miserable, sin amor, a expresar el amor de Dios y de la bienaventurada amiga de Dios? ¿Cómo va a desprender mi corazón ese buen olor, si no contiene en sí ningún sabor?

Tiene conciencia del residuo enigmático que le impide desentrañar el sentido de la vida, aunque los enredos del tiempo no le quitan la confianza en esta experiencia amorosa, ni la fidelidad que adquiere fuerzas en los fragmentos de su quebradura: ¡Ay! Tengo conciencia de ti, ¡Oh verdad! Tú me eres testigo, ¡Oh Señor, mi dulce Jesús!, de que hago esto por amor de tu amor. Yo siento que tu amor se enciende en mí (...)

La oración termina con la invocación a la maximae Mariae, gracias a la cual los primeros designios de Dios han sido recreados y el hombre es invitado a llevar a plenitud la santa dignidad de lo humano. En la insercción humano-divina y en la tangencialidad de dos tiempos la plegaria abre camino para que el corazón humano pueda albergar la santa nobleza de la que brotará algún día la eterna alabanza al Cordero.

Notas

1 La autora es Licenciada en Filosofía y ejerce como Profesional Principal del CONICET en la Academia Nacional de Ciencias de Bs. As.

2 Cf. San Lucas 7, 36-50

3 Cf. San Lucas 10, 28-42

4 Cf. San Juan 20, 14-18

5 María Magdalena, María de Betania y la mujer pecadora de Lc. 7, se van confundiendo una con otra y van dando lugar a diversas y variadas tradiciones. Esta confusión se remonta, al parecer, al siglo III. Pero en el siglo VI el papa Gregorio Magno decide que las tres son una sola persona, cosa que se difunde en la Iglesia latina a partir de una homilía suya. En cambio la tradición griega (y luego la Iglesia oriental en general) considerará a Santa María de Betania, cuya fiesta se celebra junto con la de su hermana Santa Marta, perfectamente distinguidas de Santa María Magdalena, a la cual también se la celebra con fecha propia. No ocurre así con la Iglesia latina, en la que se celebra a Santa Marta (reprochada por el Señor: Lc. 10,41) y no a Santa María (canonizada por el Señor: Lc.10, 42). Cabe destacar, como hecho interesante, que a las dos celebraciones que las iglesias orientales dedican por separado a María Magdalena y a María de Betania, la Iglesia Ortodoxa agrega una tercera: durante la Semana Santa, el miércoles se celebra particularmente en honor de la pecadora de Lc. 7. Para estas referencias me ha sido de mucha utilidad el texto inédito del presbítero Ignacio Navarro "María Magdalena o la salvación".

6 Es justamente de un monasterio masculino de donde procede el texto más antiguo escrito por un hombre para ser leído el 22 de julio, festividad de la Magdalena.

7 No hay que olvidar que la cabellera suelta con que se la representa como también los perfumes derramados, en el imaginario de las caballerías están asociados a los placeres del sexo. Sin embargo en el momento de escribirse los evangelios los demonios no refieren tanto al pecado cuanto a la pecadora. María Magdalena fue considerada santa y "Apóstol de los apóstoles" por ser el primer testigo de la Resurrección.

8 Para el texto completo de la plegaria cf. Obras Completas de San Anselmo. Ediciones BAC. T.II. Madrid. 1953. Oratio ad Sanctam Mariam Magdalenam. Pág. 396 y ss.

9 En este aspecto es importante tener en cuenta lo que se da a partir de Dante en la teología católica: sostener que el eros, como constante propulsor y umbral hacia lo trascendente, es un elemento del que no se puede prescindir en el ascenso hacia Dios. Hay además aquí una clara referencia a la mujer adúltera en casa del fariseo.

10 En algunas interpretaciones alegóricas de intención espiritual el cabello suelto de la mujer indica el arrepentimiento pero también el amor que la une al amado.

11 La forma pasiva pone de manifiesto la primacía del genitivo de procedencia, primacía del genitivo de procedencia, tanto en el orden de la elección cuanto en el orden del amor.

 

 

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